Año 7 / Número 27 / Octubre 2019
Una cruz para Marcelo Fox
En esta última parte de la investigación sobre el escritor Marcelo Fox, analizamos el alcance que tuvieron en su libro, Señal de fuego, las ideas en torno al esoterismo y el ocultismo. Estas ideas, atravesadas por el nazismo, le permitieron elaborar en su obra final epigramas y aforismos de una enorme carga poética y visual, con las que imaginó la destrucción del mundo. A continuación del ensayo, una selección de textos de Señal de fuego.
El esoterismo más las divisiones Panzer
En 1979, el poeta y periodista Alejandro Vignati publica Hitler, el ocultismo en el III Reich. En la estela de El retorno de los brujos (1960), de Louis Pauwels y Jacques Bergier, quienes abrieron la puerta al esoterismo para comprender lo excepcional que el nazismo resultó para la historia mundial, Vignati recupera una trama densa y codificada de sociedades secretas y fuerzas oscuras que habría iniciado al “cabo solitario y vagabundo” para llevarlo al “trono del mundo en Europa” (pág. 15).
Después del bestseller El Triángulo mortal de las Bermudas, el nuevo libro de Vignati tenía todo para atraer a un joven lector del realismo fantástico[1]: templarios y cátaros, magos y adivinos, la enigmática Thule y la mítica Agartha. “Hitler fue el esoterismo más las divisiones Panzer” (p. 17) se puede leer en este volumen que, hoy por hoy, comparte estantería con otra literatura que siguió la misma senda criptohistórica: buscar entre las leyendas del santo Grial y del continente perdido de Hiperbórea, los grupúsculos teosóficos y gnósticos, o los rituales espiritistas, la explicación del mal absoluto, esto es, la explicación del nazismo.
Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre, hubiera leído con placer y fascinación Hitler, el ocultismo en el III Reich, de haber sobrevivido al golpe de un tren que en las vías de la estación Belgrano se llevó su vida en 1972[2]. Le hubiera gustado la reconstrucción de Vignati de “las filas del gnosticismo graálico hiperbóreo” como antecesoras de las filas nazis. Se hubiera detenido con atención en cada línea escrita por “El Abuelo Inquieto”, un supuesto sobreviviente de la aventura nazi durante la Segunda Guerra Mundial que, en Buenos Aires, en 1968, habría dispuesto una serie de epístolas sobre la verdad acerca de Hitler y el ocultismo, incluidas en el libro de Vignati bajo el título “El jardín del infierno”.
En 1979, el poeta y periodista Alejandro Vignati publica Hitler, el ocultismo en el III Reich. En la estela de El retorno de los brujos (1960), de Louis Pauwels y Jacques Bergier, quienes abrieron la puerta al esoterismo para comprender lo excepcional que el nazismo resultó para la historia mundial, Vignati recupera una trama densa y codificada de sociedades secretas y fuerzas oscuras que habría iniciado al “cabo solitario y vagabundo” para llevarlo al “trono del mundo en Europa” (pág. 15).
Después del bestseller El Triángulo mortal de las Bermudas, el nuevo libro de Vignati tenía todo para atraer a un joven lector del realismo fantástico[1]: templarios y cátaros, magos y adivinos, la enigmática Thule y la mítica Agartha. “Hitler fue el esoterismo más las divisiones Panzer” (p. 17) se puede leer en este volumen que, hoy por hoy, comparte estantería con otra literatura que siguió la misma senda criptohistórica: buscar entre las leyendas del santo Grial y del continente perdido de Hiperbórea, los grupúsculos teosóficos y gnósticos, o los rituales espiritistas, la explicación del mal absoluto, esto es, la explicación del nazismo.
Marcelo Fox, autor de Invitación a la masacre, hubiera leído con placer y fascinación Hitler, el ocultismo en el III Reich, de haber sobrevivido al golpe de un tren que en las vías de la estación Belgrano se llevó su vida en 1972[2]. Le hubiera gustado la reconstrucción de Vignati de “las filas del gnosticismo graálico hiperbóreo” como antecesoras de las filas nazis. Se hubiera detenido con atención en cada línea escrita por “El Abuelo Inquieto”, un supuesto sobreviviente de la aventura nazi durante la Segunda Guerra Mundial que, en Buenos Aires, en 1968, habría dispuesto una serie de epístolas sobre la verdad acerca de Hitler y el ocultismo, incluidas en el libro de Vignati bajo el título “El jardín del infierno”.
