Año 8 / Número 29 / Diciembre 2020
Siempre serás local en este río
¿Cuántas vidas caben en Maradona? Una y mil. En la Argentina, para seguir con los lugares comunes, también se cuentan millares. Es un país taquicárdico, donde la muerte siempre es pública y es un escándalo. En este ensayo coral, cuatro narradores y futbolistas analizan los momentos claves en la vida y la carrera del mejor deportista argentino.
El caso de Juan Gabriel es semejante al del escritor Salvador Novo. Ante el acoso, Novo se defendió con el uso de la ironía y la creación del ubicuo personaje llamado Salvador Novo: Juan Gabriel con el sentimentalismo de doble filo.
Carlos Monsiváis. Escenas de pudor y liviandad (1988)
Carlos Monsiváis. Escenas de pudor y liviandad (1988)
• Es cierto ese lugar común, y lo es en el sentido más literal del término: un lugar común a todos: el que dice: en Maradona se conectaron y unieron todos los movimientos, todas las tendencias de la vida argentina: vida política y económica en primer lugar, cultural, en su acepción más amplia: en él, en sus mutaciones bruscas, aluvionales, de convicciones que nunca admiten el tono gris: la expresión de eso que antes se llamaba una raza y hoy una cultura, alcanzó su más completa expresión: más completa, sin dudas, más global: más mundial, por Mundial, que un Gardel. Maradona es como fue la Argentina: país televisivo. (Y antes, país gráfico: el cronista italiano Alberto Arbasino de visita en Baires dopo Borges advertía de los diarios argentinos: “Están hechos para indignar. ¡Indígnese!, nos conmina cada tapa, cada título, cada foto, cada recuadro”).
• ¿Cuántas vidas caben en Maradona? Una y mil. En la Argentina, para seguir con los lugares comunes, también se cuentan millares. Es un país taquicárdico. Los años de la larga muerte sin agonía de Maradona signaron el tránsito desde una sociabilidad que prefirió un modélico ‘orden mundial’ (pro norteamericano, pro europeo, orgullosamente occidental) hasta otra, la misma, que desencantada por las demoras de las promesas de esa eternidad gastada por el uso prefirió un no menos modélico edén al alcance de la mano, pero de oposición, a contrapelo de la vanidad boreal, un mercado interno y burguesía –y sus contrapesos- y uso y consumo nacional: hielo y fuego.
• Camarones descongelados y sarteneados con ajo y brócoli. Comió eso: y lo vomitó. La dieta del Diego, según se conoce, era escandalosamente cardíaca y hepática. Los sándwichs de miga, murió sin ingerirlos: sin tocarlos.
• Todo, todo sabemos del Diego. Él se encargó de eso. Se desnudó completamente, de alma, y, lo que puede ser más difícil, de cuerpo. Ubicó de frente en el centro del proscenio su anatomía entera: lo vimos de pies a cabeza: piel, pelos y señales. Carne y sangre. Que movía un corazón que vivió de extremos sin medianía de a más be sobre 2, sin excusas ni promedios, terminó siendo cuatro veces más de lo normal, según la autopsia del cadáver consigna. Después de haber sido cuatro -¿cinco?- veces más pesado que el de un varón menos audaz, según el examen de cuando el cuerpo desnudo sobre la camilla todavía latía.
• Por si hiciera falta, la decisión y el coraje de Maradona fueron, en vida, la exhibición de su cuerpo. “Odio las estatuas. Son frías. Quiero que me embalsamen, así todos me puedan ver”. Había que ver, como dice Lázaro, el cadáver. Y el hombre que lo hizo, que fijó la imagen, empleado de la funeraria, así lo entendió. Contra toda apocada lógica laboral, comercial, ahora millones pudieron entender todo de Diego hasta el final. Los que sabían qué es lo que gustaba, y disgustaba. “Son boludos, viejo”, resuena: decía el Diego, cuando una cámara de TV argentina le pegó en la frente a la entrada del penúltimo proceso: los ubicuos tribunales que erigió una sociedad apasionadamente judicial y judiciaria, litigiosa y litigante.
• Desde que hay humanidad sobre la tierra, se ha intentado demostrar que hay un más allá de nosotros:
El ser terrenal no puede aceptar eso más que como un mito que no alcanzará a satisfacer sus inquietudes sobre el tema. Pero tampoco desea saber más. Como a una caja vacía, la encofra en el lugar más recóndito de su hogar, donde solo se puede acceder en caso de ser necesario. Y ahí queda, empolvada, rodeada de telas arácnidas, esperando ser rescatada. Solo tendrá una oportunidad. O dos. Quizás tres si es especial.
