Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
Nick Cave en vivo en el Teatro de Verano de Montevideo
El pasado 8 de octubre, Nick Cave dio un recital en el Teatro de Verano de Montevideo, donde presentó su disco Skeleton Tree. El crítico musical, Pablo Strozza, cruzó el Río de la Plata para ver el show de este singular performer que puede cantar la canción más punk del planeta o transformarse en el mejor émulo de Frank Sinatra. En esta nota exclusiva para Invisibles, te contamos lo que pasó.
1- “¡Viene Nick Cave!”. La noticia trascendió una mañana, mientras en casa desayunábamos con mi mujer el habitual mate con tostadas de pan negro untadas con queso light blanco. “¿Dónde toca?”, fue mi pregunta y la mueca, del otro lado de la mesa, no presagiaba un buen lugar. “En el Estadio Malvinas Argentinas”. Agarré la computadora y navegué hasta dar con los datos de la gira sudamericana: el australiano y sus Bad Seeds tocarían, además de en Buenos Aires, en Santiago, San Pablo y Montevideo. “Vamos a verlo a Brasil, Cave vivió ahí”, arengué, con un incomodo silencio como asombrada respuesta. “O a Santiago, que vos no conocés… O a Montevideo”. El silencio seguía, y se le sumaba una mirada de asombro. “¿Vos viste a Nick Cave en el 96, cuando tocó tres veces acá?”. “No”. “Bueno, de esas tres veces yo lo vi dos: en el Opera y en Prix D’Ami. Tenés que verlo, y en un lugar lindo y placentero: va a ser un show de esos que no te vas a olvidar más. Y el Malvinas es un lugar con una acústica imposible. Vamos a Uruguay, y nos quedamos unos días después del show”. Uruguay, esa palabra mágica para mi esposa, fue la que torció la pulseada a mi favor. Luego, unos días después y a un par de clicks de distancia, un par de plateas fueron nuestras. De ahí, esperar una promo en el ferry y ya: el 8 de octubre me reencontraría con uno de esos tipos a los que le profeso una admiración fiel desde hace más o menos treinta años. Un hombre que, además, es un performer de esos que casi no quedan, que puede ser en una canción el punk más sacado del planeta y en la siguiente el mejor émulo de Frank Sinatra. Un señor que cuenta cuentos en forma de canciones, y que hizo que me sumergiera en la literatura gótica del sur de los Estados Unidos, una de sus influencias y, a partir de esas lecturas, uno de mis géneros literarios favoritos. Un tipo con una elegancia innata, que pasó de sus pantalones de cuero morrisonianos de la época de Birthday Party a lucir ambos inmaculados combinados siempre con camisas y zapatos al tono (no se le conocen fotos en blue jeans, o al menos yo no vi nunca ninguna). Un jefe que encabeza una banda que, con cambios, siempre parece ser una facción de la mafia puesta al servicio de la música. Y, por último, una persona que tras haber estado varias veces al borde de la muerte por sus adicciones, se limpió desde hace décadas pero que no pudo evitar una visita cercana de la parca cuando, hace un par de años atrás, su hijo Arthur cayó al mar desde un acantilado de Brighton en pleno viaje lisérgico y no pudo contar el cuento como una mala anécdota adolescente.