En un camino similar al de Fox, Alejandro Vignati había arrancado la vida cultural porteña entre los bares de la Manzana Loca y publicaciones como Eco Contemporáneo. Sin embargo, hacia principios de los 70, realizaba su tránsito de poeta beatnik a investigador-narrador del realismo fantástico. El autor de Arde bruja, Mago arde se lanzaba a recorrer el mundo —de Brasil a España, de Estados Unidos a Francia— y dejaba atrás el chispeante circuito contracultural de Buenos Aires para sumergirse en un mundo de rituales olvidados, historias sobrenaturales, y contactos con extraterrestres y objetos voladores no identificados. En la vida de Marcelo Fox, la senda fue parecida: de sus poesías en Opium y en la revista de Miguel Grinberg en los primeros años de los 60 a los rojos aforismos de Señal de fuego (1968), su escritura cobró una creciente obsesión por el esoterismo, el ocultismo y las sociedades secretas.
El punto de unión entre Vignati y Fox se hubiera dado en ese terreno del llamado “nazismo esotérico”[3]. Particularmente, alrededor de un símbolo que, desde las primeras irrupciones en la noche porteña hasta su último libro, había desvelado al autor de Invitación a la masacre. La esvástica, y sus transformaciones, se fueron convirtiendo en una obsesión estética —y luego ética— para Fox. Desde su tarjeta personal como “Emperador del mundo” hasta su grito protopunk “Soy nazi, soy comunista”, pasando por su cuaderno con cruces dextrógiras y su capota de la Gestapo, el signo de la cruz gamada logró infiltrarse en su vida y obra, hasta irrumpir con toda contundencia en Señal de fuego, su segundo y último libro.
La tinta roja
Con Invitación a la masacre (1965), Fox buscó la creación de un libro maldito, a través de un tono profético-poético en el linaje del conde de Lautréamont. Ahora bien, en Señal de fuego, ese tono se condensa en la forma de aforismos o epigramas[4] y se cubre de una pátina esotérica.
En su propuesta estética, el segundo libro de Fox parece de edición artesanal, casi de autor (en el colofón se aclara que fue impreso “en los talleres gráficos FOX”). Su tapa y contratapa han sido realizadas en un papel símil madera; en la tapa, impreso en letras góticas de color negro se lee:
El punto de unión entre Vignati y Fox se hubiera dado en ese terreno del llamado “nazismo esotérico”[3]. Particularmente, alrededor de un símbolo que, desde las primeras irrupciones en la noche porteña hasta su último libro, había desvelado al autor de Invitación a la masacre. La esvástica, y sus transformaciones, se fueron convirtiendo en una obsesión estética —y luego ética— para Fox. Desde su tarjeta personal como “Emperador del mundo” hasta su grito protopunk “Soy nazi, soy comunista”, pasando por su cuaderno con cruces dextrógiras y su capota de la Gestapo, el signo de la cruz gamada logró infiltrarse en su vida y obra, hasta irrumpir con toda contundencia en Señal de fuego, su segundo y último libro.
La tinta roja
Con Invitación a la masacre (1965), Fox buscó la creación de un libro maldito, a través de un tono profético-poético en el linaje del conde de Lautréamont. Ahora bien, en Señal de fuego, ese tono se condensa en la forma de aforismos o epigramas[4] y se cubre de una pátina esotérica.
En su propuesta estética, el segundo libro de Fox parece de edición artesanal, casi de autor (en el colofón se aclara que fue impreso “en los talleres gráficos FOX”). Su tapa y contratapa han sido realizadas en un papel símil madera; en la tapa, impreso en letras góticas de color negro se lee:
El libro no tiene índice ni número de páginas. Toda la tipografía del interior está en color rojo sangre. En la página 2, hay una foto de Marcelo Fox: el autor observa al lector pero tiene la mirada perdida; su brazo izquierdo cae inerte; su brazo derecho cruzado en el pecho termina en puño y se apoya en su corazón. Se lo ve flaco, mucho más flaco que las otras fotografías suyas que aún se conservan (sus amigos lo apodaban “el gordo Fox”). Arriba a la izquierda, una extraña cruz. En la página siguiente, la portada repite los datos de la tapa.
En la página 5, aparece la primera esvástica, como una suerte de separador. Se trata de una esvástica dextrógira[5], como la que ondeaba en las banderas del nazismo. No obstante en este libro parece funcionar de otro modo. ¿Qué podía significar la cruz gamada para un joven de 26 años, anclado en Buenos Aires, en 1968?
Señal de fuego consta de siete secciones, cada una de ellas abierta por una esvástica. En cada sección, se encuentran aforismos de distinta extensión, separados por un cuadrado rojo. Por ejemplo:
En la página 5, aparece la primera esvástica, como una suerte de separador. Se trata de una esvástica dextrógira[5], como la que ondeaba en las banderas del nazismo. No obstante en este libro parece funcionar de otro modo. ¿Qué podía significar la cruz gamada para un joven de 26 años, anclado en Buenos Aires, en 1968?
