Revista Invisibles
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Año 7 / Número 25 / Marzo 2019
sociedad

Políticas del erotismo


La reciente publicación de un artículo del filósofo Slavoj Žižek, donde analiza el trabajo de la fotógrafa Laura Dodsworth, provocó reacciones tan superficiales como efímeras. En este ensayo, la autora retoma las ideas allí planteadas para advertir sobre el riesgo de que la desexualización de los cuerpos y la regulación del erotismo, lejos de ser libertades conquistadas, operen como nuevas formas de control político.

Por Alexandra Kohan*
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Žižek fotografiado por David Levene
 Ellos levantan el velo para ver. Lo femenino para los hombres es el sexo cercenado que define a la diosa del amor. Es el nacimiento de Venus. Es lo que no pueden ver. Es lo que espían, pero es lo que no ven. Ven y no ven. Ven, pero quieren conservar los ojos.

Pascal Quignard
 
Si hablamos de erotismo, hablamos inequívocamente del malentendido de la carne.

Juan B. Ritvo 
​I. El 15 de febrero de este año, el Spectator Usa publica una nota de Slavoj Žižek titulada: Let’s not demystify the vagina, please. In eroticism, there is only a small step from the sublime to the ridiculous. Algo así como “no desmistifiquemos la vagina, por favor. En el erotismo, entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso”. La reacción de cierto feminismo biempensante estalló rápidamente en las redes. Además de revelar que no habían leído la nota, los indignados esgrimieron en contra del filósofo esloveno “argumentos” que ponían en evidencia un mal actual: el corrimiento del plano de las ideas hacia el plano de lo personal. En lugar de dar el debate conceptual, se pasa a atacar el cuerpo del otro, y por ende lo personal emerge sin mediaciones de ningún tipo. Se arrasa con la diferencia por medio de una indignación que no se priva de ser reaccionaria y, en ocasiones, machista: “jubilen a este señor”, “machizurdo”, “qué mal debe coger Zizek”, “gordo”, “sucio”, “viejo Raúl intelectual”, “lo que pasa es que los intelectuales no cojen”, “tiene olor a culo”,  etc. Y no faltaron, por supuesto, los tiros por elevación al psicoanálisis y a Lacan. El dogmatismo se defiende con munición pesada. Lo bueno: antes las “malcogidas” éramos las mujeres, ahora, gracias a ciertas luminarias del feminismo, sólo lo son los intelectuales viejos y sucios. ¡Hemos progresado! 
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Womanhood: The Bare Reality, 2019, de Laura Dodsworth

​II. A propósito de una trilogía de libros de fotos de Laura Dodsworth, el último de los cuales está dedicado a las vulvas, Žižek se detiene en su artículo a subrayar una verdad de hoy: que el intento de desexualizarlo todo no hace más que mellar el camino hacia el erotismo. Si algo vino a producir el descubrimiento freudiano, es justamente la escisión entre sexualidad y genitalidad. Las zonas erógenas de un cuerpo no se subsumen en los genitales. De todas maneras, el gesto que pretende hacer del cuerpo una cosa más en el mundo de los objetos desexualizados no deja de llamar la atención de Žižek y su intervención puede ser muchas cosas, pero no es ingenua. Quiero decir que Žižek sabe que el erotismo no se va a terminar porque se hagan muestras de vulvas y libros de penes, pero apunta a una reflexión que implica pensar las distintas maneras en que el erotismo se va configurando en cada momento, en las consecuencias que ciertos discursos y representaciones van teniendo en dicha configuración. Para ello no se refirió solamente a la vulva –como señalaron aquellos que no leyeron la nota-, sino también al pene y a los pechos, es decir, a la trilogía publicada por Dodsworth: Bare Reality: 100 Women, Their Breasts, Their Stories, de 2015, Manhood: The Bare Reality, de 2017 y Womanhood: The Bare Reality, de 2019.  No deja de ser una ilusión la idea de que desexualizando los genitales –Dodsworth pretende que la vulva no sea solamente concebida como un sitio de actividad sexual- podría controlarse qué puede ser pasible de erotismo y qué no.