2- Mi primer acercamiento con la obra de Cave fue por una cassette TDK de 90 minutos, que del lado A tenía grabado Kicking Against The Pricks y del otro lado Prayers On Fire de Birthday Party. La primera impresión fue de desconcierto: ¿qué hacía un cover de “All Tomorrow’s Parties” de Velvet Underground en uno? El hombre que está a los gritos pelados en el otro lado cantando “Zoo Music Girl”, ¿es el mismo que en el lado anterior cantaba en un blues “I’m Gonna Kill That Woman” y luego una canción sobre correr asustado (*)? La época descripta era una época pre Internet, y me llevó un tiempo descubrir que Kicking… era un disco de versiones, y que Prayers… era anterior, y que esa banda Birthday Party no existía más. Tampoco entendía por qué a un after punk le podían gustar John Lee Hooker y Roy Orbison, tipos a los que ese adolescente que fui descalificaba y este “adulto” de hoy aprecia con devoción. Esa era una constante de ese pasado que me tocó vivir: muchas veces los músicos, ante la falta de información, actuaban como educadores, con Luca Prodan como mejor ejemplo argentino. Un tipo que introdujo a un montón de gente (su gente) a Joy Division, Peter Hammill, Captain Beefheart o John Martyn. Cave, a su modo, actuó de manera similar cubriendo ambos flancos de esa cinta: el más estadounidense, relacionado al country y a la literatura sureña y, también, el industrial y europeo, gracias a los oficios de Blixa Bargeld. Así comencé a coleccionar discos de los Bad Seeds y Birthday Party, pero también de Einstürzende Neubauten, Die Haut, Anita Lane, Barry Adamson y Crime & The City Solution por un lado (lo que llamé para mí mismo para siempre “La familia Bad Seed”, y así están ordenados en mi discoteca), y de Hooker, Orbison y Johnny Cash por otro. A partir de ese acto fundacional, fui para atrás y para adelante con la obra del australiano, establecí mi propio canon (The Firstborn Is Dead, Tender Prey, From Her To Eternity, Let Love In y Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus como favoritos) y Nocturama como única decepción. Nada mal para una afición (el rock and roll) que a veces suele cobrarse las decepciones del artista para con el fan de manera cruel. Nunca fue así con Nick Cave.
2- Mi primer acercamiento con la obra de Cave fue por una cassette TDK de 90 minutos, que del lado A tenía grabado Kicking Against The Pricks y del otro lado Prayers On Fire de Birthday Party. La primera impresión fue de desconcierto: ¿qué hacía un cover de “All Tomorrow’s Parties” de Velvet Underground en uno? El hombre que está a los gritos pelados en el otro lado cantando “Zoo Music Girl”, ¿es el mismo que en el lado anterior cantaba en un blues “I’m Gonna Kill That Woman” y luego una canción sobre correr asustado (*)? La época descripta era una época pre Internet, y me llevó un tiempo descubrir que Kicking… era un disco de versiones, y que Prayers… era anterior, y que esa banda Birthday Party no existía más. Tampoco entendía por qué a un after punk le podían gustar John Lee Hooker y Roy Orbison, tipos a los que ese adolescente que fui descalificaba y este “adulto” de hoy aprecia con devoción. Esa era una constante de ese pasado que me tocó vivir: muchas veces los músicos, ante la falta de información, actuaban como educadores, con Luca Prodan como mejor ejemplo argentino. Un tipo que introdujo a un montón de gente (su gente) a Joy Division, Peter Hammill, Captain Beefheart o John Martyn. Cave, a su modo, actuó de manera similar cubriendo ambos flancos de esa cinta: el más estadounidense, relacionado al country y a la literatura sureña y, también, el industrial y europeo, gracias a los oficios de Blixa Bargeld. Así comencé a coleccionar discos de los Bad Seeds y Birthday Party, pero también de Einstürzende Neubauten, Die Haut, Anita Lane, Barry Adamson y Crime & The City Solution por un lado (lo que llamé para mí mismo para siempre “La familia Bad Seed”, y así están ordenados en mi discoteca), y de Hooker, Orbison y Johnny Cash por otro. A partir de ese acto fundacional, fui para atrás y para adelante con la obra del australiano, establecí mi propio canon (The Firstborn Is Dead, Tender Prey, From Her To Eternity, Let Love In y Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus como favoritos) y Nocturama como única decepción. Nada mal para una afición (el rock and roll) que a veces suele cobrarse las decepciones del artista para con el fan de manera cruel. Nunca fue así con Nick Cave.