• ¿Se le puede faltar el respeto a la muerte? ¿Por qué no? Después de todo, ella juega con nosotros, ¿por qué nosotros no con ella? Cada tanto, Maradona iba y abría la caja. La miraba, la desempolvaba, la limpiaba. Al abrirla, veía en ella retazos de su vida. De su infancia. De la caja en su mansión de Nápoles. Lo acompañó en su regreso a Argentina. Se instaló en Segurola y La Habana. Alguna que otra vez, fue en verano a Punta del Este. Ya no gustaba de su rol secundario: todo lo secundario es servil. Pedía encandilar las primeras planas. Pero Diego la devolvió a su espacio de sombra y de calma. A pesar de los reclamos. A los que no era sordo. Sabía que posiblemente se llevaría el premio mayor, bastante antes, no mucho después. Pero no estaba Diego solo, no era el único a quien había que tentar, y acaso tampoco convenía empezar por él. Los defensores, los rivales, temían el ridículo y el escarnio del amague que se volvía gambeta, caño, revés: inutilidad. Ni la mismísima muerte se le animaba frente a frente. Sólo macabra podría ganarse tal presa, con alevosa perspectiva, visión, panorama. Era a su círculo al que había que hipnotizar. Atraerlo a la tiniebla. Restarle luz y lucidez. Acercarle espías. Preparar el terreno. Desguarnecer a las defensas.
• Como en las batallas. Para llegar al rey, hay que sortear los flancos. Tomar de aliados a sus generales: contarles otra verdad: llamar bien al mal. Ese Rey, al cual le debían fidelidad, en realidad escondía un tesoro. No era su dinero, su fama, ni sus títulos. Solo eso pidió la dama negra. Una cita de doce horas, a solas. Medio día sin lunas ni soles. Sin quiebre ni brecha. La caja se abrió. Los recuerdos afloraron, espontáneos. Volaban las imágenes: fantásticas, fantasmagóricas: no las soñó. Goles, títulos, hijos, abrazos, tristezas, pérdidas, venganzas: amor amor amor. Una cinta de sensaciones, continua: un repaso por la gloria y su contracara el fracaso. La caja oscura pasó del negro al amarillo claro: irradió su esplendor: fugaz, eficaz. Una eternidad, unos segundos. Y se retiró: a su alta esquina, a salvo su reino y su reinado.
• Hay un riesgo: una incongruencia en escribir sobre una persona, que ha sido un fenómeno de masas, y que por eso pertenece a una ‘cultura popular’ que por definición es indemne (con derecho absoluto) a la letra impresa. Hace más de medio siglo el ensayista argentino David Viñas se burlaba de quienes citaban la calle (hoy avenida) Corrientes para hablar de Proust. O al revés.
Y por eso nunca se libran de un humorismo involuntario -el ridículo- las teorizaciones sobre un sujeto, un ser humano, Diego Armando Maradona, oscilantes entre el populismo no siempre popular ("Diego el patriota", "Diego alimentó las esperanzas del pueblo", etc.) y el elitismo no siempre distinguido, à la Sebreli ("Maradona es el símbolo de un país incorregible, irracional, y el futbol el opio...", etc.).
• Maradona murió a los 60 años. No fue perfecto como Pelé, que envejece mal desde hace décadas, cada vez más gagá, más enojado, más resentido: una promesa de agria longevidad virtuosa y pedagógica.
• Hay que decir que, en cambio, no parece exagerado el D10S como rúbrica de despedida: como dialéctica y síntesis. Cada uno de los requisitos que exige la definición y dignidad de un antiguo héroe clásico del mito y el epos occidental, griego o romano, todos y cada uno, Maradona los ofrece al ojo más distraído, a la vista más corta. Los dioses no eran eruditos: eran caprichosos, vindicativos, brutales, e impunes. Los héroes eran valientes. "¿Pero no sabías, de verdad te sorprendió que Maradona haya muerto? Si estaba física y mentalmente destruido". Es verdad, el estupor nació de que las mayorías se aggiornaron de la historia clínica de los últimos avatares de su hígado temerario, por más que estuvieran al tanto del incansable latido de su corazón solitario. Pero a esos seres tan racionales ante la desgracia ajena, que pululan entre nuestros amigos, en los chats, en las pantallas públicas y privadas, les escupimos el rostro al volver a decirles: La muerte siempre es pública y es un escándalo.
