Año 7 / Número 26 / Junio 2019
Paul Groussac y una cuestión pendiente
En 1910, año del primer centenario de la Revolución de Mayo, Paul Groussac, por entonces director de la Biblioteca Nacional, publicó Las islas Malvinas. Nueva exposición de un viejo litigio, donde expone los derechos territoriales, históricos y políticos de la Argentina en torno a las islas del Atlántico Sur. En este ensayo, Paula Salerno analiza ese texto fundamental a poco de cumplirse 90 años de la muerte del intelectual franco argentino.
[Es necesario] incorporar esta idea, esencial en el litigio, de que la cuestión de las Malvinas es una cuestión pendiente. Quien desconociera dicha importancia so pretexto de que es enteramente doctrinal y no presupone nada daría prueba de una ceguera singular.
Desde la posesión británica de las Malvinas en 1833 pasaron casi ochenta años hasta que se escribió el primer libro de Historia dedicado exclusivamente al conflicto por las Islas. Su autor tenía un objetivo concreto: “exponer una vez más y, si se puede, con más rigor que hasta hoy, los derechos positivos e imprescriptibles de la República Argentina a la propiedad del archipiélago”. Se trata del libro Las islas Malvinas. Nueva exposición de un viejo litigio, publicado en 1910 y escrito por el entonces director de la Biblioteca Nacional, Paul Groussac. El próximo 27 de junio se cumplen 90 años de la muerte de este intelectual francés que inauguró la conformación de un argumentario aún vigente a favor de los derechos argentinos sobre el territorio insular. Sin embargo, la incidencia de Las islas Malvinas en el país no fue inmediata; tuvieron que pasar casi treinta años hasta que este hito de la bibliografía nacional fuera accesible para quienes no formaban parte de la elite intelectual. Es que el libro de Groussac fue publicado, en el año del primer centenario de la Revolución de Mayo y en nuestro país, en idioma francés.
Como buen hombre de letras e “hijo adoptivo” de Argentina -así reza la dedicatoria en la tapa de Les Îles Malouines-, Groussac, un perfecto conocedor del castellano, revive el gesto sarmientino de clavar en el ideario nacional una consigna política en lengua francesa. Esto se puede entender a la luz de la centralidad que Groussac ocupa en el mundillo intelectual porteño de entonces. Los ideales europeos reinan en un país consolidado bajo la idea de nacionalidad instaurada por los principios revolucionarios de 1789, en un contexto donde los viajes al viejo continente hacen las veces de rito de iniciación para toda figura pública ilustrada. La voluntad europeizante de Groussac se plasma en sus funciones de embajador cultural y responde a una política de la exclusividad en la formación, donde la lengua es bastión del intelectual: “La lengua francesa es peligrosamente atractiva para los extranjeros: es la coqueta Céliméne, que sonríe a todos, que parece dar esperanzas a todos y que nadie -nacido fuera del dulce país- ha poseído nunca”, confiesa el historiador.
El idioma, como símbolo distintivo, cumple un rol axial en la configuración de la dimensión polémica del discurso de Les Îles Malouines, en el cual se torna “extranjera” casi cualquier persona argentina. De hecho, si Groussac defiende la nación, evita al mismo tiempo, en nombre del progreso, defender a sus gobernantes. Su libro despliega los derechos territoriales de “un país, que por muy bajo que hubiese caído entonces, tenía que hacer respetar todo un pasado de nobleza y gloria”. Y en este glorioso pasado originario tiene un lugar protagónico la nación francesa que, cuenta Groussac, en el siglo XVIII poseyó legítimamente las Malvinas gracias a la gesta del héroe Bougainville. En 1767 Francia cedió los derechos de posesión a España, posteriormente heredados por su colonia del Sur en el proceso de independización. De ahí viene, asegura Groussac, el nombre del territorio: “Malvinas” es un gentilicio que se asocia a las expediciones francesas, procedentes de Saint-Malo, es decir, realizadas por los maluinos. El nombre de las Islas, entonces, “no es más que la adaptación española, o más bien argentina, del nombre francés”. Se refuerza así el lazo que el historiador tiende entre su patria natal y su madre adoptiva: mediante la elección del idioma y de la temática a la que dedica su obra, Groussac resuelve discursivamente la situación de un francés que no quiere dejar de serlo y de un inmigrante integrado profusamente a la vida argentina.
