Año 8 / Número 28 / Mayo 2020
Luis Chitarroni, caballero de las letras argentinas
Figura central de la literatura argentina de los últimos cuarenta años en sus facetas de escritor, crítico y editor, el autor de Peripecias del no y el reciente Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges) charló con Invisibles. Este es el resumen de una extensa entrevista en la que comparte sus impresiones como lector: "La influencia no es lo que yo quisiera que me influyera, es lo que lamentablemente me influye", confiesa.
Como aquellas míticas entrevistas de la Paris Review, la nuestra se compuso de varias sesiones que sumaron un total de casi siete horas de conversación. La primera tuvo lugar en el Malba, donde Luis venía de editar su libro Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), en base a sus clases dictadas en 2016; la segunda, en un café Bonafide; la tercera, en el bar Quebec de la avenida Callao (todo esto, cabe aclarar, cuando el coronavirus era todavía un remoto problema oriental que no ocupaba demasiado espacio en nuestra mente ni en los portales de noticias). Siete horas en las que este conversador lujoso discurrió en su habitual tono entre erudito y pícaro, entre intelectual de alto vuelo, observador puntilloso y filósofo de barrio. Su elegancia al hablar, que acompaña con delicados movimientos de manos y alzamiento de barbilla, recuerda a un malabarista que con total soltura desplegara cintas de colores sacadas de un maletín. Así, Luis despliega las palabras.
Es una figura central de la literatura argentina de los últimos cuarenta años, en sus facetas de escritor, crítico, editor (fue cabeza editora de Sudamericana en su época dorada; hoy forma parte de La Bestia Equilátera) y amigo querido de tantísimos escritores, tanto es así que durante nuestra charla se referirá por sus nombres de pila o apodos a quienes para nosotros son figuras lejanas. Tiene anécdotas de primera mano con Reinaldo Arenas, José Donoso y Severo Sarduy, entre otros. En esta entrevista nos concentramos en el Chitarroni lector, de libros pero también de cuadros. No muchos saben que Luis es un lector febril de crítica de arte y que incluso tuvo un paso fugaz como alumno de Bellas Artes en la Escuela Manuel Belgrano.
Transcribir una grabación tan extensa a la manera tradicional habría sido algo excesivo para los lectores. Ofrecemos entonces una selección fragmentaria de las observaciones, apreciaciones y joyitas filosóficas del interlocutor que tuvimos la suerte de entrevistar.
***
Yo digo que es lindo cuando el escritor no se descubrió a sí mismo, cuando todavía no le tocó la consagración. Después, andá a aguantar. Mejor que no averigüe quién es.
Cuando Borges empieza a escribir ya tiene un estilo particularísimo, bien interesante. Se ve en las Cartas del fervor, las que escribe a Abramovich, un amigo judío a quien conoce en el bachillerato ginebrino. Ahí usa un estilo acriollado, hace caer la d como en usté. Entonces queda claro que Borges le lleva toda una vida a Bioy, una vida de escritor experimental real que Bioy nunca tuvo.
Borges. ¡Qué relación única tenía Borges con la lectura! Es eso lo que me interesa, esa asimilación tan rápida. Te diría que el bandoneón de Bioy [se refiere al Borges de Bioy Casares] es una enciclopedia de lo exacto, pero no de lo exacto canonizable, sino del hastío que tiene el lector y muchas veces no se atreve a confesar.
Es una figura central de la literatura argentina de los últimos cuarenta años, en sus facetas de escritor, crítico, editor (fue cabeza editora de Sudamericana en su época dorada; hoy forma parte de La Bestia Equilátera) y amigo querido de tantísimos escritores, tanto es así que durante nuestra charla se referirá por sus nombres de pila o apodos a quienes para nosotros son figuras lejanas. Tiene anécdotas de primera mano con Reinaldo Arenas, José Donoso y Severo Sarduy, entre otros. En esta entrevista nos concentramos en el Chitarroni lector, de libros pero también de cuadros. No muchos saben que Luis es un lector febril de crítica de arte y que incluso tuvo un paso fugaz como alumno de Bellas Artes en la Escuela Manuel Belgrano.
Transcribir una grabación tan extensa a la manera tradicional habría sido algo excesivo para los lectores. Ofrecemos entonces una selección fragmentaria de las observaciones, apreciaciones y joyitas filosóficas del interlocutor que tuvimos la suerte de entrevistar.
