Año 7 / Número 25 / Marzo 2019
Marcelo Fox, lector de Lautréamont
En esta segunda entrega sobre el escritor argentino Marcelo Fox, que gravitó en la escena porteña a mediados de los años 60 con su intensa vocación de espantar al burgués, analizamos la influencia que tuvo la literatura de Lautréamont en la vida y obra del autor de Invitación a la masacre, y los escritores de su generación.
La garra y la ventosa
En 1946, en ocasión del centenario del nacimiento del conde de Lautréamont, el psicoanalista Enrique Pichon-Rivière brindaba una serie de conferencias en el Instituto Francés de Estudios Superiores de Uruguay sobre el autor de Los cantos de Maldoror. Un par de años más tarde, el mismo Pichon-Rivière participaría del núcleo directo de la revista Ciclo, junto a Aldo Pellegrini, Elías Piterbarg y David Sussman. Entre esas páginas, en las que el surrealismo pugnaba por reinstalarse en la cultura argentina, el psicoanalista francés-argentino también publicaría un par de trabajos sobre Lautréamont, fruto de sus investigaciones personales. Ducasse se había convertido, para Pichon-Rivière, en una verdadera obsesión que lo acompañara hasta sus últimos días.
Da muestra de esa obsesión alrededor del poeta maldito la publicación póstuma de Psicoanálisis del conde de Lautréamont (1992), un libro reconstruido por el hijo de Enrique, Marcelo Pichon Rivière, a partir de las conferencias y artículos de los años 40 pero también de otros artículos de los años 70 publicados en las revistas Los libros y Crisis. En la contratapa de este libro, Marcelo Pichon Rivière presentaba esa persistencia en la búsqueda del poeta maldito y del libro nunca escrito en estas palabras:
En 1946, en ocasión del centenario del nacimiento del conde de Lautréamont, el psicoanalista Enrique Pichon-Rivière brindaba una serie de conferencias en el Instituto Francés de Estudios Superiores de Uruguay sobre el autor de Los cantos de Maldoror. Un par de años más tarde, el mismo Pichon-Rivière participaría del núcleo directo de la revista Ciclo, junto a Aldo Pellegrini, Elías Piterbarg y David Sussman. Entre esas páginas, en las que el surrealismo pugnaba por reinstalarse en la cultura argentina, el psicoanalista francés-argentino también publicaría un par de trabajos sobre Lautréamont, fruto de sus investigaciones personales. Ducasse se había convertido, para Pichon-Rivière, en una verdadera obsesión que lo acompañara hasta sus últimos días.
Da muestra de esa obsesión alrededor del poeta maldito la publicación póstuma de Psicoanálisis del conde de Lautréamont (1992), un libro reconstruido por el hijo de Enrique, Marcelo Pichon Rivière, a partir de las conferencias y artículos de los años 40 pero también de otros artículos de los años 70 publicados en las revistas Los libros y Crisis. En la contratapa de este libro, Marcelo Pichon Rivière presentaba esa persistencia en la búsqueda del poeta maldito y del libro nunca escrito en estas palabras:
El hecho es que [Enrique Pichon-Rivière] nunca concluyó el libro [sobre el conde de Lautréamont], que lo acompañó toda una vida, desde 1946 hasta 1977, como un fantasma, como uno de esos animales de Los cantos de Maldoror, en los cuales predomina la garra y la ventosa: el desgarramiento y la succión.
Esa obsesión que acompañó durante gran parte de su vida a Pichon-Rivière tendría también algunas manifestaciones a lo largo de los años 60. Una muestra de ello fue la traducción íntegra de Los cantos de Maldoror en 1964, realizada por Aldo Pellegrini, divulgador empecinado del surrealismo en la Argentina, publicada por la editorial Boa. Esta edición, además de Los cantos… propiamente dichos, incluía una introducción y notas escritas por el propio Pellegrini y recuperaba poesías y cartas de Ducasse.[1]
La otra prueba de que el fantasma del conde de Lautréamont —y su probable maldición sobre todos aquellos que se dejaran encandilar por su voz prófetica y siniestra[2]— seguía rondando las calles porteñas en la década del 60 fue la publicación de Invitación a la masacre, en 1965, un libro firmado por un joven escritor llamado Marcelo Fox.
