Año 6 / Número 24 / Diciembre 2018
The Ballad of Buster Scruggs: "sueños de la llanura"
Seis cortos que transcurren en el Lejano Oeste componen la última película de los hermanos Coen, presentada a través de la plataforma Netflix. Con abundantes referencias culturales, desde el célebre discurso de Gettysburg a Shakespeare, las historias de los Coen se apartan del espíritu de gesta de los western clásicos para otorgarle un tono apenas paródico a este film que involucra sueños de riqueza, amor y muerte.
Alcanzar la fama, robar un banco, buscar oro, entretener, casarse y cazar recompensas, todas formas de conseguir dinero… y morir en el intento. Muchas reseñas (acá, acá y acá) de la última película de los hermanos Coen han destacado que los temas centrales de los seis relatos que la componen son la crueldad, la fatalidad y la muerte. Y es así, por cierto, pero también esa violencia es la consecuencia de un objetivo previo: la persecución de dinero en la nueva tierra de promesas que es el Oeste luego del tratado de Guadalupe Hidalgo (1848), en el que México pierde gran parte de su territorio. Desde el este, parten hacia ese nuevo mundo caravanas de todo tipo de soñadores, como se ilustra en afiche de la película. Las historias escritas por Joel y Ethan Coen narran distintas formas de atravesar, con y sin miedo, la American frontier desde New Mexico, pasando por Texas, Nebraska y Colorado, hasta Oregon.
La película es, por otra parte, una gran puesta en escena de la lectura. La vieja mano de un lector del futuro pasa las páginas de un viejo libro con historias del Far Old and Wild West. Cada historia del libro se conecta con su trasposición a la imagen a través de una ilustración: una lámina de un momento de cada cuento y un epígrafe a modo de síntesis. Se podrían mencionar diversas conexiones entre los relatos. Ésta es apenas una posible.
Alfa y omega
“The Ballad of Buster Scruggs” y “The Mortal Remains” —primero y último de los cuentos de la película— son sobre el principio y el fin de la fama de uno de los protagonistas del western: el forajido, el bandido. La primera historia es sobre el auge y caída de uno de estos wanted outlaws, Buster Scruggs (Tim Blake Nelson): criminal, jugador de póker y cantante. Acostumbrado a jugar y ganar, ostenta destrezas físicas, mentales y artísticas, que lo colocan en la tradición de los héroes clásicos de la literatura. Tan clásico como mortalmente predestinado: en algún lugar del oeste, alguien sentirá el desafío de esa fama sinigual y se prepara para vencerlo. Un nuevo músico y más rápido tirador, The Kid (Willie Watson), reta a duelo y mata a “The San Saba Songbird”, como a Buster le gustaba que lo mentaran.
En la otra punta del rollo, otro cadáver de outlaw, Mr. Thigpen, viaja en el techo de una diligencia. Dentro, dos bounty hunters, inmigrantes de esta prometedora América, un inglés (Jonjo O’Neill) y un irlandés (Brendan Gleeson) se dedican a cazar a tipos como Scruggs o The Kid y cobrar la recompensa. El dinero y la muerte abren y cierran la película, y se muestran como las fuerzas que hacen girar las ruedas del western.
Handiworks
“Near Algodones” y “All the Gold Canyon” —cuentos 2 y 4—, son los dos sueños de hacerse rico más rápidos del oeste. Encontrar oro y robar bancos. La fiebre del oro y la fiebre del cash. Los dos episodios muestran dos formas de modificar el paisaje. En el fragmento protagonizado por Tom Waits, un viejo buscador de oro (prospector) llega a un pequeño paraíso virgen, jamás pisado por el hombre (“And in all that mighty sweep of earth he saw no sign of man nor the handiwork of man”), sólo habitado por inocentes animales, que esconde bajo la tierra un tesoro por el que rápidamente correrán las primeras gotas de sudor y zumbarán las primeras balas.
En el otro episodio, un bank robber (James Franco) espera y mira el momento exacto para entrar a robar una edificación de madera recién instalada en medio del desierto de New Mexico, rodeada de nada, y cuyo cartel reza “First Federal Trust Co. of Tucumcari”. Todos van hacia el oeste a buscar dinero y los banqueros van a buscar el dinero que la gente busca, del mismo modo que el ladrón (Sam Dillon) del episodio 4 intenta robarle el oro al prospector. Los billetes enterrados en ese banco desatan también balaceras y linchamientos. El ladrón es corrido a tiros por el empleado bancario (Stephen Root) y, luego, condenado y ahorcado. Lo que queda claro en el western es que el delito judiciable y condenable por parte de la ley es el que se ejerce contra la propiedad privada. Los delitos contra las personas son comprendidos como enfrentamientos por venganzas, autodefensa, afrentas, etc., pero siempre de resolución individual y justificable. De hecho, Buster Scruggs se la pasa matando gente durante los dieciséis minutos que dura su segmento y nunca aparece un sheriff.