De todas formas, lo que queda señalado en el texto de Žižek es la siguiente paradoja: a mayor desexualización, mayor represión. Es por eso que considero que la intervención del autor es, antes que todo, una intervención política. Se sirve de un concepto de Herbert Marcuse (en el artículo puesto a cuenta de Adorno y Horkheimer), el de “desublimación represiva”. Dice Marcuse en El hombre unidimensional:  “parece que tal desublimación represiva es operativa en la esfera sexual, y en ella, como en la desublimación de la alta cultura, opera como un subproducto de los controles sociales de la realidad tecnológica, que extiende la libertad al tiempo que intensifica la dominación. El nexo entre la desublimación y la sociedad tecnológica puede comprenderse mejor analizando el cambio en el uso social de la energía instintiva.” Lo dice en 1954, resuena en 2019. Marcuse también habla de la “desublimación institucionalizada”, que “parece ser un elemento vital en la configuración de la personalidad autoritaria de nuestro tiempo”. Se advierte así hasta qué punto se institucionalizan los modos de gozar, se administra la libido y se garantiza un control aún más eficaz sobre los cuerpos: estamos obligados a gozar y a mostrar cómo lo hacemos. En esa obligatoriedad se cifra lo represivo. Porque se trata de una desublimación que se adapta al poder y que sólo genera sumisión a esos modos de gozar que están en las antípodas de una supuesta liberación. En cambio, sigue Marcuse, “la sublimación preserva la conciencia de la renuncia que la sociedad represiva impone al individuo y por tanto preserva la necesidad de liberación”. En el mismo sentido se podría leer el planteo de Pier Paolo Pasolini: “la tolerancia ha convertido en muy poco tiempo al sexo en algo triste y obsesivo. La represión del poder tolerante es de todas las represiones la más atroz.”
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La intervención de Žižek nos recuerda que el erotismo no es algo que esté por fuera de lo político. De hecho, desde el pensamiento clásico, desde El Banquete de Platón por lo menos, hasta las conceptualizaciones de la biopolítica, no hacemos sino interrogar de qué maneras, de qué formas, el poder opera en nuestros cuerpos: en el erotismo, en el amor y en la sexualidad, mostrando ostensiblemente que nuestro cuerpo no es nuestro. 
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Laura Dodsworth en una sesión fotográfica para su libro.
III. No hay dudas de que hoy, allí donde en apariencia todo es posible, donde la libertad es pretendidamente absoluta, donde la sexualidad y los modos de gozar están supuestamente al alcance de la mano, allí mismo, se van cifrando, paradójicamente, la represión y la censura. Ahora bien, no hay represión sin retorno de lo reprimido. En esta época en la que todo se da a ver, ya casi no queda lugar para espiar. Todo está ahí, a la vista, y sin embargo se habla de stalkeo. Allí donde todo se da a ver se genera la paranoia contemporánea: “soy stalkeado por el otro”. Esa paranoia denuncia que ahí donde un fetiche debería funcionar como velo –velando lo que no hay-, fracasa y erige en la escena pública aquello que debiera permanecer velado. Este nudo también es revisado por Žižek en Pedir lo imposible, cuando refiere que “lo que está despareciendo realmente aquí es la propia vida pública, la misma esfera en la que uno funciona como agente […] El dominio público está desapareciendo rápidamente y lo tratamos como un dominio privado”. Lo que se suscita, además de angustia, es persecución. Sentirse mirado todo el tiempo no es sino el reverso de esa imposibilidad de velar algo. Si todo se ofrece a la mirada, ya no hay modo de escandir las escenas, las fantasías; ya no hay resquicio, ya no hay alternancia entre luces y sombras: estamos cegados de tanta claridad. Mirar de frente, mirar sin bajar la vista, mirar, mirar, mirar: no hay modo de no terminar como objeto de esa mirada. Pretender verlo todo, pretender aclarar todo, pretender tener las cosas siempre claras, pretender que nuestro cuerpo sea transparente, pretender que no haya opacidad, pretender que mostrarlo todo es lo opuesto a censurar, pretender que decirlo todo es lo opuesto a callar. Cuerpos, sexualidad, vidas privadas, experiencias traumáticas, intimidad: todo expuesto en los medios masivos y en las redes sociales en nombre de que, ahora sí, somos libres y tenemos derecho. Y contrariamente a lo que se supone, no se trata de una liberación ni de hacer de ciertos gestos, gestos políticos; no se trata de una visibilización de aquello que urge mostrar, sino de una pura exposición que va cercenando la posibilidad de diferenciarnos de una masa que se sostiene en un discurso algo autoritario: “todos somos iguales y nos pasan las mismas cosas”. A ello se refiere Beatriz Sarlo en La intimidad pública (2018), cuando dice que “las nuevas intimidades las produce un aparato óptico repetitivo especialmente diseñado para responder a la demanda ininterrumpida y serial del mercado”. Por otra parte, señala que “cuando la intimidad se vuelve pública las consecuencias son por lo menos dos: […] la intimidad tiene ese aspecto de humanidad común […] ¿cómo no identificarse con esos sentimientos? En segundo lugar [….] la intimidad pública es igualadora”. En ese sentido, todo es pasible de ser exhibido como mercancía y de ser consumido. 
        
