Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
En el jardín de dios
Tomando como punto de partida un viaje a la India, la historia íntima de una familia es evocada en poemas de aliento narrativo que traen imágenes poderosas del nuevo mundo y transmiten una experiencia atravesada por el dolor, el asombro y la pregunta por lo sagrado.
En el comienzo de este primer libro de Daniel Lipara (Buenos Aires, 1987), los poemas recuerdan a un objeto en vías de extinción: el álbum de fotos familiar. Vemos a la tía obesa, aficionada a comprar calcomanías de ángeles en Once. Vemos al padre taxista y asador. A unas simpáticas abuelas nigromantes. A una madre que, con su presencia amorosa y su enfermedad terminal, desayuna junto al hijo de once años.
A través de un yo poético, que crece en espesor mientras pasan las páginas de Otra vida, la voz del hijo recupera una a una de estas imágenes. Evoca la historia íntima de una familia, la suya, desde su origen en la isla Lipari hasta el momento en que todo está a punto de cambiar: “ y pienso no voy a acordarme de ella / no voy a darme cuenta si la veo en otra vida”.
Como en las fotografías del álbum, cada poema presenta a la persona al tiempo que condensa una o más anécdotas, esos fragmentos caprichosos de vida que la memoria del escritor escoge para volcarlos en su literatura. Las vidas de esta familia se cruzan en un viaje a la India que emprenderán la madre y sus hijos para buscar sanación en manos del famoso líder espiritual Sai Baba.
Nombras las cosas es darles vida, decía William Carlos Williams. En este poemario, los personajes, como actores de una tragedia griega, son presentados mediante didascalias que enlazan sus nombres con las cosas que estos nombres representan: Liliana, flor de lirio; Susana, flor de loto; Jorge, el labrador. Las secuencias onomásticas sugieren algo acerca de la personalidad de cada personaje. Pero sobre todo preparan el terreno para lo que vendrá, el viaje a ese “(…) colmillo / que cuelga de la tierra / sobre las aguas negras del océano Índico”, donde los nombres y las cosas cobrarán la fuerza de los símbolos y encontrarán algo parecido a su destino. Promediando el libro, las didascalias funcionan como discretos apuntes (si Jorge el labrador viniera a Ezeiza, avión, silencio) para una obra que amasa los materiales del recuerdo en puro presente y en estado de poesía.
Sin perder la frescura de los ojos azorados de un niño, Lipara va hilvanando poemas extensos, de aliento narrativo, que combinan la métrica imparisílaba y el sistema rítmico, y se complementan y se suceden como capítulos de una novela, invitando a los lectores a seguir la suerte de sus personajes, y a asombrarse, junto a ese chico que él fue, con el descubrimiento de un nuevo mundo. Otra vida gana intensidad cuando la escena se traslada al ashram del Sai Baba en Puttaparthi, poblado indio al que acuden fieles de todo el planeta.
Quiso el azar (o el Señor, que, sabemos, obra por vías misteriosas) que la publicación de este libro por Editorial Bajo la luna coincidiera con el año en que el documental Wild Wild Country reavivó la polémica y la fascinación en torno a los cultos y los gurúes espirituales. Recordemos: la serie desnuda una feroz disputa de poder entre los seguidores de Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho, y el estado de Oregon, disputa conducida por la mente brillante y manipuladora de la enamorada-antagonista de Osho, Ma Anand Sheela. Más allá de la extraordinaria trama, a la que los directores y las usinas de Netflix supieron sacarle su jugo, conviene recordar que Osho vendió muchísimos libros después de muerto y que la salud de su movimiento no corre peligro. También Sai Baba tuvo sus denuncias, sus detractores y seguidores, entre los que se cuentan algunos ex primeros ministros de la India.