3- Con su melancolía inherente y su lentitud paradigmática, su modernidad legal y su mar dulce, su comida orgánica y su pasión por el whisky y el tabaco, y su fascinante universo propio en blanco y negro que dialoga con las mejores puestas de sol, se puede decir sin exagerar que Montevideo es la ciudad más Bad Seed de América del Sur. Y el Teatro de Verano, un mini Hollywood Bowl oriental, a priori se presentaba como un lugar ideal para ver a Cave, a pesar del pronóstico de lluvia para el preciso momento del show. Más allá de las dotes de Nick como frontman, el hecho de que la gira estuviese calificada por la revista británica Q como uno de los mejores cinco shows para ver hoy por hoy aumentaba las expectativas, al mismo tiempo que la formación de la banda sin el malogrado Conway Savage en teclados y con Warren Ellis como lugarteniente absoluto de Cave también era un gran signo de pregunta previo.
Al contrario de lo que suele hacer Bob Dylan, el repertorio de Cave en vivo es casi el mismo a lo largo de toda la misma gira. Entonces no llamó la atención de nadie la apertura con “Jesus Alone”, “Magneto” y “Higgs Boson Blues”, dos canciones de Skeleton Tree, su último disco, y la otra de Push The Sky Away, su predecesor, respectivamente. Lo que no estaba en la expectativa ni del fan más acérrimo fue el vínculo de cercanía que el cantante propuso con su audiencia. Era muy poderoso ver como versos como “With my voice I’m calling you” de “Jesus Alone” o “Can you feel my heartbeat?” de “Higgs Boson Blues” eran cantados cara a cara por Cave ante las primeras filas, y que esos pedidos fueran verdaderos exorcismos en forma de gritos de socorro, ciento por ciento alejados de cualquier forma de demagogia. “Quiero hablarles de una chica…”: la famosa intro de “From Her To Eternity” dio paso al punk rocker, revoleo de micrófonos incluido. Y a partir de ahí todo fue ganancia para el grupo y para la audiencia.
Una hermosa versión de “The Ship Song”, con Cave al piano, marcó la mitad exacta del recital, dio paso a su faceta de crooner y acercó el comentario obligado: tras señalar al cielo, el anfitrión señaló con temor y ansiedad a la tormenta que se aproximaba. Pero poco después, “Tupelo” importó hacia el Uruguay la leyenda de los gemelos Elvis Aaron y Jesse Garon Presley, para recordarnos el nacimiento del Rey en la localidad vecina a Memphis al mismo tiempo del deceso de su hermano, en la que era la recta final del show, que corría cabeza a cabeza con la lluvia inminente. Y tras una versión demencial de “Jubilee Street”, “The Weeping Song” suplió la ausencia del dueto entre Cave y Blixa Bargeld con Cave cantando el tema entre medio de la gente, para reforzar ese deseo de comunión. Los primeros acordes de “Stagger Lee” coincidieron con los primeros gotones, y con un Cave que forcejeaba con un patovica para que una cuerentena de fans invadieran el escenario y lo acompañaran, en la canción siguiente y bajo el diluvio, al pedido en vano de empujar el cielo lejos. “City of Refuge” y la hermosa “Rings of Saturn” (“And this is the moment, this is exactly where she is born to be, now this is what she does and this is what she is”) pusieron el punto final al concierto, que hizo olvidar las tres veces que tocó en Buenos Aires en 1996, lo que no es poco decir.
Al contrario de lo que suele hacer Bob Dylan, el repertorio de Cave en vivo es casi el mismo a lo largo de toda la misma gira. Entonces no llamó la atención de nadie la apertura con “Jesus Alone”, “Magneto” y “Higgs Boson Blues”, dos canciones de Skeleton Tree, su último disco, y la otra de Push The Sky Away, su predecesor, respectivamente. Lo que no estaba en la expectativa ni del fan más acérrimo fue el vínculo de cercanía que el cantante propuso con su audiencia. Era muy poderoso ver como versos como “With my voice I’m calling you” de “Jesus Alone” o “Can you feel my heartbeat?” de “Higgs Boson Blues” eran cantados cara a cara por Cave ante las primeras filas, y que esos pedidos fueran verdaderos exorcismos en forma de gritos de socorro, ciento por ciento alejados de cualquier forma de demagogia. “Quiero hablarles de una chica…”: la famosa intro de “From Her To Eternity” dio paso al punk rocker, revoleo de micrófonos incluido. Y a partir de ahí todo fue ganancia para el grupo y para la audiencia.
