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Año 4 / Número 16 / Abril 2016
RESCATES

El primer libro de Ramón Alcalde, veinte años después


Al cumplirse dos décadas de la aparición de Estudios críticos de poética y política de Ramón Alcalde, profesor de Griego clásico y fundador del Movimiento de Liberación Nacional (MLN), publicamos el artículo de 1996 de C. E. Feiling sobre este libro clave y las entrevistas donde David Viñas y Noé Jitrik le responden sobre este intelectual argentino de izquierda que había sido su compañero en Contorno. Una Introducción de Alfredo Grieco y Bavio presenta hoy estos materiales. 

Por Alfredo Grieco y Bavio
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Una versión de esta nota y estas entrevistas que hizo C.E. Feiling fue publicada hace veinte años. En 1996, Página/12 era casi un diario: todavía no salía los lunes. El 28 de julio, la tapa de las ocho páginas del suplemento dominical de cultura “Primer Plano” exhibía como título DNI del profesor de retórica. El rhetor en cuestión era Ramón Alcalde (1922-1989). En 1984, tras las presidenciales que el año anterior habían devuelto a la Argentina su democracia electoral, Alcalde había sido nombrado Profesor Titular de Griego en la Universidad de Buenos Aires. Dos décadas cumple también Estudios críticos de poética y política, el libro que fue ocasión de aquella merecida producción periodística. Sus cuatro centenares de apretadas páginas reunían cuatro decenios inéditos o dispersos en revistas o publicaciones entonces inhallables. De algún modo, esta recopilación póstuma era también el primer libro del autor. La fijación de los textos, y aun la existencia misma del volumen, se debían, pienso, a alguien que Feiling no menciona, pero que el libro sí: alumna de Griego en 1984, María Gabriela Mizraje llegó a ser una de las mejores conocedoras de la obra de Alcalde.

Antes de que se publicaran, Charlie me contó que había hecho el mismo día -la misma tarde- las dos entrevistas que pueden leerse a continuación, y que las había hecho en el mismo edificio de la Facultad de Filosofía y Letras en la calle 25 de Mayo. Allí donde transcurre parte de la acción de su primera novela, El agua electrizada. En el primer piso entrevistó a David Viñas, en el Instituto de Literatura Argentina; en el tercer piso, a Noé Jitrik, en el Instituto de Literatura Hispanoamericana. Me lo contó a mí, pero no les informó a ellos de la coincidencia: los dos ex compañeros de Contorno ya no se hablaban, y al fin de su vida Alcalde tampoco les hablaba mucho, ni le hablaba mucho a Charlie. En el segundo piso del mismo edificio, en el Instituto de Filología Clásica, mudado después a la calle Puan, Ramón Alcalde había animado, antes de que en 1987 lo forzaran a jubilarse, un seminario memorable sobre retórica antigua.


El título general propuesto por Charlie para el conjunto de nota y entrevistas es “La Retórica militante”. Charlie sabe cómo definir muy bien la relevancia, pasada y actual, de la retórica clásica. Era un notable helenista y latinista, como las versiones y diversiones de su poemario de título palíndromo Amor a Roma demuestran; al egresar de la Carrera de Letras, ganó la Medalla de Oro, que le entregó, en ceremonioso acto en el Palacio Errázuriz, nuestro profesor de Filología Griega Carlos Alberto Ronchi March, quien también era académico de número de la Academia Argentina de Letras.
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“La retórica militante” alude de cuerpo entero a Ramón Alcalde, ex seminarista de la Compañía de Jesús, y aristotélico de estricta observancia. Menos buena sería la fórmula como resumen de Estudios..., el libro que era novedad hace veinte años, y de cuya portada se han enseñoreado, no sin motivos, otras helenas esdrújulas, crítica, poética, política.

