Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
Vivir para contarla
Flavio Lo Presti logra sintetizar un momento histórico que atravesó la experiencia de quienes vivieron el ingreso a la juventud durante los años noventa y la crisis de principio de siglo, narrado con una sensibilidad personal que muestra el gesto inocente del que va descubriendo el mundo y la mirada irónica del que aprendió a entenderlo, tras haber superado esos años caóticos.
Los veranos es el primer libro de cuentos del escritor y periodista argentino Flavio Lo Presti (1977). Es una historia de aprendizaje, una novela de educación sentimental, una saga familiar; es también todo esto junto. Las siete historias que integran el volumen, todas y cada una narradas en primera persona, lucen como las entregas sucesivas en un folletín cuyo único propósito fuera el de contar una historia única: acaso, la de su propia vida, esa que cuenta, la que vive cuando no cuenta.
El narrador de estos cuentos no rehúye aquel viejo principio de las vanguardias del siglo pasado, el ideal de fusionar el arte con la vida. Convertirse en escritor es encontrar cómo contarles a los amigos una anécdota personal que los interese y no los aburra, es hallar cómo escribir un relato que haga que los lectores lleguen hasta el final de las páginas que lo contienen en negro sobre blanco. Si esta tarea parece sencilla, no lo es. Entre el primero y el último de los cuentos de Los veranos, asistimos a una transformación: de la inocencia a la experiencia, un aprendizaje que culmina, como premio o vacación estival, en el último cuento, el que da título a todo el libro. En “La ballena blanca”, inicio del derrotero, se describe la amistad y el viaje de dos jóvenes que visitan a una familia muy extraña. Al final de esta historia, leemos:
El narrador de estos cuentos no rehúye aquel viejo principio de las vanguardias del siglo pasado, el ideal de fusionar el arte con la vida. Convertirse en escritor es encontrar cómo contarles a los amigos una anécdota personal que los interese y no los aburra, es hallar cómo escribir un relato que haga que los lectores lleguen hasta el final de las páginas que lo contienen en negro sobre blanco. Si esta tarea parece sencilla, no lo es. Entre el primero y el último de los cuentos de Los veranos, asistimos a una transformación: de la inocencia a la experiencia, un aprendizaje que culmina, como premio o vacación estival, en el último cuento, el que da título a todo el libro. En “La ballena blanca”, inicio del derrotero, se describe la amistad y el viaje de dos jóvenes que visitan a una familia muy extraña. Al final de esta historia, leemos:
Recuerdo intentar escribir todo esto y fracasar mil veces. (…) Pasé los siguientes diez años sin escribir una palabra, y la historia que conté líneas arriba fue mi ballena blanca. Era efectiva en asados, en reuniones, pero cuando me sentaba a escribirla se me resbalaba. Me paralizaban dudas estúpidas.
El último relato, "Los veranos", cuenta la obsesión sentimental y secreta del narrador por Julieta, una chica brasilera que se mudó a una pequeña ciudad de Córdoba. El narrador ya está integrado a la práctica profesional de la escritura, en calidad de periodista:
Fue en el medio de ese proceso sanador cuando conocí a Tania, el verano del 2007. Yo ya era lo que soy, docente, periodista de cultura, ejercía esos trabajos que están a mitad de camino entre dar orgullo y vergüenza.
Las dudas que acechaban al narrador del primer cuento, se volvieron culpa o franqueza en la voz experimentada del periodista que mancha con sentimentalismo su desdicha. En medio de esos dos extremos, Lo Presti nos ofrece cinco relatos que definen ese lento proceso de aprendizaje con pericia narrativa, en los que construye tramas, delinea personajes y un clima de época que envolvió a los nacidos a mediados de la década del ‘70. El realismo literario consiste aquí, tal vez, en este sencillo artificio: contar la vida en una época de transformación social que modifica y moldea la juventud del protagonista, “esa época en la que uno dice que sí a todo, y se entusiasma con la energía de las catástrofes.” Así lo hacen los cuentos que integran Los veranos, o al menos se las ingenian para transmitir ese efecto de realidad en cada detalle que aporta su sentido y significación al cuadro general.