Un libro maldito
Publicado en 1965[3] por la editorial Falbo librero editor, el libro Invitación a la masacre está compuesto por trece relatos. La lectura del índice permite acercarse a un primer elemento curioso: el título de cada relato presenta alguna o algunas figuras geométricas básicas en combinación (triángulo, cuadrado, círculo). Así, el juego entre estas figuras básicas genera un efecto de serie, parecido a los juegos lógicos o las ilusiones visuales:
La otra prueba de que el fantasma del conde de Lautréamont —y su probable maldición sobre todos aquellos que se dejaran encandilar por su voz prófetica y siniestra[2]— seguía rondando las calles porteñas en la década del 60 fue la publicación de Invitación a la masacre, en 1965, un libro firmado por un joven escritor llamado Marcelo Fox.
Un libro maldito
Publicado en 1965[3] por la editorial Falbo librero editor, el libro Invitación a la masacre está compuesto por trece relatos. La lectura del índice permite acercarse a un primer elemento curioso: el título de cada relato presenta alguna o algunas figuras geométricas básicas en combinación (triángulo, cuadrado, círculo). Así, el juego entre estas figuras básicas genera un efecto de serie, parecido a los juegos lógicos o las ilusiones visuales:
Probablemente nunca sepamos por qué Fox eligió este modo de titular sus relatos, sí podemos arriesgar que anticipa una recurrencia en sus relatos, un entonación con pequeñas variaciones, una estructura narrativa básica.
En Invitación a la masacre, cada narración se presenta en primera persona singular: un hombre se confiesa frente a otras personas. ¿Qué confiesa? Ideologías y creencias, crímenes y delirios, revoluciones y traiciones. Para ejemplo bastan algunas primeras oraciones:
Dicen que soy abyecto. El más repugnante de todos. (p. 17)
Yo soy comunista. Sí. El último. (p. 25)
Soy Dios. Atrás. Déjenme tranquilo. (p. 49)
En cualquier momento dan vuelta la llave y adiós. (p. 57)
Soy un genio. Nadie lo dude. (p. 81)
En ese tono entre lo divino y lo despreciable, entre la condena y la iluminación, entre la profecía y la poesía, se adivina la lectura de Fox de una obra como Los cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont.[4] Invitación a la masacre quería convertirse en un libro maldito, en un secreto a voces, al igual que Los cantos de Maldoror. Muchos factores lo han acompañado en ese camino del malditismo literario: es un libro que no se reedita desde hace 54 años; los herederos de Fox no quieren que vuelva a publicarse; escritores excéntricos y geniales como Alberto Laiseca o Fogwill se encargaron de recomendarlo o de fotocopiarlo; no se consigue fácilmente y cuando se consigue, el precio es excesivo.
Ahora bien, lo maldito de Invitación a la masacre también está en el tono, en la intensidad de sus palabras, en las series de conceptos[5] y de figuras que desfilan por sus páginas:
En Invitación a la masacre, cada narración se presenta en primera persona singular: un hombre se confiesa frente a otras personas. ¿Qué confiesa? Ideologías y creencias, crímenes y delirios, revoluciones y traiciones. Para ejemplo bastan algunas primeras oraciones:
Dicen que soy abyecto. El más repugnante de todos. (p. 17)
Yo soy comunista. Sí. El último. (p. 25)
Soy Dios. Atrás. Déjenme tranquilo. (p. 49)
En cualquier momento dan vuelta la llave y adiós. (p. 57)
Soy un genio. Nadie lo dude. (p. 81)
En ese tono entre lo divino y lo despreciable, entre la condena y la iluminación, entre la profecía y la poesía, se adivina la lectura de Fox de una obra como Los cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont.[4] Invitación a la masacre quería convertirse en un libro maldito, en un secreto a voces, al igual que Los cantos de Maldoror. Muchos factores lo han acompañado en ese camino del malditismo literario: es un libro que no se reedita desde hace 54 años; los herederos de Fox no quieren que vuelva a publicarse; escritores excéntricos y geniales como Alberto Laiseca o Fogwill se encargaron de recomendarlo o de fotocopiarlo; no se consigue fácilmente y cuando se consigue, el precio es excesivo.