• Como en esa escultura de quien no temía unir la erudición canónica a la cultura pop (Y Maradona es punk, pop, clásico, romántico, alternativamente, o a la vez: los extremos lo tocan), en la Venus Fragmentándose de Marta Minujin, en la que el rostro de Venus está partido en cuatro, los hombros en cinco, el pecho en seis, la cintura en siete u ocho: así, hay un Maradona para cada cual, para cada momento de cada cual. Eso es lo que nos parece oportuno decir. Como Jesús en la Cruz, como el Che en Bolivia, hay una iconografía y una versión oficial de Maradona post mortem (ya oficial en el caso de Maradona, como desde la consolidación del catolicismo lo fue con Jesús) que no convencen a los que lo vieron, pero que orientan la conducta de quienes no. Maradona pertenece, por sus arrepentimientos, por el sentido de la culpa pero también de la expiación y la redención, a un dios cristiano: católico.
• Maradona llegó a la provincia de San Luis el 12 de enero de 1992 para despedir los restos de Juan Gilberto “Búfalo” Funes. Junto con otros tres futbolistas que habían sido compañeros del fallecido delantero, se comprometió ante sus hijos a finalizar la Escuela de fútbol que éste había comenzado.
Antes, con el gran Oscar Ruggeri, habían saldado la deuda con Fundación Favaloro para liberar el cadáver del puntano.
Maradona enfrentaba por entonces una sanción de 15 meses de suspensión que le habían aplicado en Italia por dar positivo en el examen anti-doping. Organizó o participó (es lo mismo) un partido a beneficio en cancha de Vélez, para recaudar fondos destinados a la Escuela de fútbol. “Yo quiero que los pibes jueguen al futbol, que no aprendan de táctica. De grandes les van a enseñar tácticas”. La FIFA, empujada por la Federación Italiana, amenazó con suspender a quienes participaran del homenaje. Acordó, con esa plasticidad que lo ha caracterizado siempre (“When the facts change, I changes my mind, what do you do, Sir?”, respondió a un necio el caballero John Maynard Keines), acordó entonces las formas y fondos del desafío con el entonces presidente de la AFA: 12 jugadores por bando, laterales con el pie, “y que se atrevan a sancionar”. No lo hicieron.
• El llanto, y más todavía, los insultos televisados de un Maradona plantado en el césped: “¡Hijos de puta!” “¡Hijos de puta!” a los italianos que hincharon por los enemigos en la final perdida por la Argentina en Italia 1990. La traición como “valor” (como palabra) en una dimensión en que cada vez más resulta incongruente en el fútbol en sus niveles más profesionales –esa con la que otro díscolo argentino, el Loco Bielsa, reacciona y se enfrenta, para incomprensión de un mundo, Occidente, cada vez más laico, más moderno, más ateo y correctico-, hace que Maradona sea indigno de quienes no comparten, con excelentes razones, las apropiaciones que de él hacen las y los políticos que buscan convertir una gestión de gobierno en una pasión “sincera”. Maradona pudo abrazar a Fidel Castro. A Chávez. Pudo visitar al Papa pero denunciar el “oro” del Vaticano. Largo, elocuente etcétera. No es seguro que, si es que se tratara de cálculos –de que Fidel Castro invitara a Maradona para reforzar su autoridad (lo que siempre es posible, aunque menos probable)-, hayan ganado en sus realidades objetivas los regímenes que recibieron un abrazo del Diego. Maradona podría ser, de pronto, un peligro. Ser una fisura nuclear: y antes la planta nuclear: y el maremoto, o el tsunami, que produce, en cuestión de minutos, la radiación fatal.
En el medio, el que sufría los efectos de esa expoliación (el Maradona ´político’), fue acechado por gentes de derechas e izquierdas y de todos los centros cuya vida no es de militantes: tampoco sabremos si Alberto Fernández quedó contento con la idea del funeral en la Casa Rosada.
• En un vestuario no hay nada más decepcionante que el que no se ducha. Si Tévez fue ídolo del Manchester, de los Oasis –cuyo hermano mayor iba a abrazar a Tévez en la ducha-, los tamaños importan, pero importan porque importa el desnudo. A Tévez, que con su animalidad en la cancha y su portentoso genital, la ducha, y la mirada (entre sus compañeros de equipo, sobre todo, o primero que todo), la decisión de hacer lo correcto –lo que se debe hacer- resulta al menos poco dolorosa. Para un 10, un gran jugador ‘artista’, en quien la mirada siempre está puesta desde afuera, el vestuario doloroso. El Diego, sabemos, no era viril en el sentido físico, exterior, de la palabra. Pero por eso mismo: dejar ver eso en el vestuario (y el que muestra sabe qué significa exhibirse a la crueldad de los demás, que exigen, desnudos, el reconocimiento y la retribución que pagan de sobra con su propio coraje) es de una virilidad de otra, más íntima, verdadera índole, de un coraje que solo hace que el respeto, la autoridad del capitán crezcan y se vean reconocidas de inmediato, sin retaceos, por el entero equipo. Maradona fue el capitán, siempre: Hay que tener huevos –toda otra frase es cobarde- para ser Maradona y estar a la altura de todas las dimensiones que se le exigen, y que él cumplió, con una conciencia absolutamente ética –individual, innegociable (porque las convicciones eran más fuertes que él mismo), no moral.