Señal de fuego consta de siete secciones, cada una de ellas abierta por una esvástica. En cada sección, se encuentran aforismos de distinta extensión, separados por un cuadrado rojo. Por ejemplo:
Es un libro breve, de unas 60 páginas, y según el colofón “Fueron tirados unos pocos ejemplares”. Señal de fuego podría ser la plaqueta de un poeta hippie de fines de los 60, podría ser el librito artesanal de un lector empedernido de Arthur Rimbaud y de Antonio Porchia, incluso podría ser la publicación financiada por el papá de un muchachito de alta alcurnia con delirios de grandeza. Y sin embargo, se trata de algo más extraño: es un objeto profético y destructivo, una piedra en el zapato de la literatura argentina.
Mirar el sol de frente, hasta apagarlo
Fox construyó un libro anómalo. Por un lado, optó por una forma poética absolutamente ajena a la poesía argentina: el aforismo. Los escritores y escritoras nacionales que se han dedicado a dicha forma breve son pocos, casi inexistentes. Están, con indudable influencia en Fox, las Voces de Antonio Porchia; también los latigazos satíricos en De tumba en tumba, de Ignacio Anzoátegui; incluso, algunos poemas de Alejandra Pizarnik podrían entrar en esta órbita textual. No mucho más. En este sentido, Fox elige un género peculiar y original dentro de la poesía argentina; probablemente en la búsqueda de reminiscencias más antiguas y fuerzas verbales de otro orden.
En Señal de fuego, los aforismos se vuelven sentencias proféticas o reglas vitales. Hay frases realmente memorables en las que Fox logra construir imágenes intensas y violentas:
Mirar el sol de frente, hasta apagarlo
Fox construyó un libro anómalo. Por un lado, optó por una forma poética absolutamente ajena a la poesía argentina: el aforismo. Los escritores y escritoras nacionales que se han dedicado a dicha forma breve son pocos, casi inexistentes. Están, con indudable influencia en Fox, las Voces de Antonio Porchia; también los latigazos satíricos en De tumba en tumba, de Ignacio Anzoátegui; incluso, algunos poemas de Alejandra Pizarnik podrían entrar en esta órbita textual. No mucho más. En este sentido, Fox elige un género peculiar y original dentro de la poesía argentina; probablemente en la búsqueda de reminiscencias más antiguas y fuerzas verbales de otro orden.
En Señal de fuego, los aforismos se vuelven sentencias proféticas o reglas vitales. Hay frases realmente memorables en las que Fox logra construir imágenes intensas y violentas:
Apuesto a los cantos de las monedas.
El estómago del mundo termina digiriéndolo todo.
El derecho es la fuerza de los débiles.
Mirar el sol de frente, hasta apagarlo.
Para cabalgar, cabalgar a caballo de un tigre.
Solo cuando las tinieblas sean totales el sol renacerá.
El mundo es una máquina de olvido.
Así, el segundo libro de Fox no parece ser solo un libro de poemas. Aparte de la inclusión de las esvásticas, que enrarece la lectura inocente —¿provocación o nazismo?, ¿revisionismo o esoterismo?—, la experiencia textual nos coloca frente a estas formas breves, en palabras de Fox, “como piedras incendiadas para arrojar en las aguas del leteo cotidiano”.
Probablemente la falta de número de páginas en la edición insinúe una advertencia: Señal de fuego no necesita ser leído de principio a fin, de forma ordenada, con ritmo rutinario. Por el contrario, su propuesta es experimental, de vanguardia, a caballo entre la literatura, la religión y el esoterismo. Como si este último libro de Fox quisiera un nuevo evangelio, un grimorio contracultural punteado por profecías letales [6] que actualizan el apocalipsis y auguran un tiempo por venir: “Un Nuevo Orden para sembrar el Desorden, inaugurar la fiesta de la Resurrección”.
La estructura que subyace a la obra, entonces, aparece condensada en un aforismo largo de la séptima sección:
Probablemente la falta de número de páginas en la edición insinúe una advertencia: Señal de fuego no necesita ser leído de principio a fin, de forma ordenada, con ritmo rutinario. Por el contrario, su propuesta es experimental, de vanguardia, a caballo entre la literatura, la religión y el esoterismo. Como si este último libro de Fox quisiera un nuevo evangelio, un grimorio contracultural punteado por profecías letales [6] que actualizan el apocalipsis y auguran un tiempo por venir: “Un Nuevo Orden para sembrar el Desorden, inaugurar la fiesta de la Resurrección”.
La estructura que subyace a la obra, entonces, aparece condensada en un aforismo largo de la séptima sección:
El Ciclo alterna sombra y luces, maduración y floraciones, destierro y reencuentros, muerte y vidas, sueño y vigilias, peste y abundancias, ciudades de la tiniebla y ciudades de los soles.