Al igual de lo que sucede en muchos grandes relatos, Los veranos cuenta dos historias: en primer plano, la del protagonista en un proceso de formación, y como trasfondo, la del padre en su proceso de degradación. La novela de educación se entrelaza con la novela familiar. (Un recurso parecido al de Mauro Libertella en Mi libro enterrado.) En los cuentos, estos dos protagonistas toman un rumbo exactamente opuesto al del otro: como si la identidad del hijo se definiera por oposición al presente ruinoso del padre. El segundo cuento del libro, “Los patos”, nos sumerge en la infancia del padre, un niño “índigo” al que sus propios progenitores, los abuelos del narrador, consideraban intelectualmente superdotado. La llegada al pueblo cordobés, Río Ceballos, del famoso mentalista Tusam habilita la oportunidad histórica de someter al niño al diagnóstico del hipnotizador massmediático para que dé su veredicto. Poco importa el desenlace de ese encuentro; las palabras del narrador sobre su padre ofrecen un diagnóstico más completo, que tiene en cuenta el paso del tiempo de esa promesa infantil:
Al igual de lo que sucede en muchos grandes relatos, Los veranos cuenta dos historias: en primer plano, la del protagonista en un proceso de formación, y como trasfondo, la del padre en su proceso de degradación. La novela de educación se entrelaza con la novela familiar. (Un recurso parecido al de Mauro Libertella en Mi libro enterrado.) En los cuentos, estos dos protagonistas toman un rumbo exactamente opuesto al del otro: como si la identidad del hijo se definiera por oposición al presente ruinoso del padre. El segundo cuento del libro, “Los patos”, nos sumerge en la infancia del padre, un niño “índigo” al que sus propios progenitores, los abuelos del narrador, consideraban intelectualmente superdotado. La llegada al pueblo cordobés, Río Ceballos, del famoso mentalista Tusam habilita la oportunidad histórica de someter al niño al diagnóstico del hipnotizador massmediático para que dé su veredicto. Poco importa el desenlace de ese encuentro; las palabras del narrador sobre su padre ofrecen un diagnóstico más completo, que tiene en cuenta el paso del tiempo de esa promesa infantil:
Años más tarde, el chico que sería mi padre dejó la escuela después de pegarle una trompada al celador de una escuela de curas. Al año siguiente, un psiquiatra propuso sesiones de electroshock… De manera incomprensible se casó con mi madre a los dieciocho años, y pasó casi toda su juventud tirado en una cama tomando psicotrópicos. Y aunque tuvo tres hijos, siempre pareció un niño.
Mientras que la historia del padre narra la imposibilidad de madurar y entrar al mundo de los adultos, la del narrador es la historia de cómo se hizo adulto. Y cuando alcanza ese estadio, la figura paterna no dejará de ser motivo de vergüenza ante amigos y novias. Al cuento “Ratonera”, que transcurre en 1996, cuando el narrador cursa el primer año de la carrera de Periodismo y busca un rumbo en su orientación y un grupo de pertenencia, le sigue “Hospitalidad”, que vuelve a la novela familiar y donde el joven estudiante ha de enfrentarse con dos familiares lejanos que se alojan en el hogar paterno, perturban su rutina con sus hábitos trasnochados, ocupan su habitación y lo ponen en contacto con ese linaje de seres perdidos que él prefiere evitar.
Flavio Lo Presti logra sintetizar el momento histórico que atravesó la experiencia de quienes vivieron el ingreso a la juventud durante los años noventa y la crisis de principio de siglo que sólo dejó la esperanza de abrazar una suerte de optimismo rengo, como sintetiza el narrador de “El sentido de la orientación” en torno a la crisis del 2001:
Flavio Lo Presti logra sintetizar el momento histórico que atravesó la experiencia de quienes vivieron el ingreso a la juventud durante los años noventa y la crisis de principio de siglo que sólo dejó la esperanza de abrazar una suerte de optimismo rengo, como sintetiza el narrador de “El sentido de la orientación” en torno a la crisis del 2001:
El país se caía a pedazos. Los ahorristas quemaban las puertas de los bancos. Yo recién me recibía de una carrera que era un pasaporte a la desocupación, y hasta ese momento mi plan era simple: aguantar el palo de la crisis esperando un trabajo decente.
Dejo a cuenta del lector establecer por sí solo la simetría entre aquellos años, a pesar de tenues y leves anacronismos, con el momento de nuestra historia presente que más se le parezca.