Una hermosa versión de “The Ship Song”, con Cave al piano, marcó la mitad exacta del recital, dio paso a su faceta de crooner y acercó el comentario obligado: tras señalar al cielo, el anfitrión señaló con temor y ansiedad a la tormenta que se aproximaba. Pero poco después, “Tupelo” importó hacia el Uruguay la leyenda de los gemelos Elvis Aaron y Jesse Garon Presley, para recordarnos el nacimiento del Rey en la localidad vecina a Memphis al mismo tiempo del deceso de su hermano, en la que era la recta final del show, que corría cabeza a cabeza con la lluvia inminente. Y tras una versión demencial de “Jubilee Street”, “The Weeping Song” suplió la ausencia del dueto entre Cave y Blixa Bargeld con Cave cantando el tema entre medio de la gente, para reforzar ese deseo de comunión. Los primeros acordes de “Stagger Lee” coincidieron con los primeros gotones, y con un Cave que forcejeaba con un patovica para que una cuerentena de fans invadieran el escenario y lo acompañaran, en la canción siguiente y bajo el diluvio, al pedido en vano de empujar el cielo lejos. “City of Refuge” y la hermosa “Rings of Saturn” (“And this is the moment, this is exactly where she is born to be, now this is what she does and this is what she is”) pusieron el punto final al concierto, que hizo olvidar las tres veces que tocó en Buenos Aires en 1996, lo que no es poco decir.
4- Ya pasaron varios días tras el recital de Cave, y hay dos cuestiones que no me puedo sacar de la cabeza. La primera es estadística: siete de las dieciocho canciones que tocó perteneces a sus dos últimos discos. ¿Cuántos artistas hoy, en la era de los algoritmos, son capaces de no hacer de su gira un Greatest Hits? Pienso en The Fall y Mark E. Smith (Q.E.P.D), a quien no veré jamás en vivo. Pienso en Paul Weller, en Julian Cope en Morrissey, y ya. Y me enorgullezco de que esos hombres estén en mi panteón personal de héroes.
También pienso en Skeleton Tree: un disco tremendo por la tragedia del hijo de Cave. Un disco triste, de escucha difícil, con un trabajo de producción raro que fue objeto de críticas por parte de Mick Harvey en su papel de lugarteniente desplazado. Y pienso en cómo esas canciones, tras ser escuchadas en directo, cambiaron por completo para mí y para todos los que volvimos a escuchar el disco tras haber vivido la experiencia del vivo. No es común que ocurra eso, y mucho menos tras años de rock. Sólo ese es un buen motivo para agradecerle a Nick Cave su visita, y desear que se repita pronto. El arte atacó por medio de su persona, y nos mejoró como personas. Muchas gracias por servir como intermediario.
También pienso en Skeleton Tree: un disco tremendo por la tragedia del hijo de Cave. Un disco triste, de escucha difícil, con un trabajo de producción raro que fue objeto de críticas por parte de Mick Harvey en su papel de lugarteniente desplazado. Y pienso en cómo esas canciones, tras ser escuchadas en directo, cambiaron por completo para mí y para todos los que volvimos a escuchar el disco tras haber vivido la experiencia del vivo. No es común que ocurra eso, y mucho menos tras años de rock. Sólo ese es un buen motivo para agradecerle a Nick Cave su visita, y desear que se repita pronto. El arte atacó por medio de su persona, y nos mejoró como personas. Muchas gracias por servir como intermediario.
(*) La referencia es a “Running Scared” de Roy Orbison. Durante años pensé que era parte del disco ya que había aparecido en ese cassette que me copié pero no, era un Lado B de un single, cosa que me enteré cuando compré Kicking… en CD y no estaba. La misma toma que me deleitó de joven está en la caja de tres CDs de Lados B y Rarezas de los Bad Seeds.