Año 6 / Número 24 / Diciembre 2018
Marcelo Fox, un muerto punk
A principio de los años 60, Marcelo Fox, quien se presentaba como “Emperador secreto del mundo”, fue un escritor inclasificable de la vanguardia artística porteña. Habitué del Moderno, integrante lateral del grupo Opium, autor de poemas en revistas contraculturales, tenía el íntimo deseo de “espantar al burgués”. En esta primera entrega, nos acercamos a la vida y obra del autor de Invitación a la masacre y Señal de fuego.
Un quilombo infernal
En su incipiente camino musical, a mediados de los años 60, el joven Víctor Ramón Cournou formó parte de un grupo literario en la zona oeste de Buenos Aires. El grupo se llamaba Quijada y todas las semanas se reunían a discutir lecturas. Sus integrantes, además de Víctor, eran los hermanos Hernández, Guillermo “Willy” Campion y Oscar Barcellone. Por esos años, 1964 o 1965, el Grupo Quijada organizó una exposición “muy loca, muy surrealista”, cuentan los hermanos Hernández en la biografía de Víctor Heredia Todavía cantamos, de Gustavo Bonifacini (Galerna, 1987). Nada extraño, visto desde la actualidad: poemas escritos en papel higiénico; música incidental naif hecha por el conjunto “The pijama nuts”; un culo en una pared con la leyenda “Dios, patria y hogar”.
En todo caso, importaba más el intercambio entre poetas y las lecturas, esas primeras experiencias frente a un público y las ganas de mostrarse. En el Círculo Universitario Mariano Moreno, aquellos jóvenes oriundos de Paso del Rey “fueron secundados en la oportunidad por cuatro escritores metropolitanos: Sergio Mulet, Daniel Giribaldi, José Antonio Barzak y Marcelo Fox, quienes también leyeron textos propios e intervinieron en el debate". La lectura debió haber generado un clima especial en esa zona alejada de la Manzana Loca, del Bar Moderno, del Instituto Di Tella. Según Rolly Hernández, las profesoras de la localidad y la gente importante del ambiente social asistieron al evento y:
En su incipiente camino musical, a mediados de los años 60, el joven Víctor Ramón Cournou formó parte de un grupo literario en la zona oeste de Buenos Aires. El grupo se llamaba Quijada y todas las semanas se reunían a discutir lecturas. Sus integrantes, además de Víctor, eran los hermanos Hernández, Guillermo “Willy” Campion y Oscar Barcellone. Por esos años, 1964 o 1965, el Grupo Quijada organizó una exposición “muy loca, muy surrealista”, cuentan los hermanos Hernández en la biografía de Víctor Heredia Todavía cantamos, de Gustavo Bonifacini (Galerna, 1987). Nada extraño, visto desde la actualidad: poemas escritos en papel higiénico; música incidental naif hecha por el conjunto “The pijama nuts”; un culo en una pared con la leyenda “Dios, patria y hogar”.
En todo caso, importaba más el intercambio entre poetas y las lecturas, esas primeras experiencias frente a un público y las ganas de mostrarse. En el Círculo Universitario Mariano Moreno, aquellos jóvenes oriundos de Paso del Rey “fueron secundados en la oportunidad por cuatro escritores metropolitanos: Sergio Mulet, Daniel Giribaldi, José Antonio Barzak y Marcelo Fox, quienes también leyeron textos propios e intervinieron en el debate". La lectura debió haber generado un clima especial en esa zona alejada de la Manzana Loca, del Bar Moderno, del Instituto Di Tella. Según Rolly Hernández, las profesoras de la localidad y la gente importante del ambiente social asistieron al evento y:
“Se armó un quilombo infernal. Uno de los poetas que invitamos —Marcelo Fox— empezó a gritar, ‘soy nazi, soy comunista’. (…) Había escrito un libro que se llamaba Invitación a la masacre. Se hacía llamar ‘Emperador secreto del mundo’ [1]” (44).
