Año 7 / Número 26 / Junio 2019
Sobre el ocaso de las estrellas
Sunset Boulevard y All about Eve marcaron un antes y un después en la historia del cine y aún conservan toda su vigencia. Cada uno a su estilo, Billy Wilder y Joseph L. Mankiewicz abordaron los años crepusculares de las estrellas de un firmamento descarnado e impiadoso, el de los estudios de Hollywood. Historias de divas acechadas por la locura y la paranoia cuando en el horizonte de sus carreras ya asoma el final tan temido.
People who worked and suffered and struggled for fame
Some who succeeded and some who suffered in vain
Celluloid Heroes, The Kinks
Estrenadas en 1950, Sunset Boulevard (conocida en Latinoamérica como El crepúsculo de los dioses) y All About Eve (Eva al desnudo) abordan, cada una a su modo, la decadencia de una gran estrella, y ese hecho funciona como disparador de sendas aproximaciones exploratorias: a los entresijos de Hollywood y la industria del cine en el primer caso; y de Broadway y el mundo del teatro, en el otro. Sin embargo los enfoques son diversos. All about Eve versa sobre una estrella que percibe el comienzo de su declive y trata de lidiar con eso; Sunset Boulevard, en tanto, se sitúa en otro plano. La decadencia de su heroína es un hecho incontestable y sólo se sostiene en una percepción alterada de la realidad. Una parece erigirse sobre la máxima a rey muerto, rey puesto; la otra tiene más condimentos que el mero paso del tiempo y la decadencia física. El advenimiento del cine sonoro supuso una revolución en el modo de hacer cine. No fueron pocos los intérpretes que no pudieron subirse a la nueva ola. La flamante invención los condenó de modo abrupto a la obsolescencia y el olvido.
Así, All about Eve retrata la trayectoria de dos mujeres: Margo Channing, una diva de las tablas que en la cima de su éxito comprueba que tiene enfrente un destino de decadencia; y Eve Harrington, que se convierte en protegida suya y en base a toda clase de ardides tratará de abrir camino para su propia carrera. Alrededor de ellas hay un conjunto de personajes que sirven de apoyo para trazar un mapa del arte y su negocio: un director, un dramaturgo, un crítico, sus esposas, sus amantes, vanidosos esgrimistas de lo banal, que amplían el territorio de lo teatral a todos los ámbitos. La vida es un gran teatro, sugiere Mankiewicz, y el teatro en sí es un escenario eficaz para ilustrar el juego de los celos, las traiciones, las falsas amistades que se forjan con tal de conseguir oportunidades, fama, dinero. Lo resuelve mediante diálogos pletóricos de ingenio y narradores que se alternan, creando profundidad y sentido.
En Margo, que es representada por Bette Davies, por entonces de 42 años, se observa el virulento rigor con que el sistema trata la vejez de los artistas, sobre todo para las actrices. Un día es la gloria y al otro toca la intemperie. No hay piedad para la persona, se la considera una mercancía igual que cualquier otra, un juguete que será dejado de lado ni bien la moda introduzca uno nuevo. Margo es paranoica ante esa inminencia y podría decirse que la consecuencia de esos temores se manifiesta en el presente urgente. Ella, al fin y al cabo una diva, un temperamento tan agudo como el filo de sus ojos, es desproporcionada, magnificente. Su contrafigura, la Eve del título, es jovencita, ingenua y soñadora, al principio; resuelta, ambiciosa, manipuladora; conforme avanza el relato, se lleva al mundo por delante con tal de conseguir el centro de la escena. Así como una figura se agota estamos en presencia del ascenso de alguien llamado a ocupar ese sitial. Como si de un guiño metacinematográfico se tratase es especialmente iluminadora una breve participación de Marilyn Monroe, en la que muestra su desdicha por la falta de oportunidades.
