Revista Invisibles
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Año 6 / Número 24 / Diciembre 2018
Cine

Mi vida con ellas


En su más reciente film, el director mexicano Alfonso Cuarón apela a la memoria emotiva para construir una historia sobre sus orígenes, como un homenaje a sus raíces y a su pueblo. De esta manera, celebra a las mujeres de su vida en este drama intimista que combina elementos del documental y la crónica urbana.

Por Maximiliano Curcio
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 Pinta tu aldea y pintarás el mundo.

Lev Tolstoi

   Ganadora del León de Oro en el festival de Venecia, Roma, del director Alfonso Cuarón, se presenta como un relato autobiográfico de notable belleza técnica. Este film que se estrenó a nivel mundial en la plataforma de streaming Netflix (responsable de su producción), y en algunas salas de Buenos Aires, es uno de los favoritos para cosechar los premios más importantes de la Academia de Hollywood el año próximo.
  Cuarón posee un sello artístico bastante ecléctico, cuya filmografía oscila entre la grandiosidad espacial de Gravity, la esencia latina en películas como Y tu mamá también y la taquillera franquicia de Harry Potter. El director es cada uno de esos films y todos ellos en conjunto. Su estilo resulta, a simple vista, inclasificable. Dúctil como pocos, cuesta encasillar a un cineasta que se mueve como si fuera un eximio equilibrista entre el mainestream industrial y la introspección más personal.
  En Roma, el director apela a la memoria emotiva para construir una historia sobre sus orígenes, concibiendo este film como un homenaje a sus raíces y a su pueblo. De esta manera, celebra a las mujeres de su vida en un drama intimista como pocos. Se percibe en sutiles gestos, por ejemplo la inclusión del dilecto mixteco en los diálogos de la protagonista, Cleo (Yalitza Aparicio), con sus familiares, o las antiguas salas de cine y la inclusión de programas de TV de la época. A través de la óptica de una familia de clase media, residente en un barrio tranquilo de la siempre vertiginosa Ciudad de México, el director realiza un concienzudo estudio de clase reconstruyendo las piezas de sus afectos familiares y de su infancia, es decir, de la memoria.
  Una vez más, Cuarón recurre al plano secuencia, ese registro en el que la cámara se mueve durante minutos sin corte, como hiciera en el recordado mundo distópico de Niños del Hombre. Bajo esa perspectiva, el plano se abre para captar la totalidad del espacio y brindar libertad a la mirada del espectador. Este elegirá con qué personaje quedarse.  
  Roma recrea la imagen y los sonidos del pasado. ¿La retina no es, acaso, el perfecto dispositivo que guarda los recuerdos fotográficos de aquello que somos? Así, los recuerdos de niñez afloran para otorgar espesura emocional a una crónica urbana absolutamente subjetiva: Cuarón nos habla en tercera persona mientras indaga en su pasado. Una mirada retrospectiva que funciona, tal vez, como un recurso catártico.
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  El trabajo documental nos remite a los primeros intentos cinematográficos: documentar acontecimientos civiles, de dominio público. El cine nació con una exclusiva vocación documental y Cuarón parece homenajear la esencia del séptimo arte. El director mexicano testimonia la actividad en la calle, los vendedores ambulantes y los niños jugando se aprecian con una transparencia poética que nos acerca ese tiempo histórico.
  En el retrato del barrio ‘Roma’ que da título al film, la quintaesencia neorrealista asoma inconfundible: rodado en blanco y negro, el uso de  tiempos muertos y con actores no profesionales, destila un naturalismo extremo, cuyo título también nos familiariza con obras de Roberto Rosellini (Roma, Ciudad Abierta, 1945) y Federico Fellini (Roma, 1972). Con esa ausencia de colores, el realizador documenta la cotidianeidad. Bajo tal concepción, el blanco y negro es un recurso estético adecuado para la reconstrucción del barrio natal.
  La trama argumental no omite esos hechos históricos que afectaron la vida de los marginados en un país tercermundista, como la referencia a la violenta represión que sufriera un movimiento estudiantil que pedía la liberación de presos políticos y fueron abatidos en lo que se dio en llamar el “Episodio del Halconazo” o “La Batalla del Jueves de Corpus”, perpetrado por “Los Halcones”, un grupo paramilitar financiado por el gobierno que operaba en aquellos sangrientos años ’70, al que pertenece el oscuro personaje Fermín, amante de Cleo.
  Es por ello que el film funciona efectivamente en dos frentes. Por un lado, buscando registrar un modo de vida como estudio de campo del momento social de un país. Por otro, un personalísimo bosquejo costumbrista sobre la rutina familiar de la clase media mexicana. Y como marco, la gigantesca ciudad de México. La impronta de una ciudad populosa, frenética, apasionada y febril es el hábitat perfecto para que el director cimente esta epopeya personal.
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Cleo, la protagonista de "Roma".
   ​Cuarón dedicó la película a Libo, la niñera en quien se inspira el fundamental personaje de Cleo, como arquetipo de una sola mujer y todas ellas a la vez. En Cleo se resumen las mujeres de la colonia de Roma, quien opera como eje central del relato, protagonista de una de las tantas historias que dan vida a una nación agitada en aquellos efervescentes años ’70 (cuando el director nacido en 1961 transitaba su infancia). Salvando las distancias de clase, la crisis personal que vive Cleo no es muy distinta a la que vive Sofía, su patrona abandonada por su esposo con una familia de la que debe hacerse cargo sola, y que marcha en paralelo con un país en tensión constante, que Cuarón retrata en un perfecto mosaico social y político de un México siempre vibrante y convulso.  

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