Mientras tecleo estas referencias más o menos desordenadas, la pantalla del televisor repite las mismas imágenes en movimiento de Cristina Fernández de visita en la Capital Federal con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo. Muerto en 1989, Ramón nunca había llegado a conocer al menemismo triunfante; muerto un año exacto tras la publicación en Página/12, en julio de 1997, Charlie nunca llegó a conocer al kirchnerismo victorioso. En su novela The Spell, Alan Hollinghurst apunta que en expresiones como his lover o her lover, la palabra lover significa siempre, para el inglés actual, que esos amantes son del mismo sexo. En la Argentina de hoy, militante, como en las placas de Crónica TV que los felicitan por su aguante, significa militante K. Y “La retórica militante” podría aludir y aun designar “El relato”. Este 2016, marca el 5º aniversario de la muerte de Viñas. Eduardo J. Prieto, León Rozitchner están muertos, y Alberto Ure no da entrevistas. En veinte años, las palabras han cambiado su sentido. “Le monde s'endort / Dans une chaude lumière”, el mundo se adormece en la cálida luz equívoca del anacronismo.
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A Ramón le gustaban mucho los victorianos, empezando por Charles Dickens. Recomendaba en clase la edición de las tragedias de Sófocles (1893) que la muerte impidió completar a Richard Jebb con estas palabras: “llena del buen sentido inglés de aquella época, antes de los punks y esas cosas”. No es que no le gustara el nonsense, pero prefería a Alfred, Lord Tennyson. Un tema de su poema “In Memoriam” es muy simple: dentro de cien años, nadie tendrá memoria personal de nosotros, ninguna de las personas que nos conocieron seguirán vivas. Un siglo después, en su poema “In Memoriam Alfred Lord Tennyson”, el poeta escocés Mick Imlah le daba la razón al favorito de Ramón y de la Reina Victoria: “No one remembers you at all”. También Imlah murió, en 2008; joven, pero, hago la cuenta, vivió más que Charlie. Hollinghurst cita ese verso de Imlah en su última novela, The Stranger’s Child. “¿Qué significa recordar un verso, después de tanto tiempo?”, me había preguntado, una vez, Ramón Alcalde, las dos manos jesuíticas abiertas sobre el Ajax de Jebb. 

La retórica militante


Por C.E. Feiling
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Foto cortesía de Gabriela Esquivada
En un artículo de 1982, originariamente parte de una “Encuesta a la traducción poética” publicada en el número 4 de la revista Xul, Ramón Alcalde declaró: “(...) reivindico un retorno de las letras bellas –y no sólo en la práctica de traducir– a la unidad originaria aristofanobizantinesca de gramática, lógica, lingüística, historia, bajo la guía artesanal de la Madre del Lenguaje Reflexivamente Poético, la retórica”. Quizá sea justificable, en este caso, extraer el fragmento de su contexto para elevarlo a la categoría de definición de lo que fue la práctica –la vida– del propio Alcalde. No es difícil imaginar su semisonrisa sardónica al escribir “letras bellas”, su gusto casi masoquista por excluir a quien confunda a Aristófanes de Bizancio con el Aristófanes (apenas) un poco más famoso, su chiste privado de usar las mayúsculas para convertir a la retórica en un imposible movimiento revolucionario de izquierda, el MLRP. 

Con la edición de Estudios críticos de poética y política (Buenos Aires, 1996, 432 pp.), la revista Conjetural ha conseguido poner semejante lectura de Alcalde por lo menos potencialmente al alcance de un grupo mayor de personas. Inéditos o dispersos en publicaciones que ya no existen, los ensayos, poemas y artículos que forman el libro fueron durante largo tiempo casi un santo y seña entre quienes trataron a su autor, disfrutaron de su inteligencia y soportaron su a veces atrabiliario genio. Alcalde nació en 1922 y murió en un departamento de la calle Piedras en 1989: fue seminarista con los jesuitas, estudió Letras bajo y contra el peronismo, participó (con Jitrik, David e Ismael Viñas, Adolfo Prieto, Rozitchner, Gigli, Sebrelli, otros y otras) de la revista Contorno, fue Ministro de Cultura de la Provincia de Santa Fe, fundó el Movimiento de Liberación Nacional (MLN, “Malena” para los amigos), enseñó griego clásico en dos universidades, tradujo de varias lenguas y tuvo una decisiva influencia sobre los grupos lacanianos locales. Pese a estos antecedentes –palabra que él hubiese despreciado, denostado inclusive–, Estudios críticos... seguramente constituirá una novedad para muchos, requiere quizá de aclaraciones adicionales a las de los dos emotivos y certeros prólogos de Eduardo Prieto y León Rozitchner.