Ahora bien, lo maldito de Invitación a la masacre también está en el tono, en la intensidad de sus palabras, en las series de conceptos[5] y de figuras que desfilan por sus páginas:
No somos más asesinos que ustedes mis queridos normales. Se acuerdan de Mozart muerto de inanición y frío y vejaciones. De Maiacovsky con la barca del amor roto. De Schubert. De Crevel. Qué me dicen de Artaud. De Schumann. De Nietzsche. Qué rápido les colocaron el chaleco luego de enloquecerlos con su medianía e incomprensión. Y Poe. Y Lautréamont. Y Hitler. Y Sade. Y todos los otros. (p. 92-93).
Este fragmento corresponde al relato 11 y reconstruye una galería de incomprendidos por la sociedad, artistas y personajes despreciados por su genialidad o su oscuridad. En esta galería, aparece el nombre de Lautréamont, entre Poe y Hitler.[6] No es extraña la aparición de Poe: la primera persona de Invitación por momentos recuerda a la primera persona de cuentos como “El corazón delator”. Los protagonistas creados por Fox son sujetos torturados, enloquecidos, cuyo discurso se confunde y se intensifica, se retuerce y se vuelve poético o metafísico. Y aparece Lautréamont, quien también es mencionado en el relato 10, cuando el narrador reconstruye “la sangre azul” de sus “antepasados” (p. 84).
Justamente, el editor José Rubén Falbo[7] también eligió presentar en la tapa de Invitación a la masacre una imagen particular, que parece remitir a una estirpe real, a un título nobiliario. Se trata de una calavera humana caricaturizada, con cuernos de toro y, por debajo de esta, un tenedor y un cuchillos cruzados. Todo esto sobre un círculo negro. En el colofón del libro de 1965 se lee: “La tapa fue confeccionada tomando un emblema creado por el autor para su escudo de armas”. ¿No hay en ese gesto una provocación del autor? Fox, el conde Fox, parece añorar en varios relatos de este primer libro una estirpe perdida[8], un orden pasado, la vuelta o la revuelta de un mundo desaparecido.
Justamente, el editor José Rubén Falbo[7] también eligió presentar en la tapa de Invitación a la masacre una imagen particular, que parece remitir a una estirpe real, a un título nobiliario. Se trata de una calavera humana caricaturizada, con cuernos de toro y, por debajo de esta, un tenedor y un cuchillos cruzados. Todo esto sobre un círculo negro. En el colofón del libro de 1965 se lee: “La tapa fue confeccionada tomando un emblema creado por el autor para su escudo de armas”. ¿No hay en ese gesto una provocación del autor? Fox, el conde Fox, parece añorar en varios relatos de este primer libro una estirpe perdida[8], un orden pasado, la vuelta o la revuelta de un mundo desaparecido.
El humor y la destrucción
Para Fox, Lautréamont era el artista maldito, la voz de la destrucción y del mal, el tono profético-poético que deseaba para su literatura. Un par de años después, en un texto publicado en la revista La hipotenusa (n.° 6, 15/06/1967), “Cómo llegar a inmortales”, Fox se burlaba del mismísimo Aldo Pellegrini, traductor indiscutido de Los cantos de Maldoror, por una interpretación demasiado inocente del conde:
El maquillaje todo lo puede. Siempre hay un Aldo Pellegrini que dice que Lautréamont era en el fondo un muchacho bueno y sencillo que amaba las flores y el progreso indefinido, ahuyentando cualquier olor a azufre con un pulverizador que contenga algún desleído y añoso ismo (p. 40)
Ese humor que Fox desplegará en sus colaboraciones en La hipotenusa, también aparecía en las páginas de Invitación a la masacre. En uno de los relatos más cómicos, el relato 8, el protagonista es un iluminado con un mensaje para la humanidad, un motivo recurrente. El tono de Fox ya no es solamente profético y revelador sino que cobra dimensiones paródicas:
Luego comencé a tener diarrea y me di cuenta de la medida exacta de las cosas. La diarrea nace al contemplar al Ser. Por ella lo intuimos. Todo fluye. (p. 65)
Entré en la organización de un movimiento clandestino para la liberación de algo. (p. 66)
Marchar con el brazo extendido bajo el Arco del Triunfo de París vivando en medio de la confusión a Ubú. (p. 67)
Ahora bien, esos destellos de humor —y otros de ciencia ficción que los alcances de este artículo no nos permiten desarrollar— son detalles menores frente a la voz profética que, en cada relato, anuncia la destrucción. Los protagonistas de Invitación a la masacre son asesinos y torturadores, revolucionarios y dictadores, artistas malditos y víctimas del sistema.