A través de un yo poético, que crece en espesor mientras pasan las páginas de Otra vida, la voz del hijo recupera una a una de estas imágenes. Evoca la historia íntima de una familia, la suya, desde su origen en la isla Lipari hasta el momento en que todo está a punto de cambiar: “ y pienso no voy a acordarme de ella / no voy a darme cuenta si la veo en otra vida”.
Como en las fotografías del álbum, cada poema presenta a la persona al tiempo que condensa una o más anécdotas, esos fragmentos caprichosos de vida que la memoria del escritor escoge para volcarlos en su literatura. Las vidas de esta familia se cruzan en un viaje a la India que emprenderán la madre y sus hijos para buscar sanación en manos del famoso líder espiritual Sai Baba.
Nombras las cosas es darles vida, decía William Carlos Williams. En este poemario, los personajes, como actores de una tragedia griega, son presentados mediante didascalias que enlazan sus nombres con las cosas que estos nombres representan: Liliana, flor de lirio; Susana, flor de loto; Jorge, el labrador. Las secuencias onomásticas sugieren algo acerca de la personalidad de cada personaje. Pero sobre todo preparan el terreno para lo que vendrá, el viaje a ese “(…) colmillo / que cuelga de la tierra / sobre las aguas negras del océano Índico”, donde los nombres y las cosas cobrarán la fuerza de los símbolos y encontrarán algo parecido a su destino. Promediando el libro, las didascalias funcionan como discretos apuntes (si Jorge el labrador viniera a Ezeiza, avión, silencio) para una obra que amasa los materiales del recuerdo en puro presente y en estado de poesía.
Sin perder la frescura de los ojos azorados de un niño, Lipara va hilvanando poemas extensos, de aliento narrativo, que combinan la métrica imparisílaba y el sistema rítmico, y se complementan y se suceden como capítulos de una novela, invitando a los lectores a seguir la suerte de sus personajes, y a asombrarse, junto a ese chico que él fue, con el descubrimiento de un nuevo mundo. Otra vida gana intensidad cuando la escena se traslada al ashram del Sai Baba en Puttaparthi, poblado indio al que acuden fieles de todo el planeta.
Quiso el azar (o el Señor, que, sabemos, obra por vías misteriosas) que la publicación de este libro por Editorial Bajo la luna coincidiera con el año en que el documental Wild Wild Country reavivó la polémica y la fascinación en torno a los cultos y los gurúes espirituales. Recordemos: la serie desnuda una feroz disputa de poder entre los seguidores de Bhagwan Shree Rajneesh, más conocido como Osho, y el estado de Oregon, disputa conducida por la mente brillante y manipuladora de la enamorada-antagonista de Osho, Ma Anand Sheela. Más allá de la extraordinaria trama, a la que los directores y las usinas de Netflix supieron sacarle su jugo, conviene recordar que Osho vendió muchísimos libros después de muerto y que la salud de su movimiento no corre peligro. También Sai Baba tuvo sus denuncias, sus detractores y seguidores, entre los que se cuentan algunos ex primeros ministros de la India.
Otra vida no descuida la dimensión de fervor y fanatismo de quienes aceptan ser discípulos y entregarse a un maestro. Sin juzgarlos, rescata esas imágenes poderosas que suelen rodear a los cultos: “y el hombre que arma bolsas de ceniza / bajo el alero como el ala de un insecto”; “como lava / que encandila a un mono de la selva / así los fieles salen / cuando ven a dios”; “olvidá lo que te trajo / tu escuela tus amigos la chica que te gusta tu otra vida”.
Lipara transmite el encantamiento, el misterio y el dolor de una experiencia con versos que prescinden de conectores, de puntos y comas, para dotar a sus poemas de un pulso orgánico en el que confluyen narración, voz interior y metáforas. Este discurrir atiende a la materialidad del mundo, o de los mundos, desde el Taunus con el capó abierto en Mataderos a los panyabis de los fieles o los rickshaws indios. El poema se enriquece cuando irrumpe una voz lírica deslumbrada. Los coolers de unas computadoras sueltan “un rumor de viento y noche”. Un anciano en la fila para ver a Baba es “rugoso como la voz / de alguien que volviéndose un árbol tiene labios todavía”.