La historia de Sunset Boulevard es bastante sencilla. Joe Gillis (encarnado por William Holden) es guionista, un obrero de la industria del cine que atraviesa un mal momento, no consigue conchabo, lo jaquean las deudas y considera la posibilidad de volver, vencido, a su Ohio natal. Por accidente conoce a Norma Desmond (Gloria Swanson), antigua estrella del cine mudo, que vive enclaustrada en una enorme casona, ajena a la realidad exterior, abrigando el sueño perentorio de un retorno triunfal al primer plano cinematográfico. Gillis necesita el dinero y es idóneo para escribir un guión a la medida de Norma. Juntos se embarcan en una relación que no tarda en convertirse en algo tumultuoso, una montaña rusa con cuotas de chantaje emocional y compasión.
Con estos materiales Billy Wilder compone una aproximación descarnada del lado B de la industria del cine. Revela el abandono que padecen aquellos que ya no están en las grandes marquesinas, la cínica crueldad de los popes de los grandes estudios, la vulnerabilidad a la que están expuestos los trabajadores anónimos, que semana a semana pelean por su sustento, el eterno inconformismo de los críticos y de la prensa carroñera. La mirada de Wilder es más interesada que aséptica: conoce el paño, golpea porque sabe que va a doler. Toca una fibra morbosa, exhibe descarnadamente el trastorno narcisista de Norma trabajando a toda orquesta exactamente sobre una calle característica de Hollywood, la meca del cine, la fábrica de los sueños. Allí cobra relevancia el genio de Swanson. No necesitábamos diálogos, teníamos rostros, dice Norma. Los ojos son la espada con la que se impone, aterciopelada a veces, categórica siempre. En ese, su reino, no hay lugar para otra cosa que súbditos.
La película es generosa en referencias a la historia del cine. Incluye cameos de Buster Keaton, H.B. Warner y Anna Q. Nilsson, estrellas del cine mudo; de Cecil B. DeMille, el director de las producciones faraónicas de la época actuando de sí mismo en un set de la Paramount. Cita a los grandes estudios, a películas recientes e incluso introduce unos fotogramas de Queen Kelly, donde Erich von Stroheim dirigió a Gloria Swanson. En efecto, Max, el gélido mayordomo de Norma Desmond había sido su director de cine y su esposo. Si el olvido para con la estrella es un inmerecido castigo, qué decir de ese director de cine convertido en sumiso criado. Cuando Gillies se entera de eso, la pregunta cae por su propio peso, ¿a qué lo reduciría Norma el día en que terminase con ese guión improbable?
Los años le han sentado mejor a Sunset Boulevard que a All about Eve; la riqueza de los planos y las delicadas composiciones fotográficas, así como el dinamismo del relato la catapultan merecidamente a la condición de obra maestra inclasificable. Podría ser cine negro, de hecho la historia comienza con la consumación de un crimen. Sin embargo hay una generosa cuota de humor con una progresión narrativa que se tutea con el terror gótico. En ese sentido, la realización de Mankiewicz es bastante más modesta, con muchos planos fijos que invitan a creer que uno está en el teatro, como si se regodeara de un torrente verbal a lo largo de casi dos horas y media, algo que ya prácticamente no se ve en el cine contemporáneo.
All about Eve y Sunset Boulevard se disputaron los premios Oscar de la velada de 1951 y fue con triunfo de All about Eve por seis estatuillas a tres, incluidas las de mejor película y mejor director. En ese categórico dictamen la industria le dio la razón a uno de sus capos, Louis B. Mayer que, según una anécdota bastante repetida, le espetó a Wilder: «Bastardo, mancillaste la industria que te hizo alguien y te da de comer». All about Eve invita a pensar que detrás del mundo del espectáculo hay un ecosistema en constante renovación, donde los jóvenes toman el lugar que los mayores no están en condiciones de defender, una regeneración como la que supone la primavera después del invierno. Sunset Boulevard es menos indulgente y se permite una sonrisa amarga sobre eso: la fábrica de los sueños es un altar que exige sacrificios contantes y sonantes.
¿Cómo es el sacrificio de una estrella de cine? Bastante parecido a la muerte de una estrella en el firmamento: consumiendo su propio combustible hasta agotarse. Vale para la astronomía, vale para el cine. Hay estrellas que han muerto hace años y años. Sin embargo su luz todavía nos ilumina. Como Mankiewicz y Wilder, como Bette Davis y Gloria Swanson, como Marilyn, Buster y los demás.