Como buen hombre de letras e “hijo adoptivo” de Argentina -así reza la dedicatoria en la tapa de Les Îles Malouines-, Groussac, un perfecto conocedor del castellano, revive el gesto sarmientino de clavar en el ideario nacional una consigna política en lengua francesa. Esto se puede entender a la luz de la centralidad que Groussac ocupa en el mundillo intelectual porteño de entonces. Los ideales europeos reinan en un país consolidado bajo la idea de nacionalidad instaurada por los principios revolucionarios de 1789, en un contexto donde los viajes al viejo continente hacen las veces de rito de iniciación para toda figura pública ilustrada. La voluntad europeizante de Groussac se plasma en sus funciones de embajador cultural y responde a una política de la exclusividad en la formación, donde la lengua es bastión del intelectual: “La lengua francesa es peligrosamente atractiva para los extranjeros: es la coqueta Céliméne, que sonríe a todos, que parece dar esperanzas a todos y que nadie -nacido fuera del dulce país- ha poseído nunca”, confiesa el historiador.
El idioma, como símbolo distintivo, cumple un rol axial en la configuración de la dimensión polémica del discurso de Les Îles Malouines, en el cual se torna “extranjera” casi cualquier persona argentina. De hecho, si Groussac defiende la nación, evita al mismo tiempo, en nombre del progreso, defender a sus gobernantes. Su libro despliega los derechos territoriales de “un país, que por muy bajo que hubiese caído entonces, tenía que hacer respetar todo un pasado de nobleza y gloria”. Y en este glorioso pasado originario tiene un lugar protagónico la nación francesa que, cuenta Groussac, en el siglo XVIII poseyó legítimamente las Malvinas gracias a la gesta del héroe Bougainville. En 1767 Francia cedió los derechos de posesión a España, posteriormente heredados por su colonia del Sur en el proceso de independización. De ahí viene, asegura Groussac, el nombre del territorio: “Malvinas” es un gentilicio que se asocia a las expediciones francesas, procedentes de Saint-Malo, es decir, realizadas por los maluinos. El nombre de las Islas, entonces, “no es más que la adaptación española, o más bien argentina, del nombre francés”. Se refuerza así el lazo que el historiador tiende entre su patria natal y su madre adoptiva: mediante la elección del idioma y de la temática a la que dedica su obra, Groussac resuelve discursivamente la situación de un francés que no quiere dejar de serlo y de un inmigrante integrado profusamente a la vida argentina.
Avanzada la década del ‘30 Les Îles Malouines fue traducido al castellano a raíz de un proyecto de ley impulsado en 1934 por el senador socialista Alfredo Palacios. Junto a la traducción publicada en 1936, se realizó un compendio del libro, a cargo de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares, destinado a la enseñanza de la cuestión Malvinas en las escuelas de todo el país. Este gesto difusor se repitió casi medio siglo después: libro y compendio fueron reeditados en 1982, en plena guerra. En 2012 la Biblioteca Nacional y la editorial L’Harmattan realizaron una nueva edición de Les Îles Malouines, esta vez en francés, cuya presentación se realizó en la Casa Argentina en París. Por último, en 2015 se publicó una edición facsimilar del compendio a cargo del Ministerio de Educación de la Nación, que reproduce textualmente aquel primer ejemplar de 1936.
¿A qué se debe la vigencia del libro de Groussac? ¿Por qué la insistencia en la relectura de aquella obra fundacional?