Y los hombres son arrastrados en este río circular por el brillo de las alucinaciones que Dios arroja al mundo.
La voz poética que enarbola Fox se coloca del lado de la vida, la luz y la vigilia. En definitiva, y a lo largo de este libro: el fuego, el magma, el sol. Frente al “common sense impuesto a martillazos”, frente al hielo y el desierto, los aforismos de Fox intentan transmitir una revelación, un despertar, una voz atronadora. Por lo general, esa revelación estará íntimamente ligada a la destrucción como puerta de acceso: “Para poder despertar es necesario que el sueño se transforme en pesadilla…”. Este ciclo de transformaciones es circular, no hay escapatoria y, de alguna manera, está condenado a repetirse indefinidamente. De ahí la declinación pesimista en el tono profético. En Fox no hay triunfalismo, hay extremo y extinción: “Antes suicidarse que pactar”.
Los mejores tramos de Señal de fuego aparecen, “como piedras incendiadas”, cuando la mitología o la ciencia ficción le sirven al poeta para insistir en su buena nueva apocalíptica:
Los mejores tramos de Señal de fuego aparecen, “como piedras incendiadas”, cuando la mitología o la ciencia ficción le sirven al poeta para insistir en su buena nueva apocalíptica:
Los sacerdotes de la Gran Máquina y sus esbirros han cavado trincheras alrededor de los altares vacíos. Pero las tropas de asalto de la poesía y el fuego terminarán prevaleciendo.
Entonces, el Rey de los Mutantes, sobre las ruinas de los templos profanados y los engranajes rotos, ceñirá la Triple Corona, inaugurando su reinado con la abolición de las leyes compiladas en los códigos del exilio y propiciando grandes sacrificios rituales para aplacar la cólera del ultrajado sol.
¿No parece esa Gran Máquina un antecedente del Monitor laisequiano? ¿Ese Rey de los Mutantes no es propio de una película a lo Mad Max? En todo caso, cuando Fox deja de lado su intención esotérico-proselitista y se amiga con la literatura, el tono profético-poético llega a su punto más alto, a su punto inolvidable.
Finalmente, las esvásticas. A la luz de la pátina esotérica, del tono profético-poético llevado al extremo, la aparición de las esvásticas dextrógiras en Señal de fuego parece corresponder a una doble intención, apartada de la simplificación del mote “nazi”. Por un lado, cierto coqueteo de Fox con el mal, con el tabú, como una remera de Sid Vicious con la cruz gamada incrustada en el pecho, es decir, espantar al burgués [7]. Ya lo había hecho al incluir a Hitler entre los malditos del arte y la cultura occidental en Invitación a la masacre.
Por otro lado, desde un punto de vista esotérico, este tipo de cruz, que gira hacia la derecha, se ha vinculado a un mal augurio pero también a la purificación a través de la destrucción. Esta última interpretación dialoga explícitamente con los aforismos que componen el libro: Fox se supo una voz en el desierto, el ángel oscuro que anunciaba la llegada de la violencia a fines de los 60 como un camino de revelación y renacimiento. Señal de fuego circuló en 1968, año de revolución y revuelta, para comunicar la destrucción: “Y el loco iluminado que profetiza contra los muros de Sión y danza los ritos de la muerte y las llamas anunciando su caída” [8].
Los restos del naufragio
El último texto de Marcelo Fox se publicó de forma póstuma en el n.° 4 de la revista exquisita y oculta Mantrana 7000 en 1976. En ese mismo número, se publicaron el relato “Plegaria de los barrenderos de las pequeñas catástrofes”, de Fernando Noy; el poema “Exorcismo”, de Reynaldo Mariani (o mariani, a secas); y el ensayo “George Trakl, el tiempo del ocaso y de la redención”, de Rogelio Bazán, entre otros. El relato-ensayo de Fox se titula “Los estandartes”. Parece haber sido escrito en 1970 y explora, entre la filosofía y el esoterismo, las dos realidades que un narrador experimenta a partir del error (o no) de un enfermero inyectándole una dosis de insulina. En un fragmento se lee:
Finalmente, las esvásticas. A la luz de la pátina esotérica, del tono profético-poético llevado al extremo, la aparición de las esvásticas dextrógiras en Señal de fuego parece corresponder a una doble intención, apartada de la simplificación del mote “nazi”. Por un lado, cierto coqueteo de Fox con el mal, con el tabú, como una remera de Sid Vicious con la cruz gamada incrustada en el pecho, es decir, espantar al burgués [7]. Ya lo había hecho al incluir a Hitler entre los malditos del arte y la cultura occidental en Invitación a la masacre.