¿Quién era ese Marcelo Fox? A mediados de los 60, gritar “soy nazi” era un gesto anacrónico aunque podía traer reverberancias de los militantes de Tacuara o de Tradición, Familia y Propiedad para cierto sector progresista o de izquierda; gritar “soy comunista” era producir simpatías de un arco político zurdo pero también convocar miradas de desconfianza y temor ante una posible “invasión roja”. Este poeta, en la localidad de Moreno, hacia 1964 o 1965, gritaba ambas cosas, a la vez, en deliberada contradicción, y así anticipaba un quilombo infernal.
Algunos rastros del enigma Fox
Recuperar la obra de Fox, tramos de su intensa y breve vida, y algún que otro texto perdido es una decisión azarosa. Un ejemplo: de los cuatro escritores metropolitanos que participaron de aquella lectura de poesía del Grupo Quijada, ¿qué sabemos? Casi nada. Además de escritor[2], Sergio Mulet fue actor y participó de la película Tiro de gracia (1969), bajo la dirección de Ricardo Becher. Murió acuchillado por su mujer en una aldea de Transilvania en 2007. En el caso de Daniel Giribaldi, con sus textos participó de varias revistas de humor de los 60-70 como La hipotenusa, publicó sus Sonetos mugres (1968), en los que mezcla la clásica estructura poética con el lunfardo y el bajo fondo y siguió escribiendo hasta fines de los 80. José Antonio Barzak, quien participó de la revista El escarabajo de oro, fue el primer poeta en publicar su libro Los firuletes necesarios (1967) con una táctica crowdfunding —pero cincuenta años atrás— y terminó su vida abruptamente: murió en un acantilado de Mar del Plata. Ninguno de estos nombres forma parte del canon literario argentino actual, ninguna de sus obras se ha vuelto a reeditar, casi nadie los recuerda o siquiera los lee... Marcelo Fox es un enigma similar.
¿Quién recuerda a Fox? Hace varios años atrás, seguir sus rastros pasados u obtener algunos datos de su vida parecía una tarea compleja, árida. Alberto Laiseca era una opción: Invitación a la masacre en fotocopias circulaba con énfasis y recomendación en sus talleres de escritura y algunos de sus personajes mencionan a Fox, así como al pasar. Fogwill era otra veta: lo había mencionado en alguna que otra entrevista y el gordo Fox es personaje, lateral, casi de soslayo, en su novela Vivir afuera (1998). Una búsqueda en internet podía también brindar algunas puntas: fragmentos de Invitación… en un blog y un recuerdo de Yoel Novoa; una breve presentación de Juan Jacobo Bajarlía y no mucho más.
Por esfuerzo y riesgo, desde 2015 hasta ahora, varios proyectos han logrado echar luz sobre el enigma Fox. Por un lado, se encuentra todo lo recuperado por Diego Arandojo a través de Lafarium[3], particularmente, recuerdos y testimonios. Por otro lado, la publicación del libro Argentina beat. Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda. 1963-1969 —editado y seleccionado por Federico Barea[4], prologado por Rafael Cippolini, para la editorial Caja Negra— permitió reeditar varios textos dispersos de Fox: los poemas “Ciudad” y “Soy”; el poema “Sombras” y el relato “Mutilación”; y el ¿relato? póstumo “Los estandartes”[5].
Algunos rastros del enigma Fox
Recuperar la obra de Fox, tramos de su intensa y breve vida, y algún que otro texto perdido es una decisión azarosa. Un ejemplo: de los cuatro escritores metropolitanos que participaron de aquella lectura de poesía del Grupo Quijada, ¿qué sabemos? Casi nada. Además de escritor[2], Sergio Mulet fue actor y participó de la película Tiro de gracia (1969), bajo la dirección de Ricardo Becher. Murió acuchillado por su mujer en una aldea de Transilvania en 2007. En el caso de Daniel Giribaldi, con sus textos participó de varias revistas de humor de los 60-70 como La hipotenusa, publicó sus Sonetos mugres (1968), en los que mezcla la clásica estructura poética con el lunfardo y el bajo fondo y siguió escribiendo hasta fines de los 80. José Antonio Barzak, quien participó de la revista El escarabajo de oro, fue el primer poeta en publicar su libro Los firuletes necesarios (1967) con una táctica crowdfunding —pero cincuenta años atrás— y terminó su vida abruptamente: murió en un acantilado de Mar del Plata. Ninguno de estos nombres forma parte del canon literario argentino actual, ninguna de sus obras se ha vuelto a reeditar, casi nadie los recuerda o siquiera los lee... Marcelo Fox es un enigma similar.
