Revista Invisibles
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Año 8 / Número 29 / Diciembre 2020
reseña

Escribir ficción es recordar


En Transradio, primera novela de Maru Leonhard, la infancia es ese lugar que permite ordenar la memoria y los recuerdos de la protagonista. La geografía de esta historia es el conurbano bonaerense, en donde pasado y presente se intercalan en una trama que prescinde de desenlaces convencionales. 

Por Horacio Mohando
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Transradio
Maru Leonhard
Cía. Naviera Limitada, 2020
​No estoy siendo original si digo que el tiempo es una falacia. Pasado, presente y futuro son conceptos inventados para nuestra tranquilidad. Creemos que si ubicamos los hechos en el cajón correspondiente los tenemos bajo control, vamos a poder manejar su influencia en nuestra vida o, como en el caso del futuro, que toda su incertidumbre no es una amenaza. El presente por su parte tiene la cuestión de la no-existencia, se diluye de manera constante, no hay manera de atraparlo, de tenerlo vivo entre las manos. Siempre está un paso adelante y no hay posibilidad de odiarlo o gozarlo porque en el mismo instante que sucede, desaparece, se va para atrás o sube a la cabeza para transformarse en un recuerdo, vago, trascendente, banal o innecesario. Quizá no seamos otra cosa que puro pasado. 
 
Pero por alguna razón la clasificación que hacemos de los momentos de nuestra vida tienen la apariencia de una herramienta útil. Tal vez sea una necesidad de nuestro cerebro o de esa parte que llamamos conciencia. Damos por cierto, diván de psicoanalista mediante, que para cerrar ciertos temas, heridas o traumas, debemos cerrar, ya sea con resignación o asumiendo que existen y amigados con sus consecuencias, ciertas escenas del pasado. Como si no hubiera avance posible si no se dice adiós, de vez en cuando.  
 
Isabel, protagonista de Transradio, vuelve a la casa de su infancia. Ella tiene la sospecha de que en ese lugar había sido feliz y no hay nada como los espacios físicos, concretos y reales, para ubicar a la memoria. La geografía de este suburbano de Buenos Aires, que tiene mucho de campo, de casas separadas por kilómetros, de una sola ruta con puentes que la cruzan, le parece a Isabel el lugar ideal para encontrar soluciones a problemas que apenas se permite reconocer como propios. Y viene con Martín, su novio, el involuntario compañero de aventuras.
 
Isabel descubre ciertos desajustes: las dimensiones de lo que ve, sus colores, incluso el tamaño de las desgracias, no se ajustan a los palacios de su memoria. Además todo está deforme por el cruce continuo de los fantasmas habituales: sus padres. Su madre, cuándo no, es la que más sombra provoca. Pero Isabel hará el esfuerzo, hay un deseo inmenso en ella de que todo vaya bien, una obstinación que tiene mucho de ceguera. Otro elemento reconocible para todos: como Isabel, empezamos creyendo que hay posibilidad de exorcismo, que si cambiamos la figura o el fondo o el escenario, todo se va a arreglar. Y en su desesperación inventará reglas, para ella o los demás, para mantener la ilusión de que está todo bajo control. Dirá Isabel: “En el campo la gente fuma” con la firmeza de lo indiscutible. 
 
El pasado siempre presente. Pero no es Transradio una novela que se quede ahí, que solo busque su tiempo perdido. El aquí y ahora también está poblado de gente. Vecinos que a pesar de la distancia, geográfica y personal, no respetan límites, tienen corrido el concepto de cordura, viven, como los recuerdos de Isabel, en este y otros tiempos. Molestos, particulares, capaces de la más sutil y constante de las molestias.
 
Esta es la primera novela de Maru Leonhard. Lo primero evidente es su voz, particular, poco equiparable a otras, contemporáneas o clásicas. Hay un estilo, que se mantiene constante a lo largo de toda la novela. Muy cuidado, con código propio. Pero no hay sospecha de que quiera demostrar solo lo bien que escribe (que además es algo que salta sin necesidad de remarcarlo) sino que por sobre todo se nota que su intención primera es contar historias. Con elementos comunes Transradio es un universo extraordinario. 
 
El mecanismo de la trama está hiperaceitado. No solo presente y pasado se van intercalando de manera magistral sin necesidad de marcas obvias sino que también se permite mezclar situaciones de corte onírico, donde compartimos con Isabel la no certeza de que algo haya pasado o esté pasando pero entendemos el peso dado por la memoria o la percepción. No importa si algo sucedió, lo que importa es como la cabeza de Isabel lo transforma en algo definitivo. 
 
Todos los personajes se mantendrán fieles a sí mismos hasta el final (pasa en la vida, pasa en la buena literatura). En la peor de las equivocaciones, en la violencia o en la ternura, ellos no hacen otra cosa que ser ellos. Y esto sorprende. Maru Leonhard no necesita ser explícita en el relato de las emociones. Hay melancolía y un clima de gravedad o desgracia que se apoya en los movimientos de sus personajes, en su devenir, en sus gestos o sus frases que tienen una exactitud maravillosa para exponer contradicciones. Sensibilidad extrema pero también inteligencia para que todo se conjugue a favor de la historia. Hay además, a pesar de que a veces el tono de la escritura tenga cierto matiz que está entre lo infantil y lo inmaduro, una sensualidad hecha de transpiración, de ropa húmeda pegada a la piel. Erotismo a lo Lucrecia Martel, de interior argentino caluroso. 
 
La búsqueda de Isabel es la de todos. Queremos saber en qué tiempo está la verdad sobre las cosas, cómo es posible que el pasado esté siempre con nosotros y por qué cada vez que lo ponemos en un lugar relevante de nuestra cabeza, se reescribe. Y así, cada vez más ficcionalizado sea más potente en la definición de nuestros actos de hoy y de mañana. La búsqueda de Isabel es también la de las respuestas. Porque tenemos la loca idea de que en la vida existen los puntos finales, las resoluciones en base a la certeza. Pero Transradio es prueba de lo contrario. Cerramos el libro y nos queda una mezcla de sensaciones, seguimos pensando en lo qué pasó, en lo que no, en lo que no sabemos pero creemos intuir. Pensamos, aunque los capítulos de la vida de Isabel se hayan terminado, como seguirá todo, si al menos tendremos en el futuro un nuevo libro de Maru Leonhard.
 
Quizá la literatura sea eso: un recordatorio de que las verdades siempre están en las buenas ficciones donde el final nunca es demasiado claro.
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Maru Leonhard

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