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Año 3 / Número 11 / Septiembre 2015
ENSAYO

PRUDENTES DISTANCIAS
​Literatura argentina y realidad política en el periodismo uruguayo de René Zavaleta (1956-1958)


Las academias enseñan que la crónica periodística se volvió más vistosa y lujosa cuando escritores como Tom Wolfe, Hunter Thompson y Norman Mailer hicieron estallar las posibilidades del lenguaje expresivo. Sin embargo, el periodismo latinoamericano ya tenía sus precursores, y uno de ellos fue el escritor boliviano René Zavaleta Mercado, de quien ofrecemos sus notas sobre el fallido encuentro con Victoria Ocampo. 

por Alfredo Grieco y Bavio
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René Zavaleta y Charles de Gaulle, en 1964. Foto: Gentileza Plural Editores.
“En repetidos no sé de la escritora zozobraron muchas preguntas”. Al final de la nouvelle balzaquiana Sarrasine, la marquesa queda famosamente pensativa. Desde un comienzo, salida ella también para ser asediada por un joven, de una celebración cuyas bullas sin embargo todavía la alcanzan en el saloncito de al lado, Victoria Ocampo, esa “especie de Mecenas en versión femenina”, permanece pensativa, aunque nunca distante, ante el cronista montevideano que en 1957 se obstina en preguntarle por el peronismo argentino, sometido pero no vencido, abolido pero no plenamente sustituido en la otra orilla del Río de la Plata. “Una reticencia poco descriptiva” en “una conversación esquiva a la política” marca el desarrollo de ese encuentro orillero –orillas de la fiesta, de la política, de la literatura, de las naciones del Cono Sur. 

Intertítulos

Los intertítulos de la nota del diario uruguayo parecen sabia obra de autor. “No sabe muchas cosas”, “El argentino: un universal”, “La palabra Nacional la incomoda”. Como también el título general, que alude a la serie de libros –los Testimonios- que reunían, seriales, fragmentarios, periódicos puros, la obra breve de la escritora argentina: “TESTIMONIO, AUNQUE INCOMPLETO: VICTORIA OCAMPO NO QUIERE OPINAR SOBRE POLÍTICA”. Poco a poco, sin embargo, sí va opinando sobre la sociedad y la cultura argentinas, a las que caracteriza, en suma, como temperamentalmente ajenas y aun repugnantes al folklore, al color local, ficciones de extranjeros y de nacionalistas: “El hombre argentino tiene una vocación universal”. Aparentemente, la expresión literaria de Brasil, México y aun Chile quedaría así más cerca del hombre americano. 

Juventudes doradas

El diálogo con Victoria Ocampo, que entre reticencias ya parece encauzado, lleva a decir que Borges pesa considerablemente, que la revista Sur, que ella había fundado en 1931 y que todavía dirigía, quería estar cerca de los jóvenes, que H. A. Murena le parecía un ensayista y novelista notable –la editorial Sur lo había publicado-, que el uruguayo Juan Carlos Onetti, también, y que por eso habían publicado también en Sur su nouvelle Los Adioses en aquellos años anteriores al boom de la novela latinoamericana –pero esta última precisión no se lo decía, para no cometer un anacronismo, al cronista montevideano de 1957. El mismo que, en el mismo diario, entrevistará por esos años a otras figuras de la literatura argentina a las que la llamada Revolución Libertadora de 1955 había restituido u otorgado cátedras y honores, como Roberto Giusti o Antonio Pagés Larraya. Curiosamente, uno y otro, el crítico veterano de Nosotros y el joven argentinista, confluirán en la adjetivación para definir a la generación novelística de 1950, la que por entonces acercaba más de lo que alejaba a David Viñas y a Marco Denevi: a los ojos de uno y otro, los dos Premios Kraft de Novela (por Un dios cotidiano y por Rosaura a las diez) coincidían en el gusto y regusto por la coprofilia y la coprolalia.  