The quality of mercy is not strained
Así dice uno de los versos del epígrafe del episodio “Meal Ticket”, que junto con “The Gal Who Got Rattled” constituyen los cuentos 3 y 5 respectivamente. Pertenecen a El mercader de Venecia de Shakespeare: “La calidad de la misericordia no es forzada” y en el siguiente verso, “cae como la delicada lluvia desde el cielo”. Dos extraños modos de misericordia aparecen en estos relatos.
Las dos historias son, otra vez, dos formas de ganar dinero viajando y dos formas de viajar también. En el capítulo 3, un “impresario” (Liam Neeson) dedicado al espectáculo itinerante recorre los pueblos y asentamientos del oeste llevando un poco de entretenimiento a los que están ensanchando y alargando la patria luego de la Guerra Civil. Desde las tablas del carromato de este circo indigente y por un plato de comida diario (misericordia tan poco forzada que ni se nota), un artista freak (Harry Melling) sin brazos ni piernas declama ante los espectadores fragmentos de Shakespeare, la Biblia y el discurso de Lincoln en Gettysburg, la victoria más determinante para la Unión. Al final, el dueño del show pasa el sombrero para recoger unas pocas monedas del público. Tan escaso es el dinero circulante, que todos parecen estar dando una limosna por el trabajo del otro.
A diferencia del viaje sin fin de estos artistas del hambre, en el otro cuento, una mujer, Alice Longabaugh (Zoe Kazan) se suma a una caravana de carretas conducida por Billy Knapp (Bill Heck) y Mr. Arthur (Grainger Hines) con destino a Fort Laramie, Oregon. Va para casarse con alguien que no conoce y ese alguien, Mr. Vereen, tampoco la conoce y ni siquiera sabe que ella piensa casarse con él. Son todos planes de la mente afiebrada de empresario fracasado de su hermano Gilbert (Jefferson Mays), quien encima muere en el trayecto y le deja como herencia una deuda de 400 dólares con su empleado Matt (Ethan Dubin), un perro ladrador —del que todos los viajeros se quejan— llamado President Pierce y un lento odio que crece en Alice al darse cuenta de que el dinero de Gilbert quedó en su saco enterrado y ya nadie sabe dónde porque ni cruz pusieron en su tumba.
Las dos historias son, otra vez, dos formas de ganar dinero viajando y dos formas de viajar también. En el capítulo 3, un “impresario” (Liam Neeson) dedicado al espectáculo itinerante recorre los pueblos y asentamientos del oeste llevando un poco de entretenimiento a los que están ensanchando y alargando la patria luego de la Guerra Civil. Desde las tablas del carromato de este circo indigente y por un plato de comida diario (misericordia tan poco forzada que ni se nota), un artista freak (Harry Melling) sin brazos ni piernas declama ante los espectadores fragmentos de Shakespeare, la Biblia y el discurso de Lincoln en Gettysburg, la victoria más determinante para la Unión. Al final, el dueño del show pasa el sombrero para recoger unas pocas monedas del público. Tan escaso es el dinero circulante, que todos parecen estar dando una limosna por el trabajo del otro.
A diferencia del viaje sin fin de estos artistas del hambre, en el otro cuento, una mujer, Alice Longabaugh (Zoe Kazan) se suma a una caravana de carretas conducida por Billy Knapp (Bill Heck) y Mr. Arthur (Grainger Hines) con destino a Fort Laramie, Oregon. Va para casarse con alguien que no conoce y ese alguien, Mr. Vereen, tampoco la conoce y ni siquiera sabe que ella piensa casarse con él. Son todos planes de la mente afiebrada de empresario fracasado de su hermano Gilbert (Jefferson Mays), quien encima muere en el trayecto y le deja como herencia una deuda de 400 dólares con su empleado Matt (Ethan Dubin), un perro ladrador —del que todos los viajeros se quejan— llamado President Pierce y un lento odio que crece en Alice al darse cuenta de que el dinero de Gilbert quedó en su saco enterrado y ya nadie sabe dónde porque ni cruz pusieron en su tumba.
