Año 7 / Número 27 / Octubre 2019
Un antídoto contra la doxa
A partir de una idea fuerza central, el psicoanálisis entendido como una manera de leer discursos, cuerpos y textos, el ensayo de Alexandra Kohan desarticula los discursos cristalizados del coaching y la autoayuda, hace una lectura crítica del feminismo mainstream y recupera aquel amor que incomoda y desorienta, en contra de ciertas visiones edulcoradas de la experiencia amorosa, en contra, en definitiva, de los planteos normalizadores de la época.
Alexandra Kohan
Psicoanálisis: por una erórtica contra natura
Indie Libros, 2019
Psicoanálisis: por una erórtica contra natura
Indie Libros, 2019
Un antídoto contra la doxa
pensar puede ser una de las maneras de reír, no de los otros, sino de las aventuras mismas del pensamiento.
Henry Meschonnic
el tema es el espacio de la cama, que es donde la diferencia ignorada por la cultura del mercado reclama sus derechos.
Marcelo Barros
Henry Meschonnic
el tema es el espacio de la cama, que es donde la diferencia ignorada por la cultura del mercado reclama sus derechos.
Marcelo Barros
1.
Sara Ahmed, en su libro La promesa de felicidad, describe lúcidamente lo que denomina “el giro hacia la felicidad”. La autora indaga el éxito de ciertos discursos que, echando mano a distintos saberes, nos “enseñan a ser felices”. La felicidad deviene un producto más, consumible como cualquier otra mercancía. Asimismo, la felicidad se torna algo medible, y su aumento indica, sin lugar a dudas, progreso: ser felices está bien. Y si puede medirse, es porque la felicidad consiste en sentirse bien y porque se piensa un individuo perfectamente transparente para sí, que puede acceder a sus emociones, decidir cuán feliz se siente y comunicarlo. Así de fácil. De este modo, por ejemplo, si el matrimonio se constituye como un indicador de felicidad, pues la conclusión es tan simple como inapelable: ¡casémonos para ser felices! La constitución de ciertas formas de vida como “buenos lugares” -es decir, promovidos a la categoría del Bien- se corresponde con un imperativo: “la felicidad se vuelve un deber”.
En las antípodas de estos discursos, que van configurando el sentido común de la época, se sitúa el psicoanálisis y sus “malas noticias”. Y aquí se ubica Psicoanálisis: por una erótica contra natura, el primer libro de ensayo de Alexandra Kohan. En línea con lo que Jacques Lacan afirmó en su seminario dedicado a la ética –“no hay ninguna razón para que nos hagamos los garantes del ensueño burgués”-, la autora rescata que el psicoanálisis no promete la felicidad, porque el psicoanálisis no promete nada. Cito:
Sara Ahmed, en su libro La promesa de felicidad, describe lúcidamente lo que denomina “el giro hacia la felicidad”. La autora indaga el éxito de ciertos discursos que, echando mano a distintos saberes, nos “enseñan a ser felices”. La felicidad deviene un producto más, consumible como cualquier otra mercancía. Asimismo, la felicidad se torna algo medible, y su aumento indica, sin lugar a dudas, progreso: ser felices está bien. Y si puede medirse, es porque la felicidad consiste en sentirse bien y porque se piensa un individuo perfectamente transparente para sí, que puede acceder a sus emociones, decidir cuán feliz se siente y comunicarlo. Así de fácil. De este modo, por ejemplo, si el matrimonio se constituye como un indicador de felicidad, pues la conclusión es tan simple como inapelable: ¡casémonos para ser felices! La constitución de ciertas formas de vida como “buenos lugares” -es decir, promovidos a la categoría del Bien- se corresponde con un imperativo: “la felicidad se vuelve un deber”.