Tres orillas

La multiplicidad de los puntos de vista sobre la literatura argentina de entonces es mayor si se tiene en cuenta que el cronista montevideano, casado con una nieta del novelista uruguayo Carlos Reyles, el de El embrujo de Sevilla, es un boliviano. Un mes atrás se presentó, en la Feria del Libro paceña, la compilación de este periodismo, uruguayo y latinoamericano (también argentino) de René Zavaleta. Está reunido en el tomo III de las Obras Completas,  distribuido en dos volúmenes, el primero de 816 páginas, el segundo de 524. En su conjunto, reúnen notas de prensa publicadas entre los años 1954-1984: desde los 16 años de edad de Zavaleta hasta el año de su muerte. La edición de Plural Editores ha estado a cargo de Mauricio Souza Crespo. En su presentación, dice de su compatriota prosista el crítico boliviano, a propósito de los textos compilados: “Configuran una especie de diario de los dos oficios que ocuparon la vida profesional de Zavaleta Mercado: la docencia e investigación y el periodismo. Actividades que estuvieron, además y en su caso, casi siempre referidas al análisis –narrativo y conceptual- de la política, esa ‘historia inmediata’, ese ‘aire de todos’”. Es el diario de un gran diarista: el diario (‘íntimo’, o meramente personal) es un género que no ha sido de los más, o de los más parejamente desarrollados, en las letras latinoamericanas. Como en el caso de su casi contemporáneo, el ensayista uruguayo Carlos Real de Azúa, a quien lo unen tantas analogías, Zavaleta, nacido en Oruro en 1937, muerto en México DF en 1984, es el autor de un voluminoso diario (personal, pero también íntimo) que todavía permanece inédito. 

El periodista descolocado 

“Jamás he logrado que se cite mi nombre entre los de los periodistas bolivianos”, todavía en 1978 podía responder Zavaleta a una entrevista. La incomodidad y la dificultad para ubicarlo plácidamente en los nichos del marketing editorial han hecho que sus adversarios y sus intérpretes excluyeran a Zavaleta de un lugar central en todos y en cada uno de los géneros. Por lo que respecta a sus publicaciones como investigador y teórico e historiador social y aun sociológico, el señalamiento y la queja ante su prosa burilada y su estilo latinizante alternaba con el reproche de que este creador de conceptos necesarios (el más célebre, el de “sociedad abigarrada”) y este eficiente adaptador de categorías pertinentes (el “poder dual” en América Latina) era un nacionalista, un marxista o un bolivianista, admitidamente fértil en su heterodoxia teórica, pero que nunca había hecho trabajo de campo propio. Al Zavaleta teórico ordenan dos tomos anteriores publicados en La Paz por Plural: Ensayos 1957-1974 (2011, 788 páginas) y Ensayos 1975-1984 (2013, 788 páginas). 

Indios cabreros

Como el crítico francés Charles Du Bos sobre el historiador alemán Ernst-Robert Curtius, podemos decir de Zavaleta que por abierto que sea su pensamiento, nunca queda incircunscrito: se despliega entre puntos fijos, predeterminados, sabiamente elegidos. Zavaleta jamás adquiere nada que no lo enriquezca, pero cada adquisición ha de comparecer después ante una escala de valores que ejerce sobre aquella un cruel derecho de control absoluto. Así el marxista Zavaleta, al final de su obra, de su vida, en su obra maestra Las masas en noviembre (1983) advierte la relevancia del katarismo y de las rebeliones indígenas en Bolivia. Después de un examen atento, el nuevo huésped es ubicado en el lugar preciso que sus títulos le confieren y allí recibe la consideración que merece. Pero sólo en la medida en que no pretenda sustituir a fuerzas que son mayores, que tienen una precedencia cuya sola puesta en discusión habría impedido el ingreso de estos nuevos huéspedes en la construcción misma, que no sigue la ley de un progreso rectilíneo, sino la de una expansión concéntrica, de un crecimiento circular.    

Buen gobierno de la nueva crónica

Enseñan las academias que la escritura periodística se volvió más famosa y vistosa y lujosa cuando estilistas como Tom Wolfe o Hunter S. Thompson o Gay Talese o aun Norman Mailer levantaron en la crónica la veda del yo y exploraron e hicieron estallar las posibilidades del lenguaje expresivo con más proliferante barroquismo que clásica contención. No es menos famoso el que se haya reivindicado para el periodismo latinoamericano el haber practicado desde siempre y con buen éxito esas mismas formas, con listas y cuadros de honor que no vacilan en remontarse al irrefutablemente barroco Carlos de Sigüenza y Góngora con Alboroto y motín de los indios de México, de 1692 para llegar al dandy argentino Lucio V. Mansilla con Una excursión a los indios ranqueles de 1870, al boliviano Gabriel René Moreno con Matanzas de Yáñez de 1886 y entrar en 1902, con Los sertonesdel brasileño Euclydes da Cunha, en el siglo XX de Salvador Novo, Rodolfo Walsh y aun Gabriel García Márquez. 
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Todas estas páginas periodísticas comparten entre sí, y con las de René Zavaleta, un programa epistemológico antes que estético: si este periodismo se reclama literario, no lo es por el ejercicio supremo en la libertad de adjetivar, sino porque sus piezas ofrecen para el lector una exigencia pareja a la que reclama la literatura, presuponen las mismas formas de la atención. Según la fórmula de Souza Crespo, válida para los dos volúmenes de este tercer tomo: “El Zavaleta Mercado de estas notas de prensa es el mismo de los ensayos y los libros de largo aliento. Es decir, uno que no escribió de otra manera sino aquella que quería ser fiel al ‘arte de la digresión compleja’. Para los que creen que la redundancia pedagógica es un deber del que escribe y que la complejidad una suerte de afrenta al que lee, este volumen no será ningún consuelo: constatación acaso de que no habrá nunca para ellos un Zavaleta ‘fácil’”.​ 
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Entrevista a Victoria Ocampo