Burlona y todo, la declaración de Alcalde a Xul no oculta, sino más bien proclama a los cuatro vientos la centralidad que para él tiene la retórica. Desde sus actitudes políticas hasta su trayectoria docente pueden ser explicadas a partir de este primer amor, de este estudioso vicio adquirido con la casuística de los jesuitas, acendrado por la costumbre de los clásicos, fogueado en los mitines universitarios y ejercido por igual sobre alumnos y amigos. Para los defensores de la retórica, el vir bonus es dicendi peritus (“el varón honrado domina la palabra”), y el supremo orador et docet et delectat et permovet (“no sólo enseña y deleita, sino también conmueve”); para el larguísimo linaje de sus detractores, que comienza con Platón, la destreza verbal puede estar –y por lo común está– reñida con la pureza de propósitos y la claridad del pensamiento.

Puede que en el interés de Alcalde por hacer de la retórica una ética haya habido un rechazo de los elementos platónicos del cristianismo, que su defensa de ella haya intentado superar la prescindente definición aristotélica a la que suelen atenerse los jesuitas (“el arte de hallar en cada caso lo más apropiado para persuadir”). Lo cierto es que durante toda su vida bregó por algo de lo que no pueden jactarse muchos intelectuales argentinos, algo ajeno a la moralina fácil, populista e inculta: la idea de que en una coma, un adverbio, se juega el destino del mundo. Y lo cierto, a la vez, es que tampoco olvidó jamás el consejo de otro gran amante y defensor de la retórica, el teólogo Lancelot Andrewes: “Do not seek to be saved by Synechdoque” (“No busquéis ser salvados por una mera sinécdoque”), vale decir “No os creáis que el pensamiento puede ser suplido por tontos juegitos verbales”.
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Una gran cantidad de personas podría haber sido entrevistada acerca de la figura de Ramón Alcalde, desde Jorge Jinkis y Luis Gusmán, que editaron el libro, hasta Eduardo Grüner, Mercedes Roffé, Alberto Ure, Josefina Ludmer, Luis Chitarroni y Alfredo Grieco y Bavio. Se eligió entrevistar a David Viñas y Noé Jitrik porque fueron testigos privilegiados del momento en que Alcalde participa de la política nacional, debe abandonarla y pasa a concentrarse en la enseñanza. Otro tanto ocurrió con la propia retórica, el auge de cuyos estudios comenzó en Roma luego de la decadencia de la oratoria pública. En Roma y aquí, la culpa fue de las instituciones, del país, de la miserable vida misma.

NI FRAC NI CHIRIPÁ
David Viñas habla sobre Ramón Alcalde


Por C.E. Feiling
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David Viñas
—Quisiera pedirle primero un recuerdo de Ramón, cualquiera.

—Más que un recuerdo, prefiero dar una opinión. Quizá, hablándole así ordenado y apretando el bandoneón, yo creo que era el hombre, la persona de nuestra generación con la mejor formación humanística. Era algo excepcional en este país, desde todo punto de vista. Hay que pensar en el tironeo, la sumatoria, de su educación cristiana, su paso por la facultad, su interés por el psicoanálisis y su vigorosa lectura del marxismo. Ramón nos llevaba unos cuantos años, y la gente que estuvo más cerca de él, que eran Jitrik y Cantón, lo hizo desde un vínculo casi discipular... No sé qué pasó con Cantón, se había dedicado a la sociología... Me parece un escándalo, el modo en que Ramón dejó la facultad. Debe haber muy poca gente en este país capaz de leer un texto clásico como él. Yo una vez le escuché un curso sobre teatro griego, algo único. Y el modo en que dejó la facultad, justificado presuntamente porque a sus clases casi no iban alumnos, sólo puedo llamarlo un despilfarro, una cosa de bedeles.

—Pero él ya había tenido enfrentamientos varios con las instituciones. Pienso en el frondizismo...