¿Quién recuerda a Fox? Hace varios años atrás, seguir sus rastros pasados u obtener algunos datos de su vida parecía una tarea compleja, árida. Alberto Laiseca era una opción: Invitación a la masacre en fotocopias circulaba con énfasis y recomendación en sus talleres de escritura y algunos de sus personajes mencionan a Fox, así como al pasar. Fogwill era otra veta: lo había mencionado en alguna que otra entrevista y el gordo Fox es personaje, lateral, casi de soslayo, en su novela Vivir afuera (1998). Una búsqueda en internet podía también brindar algunas puntas: fragmentos de Invitación… en un blog y un recuerdo de Yoel Novoa; una breve presentación de Juan Jacobo Bajarlía y no mucho más.
Por esfuerzo y riesgo, desde 2015 hasta ahora, varios proyectos han logrado echar luz sobre el enigma Fox. Por un lado, se encuentra todo lo recuperado por Diego Arandojo a través de Lafarium[3], particularmente, recuerdos y testimonios. Por otro lado, la publicación del libro Argentina beat. Derivas literarias de los grupos Opium y Sunda. 1963-1969 —editado y seleccionado por Federico Barea[4], prologado por Rafael Cippolini, para la editorial Caja Negra— permitió reeditar varios textos dispersos de Fox: los poemas “Ciudad” y “Soy”; el poema “Sombras” y el relato “Mutilación”; y el ¿relato? póstumo “Los estandartes”[5].
Aparte de estos acercamientos, no hay mucho más. Los dos libros publicados por Marcelo Fox, Invitación a la masacre (1965) y Señal de fuego (1968), son prácticamente inconseguibles —y cuando se consiguen, son carísimos. Sus herederos no permiten la reedición de los mismos, a pesar de reiterados intentos de editoriales que se mostraron interesadas en devolverlos al mercado editorial argentino y lectores ansiosos por saber sobre este secreto a voces de la literatura argentina. Hoy por hoy, los artilugios virtuales permiten, sin embargo, acercarse nuevamente al menos al primero. De este modo, se podría considerar por qué esas páginas causaron tanta impresión a Laiseca y a Fogwill, por qué Invitación a la masacre ha logrado convertirse en un libro de culto o, mejor, en un libro maldito.
Maldito Fox
Fox nace en 1942, probablemente en la ciudad de Buenos Aires, y vive durante varios años en la zona de Pueyrredón y Córdoba, junto a sus padres (años más tarde, se casará y tendrá tres hijos). A los 20 años, publica un poema en la revista contracultural de Miguel Grinberg, Eco Contemporáneo, titulado “Ciudad” y que da cuenta del deambular y de la sensación de ahogo: “ciudad opaca/ ciudad viscosa/ ciudad del dolor/ ciudad absurda/ ciudad prisión/ ciudad descerebrada”.
Maldito Fox
Fox nace en 1942, probablemente en la ciudad de Buenos Aires, y vive durante varios años en la zona de Pueyrredón y Córdoba, junto a sus padres (años más tarde, se casará y tendrá tres hijos). A los 20 años, publica un poema en la revista contracultural de Miguel Grinberg, Eco Contemporáneo, titulado “Ciudad” y que da cuenta del deambular y de la sensación de ahogo: “ciudad opaca/ ciudad viscosa/ ciudad del dolor/ ciudad absurda/ ciudad prisión/ ciudad descerebrada”.
Por esos años, 1961, 1962, ya se puede ver a Fox recorriendo la calle Florida, las inmediaciones del Instituto Di Tella y los bares de la Manzana Loca: el Coto grande, el Coto chico, el Moderno. En esas mesas, entre el humo y el alcohol, entre lecturas y discusiones, conoce a Alberto Laiseca y a Ithacar Jalí, de quienes me ocuparé en una próxima entrega, y a los integrantes de la revista Opium: Mariani, Sergio Mulet, Ruy Rodríguez e Isidoro Laufer. En las páginas de Opium, revista beatnik[6], Fox publica un poema, “Sombras”, y un relato, “Mutilación”. Ese relato anticipa algo de Invitación a la masacre: el uso de la primera persona, la imaginación sórdida, el humor ácido. En el Moderno, Fox también debe haberse cruzado con Martín ‘Poni’ Micharvegas, músico y autor de Las horas libres (1966), quien lo recordaba en las páginas de Lafarium de esta manera:
“Fox era un tipo alto, uno ochentaicinco-uno noventa por lo menos, gordo (y, por periodos, increíblemente flaco o enflaquesido!), fofo y desaliniado, con pelo revuelto y anteojos de culo de lábil, frágil, débil. Esa era la imponente imagen que emanaba de él, sin que se preocupara por presentarse o modificarla de otro modo”.