• Nadie de los que lo adoran le pidió nada. Menos los que lo detestan. Pero esa persona que vivió miliuna vidas en una, ese crack de barrio y barro al que todos declaramos mío, nuestro, igual se los dio. “No juego por dinero, yo juego a la pelota” fue la frase que lanzó cuando otros más dispendiosos le ofrecían el doble de lo que ganaba en Nápoles. Su satisfacción era llenar las caras –la mía, las nuestras- con una sonrisa, no se cansaba de repetirlo. Él sabía que ‘esa’ era la oportunidad. Efímera, voraz, mentirosa, pero al alcance de su mano.
Ese día llegó el 22 de Junio de 1986. Y ese deseado grito de gol fue suyo. Metió el gol más argentino de todos.
Cuatro minutos más tarde hizo el segundo.
• “Maestro Inspirador de los Estudiantes Soñadores”. Por si algún título le faltaba, en Oxford así lo nombraron. El 6 de noviembre de 1995, le otorgó a Maradona ese título honorífico. La iniciativa, con el aval del Centro de Estudiantes de la Universidad, fue de Esteban Cichello Hübner, un argentino por ese entonces estudiante de la institución inglesa. Llevó más gente que Reagan y Gorbachov, por mencionar apenas dos nombres y hombres de alturas universales. No era ese el ámbito del Diego, desde luego: el mechón amarillo quemado en su cabeza, los zapatos lustrados, el traje negro de una gala no académica. “El tiempo lo cura todo. Lamentablemente, fue contra los ingleses, pero lo hubiese hecho contra cualquier selección. Siempre trato de hacer lo que le convenga a mi equipo”. Y el jueguito con la pelotita de golf, que fue tomado como la “democratización” de una institución clasista por algunos, y por un “espectáculo circense” por otros: la ambivalencia –de los demás- lo sigue y persigue.
• Él fue el primer inspirado, cuando allá por 1970 lo reportearon haciendo jueguitos con una pelota de cuero en una cancha de tierra sucia, el arco con postes de madera, un mundo en blanco y negro, la melena de rulos despeinada: “Mis sueños son 2: mi primer sueños es jugar en el mundial, y el segundo es salir campeón en la octava y lo que siga en el campeonato…”. Un sueño de grande, y otro de chico. Ambos cumplidos.
• En un programa en 2005 fue invitado sorpresa de un niño de 9 años que “soñaba conocer al Diego”. Adultos herejes habían creado la Iglesia Maradoniana. Vaya inspiración. El pequeño había creció bajo ese manto, bajo ese Dios ante quien “lloró como un boludo” cuando lo vio.
• Ho visto Maradona Ho visto Maradona eh, mamma', innamorato son. / Me golpeó el corazón mamá. Ese bambino es un encanto. (Es una traducción turbia, congruente y de fuck off al purismo: Maradona es una feliz contaminación, como La Salada a orillas del Riachuelo, casi pegado al lugar en que nació).
Porque, ¿existe una canción más bella en el mundo del futbol? La letra, además, sobrepasa todas las etiquetas clínicas o culturalistas y de corrección política de todos estos años. Y admite dimensiones sensuales, de elogio que con la muerte se vuelven sacras.
• La vida maradoniana fue la del derecho inalienable a divertirse todos los días: al carpe diem. Como en la villa, según la visión que mitologiza con envidia o repugnancia, con horror clasista, las clases medias argentinas. Pero que celebran los curas villeros. “La villa es hermosa”, dicen y tornan a repetir ellos, cuya elección es por y con las villas. Y sin en embargo, a esto se añade, se adhiere la culpa por lo hecho y vivido. Maradona era culposo. Y La Culpa era el alerta allí donde el catolicismo retrocede día a día: el jesuitismo del Papa debe adorar a Maradona. Porque si hemos de hablar de la imaginería católica en el Diego (lo que explica más la devoción napolitana), el del Diego era un catolicismo abierto, sensorial (y no estrecho y persecutorio): el amor por la mamma, como una Virgen gorda, la amistad, y más, la elección más allá de los lazos sanguíneos y el matrimonio con un amigo, con un varón, y la relación, tan intensa como ardiente, tan feliz como caótica, con Guillermo Copola: el apóstol que ofrece la versión más humana y oficial pero no oficiosa, más física y espiritual, generosa, de la vida de D10s.