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Yo digo que es lindo cuando el escritor no se descubrió a sí mismo, cuando todavía no le tocó la consagración. Después, andá a aguantar. Mejor que no averigüe quién es.
Cuando Borges empieza a escribir ya tiene un estilo particularísimo, bien interesante. Se ve en las Cartas del fervor, las que escribe a Abramovich, un amigo judío a quien conoce en el bachillerato ginebrino. Ahí usa un estilo acriollado, hace caer la d como en usté. Entonces queda claro que Borges le lleva toda una vida a Bioy, una vida de escritor experimental real que Bioy nunca tuvo.
Borges. ¡Qué relación única tenía Borges con la lectura! Es eso lo que me interesa, esa asimilación tan rápida. Te diría que el bandoneón de Bioy [se refiere al Borges de Bioy Casares] es una enciclopedia de lo exacto, pero no de lo exacto canonizable, sino del hastío que tiene el lector y muchas veces no se atreve a confesar.
Me hubiera encantado saber qué leía Melville al momento de escribir Moby Dick. Siempre que leo algo me pregunto qué estaría leyendo ese escritor en el momento de escribirlo. Aunque entiendo que con esa pregunta busco tranquilizarme, porque la mayoría de las veces se escribió con la experiencia real –si es que hay experiencias reales, porque la experiencia es, en gran medida (incluso la experiencia del lector, que es una experiencia que uno podría llamar pasiva) una magnificación.
Momento de lectura. Ahora que puedo, en cuanto salgo de la oficina leo en casa tres horas, pero no siempre continuas. Generalmente con curiosidad profesional. Leo en el cuarto o, a causa del peso de algunos libros, sentado en el living.
Manuel Puig. Un oidor único, un oidor de inflexiones únicas. Creo que no era demasiado consciente de su genio. Sus ambiciones eran cinematográficas y monetarias. Es el único tipo que, sin proponérselo, puede construir un libro sólo con diálogos. O puede hacer una obra maestra. Boquitas pintadas es un prodigio técnico, mucho más grande que el Ulises, porque no hay narrador. Son diarios, cartas. Todo está montado, como en una película.
Momento de lectura. Ahora que puedo, en cuanto salgo de la oficina leo en casa tres horas, pero no siempre continuas. Generalmente con curiosidad profesional. Leo en el cuarto o, a causa del peso de algunos libros, sentado en el living.
Manuel Puig. Un oidor único, un oidor de inflexiones únicas. Creo que no era demasiado consciente de su genio. Sus ambiciones eran cinematográficas y monetarias. Es el único tipo que, sin proponérselo, puede construir un libro sólo con diálogos. O puede hacer una obra maestra. Boquitas pintadas es un prodigio técnico, mucho más grande que el Ulises, porque no hay narrador. Son diarios, cartas. Todo está montado, como en una película.
Juan José Saer. Magnífica prosa. Mi libro favorito sigue siendo La ocasión, que no terminaba de complacerlo a él, y que escribe para ganar el premio Nadal. Me enloquece El entenado, que tampoco era su favorito. Lo primero que leí es su traducción de Tropismos de Nathalie Sarraute, un libro interesantísimo pero que tiene más que ver con Sarduy. Saer intenta que lo que escribe no tenga todo lo ostensible del objetivismo francés. Tiene una cosa pausada, entrecortada, por su buena lectura de los escritores franceses y por su asma. Es un estilo comatoso. Pero no me deslumbra Saer por lo que ve, si bien ve mucho y bien. Ve incluso aquello que no pasa.
Néstor Sánchez es un poco lo que Onetti decía de Néstor Sánchez: tiene todos los colores, pero los mezclás y te da blanco. Ahí hay falta de anécdota o tal vez una soberbia muy de la época, que le hace despreciar la anécdota.
Alan Pauls. Historia del dinero es magnífico. Hay una proyección de los afectos, de la simpatía, de la locura que provocan los afectos y la simpatía. Yo diría que el personaje del padre es una mezcla de su padre y de Fogwill, un personaje muy raramente inventado. Todo en Alan tiene una elaboración secundaria, como diría Freud. Además es un ensayista magistral, barthesiano en el mejor sentido. Tiene hasta la caligrafía parecida a Barthes. El pasado tiene una gradación magnífica, por cómo va creciendo.
Juan José Becerra. Me encanta El espectáculo del tiempo. Pero de Loly, como lo llaman en sus pagos, me gusta hasta el mal aliento, hasta sus artículos breves. Leo cualquier cosa que escriba. Tiene un artículo sobre Leonardo Favio que es una obra maestra.