Justamente, sus gritos de “¡soy nazi! ¡soy comunista!” o su tarjeta personal que rezaba “Emperador secreto del mundo”, en la lectura de poesía con el grupo Quijada, lo colocaban en ese lugar de provocador dadaísta, de punk avant la lettre. En la misma línea, algunos recuerdan un libro lleno de esvásticas[7] —un uso polémico que luego le daría al mismo símbolo, por ejemplo, Sid Vicious, bajista de Sex Pistols—, o una capota de la Gestapo que el gordo había conseguido y que vestía por las calles del centro porteño. Imagino los trajes formales, los vestidos ejecutivos y la incipiente vestimenta hippie en convivencia con esa prenda nazi, las miradas despectivas o azoradas ante un tipo gordo, grandote, que camina liviano por la calle Florida, con la mirada perdida en el horizonte, cavilando sobre sus últimas lecturas, sobre el libro maldito que estaba escribiendo, sobre el fin del mundo[8]. Otros recuerdan a Fox cruzando la avenida 9 de julio con los ojos ciegos, tentando al destino, jugando a la muerte:
“Tenía su ruletita rusa: cruzar la Nueve de Julio, por ejemplo, sin detenerse, con los ojos fijos, como un ciego, justamente. Me agarraba la cabeza cuando veía los filetes que le hacían los autos. Y El Gordo, inconmensurable, con su mole pesada (elefante unos días, hipopótamo otros) siguiendo adelante con sus trancas de aurora”.
Fox, el último dadaísta o el primer punk de la literatura argentina, ya para 1963 está terminando su libro maldito titulado Invitación a la masacre, editado dos años más tarde por Falbo librero editor. En la solapa de ese libro, alguien advierte que Fox “merodea por la ciudad profetizando el magma, la noche de los cuchillos largos del fuego”. Ese es el tono anticipatorio de su ópera prima, un tono de sacrificio, sangre y destrucción, el grito desesperado de un joven que canaliza las contradicciones de una sociedad autodestructiva, ignorante en 1965 del aciago porvenir.
NOTAS
1. Aclara Rolly: “Sí, eso. ‘Emperador secreto del mundo’, como era secreto nadie lo sabía. ‘Emperador secreto del mundo, comandante de la caballería aérea de la muerte y jefe de las SS judías’”. (44)
2. Mulet publicó el libro de cuentos Soy tu patrón (1966), Tiro de gracia (1969), algunos poemas sueltos en publicaciones de los 60, unos cuentos con xilografías de Roberto Duarte en 1964 y un libro de relatos inhallable, ilustrado por Alfredo Planck.
3. Su documental sobre el grupo Opium, con una sección especial dedicada a Fox; el artículo en la revista con el testimonio de Martín “Poni” Micharvegas; y la historieta Beatnik Buenos Aires, publicada por Hotel de ideas, con guion de Arandojo y magistrales dibujos de Facundo Percio.
4. Gran parte de esta nota y de las próximas se deben a la generosidad de Federico Barea al compartir su biblioteca, su información y su amistad.
5. Uno de los problemas de la antología Argentina beat es la falta de referencias bibliográficas claras (otro es la falta de índices de las revistas antologadas). Para reponer algunos datos: el poema “Ciudad” fue publicado en el n° 1 de Eco Contemporáneo en 1961 y es el primer texto de Fox localizable por ahora; “Soy”, en el n° 3 de Eco Contemporáneo en 1962; “Sombras” apareció en el n° 1 de Opium en 1963 y “Mutilación” en el n° 4 en 1965; y finalmente “Los estandartes” fue escrito en 1970 y editado de forma póstuma en el n° 4 de Mantrana 7000 en 1976.