En las antípodas de estos discursos, que van configurando el sentido común de la época, se sitúa el psicoanálisis y sus “malas noticias”. Y aquí se ubica Psicoanálisis: por una erótica contra natura, el primer libro de ensayo de Alexandra Kohan. En línea con lo que Jacques Lacan afirmó en su seminario dedicado a la ética –“no hay ninguna razón para que nos hagamos los garantes del ensueño burgués”-, la autora rescata que el psicoanálisis no promete la felicidad, porque el psicoanálisis no promete nada. Cito:
“El psicoanálisis no es una teoría que se aplica a los ‘casos’, no es una ‘herramienta’ para resolver problemas, tampoco es una cosmovisión, no es una mera técnica, no es una terapia, no es una profesión; en definitiva: no es una posibilidad más en la serie de las posibilidades que el mercado ofrece para alcanzar el bienestar, la armonía y la felicidad”.
2.
En una entrevista reciente, Alexandra sostiene con acierto que, si tuviera que definir al psicoanálisis de algún modo -no se trata de una empresa sencilla-, lo definiría como una manera de leer: una lectura que opera sobre los discursos, los textos y los cuerpos. Una lectura a contramano de la solidificación de sentidos comunes, que suspende las certezas para dar lugar a lo inédito.
El descubrimiento freudiano cobra el estatuto de acontecimiento en tanto parte de un encuentro, contingente: el de Freud, no con la histérica -advierte Kohan-, sino con una manera de leerla. Se inaugura allí un cuerpo inédito que burla la anatomía, y que, al igual que el síntoma y las distintas formaciones del inconsciente, se presentará como un texto a ser leído. No ya para inyectar sentido, sino para disolver esos sentidos que, amarrados, generan padecimiento.
Entonces, el psicoanálisis invita a dejar de lado los saberes establecidos para dar lugar a lo nuevo, y otorgar en ese mismo movimiento la posibilidad de que el sujeto, extrañado de sí, en ese espacio íntimo que la experiencia freudiana inaugura, recupere un decir. Afirmada en esta orientación -que por subversiva es resistida por el progresismo biempensante-, Kohan revela y redobla el gesto freudiano para indagar los discursos que, bajo disfraces emancipatorios y progresistas, “se vuelven normativos y disciplinadores, produciendo efectos no poco nocivos ahí donde creen que es posible una libertad sin pathos”.
3.
Asistimos actualmente a ciertos mandatos que van filtrándose de manera insidiosa a través de diversos medios y que nos invitan a ser libres, a disfrutar, a afirmarnos en identidades férreas, a saber a dónde vamos y proclamarlo a viva voz. En todos los casos, subyace la idea de un Yo amo en su propia casa, y se apunta correlativamente a un reforzamiento yoico perfectamente compatible con las exigencias del capitalismo: sujetos sobreadaptados y productivos, sujetos completos y sin angustia.
La lectura crítica de Kohan se detiene en esos enunciados que van tejiendo “una doxa que vela por la naturalidad del ser y de lo dado”, una doxa que supone un ser prediscursivo, independiente de las condiciones históricas, sociales, subjetivas y políticas. Se detiene en estas posiciones, que pretenden mostrarse como “apolíticas”, para señalar lo que esa maniobra encubre: también allí se va cifrando una ideología. Las derivas de lo que la autora denomina el paradigma de “lo natural” se verifican en tanto en los discursos reaccionarios como en los más progresistas: en cualquier caso, se coagulan sentidos que, cristalizados, erigen ideales que se cuelan en el discurso común como anestesia que adormece e inhabilita la posibilidad de demorarse, tomar distancia: allí donde nos desbordan de sentido, no hay espacio para la incerteza.
Si podemos hablar de una época prefreudiana es justamente por el ¿olvido? que opera sobre el sujeto del inconsciente, por el empeño en negar la división, la opacidad radical del deseo, la voluntad pulsional que anárquica y paradójica se opone al instinto natural -irremediablemente perdido-.