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Néstor Sánchez es un poco lo que Onetti decía de Néstor Sánchez: tiene todos los colores, pero los mezclás y te da blanco. Ahí hay falta de anécdota o tal vez una soberbia muy de la época, que le hace despreciar la anécdota.
Alan Pauls. Historia del dinero es magnífico. Hay una proyección de los afectos, de la simpatía, de la locura que provocan los afectos y la simpatía. Yo diría que el personaje del padre es una mezcla de su padre y de Fogwill, un personaje muy raramente inventado. Todo en Alan tiene una elaboración secundaria, como diría Freud. Además es un ensayista magistral, barthesiano en el mejor sentido. Tiene hasta la caligrafía parecida a Barthes. El pasado tiene una gradación magnífica, por cómo va creciendo.
Juan José Becerra. Me encanta El espectáculo del tiempo. Pero de Loly, como lo llaman en sus pagos, me gusta hasta el mal aliento, hasta sus artículos breves. Leo cualquier cosa que escriba. Tiene un artículo sobre Leonardo Favio que es una obra maestra.
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David Hockney me parece uno de los grandes dibujantes del siglo XX. Lo que interesa acá es un tema que empezó a interesarle a Leonardo: el agua y el movimiento. Pinta el movimiento de ese tipo sumergido. Esas figuras estatuarias, muy clásicas, que podrían ser de Piero della Francesca, hacen esa especie de tríada rara, porque no se sabe muy bien dónde se arma el triángulo clásico. Y esa fascinación un poco incomprensible, aunque entendible en un inglés, que es el mundo del sol de California: cuando descubren el sol se vuelven locos. Además, Hockney era el mejor pintor de sus amantes, en su mayoría varones. Los ha pintado a todos, por lo general en posiciones incómodas, medio dormidos. Suelen ser dibujos. Hizo un magnífico retrato de su gran amigo Christopher Isherwood y Don Bachardy, su amante. En el centro tiene una naturaleza muerta que podría ir por sí sola. El agua electrizada, de Charlie Feiling, llevaba en la tapa un Hockney que le encantaba a él. Una zambullida sin que vos veas al que se zambulle, nada más que el agua agitada.
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Ritmos rojos es un libro de poemas que Borges escribe a los diecisiete años. Yo tengo una edición francesa, porque Borges nunca quiso reeditarlo y Kodama obedeció sus órdenes. Están los poemas traducidos al francés pero no está la versión en castellano. Qué borgeano eso. Tiene que ver con la relectura y la reelaboración, que deben soportar cierto borrado. Me hace pensar en Rauschenberg, que compró y borró un De Kooning.
Los últimos sonetos de Borges, que construía de memoria, son de una precisión formal increíble. Pero a la vez son una especie de consecuencia del Borges público. Ya adivinás antes que él cómo va a terminar. El Borges que en general se cita (“No nos une el amor sino el espanto”, etc) es uno que se adecua bien a una sociedad que en realidad no lo entiende, que utiliza sus versos como formas de saber garantizado. A veces dice cosas muy fuertes (“La patria es un acto”) que quedan abolidas por la retórica de la composición.
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Ritmos rojos es un libro de poemas que Borges escribe a los diecisiete años. Yo tengo una edición francesa, porque Borges nunca quiso reeditarlo y Kodama obedeció sus órdenes. Están los poemas traducidos al francés pero no está la versión en castellano. Qué borgeano eso. Tiene que ver con la relectura y la reelaboración, que deben soportar cierto borrado. Me hace pensar en Rauschenberg, que compró y borró un De Kooning.
Los últimos sonetos de Borges, que construía de memoria, son de una precisión formal increíble. Pero a la vez son una especie de consecuencia del Borges público. Ya adivinás antes que él cómo va a terminar. El Borges que en general se cita (“No nos une el amor sino el espanto”, etc) es uno que se adecua bien a una sociedad que en realidad no lo entiende, que utiliza sus versos como formas de saber garantizado. A veces dice cosas muy fuertes (“La patria es un acto”) que quedan abolidas por la retórica de la composición.
Pepe Bianco. Yo conocí a Pepe en los últimos años de su vida. Era un viejo gay encantador y de una malignidad única en los comentarios. Había traducido para Sudamericana y de hecho encontré algunos libros en traducciones originales suyas. Por ejemplo G, de John Berger. Tengo la idea de que la debe haber recomendado él: estaba el ejemplar con las anotaciones de Pepe sobre el sentido de alguna palabra. Enrique Pezzoni decía que Pepe era rapidísimo traduciendo.