6. En el primer manifiesto de Opium, publicado en el n° 1 de 1963, estos buenos muchachos se autodefinen: “nosotros (satíricos-cínicos-borrachos-enamorados hijos de la decadencia de Occidente) gritando y cantando con los dedos manchados de nicotina apuntando; nosotros amigos hasta que dejemos de serlo (entre tanto nos dedicaremos poemas); nosotros oliendo nuestro propio aliento alcohólico”.
7. “Ese cuaderno de notas con los dibujos de esvásticas variables era su especie de test de la mancha”, escribe Poni en su libro Dichosos los ojos que te ven (Proletras latinoamericanas, 1988). Para leer más: http://golosinacanibal.blogspot.com/2017/08/el-fascismo-de-el-gordo-era-mas-bien.html
8. En El jardín de las máquinas parlantes (1993), novela casi autobiográfica de Laiseca, el personaje Anastasio Corvina Sotelo, el gordo Sotelo, también se compra un atuendo similar: “Cierta vez, en un remate, compró un uniforme de SS: completo y auténtico. Hasta cartuchera y Luger. Iba a las exposiciones o a las presentaciones de libros con él puesto. Al llegar se sacaba el sobretodo que lo disimulaba. Algunos se reían, pero eran los menos” (42).
1. Aclara Rolly: “Sí, eso. ‘Emperador secreto del mundo’, como era secreto nadie lo sabía. ‘Emperador secreto del mundo, comandante de la caballería aérea de la muerte y jefe de las SS judías’”. (44)
2. Mulet publicó el libro de cuentos Soy tu patrón (1966), Tiro de gracia (1969), algunos poemas sueltos en publicaciones de los 60, unos cuentos con xilografías de Roberto Duarte en 1964 y un libro de relatos inhallable, ilustrado por Alfredo Planck.
3. Su documental sobre el grupo Opium, con una sección especial dedicada a Fox; el artículo en la revista con el testimonio de Martín “Poni” Micharvegas; y la historieta Beatnik Buenos Aires, publicada por Hotel de ideas, con guion de Arandojo y magistrales dibujos de Facundo Percio.
4. Gran parte de esta nota y de las próximas se deben a la generosidad de Federico Barea al compartir su biblioteca, su información y su amistad.
5. Uno de los problemas de la antología Argentina beat es la falta de referencias bibliográficas claras (otro es la falta de índices de las revistas antologadas). Para reponer algunos datos: el poema “Ciudad” fue publicado en el n° 1 de Eco Contemporáneo en 1961 y es el primer texto de Fox localizable por ahora; “Soy”, en el n° 3 de Eco Contemporáneo en 1962; “Sombras” apareció en el n° 1 de Opium en 1963 y “Mutilación” en el n° 4 en 1965; y finalmente “Los estandartes” fue escrito en 1970 y editado de forma póstuma en el n° 4 de Mantrana 7000 en 1976.
6. En el primer manifiesto de Opium, publicado en el n° 1 de 1963, estos buenos muchachos se autodefinen: “nosotros (satíricos-cínicos-borrachos-enamorados hijos de la decadencia de Occidente) gritando y cantando con los dedos manchados de nicotina apuntando; nosotros amigos hasta que dejemos de serlo (entre tanto nos dedicaremos poemas); nosotros oliendo nuestro propio aliento alcohólico”.
7. “Ese cuaderno de notas con los dibujos de esvásticas variables era su especie de test de la mancha”, escribe Poni en su libro Dichosos los ojos que te ven (Proletras latinoamericanas, 1988). Para leer más: http://golosinacanibal.blogspot.com/2017/08/el-fascismo-de-el-gordo-era-mas-bien.html
8. En El jardín de las máquinas parlantes (1993), novela casi autobiográfica de Laiseca, el personaje Anastasio Corvina Sotelo, el gordo Sotelo, también se compra un atuendo similar: “Cierta vez, en un remate, compró un uniforme de SS: completo y auténtico. Hasta cartuchera y Luger. Iba a las exposiciones o a las presentaciones de libros con él puesto. Al llegar se sacaba el sobretodo que lo disimulaba. Algunos se reían, pero eran los menos” (42).