La publicación de 1910 se organiza en tres capítulos. El primero explica la sucesión de acontecimientos que dio lugar a la apropiación británica de las Islas desde comienzos del siglo XIX. El segundo se remonta a los viajes de descubrimientos iniciados en el siglo XVI, y define a los primeros navegantes que llegaron a las Malvinas, integrantes de la expedición holandesa comandada en 1598 por Sebald de Weert. El tercer capítulo relata las primeras ocupaciones de las Islas en el período comprendido entre 1706 y 1810, redirigiendo la atención hacia los sucesos del primer capítulo. Como se ve, la exposición de los hechos escapa al ordenamiento cronológico, según Groussac, “en provecho del orden lógico”. Y la organización textual gira en torno a los contenidos del capítulo II, “tocante al innegable valor actual de los diversos factores que pueden concurrir a la adquisición legítima por el Estado, de un territorio sin dueño”. Este capítulo se sitúa precisamente en el centro físico del texto y contiene la explicación de las condiciones necesarias para la adquisición de territorios. Al enunciar en el centro del espacio textual los principios básicos de posesión, la geografía y la política se unen en la obra que es, a la vez, una superficie de exploración, un texto que incita a y necesita de la relectura.
¿A qué se debe la vigencia del libro de Groussac? ¿Por qué la insistencia en la relectura de aquella obra fundacional?
La publicación de 1910 se organiza en tres capítulos. El primero explica la sucesión de acontecimientos que dio lugar a la apropiación británica de las Islas desde comienzos del siglo XIX. El segundo se remonta a los viajes de descubrimientos iniciados en el siglo XVI, y define a los primeros navegantes que llegaron a las Malvinas, integrantes de la expedición holandesa comandada en 1598 por Sebald de Weert. El tercer capítulo relata las primeras ocupaciones de las Islas en el período comprendido entre 1706 y 1810, redirigiendo la atención hacia los sucesos del primer capítulo. Como se ve, la exposición de los hechos escapa al ordenamiento cronológico, según Groussac, “en provecho del orden lógico”. Y la organización textual gira en torno a los contenidos del capítulo II, “tocante al innegable valor actual de los diversos factores que pueden concurrir a la adquisición legítima por el Estado, de un territorio sin dueño”. Este capítulo se sitúa precisamente en el centro físico del texto y contiene la explicación de las condiciones necesarias para la adquisición de territorios. Al enunciar en el centro del espacio textual los principios básicos de posesión, la geografía y la política se unen en la obra que es, a la vez, una superficie de exploración, un texto que incita a y necesita de la relectura.
Este ir y venir necesario entre los capítulos es acompañado por otro recorrido que expone el quehacer historiográfico de Groussac. El libro presenta un constante vaivén entre la afirmación de la verdad y la enunciación de la duda. La segunda es posibilitada en tanto la primera aparece no sólo como presente sino también como búsqueda: la verdad es cada cita textual y dato geográfico que colman el texto, pero la verdad es también aquello que se busca a lo largo de la investigación desplegada en Les Îles Malouines. Esta búsqueda es el centro desde el cual se mueve la tarea del historiador tanto hacia el pasado -búsqueda de la verdad- como hacia el futuro -búsqueda de una solución al conflicto-. En la conclusión del libro, en efecto, se manifiesta la problematización de los recovecos de la historia sobre los que el enunciador afirma “estamos casi tranquilos”. Esta inquietud se lee también en los signos de puntuación. Los numerosos puntos suspensivos que atraviesan las explicaciones dicen el espacio en blanco.
Al describir el primer mapa fiable de las Islas, realizado por Frézier, Groussac hace hincapié en la honestidad de su creador, quien por un lado señala los terrenos conocidos y “los sitúa correctamente” y, por otro lado, decide que la costa occidental del archipiélago quede “en blanco, habiendo preferido el autor, por un escrúpulo que lo honra, confesar su ignorancia en este punto más bien que inducirnos en error”. Se trata de un espacio en blanco que representa lo desconocido: un vacío sobre el cual recaen las dudas es el punto de fuga que reúne los desconocimientos a la vez que asume el afán cientificista que legitima la propia posición. Paralelamente, los pasajes en que abundan datos precisos y las notas al pie que a veces ocupan la mitad de la página son el gesto mismo de una acción que se propone completar aquellas faltas y, con ello, recuperar las Islas.