Por otro lado, desde un punto de vista esotérico, este tipo de cruz, que gira hacia la derecha, se ha vinculado a un mal augurio pero también a la purificación a través de la destrucción. Esta última interpretación dialoga explícitamente con los aforismos que componen el libro: Fox se supo una voz en el desierto, el ángel oscuro que anunciaba la llegada de la violencia a fines de los 60 como un camino de revelación y renacimiento. Señal de fuego circuló en 1968, año de revolución y revuelta, para comunicar la destrucción: “Y el loco iluminado que profetiza contra los muros de Sión y danza los ritos de la muerte y las llamas anunciando su caída” [8].
Los restos del naufragio
El último texto de Marcelo Fox se publicó de forma póstuma en el n.° 4 de la revista exquisita y oculta Mantrana 7000 en 1976. En ese mismo número, se publicaron el relato “Plegaria de los barrenderos de las pequeñas catástrofes”, de Fernando Noy; el poema “Exorcismo”, de Reynaldo Mariani (o mariani, a secas); y el ensayo “George Trakl, el tiempo del ocaso y de la redención”, de Rogelio Bazán, entre otros. El relato-ensayo de Fox se titula “Los estandartes”. Parece haber sido escrito en 1970 y explora, entre la filosofía y el esoterismo, las dos realidades que un narrador experimenta a partir del error (o no) de un enfermero inyectándole una dosis de insulina. En un fragmento se lee:
¿Y por qué jerarquizar?, preguntará Reynaldo Mariani. ¿A qué ese afán de poner las cosas unas sobre otras si todo da lo mismo, si todo es la misma objetividad sin nombre? Confórmate con los restos del naufragio, la única certidumbre que tienes a mano.
Es que yo veo el mar, el gran delirio, las maderas me hablan de remotas crucifixiones, de vientos y memorias de las que hay que recuperar el nombre.
Yo digo que estas regiones que habito son partes de otras más vastas.
Que todo esto es hermoso, pero es parte de un esplendor mayor. Que lo que habitamos es tan solo un habitáculo en un palacio de innumerables rostros y memorias.
La amistad entre mariani y Fox data de sus días compartidos en el bar Moderno, de las páginas de Opium. Este pequeño intercambio que aparece de forma azarosa en “Los estandartes” probablemente dice más de lo que parece y traza una línea divisoria entre Fox y la generación beatnik en la que podría quedar entrampado.
Este fragmento muestra la preocupación de Fox por recuperar “el nombre”, por jerarquizar las “regiones del Ser” ante “el gran delirio” de la existencia. Así, su inclinación por el esoterismo y su curiosidad por las sociedades secretas dan cuenta de una nostalgia de tradición pero también de lo sagrado como garantía de orden: “La ausencia gobierna el mundo desde los tronos de los dioses muertos”. En la orilla opuesta, mariani abraza el naufragio, los restos del caos como única certeza, nada por reconstruir.
Si hay un tono profético en la obra de Fox, si la violencia poética se manifiesta entre el totalitarismo y el sacrificio en Invitación a la masacre, entre la revelación y la sentencia en Señal de fuego, es por la búsqueda de un nuevo orden, más allá de los límites, por una necesidad de encontrar maderas para reconstruir una remota crucifixión. Como si Fox mismo buscara una cruz de salvación y permutara, en un último manotazo de ahogado, la esvástica de la destrucción por las maderas atravesadas de un mesías sacrificado, a los treinta años, en las vías de la estación Belgrano.
Este fragmento muestra la preocupación de Fox por recuperar “el nombre”, por jerarquizar las “regiones del Ser” ante “el gran delirio” de la existencia. Así, su inclinación por el esoterismo y su curiosidad por las sociedades secretas dan cuenta de una nostalgia de tradición pero también de lo sagrado como garantía de orden: “La ausencia gobierna el mundo desde los tronos de los dioses muertos”. En la orilla opuesta, mariani abraza el naufragio, los restos del caos como única certeza, nada por reconstruir.
Si hay un tono profético en la obra de Fox, si la violencia poética se manifiesta entre el totalitarismo y el sacrificio en Invitación a la masacre, entre la revelación y la sentencia en Señal de fuego, es por la búsqueda de un nuevo orden, más allá de los límites, por una necesidad de encontrar maderas para reconstruir una remota crucifixión. Como si Fox mismo buscara una cruz de salvación y permutara, en un último manotazo de ahogado, la esvástica de la destrucción por las maderas atravesadas de un mesías sacrificado, a los treinta años, en las vías de la estación Belgrano.
NOTAS
1. Pauwels y Bergier inauguran el realismo fantástico en su obra cumbre, leída por miles de jóvenes entre los 60 y los 70, y continuada en la revista Planeta. Es imprescindible volver a leer, con atención y con años de distancia, El retorno de los brujos para evaluar su influencia en autores de la literatura argentina de aquellos años como Julio Cortázar, Héctor Libertella y, sobre todo, Alberto Laiseca.