Juan José Saer. Me parece que en gran medida Juani es la puesta en escena, en página, de unos ritmos únicos hasta ese momento. Sin duda, la entonación de Saer está dada por escritores franceses y es lindo notar que un escritor es víctima de los idiomas que sabe, ¿no?
Sobre el trabajo de traducir. Como traductor me ocurría que bastaba convertir eso que muchas veces hago por placer en una obligación para detestarlo.
Juan José Saer. Me parece que en gran medida Juani es la puesta en escena, en página, de unos ritmos únicos hasta ese momento. Sin duda, la entonación de Saer está dada por escritores franceses y es lindo notar que un escritor es víctima de los idiomas que sabe, ¿no?
Sobre el trabajo de traducir. Como traductor me ocurría que bastaba convertir eso que muchas veces hago por placer en una obligación para detestarlo.
Derechos de autor. Curiosamente, comprar los derechos de Kurt Vonnegut para La Bestia Equilátera fue barato. Descubrimos que hacía mucho que no se traducía. El precio depende del agente que lo tenga. Te diría que el agente es más importante que el escritor, porque es con quien se negocia.
Idea. Se podría hacer un libro que fuera un listado de errores de traducción.
Prólogos. ¿Por qué los editores dan por sentado que los prólogos no se cobran? Un prólogo se cobra. Yo en Sudamericana trataba de pagar prólogos lo más caro posible, porque sabía que al escritor le lleva una distracción y una abstracción del tema que le interesa. Bolaño, cuando le pedí un prólogo sobre Neruda, me contestó: “De ninguna manera van a conseguir que escriba sobre ese cetáceo, por más plata que me ofrezcan”.
En las mesas redondas siempre hay alguien que trae un original bajo el brazo, como cuchillo bajo el poncho. Lo ves venir: este plomo seguro me trajo su enorme, interminable novela.
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Idea. Se podría hacer un libro que fuera un listado de errores de traducción.
Prólogos. ¿Por qué los editores dan por sentado que los prólogos no se cobran? Un prólogo se cobra. Yo en Sudamericana trataba de pagar prólogos lo más caro posible, porque sabía que al escritor le lleva una distracción y una abstracción del tema que le interesa. Bolaño, cuando le pedí un prólogo sobre Neruda, me contestó: “De ninguna manera van a conseguir que escriba sobre ese cetáceo, por más plata que me ofrezcan”.
En las mesas redondas siempre hay alguien que trae un original bajo el brazo, como cuchillo bajo el poncho. Lo ves venir: este plomo seguro me trajo su enorme, interminable novela.
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Se nota que Cy Twombly siempre quiso ser escritor, y sin embargo no es narrativo ni figurativo. Lo que hace son unos rayones, en los que a veces copia alguna frase antigua de Virgilio o de algún poeta latino. En este caso hay líneas en gran medida trazadas como por un niño. Así, vuelve a poner en ridículo el arte, que es una cosa divina. Vuelve a hacer pensar que el arte no es una cuestión de virtuosismo ni de dedicación, sino de una especie de trazo que es significativo para alguien en algún momento, como un destello en algún momento de su vida. Y eso Twombly lo respeta como nadie porque sigue sosteniendo esta cuestión cómica, ¿no?, de que el arte es una cuestión muy seria que puede hacer un niño. “Me llevó toda la vida dibujar como un niño”, decía Picasso. Cuando Twombly usa el trazo para segregar zonas, uno no sabe por qué las ha jerarquizado, ni por qué lo ha hecho con ese trazo tembloroso o inseguro de niño. Y si uno se detuviera, vería la rara armonía que proponen.
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El lugar de la anécdota. La escritura desplazó a la anécdota. Saer, por ejemplo, es un gran escritor sin anécdota, que es ínfima y se puede encontrar en los libros anómalos de él. Cortázar mismo, salvo en Rayuela y en algunos cuentos, es un escritor más de escritura que de anécdota. Borges nunca la descuida, aunque puede ser que a veces la tapa con un exceso de brillo verbal, como en Historia universal de la infamia. Wilcock es un gran escritor de anécdota, aunque la olvide en el medio. Incluso Aira, que en su relato Cecil Taylor cuenta algo interesante. Cecil Taylor es un pianista que lo obsesionaba de joven, muy free, que hace cosas casi ininteligibles. En ese relato Aira cuenta una anécdota del violinista Fritz Kreisler. Una millonaria norteamericana le ofrece contratarlo para que vaya a tocar a una reunión. “Mi caché son 50.000 dólares", dice. "De acuerdo, pero tengo una sola condición: usted no puede hablar con los invitados", "En ese caso son 5.000." Es una gran anécdota acerca de lo que es la vida social, cómo enturbia la vida de los escritores.