Pero pese a los esfuerzos de la autoayuda y el coaching, la cosa no marcha: eso insiste, inevitable y afortunadamente. La piedra que hemos sacado del camino, nos dice la autora, ahora está en el zapato: el síntoma es siempre una objeción a lo que el sentido común prescribe, una pura disidencia. De eso que molesta porque objeta la armónica unidad, se ocupa el psicoanálisis, que no se agota en señalar lo que falla.
Me gusta el modo en que Alexandra piensa la potencia de la experiencia analítica: “un análisis posibilita precisar esas coordenadas del cuerpo, posibilita interrogar las condiciones singulares en que cada uno se topa con la pulsión, lo que la pulsión hace con y de nosotros, y lo que nosotros hacemos con eso”. El anticapitalismo del discurso analítico se sostiene en ese acto que implica escuchar al sujeto, dar lugar a la interrogación, poder pasar a otra cosa.
4.
En Feminismo para el 99%, un manifiesto, las autoras nos advierten acerca de cierto feminismo que ha devenido hegemónico, cuyo ethos coincide con los usos y costumbres corporativos, así como sostiene ciertas aristas de la cultura neoliberal bajo ropajes transgresores y emancipatorios. El progreso y la libertad individual, así como la “diversidad sexual” son entronizados a partir de consignas tan eficaces como vacuas. De este modo, el feminismo mainstream deviene un mero hashtag, un trending topic más; presuponiendo formas propiamente capitalistas: planteos normalizadores y consumistas que promueven ciertos estilos de vida como deseables al tiempo que nos dicen -siempre en modo imperativo- en qué consiste ser feminista. El Manual de la buena esposa, sugiere Kohan con agudeza, ha sido reemplazado por el “Manual de la mujer feminista empoderada emancipada libre y que hace lo que quiere”: desde un lugar de superioridad moral se establecen preceptos que cristalizan un modo de ser y rechazan -paradójicamente- lo diverso.
El escrache y la censura operan sobre quienes osan cuestionar ciertos eslóganes. Esta faceta vigilante genera una atmósfera irrespirable. Un ejemplo reciente es la solicitada que firma un grupo de estudiantes pretendiendo apartar a la escritora y crítica feminista Camille Paglia de su puesto de trabajo en la Universidad de Arte de Filadelfia, por su pensamiento controversial acerca de cuestiones que atañen al género y a la violencia sexual: la propuesta es que sea reemplazada por una “persona queer de color”. Este hecho ilustra, por un lado, la pose intolerante frente a la discrepancia, pose que no debate ni argumenta: sólo descalifica desde la mera indignación. Por otro lado, imponer que el cargo sea ocupado por una mujer queer y de color implica una confianza desmedida en el género y la raza: la tan demandada presencia de mujeres en lugares de poder, ¿qué cosa garantiza?
“¿Por qué querríamos que haya más mujeres en el equipo del ministro de Economía que va a negociar con Lagarde el acuerdo del FMI, el vaciamiento de nuestro país que llevará a la pobreza a miles y miles de mujeres?”, se pregunta Kohan dando cuenta de que el ascenso individual de algunas, muy lejos está de garantizar los derechos de tantas otras.
No hay el feminismo: se trata de un movimiento heterogéneo repleto de tensiones, acuerdos, disputas y contradicciones: ahí radica su potencia. La autora lee las expresiones de ciertos feminismos para ubicar el modo en que la corrección política se afirma a partir de un cúmulo de principios y certezas que permiten declararnos “feministas” pero que son estériles a la hora de dar lugar a prácticas emancipatorias. Se retorna a un binarismo brutal, sostenido en el cuerpo biológico, que signa las relaciones: pensar a la mujer siempre en términos de víctima-pasivizada por un hombre-victimario-activo fija roles en lugar de cuestionarlos. En línea con lo que propuso Rita Segato en su discurso de apertura –“una politicidad femenina no puede ser principista: debe ser pragmática y capaz de improvisar”-, Alexandra opone la declaración al ejercicio, y elige sostener la interrogación acerca de lo que es ser un hombre y ser una mujer, invitándonos a “desnaturalizar y producir consecuencias políticas”. En la medida en que me hallo interpelada por el movimiento feminista, este desafío me concierne. Y lo celebro.