2. Laiseca solía afirmar que Fox había anticipado su propia muerte en el comienzo de Invitación a la masacre: “Es hora de morir. Todo se acaba. El viento sopla como siempre y yo espero. La guillotina caerá lúcida y exacta. La basura se elimina. A mí me eliminan” (p. 9).
3. En Las oscuras raíces del nazismo (2005), el historiador Nicholas Goodrick-Clarke explica esta denominación: “Desde 1960 un buen número de libros populares han representado el fenómeno nazi como el producto de influencias arcanas y demónicas. La sorprendente historia del ascenso del nazismo queda unida implícitamente al poder de lo sobrenatural” (p. 270). Por el contrario, la investigación de Goodrick-Clarke se hunde en las raíces del pangermanismo y desanda teorías y sociedades secretas en torno a la ariosofía, la teosofía y el ocultismo alemán. Con ese recorrido, alejado de la conspiración y la paranoia, reconstruye el imaginario que sirvió de sostén ideológico para el ascenso de Hitler y el nacionalsocialismo. Curiosamente, la traducción al español de este libro ha sido realizada por Alfredo Grieco y Bavio, un colaborador de la revista Invisibles.
4. La discusión genérica acerca de si Fox escribe aforismos o epigramas en Señal de fuego no podría desarrollarse en el marco de este artículo por dos razones: por un lado, cuestiones de espacio; por otro lado, cuestiones de inaccesibilidad. ¿Con quién se podría debatir estas minucias genérico-literarias si prácticamente desde hace 50 años este libro se ha vuelto inhallable?
5. La esvástica como símbolo puede presentarse en dos direcciones. Si sus extremos apuntan hacia la izquierda, se trata de una esvástica levógira y se la vincula con el budismo y otras religiones y pueblos antiguos. Por el contrario, si sus extremos apuntan hacia la derecha, se trata de una esvástica dextrógira y ha sido adoptada por el nazismo y se la suele asociar con este. Ambas esvásticas datan de tiempos remotos (en su libro, Vignati afirmaba que tenía unos 4000 años) y la adopción del nacionalsocialismo alemán de la cruz dextrógira como símbolo del partido no fue sencilla. La anécdota puede reponerse en el libro de Nicholas Goodrick-Clarke ya mencionado.
6. Como en Invitación a la masacre, las figuras del mártir, el profeta y el mesías se repiten con variaciones. Por ejemplo: “Los que vienen a dar testimonio…”; “Su sangre corriendo por las gradas de los altares de la ausencia es la señal…”; “No esperéis la Palabra en los oídos, esperadla en la boca”; etcétera.
7. En su artículo “Notas sobre la deconstrucción de ‘lo popular’” (1981), el crítico de la cultura Stuart Hall se pregunta por ciertos símbolos y chucherías “profundamente ambiguos” que algunos jóvenes de fines de los 70 utilizaban para adornarse. Entre ellos, la esvástica. “Lo que signifique este signo dependerá en última instancia”, escribe Hall, “en la política de la cultura juvenil, menos del simbolismo cultural intrínseco del objeto en sí y más del equilibrio de fuerzas…”. Considero que esta idea es clave para comprender el uso de la esvástica en Señal de fuego y agradezco la referencia a Juan Terranova en su libro Sexo, nazismo y astrología (2014).
8. La inclusión de Sión y Thule como ciudades mitológicas enfrentadas —una de reminiscencias hebreas, la otra, de evocaciones germánicas— es una de las pocas referencias explícitas al nazismo esotérico de Fox en su segundo libro. Otra muestra evidente se encuentra en este aforismo: “La experiencia que culminó en Alemania en el año 55 antes del tercer milenario fue un ensayo general de lo que advendrá”.
1. Pauwels y Bergier inauguran el realismo fantástico en su obra cumbre, leída por miles de jóvenes entre los 60 y los 70, y continuada en la revista Planeta. Es imprescindible volver a leer, con atención y con años de distancia, El retorno de los brujos para evaluar su influencia en autores de la literatura argentina de aquellos años como Julio Cortázar, Héctor Libertella y, sobre todo, Alberto Laiseca.
2. Laiseca solía afirmar que Fox había anticipado su propia muerte en el comienzo de Invitación a la masacre: “Es hora de morir. Todo se acaba. El viento sopla como siempre y yo espero. La guillotina caerá lúcida y exacta. La basura se elimina. A mí me eliminan” (p. 9).