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El lugar de la anécdota. La escritura desplazó a la anécdota. Saer, por ejemplo, es un gran escritor sin anécdota, que es ínfima y se puede encontrar en los libros anómalos de él. Cortázar mismo, salvo en Rayuela y en algunos cuentos, es un escritor más de escritura que de anécdota. Borges nunca la descuida, aunque puede ser que a veces la tapa con un exceso de brillo verbal, como en Historia universal de la infamia. Wilcock es un gran escritor de anécdota, aunque la olvide en el medio. Incluso Aira, que en su relato Cecil Taylor cuenta algo interesante. Cecil Taylor es un pianista que lo obsesionaba de joven, muy free, que hace cosas casi ininteligibles. En ese relato Aira cuenta una anécdota del violinista Fritz Kreisler. Una millonaria norteamericana le ofrece contratarlo para que vaya a tocar a una reunión. “Mi caché son 50.000 dólares", dice. "De acuerdo, pero tengo una sola condición: usted no puede hablar con los invitados", "En ese caso son 5.000." Es una gran anécdota acerca de lo que es la vida social, cómo enturbia la vida de los escritores.
Policial. Hay gente que tiene una memoria dramática o tramática. No es mi caso. Por eso me gusta tanto el policial negro, donde en realidad la trama no tiene ningún interés. Uno lee a Chandler y uno ve que la pregunta por quién es el asesino es un detalle menor. Se puede pensar que el pormenor es casi vulgar, casi no atañe a la literatura. Por otra parte, ciertos detalles son fundamentales.
Joyce sería el típico escritor de procedimiento: alguien que se plantea cada capítulo del Ulises como distinto al anterior y con toda una serie de condiciones. Y sin embargo es considerado por el capítulo menos interesante de su libro, que es el monólogo de Molly Bloom. Cualquiera puede escribir en esa especie de estilo directo fantaseado. Ahora, los capítulos verdaderamente difíciles son casi ininteligibles o llegan casi al nonsense, como ése que él llamaba “El patito feo”, que es una serie de preguntas que se contestan de un modo exhaustivo y aburrido. Para otros, tenés que leer un libro de crítica literaria si querés entender lo que está haciendo. Barthes, que es un muy buen lector de Joyce, explica cómo, en un capítulo donde se narra el nacimiento de un niño, Joyce recrea toda la historia del inglés a partir de su evolución estilística, de Chaucer a Carlyle. Escribe una oración como Dickens, otra como Thomas Hardy, etc. Pero entonces te agarra la pregunta: ¿es técnica la literatura?
Joyce sería el típico escritor de procedimiento: alguien que se plantea cada capítulo del Ulises como distinto al anterior y con toda una serie de condiciones. Y sin embargo es considerado por el capítulo menos interesante de su libro, que es el monólogo de Molly Bloom. Cualquiera puede escribir en esa especie de estilo directo fantaseado. Ahora, los capítulos verdaderamente difíciles son casi ininteligibles o llegan casi al nonsense, como ése que él llamaba “El patito feo”, que es una serie de preguntas que se contestan de un modo exhaustivo y aburrido. Para otros, tenés que leer un libro de crítica literaria si querés entender lo que está haciendo. Barthes, que es un muy buen lector de Joyce, explica cómo, en un capítulo donde se narra el nacimiento de un niño, Joyce recrea toda la historia del inglés a partir de su evolución estilística, de Chaucer a Carlyle. Escribe una oración como Dickens, otra como Thomas Hardy, etc. Pero entonces te agarra la pregunta: ¿es técnica la literatura?
¿Es técnica la literatura? John Barth decía una cosa linda: para hacer el amor y para escribir es necesario algo más que técnica, pero sólo podemos describir la técnica. Nietzsche dice lo contrario: sólo hablan de técnica aquellos que no son artistas.
Podríamos pensar en el escritor puramente técnico, como Perec, que dentro de una obra técnica produce también la excepción. Otro es Queneau, un gran escritor del recurso. Calvino no, curiosamente, aunque era del mismo grupo.