—El frondizismo desde el lado político, si usted quiere. Él tuvo un enfrentamiento categórico con las expectativas que había abierto, o había dejado abrir, Frondizi. Y además está la práctica concreta de Frondizi en el gobierno, ¿no? No olvide que Ramón fue el  Ministro de Cultura de Silvestre Begnis, en Santa Fe. Cuando Frondizi... hace el panqueque, digamos, mi hermano Ismael, Ramón y otros que ahora no recuerdo lo van a ver y le dicen: “Mire doctor, nosotros nos vamos, olvídese del petróleo y la mar en coche; nosotros renunciamos y pasamos a la oposición”. Esto en Alcalde tiene que ver con un... elemento decisivo, con una característica de su personalidad, lo que podemos llamar su rigorismo. Yo eso lo sentí en Rosario, en una oportunidad en que lo traté bastante, allá por el ’61, ’62, quizá ’63, cuando pasé una temporada en Rosario dando clases... Casualmente el otro día estuve con la persona que estaba muy a su lado en aquella época, un gran poeta argentino (dicho esto con todos los decantados que implica hablar de “un gran poeta argentino”), Aldo Oliva... ellos eran los responsables del MLN en Rosario. Bueno, en la facultad (en esa época el decano era Adolfo Prieto) nos veíamos casi todos los días. Parecía un personaje de Corneille, lo que supone, además de su rigorismo, cierta dificultad en el trato personal, por lo menos conmigo. Eso por una parte. Hay una amiga, María Gabriela Mizraje, que creo que participó en la factura de este libro, que me hablaba de la cantidad de papeles y notas que quedaron... En proporción a lo que Alcalde podría haber dado, sin embargo, todo lo que hay es apenas, como se dice, “un botón de muestra”. Quizá habría que reunir los textos que son de más fácil acceso, que pueden tener un público más amplio. Me parece, ¿no?

—¿Cómo se produce el pasaje de Contorno al frondizismo y más allá?

—Contorno era un grupo de gente muy joven, nada muy sistemático, una revista que se hacía en una imprenta de los curas allá por la calle Montes de Oca. Aparte de Noé y Cantón, Ramón de quien fue más amigo fue de Ismael, porque... el momento Contorno... como frecuentación y encuentro dura del ’53 al ’55, luego deriva en una práctica política. Ramón es el hombre que más cree en la apuesta de Frondizi. Yo me acuerdo que fuimos juntos al Luna Park, donde Frondizi habla de los obreros, y a Ramón aquello que a mí me suena como cosa demágogica, intelectual... lo fascina, él ya estaba embarcado, desesperado diría por encontrar un modo de intervenir en política. Después del ’55 a mí me interesan otro tipo de cosas, de posibilidades que se abren y hoy son casi inexistentes, como el teatro y el cine. Tanto él como mi hermano Ismael, en cambio, hacen una especie de... un culto de la política. La prueba está que, cuando entran en crisis ante el Frondizi de los años ’59, ’60, fundan el MLN, mientras que yo escribo Dar la cara, donde hay un personaje que tira Petróleo y política al canasto. ¿Qué quiero decir con esto? Que yo a él lo traté, lo frecuenté más, en los años previos al ’55. Después nuestra amistad se va diluyendo, mejor dicho espaciando... a medida que se fortalece su relación con Ismael, excepto en aquella oportunidad en que voy a Rosario, como le conté.

—¿Qué le hubiera gustado que Ramón escribiese, o que le gustaría encontrar que escribió, ya que quizá esté entre los papeles que quedan?

—Antes quisiera agregar una cosa. Un día fuimos a la casa de Frondizi, en el Parque Lezica... la calle Otamendi, Rivadavia, por ahí. Ramón tenía una calentura con la austeridad de Frondizi, lo que se compadecía con su ademán... principal, podemos decir. Bueno, en el hall de la casa había un enorme retrato de la hija. Yo en esa época estaba muy vinculado a la pintura, entre otras cosas por Adelaida Gigli y toda su familia, lo veía mucho a Alonso, iba a su estudio... y el cuadro me pareció un horror, algo de pinturería. Entonces le dije a Ramón: “Mirá, este hombre tiene una fisura... considerable... un hombre que se pretende de cierto nivel intelectual no puede tener un cuadro así en su casa”. Ramón me criticó mucho, me contestó que no podía juzgar a alguien por un detalle así, pero con el tiempo, con el tiempo, me lo reconoció.
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Respecto de lo que escribió Ramón, me pregunta usted. Él tenía una capacidad formidable para la polémica. Alguna vez lo vi en un consejo directivo de la Universidad, no sé si aquí o en Rosario. Era Aristóteles discutiendo con Menem. Ramón hablaba en esencias, iba al carozo de las cuestiones. Yo creo que para interpretarlo, es una hipótesis, hay que pensar que siempre estuvo buscando una ecuación entre todo el peso de sus saberes y un lenguaje que se hiciera cargo del auditorio. A mí me parece que lo logró en el artículo sobre la Iglesia o en el que es contra Abelardo Ramos (Viñas se refiere a “La Iglesia argentina: instrucciones para su uso” e “Imperialismo, cultura y literatura nacional”). Quizá este intento de ecuación se superponga con el proyecto fundamental del MLN, conjurar todo lo que sea un lenguaje... pedante por un lado, y también un conjuro de la caída... populista. Entonces había una especie de emblema para nosotros, que era “Ni frac ni chiripá”. Si vos te ponés frac, tanto si te ponés un frac como si te ponés un chiripá, estás disfrazado. Pero a Ramón creo que lo inhibieron sus conocimientos; fue, como muchos heterodoxos argentinos (y digo heterodoxos, no diletantes), sobre todo un gran lector, uno de nuestros más hábiles lectores.

