Revista Invisibles
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Año 8 / Número 29 / Diciembre 2020
Lecturas

El amor no es cosa de invidividuos


En su reciente libro, Y sin embargo el amor, la psicoanalista Alexandra Kohan nos invita a pensar el amor como una experiencia que supone riesgo, incertidumbre, contradicciones y vacilaciones. El amor se genera allí, en ese instante jamás calculado e imprevisto, que no se puede explicar, y nos obliga a convivir con la fragilidad de que no hay garantías ni fórmulas establecidas.

Por José Luis Juresa*
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​Y sin embargo el amor. Elogio de lo incierto.
Alexandra Kohan
Paidós, 2020

 
Puedo ver y decir
Puedo ver y decir y sentir
Algo ha cambiado
Para mí no es extraño
Yo no voy a correr
Yo no voy a correr ni a escapar
De mi destino
Yo no pienso en peligro

 
Debo confiar en mí
Lo tengo que saber
Pero es muy difícil ver
Si algo controla mi ser
Puedo ver, y decir y sentir
Mi mente dormir
Bajo tu influencia

 
“Influencia” Versión castellana de Charly Garcia

 

Y sin embargo el amor, el último libro de Alexandra Kohan, es ya mismo un acontecimiento que, en su éxito de difusión y, probablemente, de ventas, señala un acontecimiento en el centro mismo del sistema que, en su pretendida seriedad, se reitera en la comicidad del bufón: los tropiezos, los desarreglos, los forzados gestos de los gurúes de la buena vida, de los que saben de qué va la cosa y nos explican, hasta el agotamiento, la verdad siempre astutamente velada de su discurso: que tu vida es una mierda y la del sabiondo se ofrece como una ventana abierta y cercana a la que arrojarse sin dudarlo.

Kohan nos habla del amor sin cederle nada a la facilidad digestiva de lo que – como siempre nos explican - debe ser ligero, frugal y sin otro interés que el de una fórmula sencilla que se pueda repetir y soplar, como si la vida fuera una competencia de “Feliz domingo” con la depresión del lunes puesta de cajón dentro de la grilla de la semana. El amor no acontece en ninguno de esos lugares. En definitiva, Kohan nos dice que hay poco de amoroso en los discursos sistematizados, en esos constructos predigeridos, que todo el tiempo buscan algún tipo de positividad que sume y sume hasta dejar al individuo aplastado debajo de todo ese saber que finalmente, siempre falla, pero asumido como SU falla: el que no aprende, que no sabe, que no logra triunfar como aquellos que sí lo han logrado. Kohan nos induce a pensar que no hay amor sin riesgo de por medio, de incertidumbre, de vacilaciones, tropiezos, y sin las inseguridades que acosan al individuo como debilidades, las cuales siempre son rechazadas, ocultas, veladas, disfrazadas como los costados blandos por donde pueden entrar las balas de la guerra social que percibe al amor como una total pérdida de tiempo, una inutilidad. Es que, precisamente, el amor – nos hace ver el libro de Kohan – no es cosa de individuos.

Porque precisamente, el amor se entreteje con los hilos desflecados de la carne y el hueso de lo Real, devueltos por el significante y su proliferación de sentidos en red, inabarcable para ninguna conciencia que pueda decir “Yo” como si imperara sobre un territorio yermo y observable. El significante, la palabra y su trama incontrolable, le impone al individuo eso en lo que cae una y otra vez y que se empecina en negar: su intoxicación del otro, su alteridad, su ligadura originaria a la causa de un deseo que le dio lugar por vacío y no por lleno. El amor se genera allí, en ese instante sublime jamás calculado e imprevisto, en la trama en donde el ajedrez deja caer sus piezas, vencido como el juego de la anticipación, el control y el pensamiento. Si es juego, siempre se impone la contingencia, lo no calculado, lo que hizo del otro el lugar de la sorpresa, el chispazo, la derrota, e incluso esa frase que, en inglés, como lo señala Alexandra, ubica la caída “fall in love”. En castellano popular, argento, diría “perdí”. El enamorado dice “perdí” cuando se enamora.

Al individuo le aterroriza perderse, pero en el amor, el individuo no cuenta sino como afectado de algo que no controla, y se desespera en el afán de rearmarse en torno a sí mismo y a sus lugares conocidos, los reflejos en los que se constituye “a la vista”, siempre observable, sin opacidades. El amor hace emerger las opacidades, los desconocimientos, no especula tanto, no se desespera por verse reflejado en un saber – nadie explica el amor.  Amo porque no sé lo que digo, y a eso va el pedido de asociación libre, a la apuesta amorosa que el dispositivo analítico utiliza para alcanzar lo Real del deseo, su causa vacía y sin identidad última y definida. Nadie podrá decir “es esto” o “era esto”, eso va a cuenta del sujeto dividido, cuyo efecto es producto de un vacío entre dos, no del objeto en el que el individuo cree alcanzar, al fin, su medida, la medida de todas las cosas. En eso va el libro de Alexandra. Hay un gesto de Sócrates que Platón refiere en su relato, antes de entrar al Simposio sobre el amor, que es el hecho de que se queda afuera un buen rato, dando vueltas, haciéndose esperar. Tal vez Sócrates repasa, calcula, se prepara para entrar en escena. Alcibíades, por el contrario, no calcula nada, no piensa en lo que va a decir, irrumpe. ¿No se nota, no se siente, acaso, la presencia en todo el relato, de una tensión en la que se sostiene la necesidad de que algo no pase? ¿No será eso lo que calcula Sócrates mientras se demora en su ingreso a escena? Tal vez aquí radica por qué el amor en análisis es de transferencia. Algo debe pasar, en el sentido de un pasaje, de una transformación incluso. En la escena del Banquete todo lo contrario, el amor queda atascado en Sócrates. En conclusión, Sócrates parece ser quien frustra a Alcibíades y Sócrates es su perfecto culpable. En definitiva, el amor es de transferencia porque el analista no crea culpables (ni cree en ellos).
Al fin y al cabo, esa es la voz que rescata Kohan, como la de un hilo del que apenas se puede tirar sin que se corte y se pierda su rastro. El análisis se basa en el amor, y esa experiencia, la del desarrollo de la transferencia en análisis, “me posibilitó vivir una vida más consecuente con lo que quiero, soportar la fragilidad que implica que no haya garantías, que se abra la dimensión de lo incierto sin que me aterrorice” y, en definitiva, “la posibilidad de seguir queriendo el amor luego de los amores que se terminaron, es decir: le debo Y sin embargo, el amor”.
 

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José Luis Juresa, Psicoanalista

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