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Manhood: The Bare Reality, de 2017
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​IV. Las imágenes dan la ilusión de que podría ocuparse todo -un verdadero agobio-. Y es ahí que la palabra viene a escandir ese todo y a producir resquicios por donde puede pasar otra cosa, resquicios por donde puede empezar a respirar el deseo. No se trata de que la palabra venga a disputarle un territorio a la imagen, sino más bien que ella misma produce un territorio en el que el sexo nunca podrá narrarse del todo. La opacidad del lenguaje hace que nuestros cuerpos nos sean, además, inaccesibles per se, que mantengan su opacidad. La imagen pretende iluminarlo todo, pero el sexo insiste enigmático y se va acomodando a la sombra, en la opacidad. Me gusta cuando Juan B. Ritvo dice que “un cuerpo es sombra que se adensa, forma plural hecha de una pluralidad de agujeros”. Esa densidad y esos agujeros no están en la imagen, sólo se precipitan por y en las palabras. En definitiva, como señala Julio Canosa, “es el lenguaje el que recorta: oculta y revela en la misma operación. Si el erotismo depende del lenguaje, entonces la mera sobreexposición de imágenes no tiene chances de erradicar lo erótico por mucho que el afán de transparencia complique el encuentro con lo opaco”. 

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V. Después de las vicisitudes que tuvo en su recorrido, el cuadro El origen del mundo, de Gustave Courbet, fue adquirido por Jacques Lacan para su casa de fin de semana en Guitrancourt. Se dice que la compra fue un consejo de Georges Bataille. La historia es conocida: al cabo de un tiempo, Sylvie Bataille, ahora Sylvie Lacan –sí, en Francia las mujeres usaban el apellido de sus cónyuges-- sugiere a Jacques que por favor cubra el cuadro de algún modo. Es así que se le pide a André Masson que realice un panel de madera con un dibujo abstracto para cubrir, para disimular la figuración. Resulta difícil no leer en esa anécdota las consideraciones de Lacan sobre la función del velo en el erotismo. Leyendo “El fetichismo”, un artículo de Freud, y afirmando que “lo que se ama en el objeto es lo que falta”, hace hincapié en cómo la noción de velo resulta fundamental para que pueda suscitarse el deseo. No se trata de velar por pudor, de tapar algo que está ahí, sino lo contrario: se trata de que el velo disimule lo que no hay. Esa falta es, justamente, el lugar donde se prende, donde se engancha el deseo. El velo permite que se proyecte una imagen que cautiva, que fascina y a la vez realiza, más allá, el objeto del deseo. El fetiche tiene, entonces, esa ambigüedad: a la vez que señala una ausencia, la vela. Y ello no es sino con el lenguaje, en el lenguaje.  Es la alternancia la que es en sí misma erótica; es, como dice Roland Barthes, la intermitencia la que es erótica: “la de la piel que centellea entre dos piezas, entre dos bordes; es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición desaparición”. Sylvie Lacan con su pedido no hace sino exacerbar el erotismo del cuadro, que hoy se muestra sin velos y al desnudo a la luz de los reflectores del Musée d´Orsay. 
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El origen del mundo, de Gustave Courbet.

VI. Barthes nos recuerda que, para Georges Bataille, lo opuesto al pudor no es la libertad sexual, sino la risa. Esa risa que viene a testimoniar por la caída de lo que se erige como fatal. No resulta indistinto ni indiferente que, en el subtítulo de la nota, Žižek haga alusión a Heinrich Heine, uno de los autores más mencionados por Sigmund Freud en el libro sobre el chiste (la frase “entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso” es de su autoría). Contemporáneamente a Freud, Karl Kraus había reparado en el paralelismo existente entre erotismo y chiste, diciendo que ambos nacen de una inhibición que actúa como un dique. En definitiva: la risa hace que la solemnidad del cuerpo inhibido fracase un poco, se tropiece y lo saque del pudor y del poder por otra vía que no sea la obligatoriedad de mostrarse, la ineludible obligación de hacerse ver, la ineluctable demostración de que se conoce el cuerpo, de que se sabe de él. La risa disuelve la fascinación que provoca una imagen fálica: “fascinus es la palabra romana para nombrar el phallós”, nos recuerda Pascal Quignard.

Se trata entonces de dejar de fascinarse, de renunciar a falicizarlo todo; de hacer del cuerpo algo susceptible de ser agujereado. Soportar que tropiece, que falle, y despertar un poco de la prescripción generalizada que hoy nos obliga a gozar, a saber y a conocer nuestros cuerpos. La risa, en las antípodas de la fascinación, puede hacer del erotismo una contingencia que engañe –al menos un rato- al poder.

No es casual que no haya habido nada de esto en los ataques dirigidos a Žižek: es que la indignación moral lo ha arrasado todo, incluida la risa.
 

*Alexandra Kohan es psicoanalista y docente regular de la Cátedra II de Psicoanálisis: Escuela Francesa, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). También es docente y supervisora del Centro Dos. Allí, además, dicta seminarios. Integra el grupo de investigación y lectura Psicoanálisis Zona Franca. Cursó la maestría en Estudios Literarios de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para cuya finalización escribió la tesis Barthes y Lacan: la lectura como resistencia a la doxa. Colabora habitualmente en Revista Polvo y otros medios. Colaboró en Feminismos, de Leticia Martin. Coordina diversos grupos de lectura. Acaba de publicar Psicoanálisis: por una erótica contra natura, en IndieLibros. 
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