5.
La norma aplana lo diverso, lima sus aristas, lo consolida y lo asienta en lugar de radicalizarlo. El empuje actual a la clasificación y la etiqueta es solidario con este intento de domesticar las tensiones irreductibles que nos constituyen en tanto sujetos hablantes, sexuados y mortales. “El furor identitario de esta época está en concordancia con la exaltación yoica, el voluntarismo, la pretensión de libertad, y produce un aplastamiento agobiante que sólo conduce a reforzar prejuicios y a rechazar, una y otra vez, la extrañeza que nos pertenece y nos habita”, escribe Kohan y se pregunta si acaso fijarnos al sueño confortable que otorga la identidad no va un poco a contramano de la emancipación que se pretende.
En esta línea, nos advierte acerca de los intentos de edulcorar la experiencia amorosa, tornarla indolora, recíproca y aséptica, erigiendo un amor libre, sin dolor, al lugar del ideal: va delineándose una erótica normal que rechaza tanto el pathos como la incerteza. Se sabe lo que es -y lo que debe ser- el amor: hablar desde un lugar de saber, tal como advirtió Foucault, implica el ejercicio de un poder. Hemos derribado el ideal del amor romántico para elevar a esa categoría un amor higiénico, que no duele, que, en sintonía con el discurso capitalista, rechaza la falta, la incompletud, rechaza “la otredad como tal” y finalmente se autosatisface en un “amarse a sí mismo”, guiño o elogio al individualismo neoliberal.
Kohan nos devuelve ese registro del amor “fuera del ideal, fuera del programa, fuera de cuadro y fuera de foco, corrido de la escena fantasmática”, un acontecimiento en el decir en articulación con el deseo insondable que nos habita. Un amor que incomoda y desorienta, que nos extravía un poco, que -cito a la autora-, “produce un agujero en el saber y hace caer lo fascinante de la erección del sentido”.
Si, como escribe la poeta Susana Villalba, “enamorarse/ es caer/ y que parezca/ un vuelo”, la experiencia contingente del amor que rescata el psicoanálisis -y la poesía- se opone de plano a la versión armónica e insípida que los gurúes de la motivación y el emprendedorismo amoroso nos invitan a consumir.
En una entrevista reciente, Alexandra sostiene con acierto que, si tuviera que definir al psicoanálisis de algún modo -no se trata de una empresa sencilla-, lo definiría como una manera de leer: una lectura que opera sobre los discursos, los textos y los cuerpos. Una lectura a contramano de la solidificación de sentidos comunes, que suspende las certezas para dar lugar a lo inédito.
El descubrimiento freudiano cobra el estatuto de acontecimiento en tanto parte de un encuentro, contingente: el de Freud, no con la histérica -advierte Kohan-, sino con una manera de leerla. Se inaugura allí un cuerpo inédito que burla la anatomía, y que, al igual que el síntoma y las distintas formaciones del inconsciente, se presentará como un texto a ser leído. No ya para inyectar sentido, sino para disolver esos sentidos que, amarrados, generan padecimiento.
Entonces, el psicoanálisis invita a dejar de lado los saberes establecidos para dar lugar a lo nuevo, y otorgar en ese mismo movimiento la posibilidad de que el sujeto, extrañado de sí, en ese espacio íntimo que la experiencia freudiana inaugura, recupere un decir. Afirmada en esta orientación -que por subversiva es resistida por el progresismo biempensante-, Kohan revela y redobla el gesto freudiano para indagar los discursos que, bajo disfraces emancipatorios y progresistas, “se vuelven normativos y disciplinadores, produciendo efectos no poco nocivos ahí donde creen que es posible una libertad sin pathos”.
3.