Y todos han iniciado, de una manera u otra, el fin de la humanidad. Los medios son múltiples: el establecimiento de regímenes dictatoriales (relato 3, relato 11); la inoculación del mal a través de un acto morboso e inenarrable (relato 2, relato 4); la traición absoluta (relato 12); la percepción delirante de un mundo pervertido (relato 10); entre otros. La estructura básica de Invitación a la masacre es clara: un hombre se sacrifica o sacrifica a otros para iniciar un nuevo tiempo [“Llegar a la Ciudad del Sol implica el desierto” (p. 52)]; la destrucción y el aniquilamiento aparecen transmutados en purificación [“Ya el Fénix resucitará de sus cenizas y irradiará Fuego eternamente” (p. 52)].
Posiblemente por esta estructura narrativa básica que recorre todos los relatos y por el tono profético-poético heredado de Lautréamont, la lectura actual de Invitación a la masacre nos genera ecos históricos y nacionales. Marcelo Fox quería escribir un libro maldito[9] y lo logró a través de una entonación destructiva, de una estructura sacrificial reiterativa, de una proyección de violencia política y mística que nos alcanza (y que aún parece seguir desplegando sus efectos destructivos).
El apocalipsis cuando el amor se extinga
Juan Jacobo Bajarlía publica Canto a la destrucción en 1968 en Ediciones Puma. El libro formó parte de la colección “Los Cantos”, dirigida por el poeta surrealista Miguel Ángel Speroni, y otros títulos llevaban títulos como Canto al amor, Canto al humor, Canto a la noche, etcétera. Se trataba de antologías de textos literarios de diferentes autores y épocas con una temática en común.
En el libro de Bajarlía, en torno a la destrucción, la nómina de autores incluyó a Heráclito y a Allen Ginsberg, a Cervantes y a Miguel Ángel Bustos, a Ezra Pound y a Jorge Luis Borges. También incluyó, y por eso nos interesa, al conde de Lautréamont y a Marcelo Fox. Del conde, Bajarlía selecciona un fragmento del Canto II. De Fox, un fragmento de Invitación a la masacre. En su presentación del texto de Fox, Bajarlía da en el clavo al rescatar un cruce entre amor y apocalipsis, que pocos leyeron entre las páginas de Invitación a la masacre. Vale la lectura de la presentación completa:
Y todos han iniciado, de una manera u otra, el fin de la humanidad. Los medios son múltiples: el establecimiento de regímenes dictatoriales (relato 3, relato 11); la inoculación del mal a través de un acto morboso e inenarrable (relato 2, relato 4); la traición absoluta (relato 12); la percepción delirante de un mundo pervertido (relato 10); entre otros. La estructura básica de Invitación a la masacre es clara: un hombre se sacrifica o sacrifica a otros para iniciar un nuevo tiempo [“Llegar a la Ciudad del Sol implica el desierto” (p. 52)]; la destrucción y el aniquilamiento aparecen transmutados en purificación [“Ya el Fénix resucitará de sus cenizas y irradiará Fuego eternamente” (p. 52)].
Posiblemente por esta estructura narrativa básica que recorre todos los relatos y por el tono profético-poético heredado de Lautréamont, la lectura actual de Invitación a la masacre nos genera ecos históricos y nacionales. Marcelo Fox quería escribir un libro maldito[9] y lo logró a través de una entonación destructiva, de una estructura sacrificial reiterativa, de una proyección de violencia política y mística que nos alcanza (y que aún parece seguir desplegando sus efectos destructivos).
El apocalipsis cuando el amor se extinga
Juan Jacobo Bajarlía publica Canto a la destrucción en 1968 en Ediciones Puma. El libro formó parte de la colección “Los Cantos”, dirigida por el poeta surrealista Miguel Ángel Speroni, y otros títulos llevaban títulos como Canto al amor, Canto al humor, Canto a la noche, etcétera. Se trataba de antologías de textos literarios de diferentes autores y épocas con una temática en común.