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Testimonio, aunque incompleto:
Victoria Ocampo no quiere opinar sobre política [19-7-1957] 

La escritora argentina llegó ayer

La escritora argentina Victoria Ocampo (además de su valía literaria, una especie de Mecenas en versión femenina), que dirige desde su fundación la revista Sur, de Buenos Aires, hizo anoche un intermezzo a la reunión que en su homenaje organizaron intelectuales uruguayos en la casa de la también escritora Susana Soca para conceder una entrevista a un redactor de La Mañana. La señora Ocampo visita el Uruguay desde ayer al mediodía (vino a dar una conferencia invitada por Amigos del Arte) y permanecerá entre nosotros hasta hoy a las 21 horas.
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Parecía interesante interrogar a la visitante –si se considera que sufrió pena de cárcel durante veintisiete días en tiempo de Perón– acerca de la literatura, y su relación con la vida y la política de su pueblo. Victoria Ocampo rechazó de principio toda pregunta de este orden; la entrevista discurrió en una con- versación esquiva a la política.


No sabe muchas cosas

En repetidos no sé de la escritora zozobraron muchas preguntas. La escritora, sin embargo, aceptó que el intelectual, en su país y en todos, tiene un compromiso y ciertas obligaciones con la historia de su medio y de su mundo. El diálogo se sucedió más o menos así:
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--¿Cuáles son los problemas actuales del intelectual argentino?
—No sé. Cada cual tiene su  problema.
--¿Tiene que ver el intelectual con la política?
—Sí, pero en un piso más arriba.
--¿Cuál es la situación del intelectual argentino respecto al momento de su patria?
—No entiendo nada de política, ni me interesa. El momento argentino es dramático como el de todo el mundo.

Añadió a esta respuesta que hay grandes aspectos en los que tiene posición tomada. Dijo ser, antes de nada, antitotalitaria y democrática porque las “dictaduras por sí mismas implican un estancamiento y un retroceso cultural”. “Por el solo hecho de pensar, el individuo participa en la vida social y en la política de su medio”. Indicó además que no se puede decir si a la fecha la cultura argentina se ha rehabilitado del alto obligado que impuso Perón, porque ha pasado muy poco tiempo.


El argentino: un universal

Pausada siempre, la mayor parte de sus declaraciones remataron en un hermetismo o, por lo menos, en una reticencia poco descriptiva. El motivo de esta actitud –según ella misma lo explicó– era el clima creado por la recepción que al mismo tiempo se realizaba en el salón contiguo.

La señora Ocampo dijo que “la literatura no tiene que ser el folklore, porque esa es la visión de los extranjeros y los nacionalistas”. “No necesitamos disfrazarnos de argentinos –añadió, refiriéndose a la literatura de su país– y nos interesan cosas más universales. El hombre argentino –abundó aun– tiene una vocación universal pero –como toda literatura– la expresión de esta actitud ha de tener, de por sí, una sabor argentino”. Reconoció también que es un deber trabajar con realidades  argentinas.


La palabra nacional le incomoda

Victoria Ocampo se negó también a dar al público sus preferencias entre los escritores de América, del Uruguay y la Argentina. Expresó que existe una originalidad en la expresión literaria del hombre americano (señaló los casos de Brasil, México, Chile y Argentina), pero no aceptó el denominativo de literaturas nacionales. “La palabra nacional me incomoda porque no me gustan los nacionalistas” –explicó– luego de lo cual proporcionó, a instigación del cronista, opiniones sobre variados temas, negándose continuamente a toda incursión en el plano político.

Así, en rápida sucesión, afirmó que las literaturas del mundo más conocidas en América son la inglesa, la italiana y la francesa, antes que la española; que en París la élites conocen a Borges, pero también a Neruda y a Gabriela Mistral, aunque de paso; que Graham Greene y Albert Camus son los más populares en América de los escritores europeos; que no se puede decir qué escritor consagrado argentino tiene más influencia en los jóvenes, pero que Borges pesa considerablemente; que Sur se acerca a los jóvenes o trata de hacerlo y que hay algunos que prometen, entre los que citó a Murena, ensayista autor de El pecado original de América y algunas novelas; que el uruguayo Juan Carlos Onetti le pareció un escritor interesante y que por eso Sur editó su novela Los adioses.

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