Harry Mathews es un norteamericano del grupo Oulipo. Intenté que me encantara y me aburrió mucho. Lo único que me interesó es un articulito en el que cuenta del único libro que robó en su vida, que yo siempre deseé y él robó de una biblioteca: Of Growth and Form. Es el libro de un biólogo escocés medio chalado, D'Arcy Thompson, que hoy los científicos descartan, pero en su momento influyó mucho en Alan Turing, que como todo racionalista tenía ideas supersticiosas sobre la forma de las cosas. Este hombre, Thompson, habla de una especie de forma o protoforma (una suerte de espiral) que ordenaría los objetos de este mundo, y trata de llevar todo para ese lado. Con una prosa extraordinaria.
Las cosas, de Georges Perec. Es un libro escrito con una tesitura flaubertiana, una especie de pretérito de hábitos. Es una gran crítica a la sociedad de consumo. Es una pareja, como Bouvard y Pécuchet. Pero a diferencia de ellos, se consumen consumiendo.
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Podríamos pensar en el escritor puramente técnico, como Perec, que dentro de una obra técnica produce también la excepción. Otro es Queneau, un gran escritor del recurso. Calvino no, curiosamente, aunque era del mismo grupo.
Harry Mathews es un norteamericano del grupo Oulipo. Intenté que me encantara y me aburrió mucho. Lo único que me interesó es un articulito en el que cuenta del único libro que robó en su vida, que yo siempre deseé y él robó de una biblioteca: Of Growth and Form. Es el libro de un biólogo escocés medio chalado, D'Arcy Thompson, que hoy los científicos descartan, pero en su momento influyó mucho en Alan Turing, que como todo racionalista tenía ideas supersticiosas sobre la forma de las cosas. Este hombre, Thompson, habla de una especie de forma o protoforma (una suerte de espiral) que ordenaría los objetos de este mundo, y trata de llevar todo para ese lado. Con una prosa extraordinaria.
Las cosas, de Georges Perec. Es un libro escrito con una tesitura flaubertiana, una especie de pretérito de hábitos. Es una gran crítica a la sociedad de consumo. Es una pareja, como Bouvard y Pécuchet. Pero a diferencia de ellos, se consumen consumiendo.
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Si uno va al Museo del Prado, lo que no hay que perderse jamás es a Velázquez. Todos los fabulistas, por ejemplo Esopo. Acá uno se pregunta a quién usó de modelo para que la imagen sea tan veraz. Ni siquiera sé si está vestido como se vestían en la época de Esopo; simplemente le creo. No tengo leyes para establecer el verismo de Velázquez. Entonces pinta a este mendigo vestido con una ropa de fraile o algo así, ligeramente anodina o andrógina. No se sabe si es un viejo que envejeció o una mujer rejuvenecida. Y yo inmediatamente creo que es Esopo, es decir, me suena a que ese hombre puede contar fábulas o está contando una fábula. También el naturalismo es una especie de fábula en la que nosotros decidimos creer.
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Clave. Como escribir es una experiencia de lo inmediato, siempre aprendés a escribir un libro una vez que terminaste de hacerlo. Al final comprendés todo lo que tendrías que haber hecho para que el libro quedara bien. Sólo al terminar de hacer algo obtenés una clave o la sospecha de una clave.
Cuando escribo escucho un sonsonete, una especie de melodía opaca, mental, que no tiene relación con lo sensorial. A menos que esté efectivamente escuchando música y ceda a la ilusión de que escuchar las Variaciones Goldberg es poder escribirlas. Pero el que publicó ahora Interzona [La noche politeísta] es un libro que yo oí mucho. Manierista: hincho las bolas con la frase y la oración.
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Clave. Como escribir es una experiencia de lo inmediato, siempre aprendés a escribir un libro una vez que terminaste de hacerlo. Al final comprendés todo lo que tendrías que haber hecho para que el libro quedara bien. Sólo al terminar de hacer algo obtenés una clave o la sospecha de una clave.
Cuando escribo escucho un sonsonete, una especie de melodía opaca, mental, que no tiene relación con lo sensorial. A menos que esté efectivamente escuchando música y ceda a la ilusión de que escuchar las Variaciones Goldberg es poder escribirlas. Pero el que publicó ahora Interzona [La noche politeísta] es un libro que yo oí mucho. Manierista: hincho las bolas con la frase y la oración.