En el libro de Bajarlía, en torno a la destrucción, la nómina de autores incluyó a Heráclito y a Allen Ginsberg, a Cervantes y a Miguel Ángel Bustos, a Ezra Pound y a Jorge Luis Borges. También incluyó, y por eso nos interesa, al conde de Lautréamont y a Marcelo Fox. Del conde, Bajarlía selecciona un fragmento del Canto II. De Fox, un fragmento de Invitación a la masacre. En su presentación del texto de Fox, Bajarlía da en el clavo al rescatar un cruce entre amor y apocalipsis, que pocos leyeron entre las páginas de Invitación a la masacre. Vale la lectura de la presentación completa:
Zaratustra cruzó el vacío haciendo equilibrio sobre la cuerda y se burló de los hombres. Mucho antes (los tiempos son inmemoriales), acaso en el siglo XV anterior al advenimiento de Jesucristo, Garuda fue llevado en la espalda de un monstruo para anunciar la destrucción de la humanidad. La frase está contenida en el Zekele 39, de Ibn Shmuel Almasri (historia del siglo XII). Pero el apocalipsis sigue vigente. El apocalipsis cuando el amor se extinga. O el amor solo contra el apocalipsis. Este concepto, unido al del amor por los hombres, lo desarrolla Marcelo Fox en Invitación a la masacre (1965). Anuncia la destrucción total. El aniquilamiento que ha de sobrevenir cuando el amor sólo sea una palabra vacía, gastada por el tiempo. (p. 93)
En ese cruce entre el amor por los hombres y el apocalipsis, habría que leer Invitación a la masacre. En esa línea parece haber leído Fox Los cantos de Maldoror, del conde de Lautréamont. Eso en 1965. Después de la publicación de Invitación a la masacre —que pasaría casi sin pena ni gloria ante los lectores contemporáneos— y, particularmente, tras su encuentro con Alberto Laiseca —ambos bajo los influjos del Sol Final—, Marcelo Fox entrará en una búsqueda personal signada por el esoterismo, el nazismo y la política oscura que se cernía hacia fines de la década del 60. Pero esa es otra historia.
Notas
1. Anteriormente, sólo era posible acercarse a la oscura obra poética del conde si se sabía francés o leyendo la selección traducida por el poeta español Ramón Goméz de la Serna en 1925.
2. El libro de Enrique Pichon-Rivière comienza con esta frase: “Toda investigación sobre la vida del conde de Lautréamont se vio siempre dificultada por factores externos, fortuitos y sobre todo por factores internos, existentes en aquellos que se ocupaban de él. La angustia que condiciona esta situación estaba ligada a los aspectos siniestros de su vida y de su obra” (p. 17). Incluso el interés de Pichon-Rivière por Ducasse, se debe al encuentro en el antiguo Hospicio de las Mercedes (hoy, Hospital Municipal José Tiburcio Borda) con Edmundo Montagne, un poeta uruguayo que sufría de profunda depresión, con quien sostuvo largas charlas sobre el conde de Lautréamont, y que, posteriormente, se suicidaría. La anécdota puede reconstruirse en el libro de Vicente Zito Lema, Conversaciones con Enrique Pichon-Rivière sobre el arte y la locura (1976).
3. En la portada del libro, debajo del título, se lee: “(1963)”. En este sentido, podríamos suponer que Fox escribió esta obra o terminó de escribirla dos años antes de su publicación. Para una reconstrucción general sobre los comienzos de Fox y su vínculo con el grupo de la revista Opium, “Marcelo Fox, un muerto punk”.
4. El horizonte de lectura de cualquier muchacho o muchacha que frecuentara los bares de la Manzana Loca y que asistiera a una función teatral o muestra del Instituto Di Tella estaba formado por este tipo de libros. Otros títulos ineludibles para Fox y los habitués del Moderno fueron, sin dudas, la antología de poesía surrealista de Pellegrini; Ubú rey, de Alfred Jarry; El retorno de los brujos de Louis Pawels y Jacques Bergier; entre muchos otros.
5. Algunos de los tópicos recurrentes en estos relatos son mesianismo, destrucción, confesión, traición, culpa, violencia, sacrificio, guerra, tortura, soledad, multitud, nuevo orden, locura, apocalipsis.
6. Sobre las referencias a Hitler, prefiero referirme en un próximo artículo en el que me extenderé sobre Señal de fuego (1968), el segundo y último libro de Marcelo Fox, el libro de las esvásticas.
7. Falbo librero editor fue una editorial importante para los años 60 que aún no ha tenido un estudio serio y detenido. Con un catálogo de más de cincuenta títulos, Falbo publicó a autores y autoras como Juana Bignozzi, Humberto Costantini, Jorge Luis Borges, Héctor Lastra, Miguel Briante, María Rosa Lida, entre muchos más.