3. En Las oscuras raíces del nazismo (2005), el historiador Nicholas Goodrick-Clarke explica esta denominación: “Desde 1960 un buen número de libros populares han representado el fenómeno nazi como el producto de influencias arcanas y demónicas. La sorprendente historia del ascenso del nazismo queda unida implícitamente al poder de lo sobrenatural” (p. 270). Por el contrario, la investigación de Goodrick-Clarke se hunde en las raíces del pangermanismo y desanda teorías y sociedades secretas en torno a la ariosofía, la teosofía y el ocultismo alemán. Con ese recorrido, alejado de la conspiración y la paranoia, reconstruye el imaginario que sirvió de sostén ideológico para el ascenso de Hitler y el nacionalsocialismo. Curiosamente, la traducción al español de este libro ha sido realizada por Alfredo Grieco y Bavio, un colaborador de la revista Invisibles.
4. La discusión genérica acerca de si Fox escribe aforismos o epigramas en Señal de fuego no podría desarrollarse en el marco de este artículo por dos razones: por un lado, cuestiones de espacio; por otro lado, cuestiones de inaccesibilidad. ¿Con quién se podría debatir estas minucias genérico-literarias si prácticamente desde hace 50 años este libro se ha vuelto inhallable?
5. La esvástica como símbolo puede presentarse en dos direcciones. Si sus extremos apuntan hacia la izquierda, se trata de una esvástica levógira y se la vincula con el budismo y otras religiones y pueblos antiguos. Por el contrario, si sus extremos apuntan hacia la derecha, se trata de una esvástica dextrógira y ha sido adoptada por el nazismo y se la suele asociar con este. Ambas esvásticas datan de tiempos remotos (en su libro, Vignati afirmaba que tenía unos 4000 años) y la adopción del nacionalsocialismo alemán de la cruz dextrógira como símbolo del partido no fue sencilla. La anécdota puede reponerse en el libro de Nicholas Goodrick-Clarke ya mencionado.
6. Como en Invitación a la masacre, las figuras del mártir, el profeta y el mesías se repiten con variaciones. Por ejemplo: “Los que vienen a dar testimonio…”; “Su sangre corriendo por las gradas de los altares de la ausencia es la señal…”; “No esperéis la Palabra en los oídos, esperadla en la boca”; etcétera.
7. En su artículo “Notas sobre la deconstrucción de ‘lo popular’” (1981), el crítico de la cultura Stuart Hall se pregunta por ciertos símbolos y chucherías “profundamente ambiguos” que algunos jóvenes de fines de los 70 utilizaban para adornarse. Entre ellos, la esvástica. “Lo que signifique este signo dependerá en última instancia”, escribe Hall, “en la política de la cultura juvenil, menos del simbolismo cultural intrínseco del objeto en sí y más del equilibrio de fuerzas…”. Considero que esta idea es clave para comprender el uso de la esvástica en Señal de fuego y agradezco la referencia a Juan Terranova en su libro Sexo, nazismo y astrología (2014).
8. La inclusión de Sión y Thule como ciudades mitológicas enfrentadas —una de reminiscencias hebreas, la otra, de evocaciones germánicas— es una de las pocas referencias explícitas al nazismo esotérico de Fox en su segundo libro. Otra muestra evidente se encuentra en este aforismo: “La experiencia que culminó en Alemania en el año 55 antes del tercer milenario fue un ensayo general de lo que advendrá”.
Señal de fuego (selección)
Acercarse a Señal de fuego, de Marcelo Fox, no significa comprenderlo. ¿Qué fue? ¿Un libro de aforismos? ¿Un conjunto de profecías y de señales? ¿El chiste ácido de un punk avant la lettre? ¿El grito desesperado de un iluminado?
Publicado en 1968 por una ignota editorial llamada Yelpo editor, el libro circuló en una tirada pequeña por las calles porteñas y actualmente es prácticamente inconseguible. Sus características son curiosas e inolvidables: la letra gótica en tapa, la tinta roja en todas sus páginas, las esvásticas que separan en siete secciones el conjunto de aforismos que Fox fue escribiendo para su segundo y último libro.
Señal de fuego es un agujero negro en la literatura argentina, un aerolito caído en Buenos Aires en 1968. Esta es una selección de sus aforismos.
Por Matías Raia
Acercarse a Señal de fuego, de Marcelo Fox, no significa comprenderlo. ¿Qué fue? ¿Un libro de aforismos? ¿Un conjunto de profecías y de señales? ¿El chiste ácido de un punk avant la lettre? ¿El grito desesperado de un iluminado?
Publicado en 1968 por una ignota editorial llamada Yelpo editor, el libro circuló en una tirada pequeña por las calles porteñas y actualmente es prácticamente inconseguible. Sus características son curiosas e inolvidables: la letra gótica en tapa, la tinta roja en todas sus páginas, las esvásticas que separan en siete secciones el conjunto de aforismos que Fox fue escribiendo para su segundo y último libro.
Señal de fuego es un agujero negro en la literatura argentina, un aerolito caído en Buenos Aires en 1968. Esta es una selección de sus aforismos.