La influencia no es lo que yo quisiera que me influyera: es lo que lamentablemente me influye. Yo no quisiera ser tan borgéfilo; me parece viejo, me parece vetusto. Esa cosa de ser interrumpido por la reflexión medio profundiota, aunque en Borges casi nunca es profundiota. Me encanta la soltura de Puig, pero yo no la tengo.
Uno no tiene tantas ideas. Siempre son ideas que rondan lo mismo.
Cuando conocí a Severo Sarduy, después de que diera una conferencia en el San Martín, le hice un comentario muy elogioso. Entonces él más tarde me dijo “Yo tuve la suerte de conocer a tres personas geniales en mi vida: a Nuréyev, a Ava Gardner y a vos”. Al mediodía le había hecho el mismo comentario a Martín Prieto.
Escultura. Cuando me tocó hacer la Conscripción yo estudiaba Bellas Artes. Me encantaba la materia Escultura, porque amaba al profesor que se llamaba Edelstein, un exiliado judío, inteligentísimo, de cara medio parecido a Duchamp. Al abrir mi primera escultura en arcilla, él se queda mirándome y dice: “Esto evidentemente no es para usted”. Yo no sabía trabajar la materia. “Mire lo que hizo ella”. Una compañera había hecho unas formas interpenetradas absolutamente maravillosas.
Yo siempre odié el circo, no por un escrúpulo ecológico, sino por tener que ver monos viejos, cansados de hacer siempre lo mismo. Y los payasos me repugnan y es la cosa que menos gracia me causa en la vida. Los titiriteros, los mimos.
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Uno no tiene tantas ideas. Siempre son ideas que rondan lo mismo.
Cuando conocí a Severo Sarduy, después de que diera una conferencia en el San Martín, le hice un comentario muy elogioso. Entonces él más tarde me dijo “Yo tuve la suerte de conocer a tres personas geniales en mi vida: a Nuréyev, a Ava Gardner y a vos”. Al mediodía le había hecho el mismo comentario a Martín Prieto.
Escultura. Cuando me tocó hacer la Conscripción yo estudiaba Bellas Artes. Me encantaba la materia Escultura, porque amaba al profesor que se llamaba Edelstein, un exiliado judío, inteligentísimo, de cara medio parecido a Duchamp. Al abrir mi primera escultura en arcilla, él se queda mirándome y dice: “Esto evidentemente no es para usted”. Yo no sabía trabajar la materia. “Mire lo que hizo ella”. Una compañera había hecho unas formas interpenetradas absolutamente maravillosas.
Yo siempre odié el circo, no por un escrúpulo ecológico, sino por tener que ver monos viejos, cansados de hacer siempre lo mismo. Y los payasos me repugnan y es la cosa que menos gracia me causa en la vida. Los titiriteros, los mimos.
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Este cuadro está tomado de La tierra baldía de Eliot, que es un poema acerca de la desesperanza humana escrito después de la Primera Guerra Mundial. Eliot pierde a su mejor amigo después de la batalla de los Dardanelos y escribe La tierra baldía con mucho de sí mismo pero también mucho fragmento incorporado, como un centón de poesía griega. Incluye mucho Shakespeare, canciones en alemán, Dante, todo lo que le encantaba a él. Y empieza con esa línea increíble que es April is the cruellest month, breeding / lilacs out of the dead land, mixing / memory and desire. Este cuadro también mezcla memoria y deseo y tiene muchos elementos de pintura incluso de Picasso, de la fragmentación y las lateralidades del cubismo, cosa a la que después renuncia. La composición en Kitaj siempre es interesante y hasta un poco malograda. Ahí, mi profesor de escultura le diría "Trate de ser más límpido". Mezcla muchos estilos. A Kitaj, la crítica de artes visuales lo trata de literatoso.
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Julio Cortázar. Creo que está muy denigrado por una especie de campaña que surgió en el momento en que ya no era más lúcido, cuando se vuelve una especie de marxista sin cabeza, un marxista más bien sentimental, como tantos. Cuando hace, por ejemplo, el libro sobre Nicaragua, o esos libros muy ingenuos en que los superhéroes son villanos. Pero Cortázar era, por ejemplo, muy capaz de escribir desde el punto de vista de una mujer. Era muy camaleón.
Manuel Puig. Tiene algunos errores, y hasta los errores me gustan. Por ejemplo, en El beso de la mujer araña incluye demasiadas notas al pie con sexología pasada de moda, pero como si él creyera en ella. Tiene una novela muy malograda que yo amo: The Buenos Aires affaire. Él la quería llamar Yeta.
