Revista Invisibles
  • HOME
  • Números Anteriores
  • Staff
Año 7 / Número 26 / Junio 2019
Cine

Muere, monstruo, muere


La nueva película del realizador Alejandro Fadel es una rara avis dentro del cine nacional. Un film de gran factura técnica que sabe jugar con nuestra capacidad de fascinación en torno a lo macabro. Muere, monstruo, muere combina elementos del thriller policial con el suspenso psicológico que nos confronta con el origen del miedo, aquello que no se puede nombrar.

Por Maximiliano Curcio
Imagen
Un grupo de policías, encabezado por el detective Cruz (Víctor López), está encargado de dilucidar -no sin cierta torpeza a la hora de seguir las pistas- una serie de crímenes cometidos en zonas rurales de la capital mendocina. La trama de la investigación policial involucra mujeres decapitadas como víctimas y cuenta con un sospechoso, David (Esteban Bigliardi).

Este es el disparador principal. La investigación en torno al caso remite al esquema argumental del thriller policial pero también psicológico. Bajo esta premisa, Alejandro Fadel, el director de Los Salvajes (2012), nos sumerge en una historia que no oculta la influencia estilística de realizadores que han abordado el género del terror anteriormente, con la suficiente habilidad como para fusionar el mainstream y el cine clase B, en un espectro que va desde el cine gore precursor de Mario Bava al suspenso psicológico de David Lynch, con guiños al emérito John Carpenter.​
​
El realizador argentino, como buen artesano, no deja detalle librado al azar: todo elemento dispuesto en la escena responde a un concepto autoral en función del complejo rompecabezas argumental que propone, distante de cualquier tipo de narración convencional sencilla de anticipar. Para sus fines, elabora un tratamiento singular de los espacios donde se desarrolla la acción. En la relación que cada personaje establece con su entorno, se percibe el trazo fino de Fadel. Concibe el mal como una masa maleable que contamina a todo aquel que transita por este relato alucinante, casi lisérgico. Interpretados mayormente por actores no profesionales, las criaturas que habitan este universo se verán presas del horror.
Imagen
Promediando la historia, el principal acusado de los crímenes es internado en un hospital psiquiátrico, donde atribuye las muertes a la aparición de un ser monstruoso. En este punto existe un quiebre narrativo que lleva a la película a bordear terrenos de enajenación y locura que rozan con lo sobrenatural (la leyenda urbana, lo mitológico). Allí, la fertilidad narrativa del film se desdobla y fluye hacia una zona de absoluto riesgo que transforma el verosímil del relato y convierte toda posible certeza en una pista falsa.

Muere, monstruo, muere es una película sobre sugestiones y acercamientos al origen del miedo, sobre cómo se confronta con lo otro, con lo horripilante. Al enfrentar la locura y verbalizar lo siniestro, el personaje de Esteban se convierte en un  instrumento primordial para Fadel, bajo el cual se pueden responder una serie de incógnitas acerca del verdadero origen del mal y su real alcance.

El director se siente absolutamente cómodo en este registro: los continuos movimientos de cámara simulan un ojo inquieto como testigo y narrador de esta pesadilla de muerte. El director encuentra belleza en los cuerpos mutilados y nos hipnotiza, captando la monstruosidad, con lo insano, lo repulsivo y lo espantoso. Sin embargo, no persigue un impacto facilista que se ampare ni encuentre su zona de confort en el artilugio visual.

Además, como crónica de las relaciones que establecen los miembros de una comunidad sacudida por los crímenes, el film se permite llevar a cabo un estudio pormenorizado al respecto. Las víctimas, decapitadas, asesinadas con saña, son mujeres, y los hombres están al mando de la investigación. Otro hombre, el acusado, es el centro de todas las sospechas. Allí, el foco de atención también nos lleva la mirada hacia elementos que tienen una connotación social y epocal. Una crítica subliminal sobre ciertas formas de poder masculinas,  ya que la violencia se presenta como una cuestión eminentemente ligada a los hombres.   
Imagen
Alejandro Fadel busca sacudir al espectador y llevarlo al epicentro de esta pesadilla dantesca. Por eso la sensación de extrañeza e incomodidad gana espacio a medida que nos sumergimos como espectadores en la vorágine de este viaje al centro del misterio. La revelación depende de la aparición del siguiente cadáver, según la teoría del detective Cruz acerca de la simetría del paisaje (las letras ‘M’ que dibujan las cimas de las montañas), de la cual se desprende el título del film.

La estética que trabaja el largometraje se apoya en el uso de lentes anamórficos que favorecen tomas panorámicas, sumado a una variada gama de colores saturados, un exquisito empleo de las texturas de sonido y un preciso uso de la iluminación en el rodaje de exteriores, destacando  la grandiosidad del entorno natural. Las labores en dirección de fotografía de Julián Apezteguía y Manuel Rebella resultan, en este sentido, destacadas.

Muere, monstruo, muere es una rara avis dentro del cine nacional. Un film de gran factura técnica que sabe jugar con nuestra capacidad de fascinación sobre lo macabro. Extraer belleza del horror y convertir la extrañeza en virtud poética, tal es la tarea acometida por el director, cumplida aquí con creces. Virtuoso trabajo de un joven realizador, que nos invita a navegar en las aguas profundas de una estética infrecuente en nuestra industria. 

Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.
  • HOME
  • Números Anteriores
  • Staff