Asistimos actualmente a ciertos mandatos que van filtrándose de manera insidiosa a través de diversos medios y que nos invitan a ser libres, a disfrutar, a afirmarnos en identidades férreas, a saber a dónde vamos y proclamarlo a viva voz. En todos los casos, subyace la idea de un Yo amo en su propia casa, y se apunta correlativamente a un reforzamiento yoico perfectamente compatible con las exigencias del capitalismo: sujetos sobreadaptados y productivos, sujetos completos y sin angustia.
La lectura crítica de Kohan se detiene en esos enunciados que van tejiendo “una doxa que vela por la naturalidad del ser y de lo dado”, una doxa que supone un ser prediscursivo, independiente de las condiciones históricas, sociales, subjetivas y políticas. Se detiene en estas posiciones, que pretenden mostrarse como “apolíticas”, para señalar lo que esa maniobra encubre: también allí se va cifrando una ideología. Las derivas de lo que la autora denomina el paradigma de “lo natural” se verifican en tanto en los discursos reaccionarios como en los más progresistas: en cualquier caso, se coagulan sentidos que, cristalizados, erigen ideales que se cuelan en el discurso común como anestesia que adormece e inhabilita la posibilidad de demorarse, tomar distancia: allí donde nos desbordan de sentido, no hay espacio para la incerteza.
Si podemos hablar de una época prefreudiana es justamente por el ¿olvido? que opera sobre el sujeto del inconsciente, por el empeño en negar la división, la opacidad radical del deseo, la voluntad pulsional que anárquica y paradójica se opone al instinto natural -irremediablemente perdido-.
Pero pese a los esfuerzos de la autoayuda y el coaching, la cosa no marcha: eso insiste, inevitable y afortunadamente. La piedra que hemos sacado del camino, nos dice la autora, ahora está en el zapato: el síntoma es siempre una objeción a lo que el sentido común prescribe, una pura disidencia. De eso que molesta porque objeta la armónica unidad, se ocupa el psicoanálisis, que no se agota en señalar lo que falla.
Me gusta el modo en que Alexandra piensa la potencia de la experiencia analítica: “un análisis posibilita precisar esas coordenadas del cuerpo, posibilita interrogar las condiciones singulares en que cada uno se topa con la pulsión, lo que la pulsión hace con y de nosotros, y lo que nosotros hacemos con eso”. El anticapitalismo del discurso analítico se sostiene en ese acto que implica escuchar al sujeto, dar lugar a la interrogación, poder pasar a otra cosa.
4.
En Feminismo para el 99%, un manifiesto, las autoras nos advierten acerca de cierto feminismo que ha devenido hegemónico, cuyo ethos coincide con los usos y costumbres corporativos, así como sostiene ciertas aristas de la cultura neoliberal bajo ropajes transgresores y emancipatorios. El progreso y la libertad individual, así como la “diversidad sexual” son entronizados a partir de consignas tan eficaces como vacuas. De este modo, el feminismo mainstream deviene un mero hashtag, un trending topic más; presuponiendo formas propiamente capitalistas: planteos normalizadores y consumistas que promueven ciertos estilos de vida como deseables al tiempo que nos dicen -siempre en modo imperativo- en qué consiste ser feminista. El Manual de la buena esposa, sugiere Kohan con agudeza, ha sido reemplazado por el “Manual de la mujer feminista empoderada emancipada libre y que hace lo que quiere”: desde un lugar de superioridad moral se establecen preceptos que cristalizan un modo de ser y rechazan -paradójicamente- lo diverso.
El escrache y la censura operan sobre quienes osan cuestionar ciertos eslóganes. Esta faceta vigilante genera una atmósfera irrespirable. Un ejemplo reciente es la solicitada que firma un grupo de estudiantes pretendiendo apartar a la escritora y crítica feminista Camille Paglia de su puesto de trabajo en la Universidad de Arte de Filadelfia, por su pensamiento controversial acerca de cuestiones que atañen al género y a la violencia sexual: la propuesta es que sea reemplazada por una “persona queer de color”. Este hecho ilustra, por un lado, la pose intolerante frente a la discrepancia, pose que no debate ni argumenta: sólo descalifica desde la mera indignación. Por otro lado, imponer que el cargo sea ocupado por una mujer queer y de color implica una confianza desmedida en el género y la raza: la tan demandada presencia de mujeres en lugares de poder, ¿qué cosa garantiza?