Estas dos historias son también dos formas a la vez performativas e irónicas del discurso político. La definición de Lincoln de la nueva democracia en el Gettysburg Address (“government of the people, by the people, for the people”) recorre el oeste al paso de un orator sin piernas. Irónicamente, el módico empresario de entretenimientos sustituye a su artista por un gallo que sabe hacer cuentas, el “Gallus Mathematicus”. La propia dinámica de la nueva sociedad reemplaza el arte humano por los fríos números de un animal.
Mientras tanto, el wagon-train que lleva a Alice a un destino tan incierto como inevitable se mueve al compás del ladrido molesto de un perro con el nombre de un “norteño esclavista”, como lo define Billy Knapp. Perro al que, misericordiosamente, Billy se ofreció a sacrificar, pero se le escapó y seguirá molestando entre el nuevo orden abolicionista. Y es justamente Billy quien encarna el último discurso que moviliza a esos colonos hacia el Far West. Una nueva ley de 1872 del presidente Grant otorga 320 acres de tierra en Oregon a los nuevos colonos (640 si son un matrimonio). Billy invoca esta legislación y sueña con dejar su vida trashumante y asentarse de una vez. Por eso, le pide a Alice que se case con él. A cambio, él se hará cargo de su deuda. El remate de este casamiento económico es la humorada de que Billy conoce en Fort Laramie a alguien que puede santificar la unión: un tal Mr. Bourgois. Sin embargo, todo se malogra con la trágica muerte de Alice en medio de un confuso episodio de un ataque de comanches. Mr. Arthur, testigo del suicidio de Alice por miedo a quedar cautiva de los indios, tiene que llevar la noticia a Billy. Entre tanto discurso político prometedor, la muerte inesperada de la muchacha lo deja a Mr. Arthur sin palabras.
Si bien son historias autónomas, el impulso político de la nueva democracia y las imaginaciones capitalistas que despertaban en los estadounidenses esas prometedoras tierras hacen que todos sus personajes se lancen a la misma búsqueda de todas las formas del dinero. Esos “sueños de la llanura”, como los llamaría Borges, son de riqueza, pero también de muerte. El tono absurdo y cómico (reconocible en toda la obra de los Coen) de todas estas aventuras de American dreamers va contra el espíritu de gesta de muchos westerns clásicos, como los de John Ford, por ejemplo. The Ballad of Buster Scruggs, por el contrario, es una cadena de titánicos y fracasados esfuerzos humanos por apenas un puñado de dólares.
Mientras tanto, el wagon-train que lleva a Alice a un destino tan incierto como inevitable se mueve al compás del ladrido molesto de un perro con el nombre de un “norteño esclavista”, como lo define Billy Knapp. Perro al que, misericordiosamente, Billy se ofreció a sacrificar, pero se le escapó y seguirá molestando entre el nuevo orden abolicionista. Y es justamente Billy quien encarna el último discurso que moviliza a esos colonos hacia el Far West. Una nueva ley de 1872 del presidente Grant otorga 320 acres de tierra en Oregon a los nuevos colonos (640 si son un matrimonio). Billy invoca esta legislación y sueña con dejar su vida trashumante y asentarse de una vez. Por eso, le pide a Alice que se case con él. A cambio, él se hará cargo de su deuda. El remate de este casamiento económico es la humorada de que Billy conoce en Fort Laramie a alguien que puede santificar la unión: un tal Mr. Bourgois. Sin embargo, todo se malogra con la trágica muerte de Alice en medio de un confuso episodio de un ataque de comanches. Mr. Arthur, testigo del suicidio de Alice por miedo a quedar cautiva de los indios, tiene que llevar la noticia a Billy. Entre tanto discurso político prometedor, la muerte inesperada de la muchacha lo deja a Mr. Arthur sin palabras.
Si bien son historias autónomas, el impulso político de la nueva democracia y las imaginaciones capitalistas que despertaban en los estadounidenses esas prometedoras tierras hacen que todos sus personajes se lancen a la misma búsqueda de todas las formas del dinero. Esos “sueños de la llanura”, como los llamaría Borges, son de riqueza, pero también de muerte. El tono absurdo y cómico (reconocible en toda la obra de los Coen) de todas estas aventuras de American dreamers va contra el espíritu de gesta de muchos westerns clásicos, como los de John Ford, por ejemplo. The Ballad of Buster Scruggs, por el contrario, es una cadena de titánicos y fracasados esfuerzos humanos por apenas un puñado de dólares.