Por Matías Raia
No es deseo del diablo destruir el mundo, su vivero de víctimas.
***
El estómago del mundo termina digiriéndolo todo.
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No saben que viven, no saben que mueren, pero mantienen firmemente el timón en la mano para que el barco no se desvíe de su eterna trayectoria circular.
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El fuego no hace brillar los rostros de los que habita, eso sería facilitar demasiado la tarea de los esbirros de la grisura, la oquedad, el hielo.
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Cuando la sangre delira, los túneles, las ciudades, las coartadas, se derrumban.
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Como aman la Libertad, la han sepultado en un hermoso panteón en cuyas paredes se halla primorosamente esculpidos los principios eternos del derecho, las ordenanzas municipales, los artículos de la constitución y las leyes de tránsito. Sobre el catafalco en que ella yace con su mortaja de yeso hay un cartel escrito en letras góticas que dice: Prohibido escupir en el suelo.
Las ceremonias que se celebran allí mismo en su honor son reguladas por luces de semáforos, para que todo se desarrolle dentro del máximo orden y corrección.
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Llaman hombres libres a los esclavos; y a los hombres libres, asesinos y libertinos.
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Fogata entre los témpanos de hielo y la oscuridad, mi voz guía hacia las arenas de este mundo a la caballería aérea de la muerte.
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Sólo cuando las tinieblas sean totales el sol renacerá.
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El conocimiento último. Saber que todo es vacío colgando del vacío. Plenitud colgando de la plenitud. Plenitud y vacío que son aire, llamas, vegetales, objetos, dialécticas, dioses, ramificaciones momentáneas, eternidades efímeras, concretas, huecas, rastros del sol para los ojos de los peregrinos de lo absoluto, alimentos cotidianos, rejas, para los otros, los que duermen.
Saber que las palabras, aun las más altas, son espejos ariscos, capaces, en manos inexpertas, de inocular con sus juegos el sueño, hasta el sueño más profundo, el soñar que se está despierto.
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Pensamientos como piedras incendiadas para arrojar en las aguas del leteo cotidiano.
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El santo deseo de destruir, de hacer hogueras de libros, de empezar todo de nuevo a partir de ciertas verdades fundamentales.
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Dicen que hay ciudades, laberintos, risas, pájaros, niños, cielos, medallas al mérito, fosforecencias, divertidas charadas, arquitectos eficaces. Yo sólo veo un desierto opaco, yo sólo veo restos de antiguos naufragios y dioses estrangulados, estatuas que se agitan vanamente tratando de atrapar el viento, alguna que otra hoguera clandestina que se diluye al poco tiempo de encenderse, bajo la lógica uniforme de lo gris.
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Lenguaje, traición servicial.
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El desastre, el juego de locos, comienza cuando los hombres renuncian a ser sabios y se proclaman amigos de la sabiduría. Cuando arrojan el fuego de sus cráneos para alucinarse con vislumbres efímeras y cavernas oscuras.
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El cráneo, templo natural del fuego.
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Yo, resumen del Todo. Instrospección, salto hacia las raíces del ser. Metapsíquica = Metafísica.
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La lucha, el cambio, el devenir, nivel del Logos. La paz, la permanencia, la eternidad, nivel del Ser.
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Hombres, fetos de dioses que tienen miedo de nacer, de cruzar las puertas del infinito y apoderarse de la herencia de los ídolos desterrados, su propio tesoro.
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Para cabalgar, cabalgar a caballo de un tigre.
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Antes suicidarse que pactar.
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La Libertad, bella como el encuentro ya inevitable de una bomba molotof y un tanque soviético sobre las calles de Butapest.
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Perder al mundo para poder conquistarlo.
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Para poder despertar es necesario que el sueño se transforme antes en pesadilla. Luego incluso es posible degustar al sol los frutos de los árboles del olvido.
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Apuesto a los cantos de las monedas.
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Mirar al sol del frente, hasta apagarlo.
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Un Nuevo Orden para sembrar el Desorden, inaugurar las fiestas de la Resurrección.
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Quien pide igualdad, pedirá el cetro.
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La Verdad está en los extremos.
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Los hombres no han nacido para el placer o el sueño. Los hombres han nacido para el sacrificio y el deber. La Tempestad. El Éxtasis.
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Sé, siento que sé.
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Las expansiones expanden consigo los límites.
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Que el mundo sea cuerpo místico del fuego.
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El Ciclo alterna sombra y luces, maduración y floraciones, destierro y reencuentros, muerte y vidas, sueño y vigilias, peste y abundancias, ciudades de la tiniebla y ciudades de los soles.
Y los hombres son arrastrados en este río circular por el brillo de las alucinaciones que Dios arroja al mundo.
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Esta paz es una guerra con Dios.