“¿Por qué querríamos que haya más mujeres en el equipo del ministro de Economía que va a negociar con Lagarde el acuerdo del FMI, el vaciamiento de nuestro país que llevará a la pobreza a miles y miles de mujeres?”, se pregunta Kohan dando cuenta de que el ascenso individual de algunas, muy lejos está de garantizar los derechos de tantas otras.
No hay el feminismo: se trata de un movimiento heterogéneo repleto de tensiones, acuerdos, disputas y contradicciones: ahí radica su potencia. La autora lee las expresiones de ciertos feminismos para ubicar el modo en que la corrección política se afirma a partir de un cúmulo de principios y certezas que permiten declararnos “feministas” pero que son estériles a la hora de dar lugar a prácticas emancipatorias. Se retorna a un binarismo brutal, sostenido en el cuerpo biológico, que signa las relaciones: pensar a la mujer siempre en términos de víctima-pasivizada por un hombre-victimario-activo fija roles en lugar de cuestionarlos. En línea con lo que propuso Rita Segato en su discurso de apertura –“una politicidad femenina no puede ser principista: debe ser pragmática y capaz de improvisar”-, Alexandra opone la declaración al ejercicio, y elige sostener la interrogación acerca de lo que es ser un hombre y ser una mujer, invitándonos a “desnaturalizar y producir consecuencias políticas”. En la medida en que me hallo interpelada por el movimiento feminista, este desafío me concierne. Y lo celebro.
5.
La norma aplana lo diverso, lima sus aristas, lo consolida y lo asienta en lugar de radicalizarlo. El empuje actual a la clasificación y la etiqueta es solidario con este intento de domesticar las tensiones irreductibles que nos constituyen en tanto sujetos hablantes, sexuados y mortales. “El furor identitario de esta época está en concordancia con la exaltación yoica, el voluntarismo, la pretensión de libertad, y produce un aplastamiento agobiante que sólo conduce a reforzar prejuicios y a rechazar, una y otra vez, la extrañeza que nos pertenece y nos habita”, escribe Kohan y se pregunta si acaso fijarnos al sueño confortable que otorga la identidad no va un poco a contramano de la emancipación que se pretende.
En esta línea, nos advierte acerca de los intentos de edulcorar la experiencia amorosa, tornarla indolora, recíproca y aséptica, erigiendo un amor libre, sin dolor, al lugar del ideal: va delineándose una erótica normal que rechaza tanto el pathos como la incerteza. Se sabe lo que es -y lo que debe ser- el amor: hablar desde un lugar de saber, tal como advirtió Foucault, implica el ejercicio de un poder. Hemos derribado el ideal del amor romántico para elevar a esa categoría un amor higiénico, que no duele, que, en sintonía con el discurso capitalista, rechaza la falta, la incompletud, rechaza “la otredad como tal” y finalmente se autosatisface en un “amarse a sí mismo”, guiño o elogio al individualismo neoliberal.
Kohan nos devuelve ese registro del amor “fuera del ideal, fuera del programa, fuera de cuadro y fuera de foco, corrido de la escena fantasmática”, un acontecimiento en el decir en articulación con el deseo insondable que nos habita. Un amor que incomoda y desorienta, que nos extravía un poco, que -cito a la autora-, “produce un agujero en el saber y hace caer lo fascinante de la erección del sentido”.
Si, como escribe la poeta Susana Villalba, “enamorarse/ es caer/ y que parezca/ un vuelo”, la experiencia contingente del amor que rescata el psicoanálisis -y la poesía- se opone de plano a la versión armónica e insípida que los gurúes de la motivación y el emprendedorismo amoroso nos invitan a consumir.