Más aún, Groussac llena el capítulo II de “como quiera que sea” y “sea como fuere”. El desconocimiento del futuro une al escritor y sus lectores, mientras los separa de un adversario que ignora el futuro por creerlo ya definido. Los saltos temporales que tejen el libro de Groussac son ese gesto que se rehúsa a aceptar la linealidad contada por los vencedores y que prefiere dar vuelta la historia, empezar desde el presente e ir hacia el pasado. Para invertir los hechos, para recuperarlos, a partir del reconocimiento de la imposibilidad de llenar ese espacio en blanco de la historia, el enunciador asume sus ganas de realizar lo que en términos de Rancière es un salto al vacío, que concibe lo verdadero como lo no asequible. Quizás por eso mismo el tercer capítulo aclara desde el comienzo que las expediciones se relatarán “sin insistir más y sobre todo sin buscar excusa a nuestra culpable indiferencia”. Es ese blanco el que justifica la escritura de Groussac y el que avala a la vez que expone la necesidad de argumentar sobre Malvinas. Y es también ese espacio en blanco el que habilita un lugar para Francia en la historia argentina. Ese vacío fijado por la pluma permite completar la historia y, al mismo tiempo, insistir en la posición argentina sobre un conflicto donde la falta es constitutiva: Malvinas es un territorio faltante y es, como dice el autor, “una cuestión pendiente”.
Al describir el primer mapa fiable de las Islas, realizado por Frézier, Groussac hace hincapié en la honestidad de su creador, quien por un lado señala los terrenos conocidos y “los sitúa correctamente” y, por otro lado, decide que la costa occidental del archipiélago quede “en blanco, habiendo preferido el autor, por un escrúpulo que lo honra, confesar su ignorancia en este punto más bien que inducirnos en error”. Se trata de un espacio en blanco que representa lo desconocido: un vacío sobre el cual recaen las dudas es el punto de fuga que reúne los desconocimientos a la vez que asume el afán cientificista que legitima la propia posición. Paralelamente, los pasajes en que abundan datos precisos y las notas al pie que a veces ocupan la mitad de la página son el gesto mismo de una acción que se propone completar aquellas faltas y, con ello, recuperar las Islas.
Más aún, Groussac llena el capítulo II de “como quiera que sea” y “sea como fuere”. El desconocimiento del futuro une al escritor y sus lectores, mientras los separa de un adversario que ignora el futuro por creerlo ya definido. Los saltos temporales que tejen el libro de Groussac son ese gesto que se rehúsa a aceptar la linealidad contada por los vencedores y que prefiere dar vuelta la historia, empezar desde el presente e ir hacia el pasado. Para invertir los hechos, para recuperarlos, a partir del reconocimiento de la imposibilidad de llenar ese espacio en blanco de la historia, el enunciador asume sus ganas de realizar lo que en términos de Rancière es un salto al vacío, que concibe lo verdadero como lo no asequible. Quizás por eso mismo el tercer capítulo aclara desde el comienzo que las expediciones se relatarán “sin insistir más y sobre todo sin buscar excusa a nuestra culpable indiferencia”. Es ese blanco el que justifica la escritura de Groussac y el que avala a la vez que expone la necesidad de argumentar sobre Malvinas. Y es también ese espacio en blanco el que habilita un lugar para Francia en la historia argentina. Ese vacío fijado por la pluma permite completar la historia y, al mismo tiempo, insistir en la posición argentina sobre un conflicto donde la falta es constitutiva: Malvinas es un territorio faltante y es, como dice el autor, “una cuestión pendiente”.