Marguerite Duras. Saer la odiaba. Yo prefería a Nathalie Sarraute, pero me gustan Moderato Cantábile y Las diez y media de una tarde de verano. Escribió muchísimo. Con El amante ella hizo una conversión a una literatura más accesible. El amante está muy bien, pero en los libros anteriores era irrompible. Muchas veces no sabés de qué está hablando. No porque no me guste lo hermético, pero el suyo era un hermetismo sin llegada.
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Julio Cortázar. Creo que está muy denigrado por una especie de campaña que surgió en el momento en que ya no era más lúcido, cuando se vuelve una especie de marxista sin cabeza, un marxista más bien sentimental, como tantos. Cuando hace, por ejemplo, el libro sobre Nicaragua, o esos libros muy ingenuos en que los superhéroes son villanos. Pero Cortázar era, por ejemplo, muy capaz de escribir desde el punto de vista de una mujer. Era muy camaleón.
Manuel Puig. Tiene algunos errores, y hasta los errores me gustan. Por ejemplo, en El beso de la mujer araña incluye demasiadas notas al pie con sexología pasada de moda, pero como si él creyera en ella. Tiene una novela muy malograda que yo amo: The Buenos Aires affaire. Él la quería llamar Yeta.
Marguerite Duras. Saer la odiaba. Yo prefería a Nathalie Sarraute, pero me gustan Moderato Cantábile y Las diez y media de una tarde de verano. Escribió muchísimo. Con El amante ella hizo una conversión a una literatura más accesible. El amante está muy bien, pero en los libros anteriores era irrompible. Muchas veces no sabés de qué está hablando. No porque no me guste lo hermético, pero el suyo era un hermetismo sin llegada.
Thomas Bernhard. Yo tuve que pasar el sarampión Bernhard, que era contagioso. El primer difusor fue Richard Piglia. Mariano Roca decía que era un estilo de atestado jurídico que no soportaba. Pero hay libros suyos que adoro, como El sobrino de Wittgenstein y el primero que leí, Trastorno. Me acordé de él porque le dieron el premio a su gran enemigo, Peter Handke. Me parece que era un odio más bien pour la galerie. Pero creo que es lindo que haya dos escritores en pugna, como Quevedo y Góngora. Crean una situación, como Aira y Piglia, sólo que uno no hablaba del otro. Ahora, si yo tuviera que elegir, aunque hay muchos libros de Handke que me encantan, elegiría a Bernhard. Su obra tiene un sostén impresionante y él tiene un mundo increíble. Influye no sólo en los libros de Alan Pauls y de Sergio Chejfec, sino también en Andrés Rivera.
Nabokov y la percepción. A mí el único que me deslumbró por la percepción es Nabokov. No porque hable de una niñita, sino porque tiene un hilado, una trama y unas percepciones de lo casi imperceptible. De Nabokov me gusta también una cosa que odiaban los ingleses: los juegos de palabras continuos. ¿Vieron que Lolita empieza así? “Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta”.
Rodolfo Wilcock. Encontré en Sudamericana una edición dedicada por él a Silvina Ocampo, en donde le dedica “este libro en tan raro castellano”. Es la edición en italiano, por supuesto. Para él el italiano es un raro castellano. Wilcock tiene eso: es el heredero “vivo” de Borges y Bioy. Se lleva a Italia el secreto de la intertextualidad y de todas las cosas que hacía Borges. Y en Italia es novedad.
Nabokov y la percepción. A mí el único que me deslumbró por la percepción es Nabokov. No porque hable de una niñita, sino porque tiene un hilado, una trama y unas percepciones de lo casi imperceptible. De Nabokov me gusta también una cosa que odiaban los ingleses: los juegos de palabras continuos. ¿Vieron que Lolita empieza así? “Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. Lo-lee-ta: the tip of the tongue taking a trip of three steps down the palate to tap, at three, on the teeth. Lo. Lee. Ta”.
Rodolfo Wilcock. Encontré en Sudamericana una edición dedicada por él a Silvina Ocampo, en donde le dedica “este libro en tan raro castellano”. Es la edición en italiano, por supuesto. Para él el italiano es un raro castellano. Wilcock tiene eso: es el heredero “vivo” de Borges y Bioy. Se lleva a Italia el secreto de la intertextualidad y de todas las cosas que hacía Borges. Y en Italia es novedad.