La mirada del niño en la India no trasunta condescendencia ni se regodea con el exotismo. Tampoco propone una conversión espiritual inmediata. Nunca olvida el autor quién es ni de dónde viene. Este nuevo estado de cosas convive con el pasado y con las voces del pasado que Lipara organiza a lo largo del libro. Como pequeñas plegarias o mantras, algunos versos se repiten; los “soplos de humo” del asado paterno, la tía que conecta con los dioses y los oye pasar por el cielo, las “frutas deliciosas / que ofrecen un deleite extraordinario”. Los integrantes del álbum familiar, esa constelación de seres queridos, viajan junto al poeta. Incluso los que no se tomaron el vuelo Ezeiza-Nueva Delhi-Bangalore, entran y salen del texto hasta las últimas páginas como dioses personales de una religión panteísta que funde lazos afectuosos y turbulentos, hogares y barrios de una ciudad natal, la indeleble geografía de la infancia.
Otra vida está atravesado por la pregunta de lo sagrado, pregunta que, como en todo gran poema, no halla respuesta o cierre. Acaso lo más notable de este primer libro sea que, casi sobre el final, Lipara contagia una especie de éxtasis. Un arrobamiento parecido al de quien repite un mantra, eleva una oración, entona un canto. En la serie de bellísimos poemas-cantos, que llega en el momento justo del texto, no hay ninguna respuesta, pero sí algo cercano a la experiencia mística o el trance. Cuesta elegir uno solo para citar:
Lipara transmite el encantamiento, el misterio y el dolor de una experiencia con versos que prescinden de conectores, de puntos y comas, para dotar a sus poemas de un pulso orgánico en el que confluyen narración, voz interior y metáforas. Este discurrir atiende a la materialidad del mundo, o de los mundos, desde el Taunus con el capó abierto en Mataderos a los panyabis de los fieles o los rickshaws indios. El poema se enriquece cuando irrumpe una voz lírica deslumbrada. Los coolers de unas computadoras sueltan “un rumor de viento y noche”. Un anciano en la fila para ver a Baba es “rugoso como la voz / de alguien que volviéndose un árbol tiene labios todavía”.
La mirada del niño en la India no trasunta condescendencia ni se regodea con el exotismo. Tampoco propone una conversión espiritual inmediata. Nunca olvida el autor quién es ni de dónde viene. Este nuevo estado de cosas convive con el pasado y con las voces del pasado que Lipara organiza a lo largo del libro. Como pequeñas plegarias o mantras, algunos versos se repiten; los “soplos de humo” del asado paterno, la tía que conecta con los dioses y los oye pasar por el cielo, las “frutas deliciosas / que ofrecen un deleite extraordinario”. Los integrantes del álbum familiar, esa constelación de seres queridos, viajan junto al poeta. Incluso los que no se tomaron el vuelo Ezeiza-Nueva Delhi-Bangalore, entran y salen del texto hasta las últimas páginas como dioses personales de una religión panteísta que funde lazos afectuosos y turbulentos, hogares y barrios de una ciudad natal, la indeleble geografía de la infancia.
Otra vida está atravesado por la pregunta de lo sagrado, pregunta que, como en todo gran poema, no halla respuesta o cierre. Acaso lo más notable de este primer libro sea que, casi sobre el final, Lipara contagia una especie de éxtasis. Un arrobamiento parecido al de quien repite un mantra, eleva una oración, entona un canto. En la serie de bellísimos poemas-cantos, que llega en el momento justo del texto, no hay ninguna respuesta, pero sí algo cercano a la experiencia mística o el trance. Cuesta elegir uno solo para citar:
como una jaula en el jardín de dios
esa higuera de bengala
con raíces aéreas en las ramas que crecen hacia abajo
se incrustan en la tierra
en el jardín de dios.