"Una especie de vértigo"

Noé Jitrik habla sobre Ramón Alcalde
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Noé Jitrik
—¿Tiene algún recuerdo en particular de Ramón?

—Tengo una catarata de recuerdos. Incluso el primer día que nos vimos lo recuerdo: llegó a la Facultad de sombrero y sobretodo, y nosotros ya no usábamos sombrero. Lo recuerdo con una cara de aguilucho, con una curiosidad, una inquietud... y al mismo tiempo una mirada irónica, casi provocativa.

—¿En qué año fue eso?

—Eso debe haber sido en el ’48. Poco a poco nos fuimos vinculando, a principio a través de las clásicas, pero también a través de la provocación. Él venía impregnado de la atmósfera del seminario, venía con ideas muy de sacristía. Nunca le voy a perdonar que a final de ese año (ya andábamos muy juntos), cuando le pedí que me recomendara un libro para las vacaciones, supongo que sería una broma, me recomendó un libro cuyo título... cuyo autor era Fray Gerundio de Campasas, un ladrillote... Él, con el sistema de pensamiento que había adquirido en el seminario, trataba de demoler nuestros argumentos reformistas, protomarxistas, defendía por ejemplo a Franco... Creo que estaba en su naturaleza, su índole... sus cambios eran muy espectaculares, era un tipo que necesitaba convencerse, convertirse hasta casi por revelación. Yo sospecho que los cambios ideológicos en él se debieron más bien a razones de tipo humano. Cuando salió del seminario estaba ávido de gente, de mujeres. Con el pretexto de que sabía latín conseguía rodearse de las muchachas más interesantes del curso... Creo que por esa vía, y por la curiosidad que le provocaba gente como yo... fue entrando en una cosa completamente nueva, y poco a poco los recuerdos de Fray Gerundio y el franquismo se fueron al demonio. Yo resumiría toda esa etapa, para mí, con que hay dos Ramones: el primero va desde el ’48 hasta más o menos el ’58, ’60, quizás un poquito más. Fue un Ramón que me trajo una gran alegría, fue una relación... jocunda. Era de algún modo un maestro, no sólo de latín y griego, sino de lo expositivo, del rigor. Después entró en un cono de sombras, del que yo no lo vi emerger ya nunca, como si lo hubiera ganado una suerte de decepción, de no sé qué, que lo hizo reconcentrarse y reservarse. En los últimos años tenía una mirada gélida, distante, como si hubiese algo en mí que le pareciera criticable o yo fuera culpable de algo, y la verdad que se fue a la tumba sin que yo llegase a saber qué me reprochaba. Otra cosa que nunca entendí fue que con todas sus capacidades, con la prosa que ya dominaba en el ’48, no hubiese escrito más, que hubiese privilegiado la lectura y el aprendizaje a la dimensión de la escritura... puede que haya sido por una modestia radical, una modestia autodestructiva como la de un Edgar Allan Poe.

—¿La decepción del frondizismo no habrá tenido que ver con eso?