8. La anécdota recuperada en el artículo “Marcelo Fox, un muerto punk” vuelve a actualizarse en el relato 3, en el que el protagonista se corona a sí mismo como “Emperador de Occidente” (p. 28).
9. El relato 9 de Invitación a la masacre es una prueba de esta intención: un artista crea su obra maldita —se trata de un mural hecho con gritos de personas torturadas y con los restos de sus cadáveres— y la nombra como “Alta Tarea”, “Vómito del Infinito”, “Olvido del Ser”, “Lepra Última”. Y agrega: “El Ser es Asco. Es Arrasamiento. Es Locura Ontológica. Es Invitación a la Masacre, implícita en Él” (p. 75). Este relato es una ars poetica, y condensa la idea de Invitación… como una obra maldita. El libro de Fox parece ser el mural hecho con cadáveres y gritos tortuosos.
1. Anteriormente, sólo era posible acercarse a la oscura obra poética del conde si se sabía francés o leyendo la selección traducida por el poeta español Ramón Goméz de la Serna en 1925.
2. El libro de Enrique Pichon-Rivière comienza con esta frase: “Toda investigación sobre la vida del conde de Lautréamont se vio siempre dificultada por factores externos, fortuitos y sobre todo por factores internos, existentes en aquellos que se ocupaban de él. La angustia que condiciona esta situación estaba ligada a los aspectos siniestros de su vida y de su obra” (p. 17). Incluso el interés de Pichon-Rivière por Ducasse, se debe al encuentro en el antiguo Hospicio de las Mercedes (hoy, Hospital Municipal José Tiburcio Borda) con Edmundo Montagne, un poeta uruguayo que sufría de profunda depresión, con quien sostuvo largas charlas sobre el conde de Lautréamont, y que, posteriormente, se suicidaría. La anécdota puede reconstruirse en el libro de Vicente Zito Lema, Conversaciones con Enrique Pichon-Rivière sobre el arte y la locura (1976).
3. En la portada del libro, debajo del título, se lee: “(1963)”. En este sentido, podríamos suponer que Fox escribió esta obra o terminó de escribirla dos años antes de su publicación. Para una reconstrucción general sobre los comienzos de Fox y su vínculo con el grupo de la revista Opium, “Marcelo Fox, un muerto punk”.
4. El horizonte de lectura de cualquier muchacho o muchacha que frecuentara los bares de la Manzana Loca y que asistiera a una función teatral o muestra del Instituto Di Tella estaba formado por este tipo de libros. Otros títulos ineludibles para Fox y los habitués del Moderno fueron, sin dudas, la antología de poesía surrealista de Pellegrini; Ubú rey, de Alfred Jarry; El retorno de los brujos de Louis Pawels y Jacques Bergier; entre muchos otros.
5. Algunos de los tópicos recurrentes en estos relatos son mesianismo, destrucción, confesión, traición, culpa, violencia, sacrificio, guerra, tortura, soledad, multitud, nuevo orden, locura, apocalipsis.
6. Sobre las referencias a Hitler, prefiero referirme en un próximo artículo en el que me extenderé sobre Señal de fuego (1968), el segundo y último libro de Marcelo Fox, el libro de las esvásticas.
7. Falbo librero editor fue una editorial importante para los años 60 que aún no ha tenido un estudio serio y detenido. Con un catálogo de más de cincuenta títulos, Falbo publicó a autores y autoras como Juana Bignozzi, Humberto Costantini, Jorge Luis Borges, Héctor Lastra, Miguel Briante, María Rosa Lida, entre muchos más.
8. La anécdota recuperada en el artículo “Marcelo Fox, un muerto punk” vuelve a actualizarse en el relato 3, en el que el protagonista se corona a sí mismo como “Emperador de Occidente” (p. 28).
9. El relato 9 de Invitación a la masacre es una prueba de esta intención: un artista crea su obra maldita —se trata de un mural hecho con gritos de personas torturadas y con los restos de sus cadáveres— y la nombra como “Alta Tarea”, “Vómito del Infinito”, “Olvido del Ser”, “Lepra Última”. Y agrega: “El Ser es Asco. Es Arrasamiento. Es Locura Ontológica. Es Invitación a la Masacre, implícita en Él” (p. 75). Este relato es una ars poetica, y condensa la idea de Invitación… como una obra maldita. El libro de Fox parece ser el mural hecho con cadáveres y gritos tortuosos.