—Creo que... sí. Pero, ¿cómo fue la cosa? Porque en realidad quien estuvo más cerca de Frondizi fui yo, yo estuve trabajando puerta de por medio con él. Y yo fui el primer tipo al que Frondizi le dio el esquinazo, a la semana de haber llegado al gobierno... no tenía ningún cargo oficial, era un secretario privado y todo el mundo lo sabía. Alguna vez incluso hice reuniones en mi casa, me llamó al día siguiente de las elecciones para organizar cosas, pero como resultado de una intriga que atribuyo al frigerismo, quedé afuera rápidamente. De modo que, para sentirse decepcionado, yo tuve argumentos más fuertes, mucho más que Ramón o los otros compañeros de generación, porque después de todo Ramón pudo hacer su experiencia política como Ministro de Cultura en Santa Fe... Y yo lo fui a ver varias veces en el ejercicio de su cargo, y era algo, su paso por ahí fue significativo, no fue una cosa intrascendente. Después él se apartó, junto con Ismael y otros, por un análisis político, y decidieron tomar otro camino, volver a una izquierda más pura... No hubo, por lo tanto, mayor decepción que la de cierta ominipotencia, la de haber querido, frondizismo mediante, dejar una marca profunda en el país. Yo, en cambio, tuve motivos personales para la decepción, pero salvé mi vida entrando a la literatura, que era lo mío... y poco a poco la cuestión Frondizi y el frondizismo fue cayendo en el olvido... como algo deleznable, si se quiere. Se puede hablar, entonces, de una respuesta de grupo o generacional, pero hay que marcar las diferencias porque había lenguajes y actitudes distintas. Que Ramón en particular se sintiera luego decepcionado sí lo entiendo justamente por las posibilidades que se le habían abierto de hacer política. Y hacer política es algo que todo el mundo a la corta o a la larga puede despreciar, pero es fascinante y tentador. Nadie puede decir: “política es mierda”, eso es soberbio... y cuando se la tiene al alcance de la mano, como nos pasó a nosotros, pues sí... fue... una especie de vértigo.

Pero volviendo a la figura de Ramón, he tenido la oportunidad de revisar el libro, y me dio la sensación de un espesor, de una profundidad que hubiera merecido un desarrollo orgánico mucho mayor. En este libro lo que me parece muy notable son los poemas, mientras que los artículos en que vuelve a la noción de deber... “yo debo decir la palabra definitiva”, que era una de sus características... si podemos hablar de eso... alguna vez con él sí lo hablé... en los artículos, en cambio, me parece que hay como un declive, que empiezan con un brío extraordinario y poco a poco se va cansando, en cambio los poemas son enteritos. Yo veo ahí la nostalgia de una obra más integrada, de un encuentro consigo mismo que no se dio en ese plano, aunque sí en el plano de la personalidad, de la docencia, de la irradiación.

—¿Y qué hubiera esperado que Ramón escribiese?
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—En una época yo hubiera esperado cualquier cosa, porque estaba convencido que cualquier cosa que escribiese me iba a deslumbrar, me iba a ser útil en el sentido horaciano de la palabra. Nunca pensé demasiado en cuestiones de género, en que había que hacer esto o lo otro... Luego, con el paso del tiempo... me pareció que él tendría que haber terciado en el combate de las ideas, en lo que pareció insinuarse en la figura de Martínez Estrada y después se diluyó... nadie escribe... si usted quiere puede asociarlo con el ensayo, que es cierto que se vive como una opción de género, pero no se trata de eso, se trata de que alguien con la clara inteligencia y el estilo de Alcalde se ocupara de las situaciones básicas. A nadie se le escapa que de las situaciones básicas de la cultura nadie escribe, nadie se ocupa, todos nos dilapidamos en cuestiones ancilares y secundarias: si tal novela es buena o no es buena, si se lee o no poesía, si los suplementos culturales sirven para algo, pero no pensamos en lo básico: la crítica, la posición de la ciencia, nuestra situación discursiva, las aspiraciones de una autonomía cultural... esas cosas eran para Ramón, él estaba en condiciones de hacerlo. De hecho, aunque lo que escribió sobre las Malvinas me resultó tan indigerible (Jitrik se refiere al artículo “Las Malvinas Argentinas”, que figura en el libro, y a otros aún no recopilados), como tema, como objeto de reflexión, él podría haberle dado una gran trascendencia, y es una de aquellas cuestiones básicas: qué significa para un país la pérdida, pero no en términos del nacionalismo burdo. Él era capaz de verlo, y por eso se acercó al tema, pero no sé qué pasó en el camino.
 
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