Año 5 / Número 22 / Diciembre 2017
Las flores del bien
El 2017 parece ser el año de Margaret Atwood. Dos historias de la escritora canadiense fueron adaptadas a series de TV y lograron despertar un interés renovado por toda su obra, en la que Atwood despliega una visión definida del mundo y una claridad asombrosa sobre los problemas que lo aquejan, para ir descubriendo otras complejidades, aristas, pero nunca respuestas o indicaciones hacia una conclusión determinada.
Un efecto inesperado de que a una serie le vaya bien es que la gente descubre que hay uno o varios autores que la escribieron. En una segunda fase de ese despertar le prestan atención a otro detalle que suele ser un argumento de venta: está basado en una novela. Es factible que se le agreguen algunos adjetivos como “famosa”, “monumental” o un simple y efectivo “best seller”. Consecuencia irrelevante es que, desde el cada vez más escaso universo de lectores, salen voces a medir la distancia entre lo escrito y lo que se ve, como si el resultado audiovisual de una adaptación debiera algún tipo de pleitesía, o estuviera obligado a una fidelidad que, bien pensada, resulta difícil de definir desde el principio por una simple cuestión de formato. Tal vez existan buenas películas basadas en malas novelas y sobran ejemplos de lo contrario. En el caso de hacerse alguno de esos listados no pasará de ser una enumeración curiosa y tal vez el resultado estadístico genere algún debate en alguna mesa de café o cervecería entre gente que disfruta y somete a análisis ambas formas de expresión.
En el caso específico de la Argentina donde además de andar escasos de estructura hay cierta resistencia ideológica al concepto desarrollado por Adorno y Horkheimer que une industria y cultura. Sin mucha reflexión y bastante prejuicio se los entiende como antagónicos y, por ello, las producciones se paran de un lado o del otro de una línea gruesa, definida, y hay sorpresa cuando algún producto cruza este límite en la dirección que sea. Sin embargo, dicho todo esto, quizá se debiera sucumbir a la tentación y tendría que hacerse un listado completo y exhaustivo de películas nacionales “basada en la novela de”, para ver qué tipo de peculiaridad salta, qué sorpresa hay o qué decepción. Tenemos ejemplos recientes. El otro hermano, la película de Caetano basada en Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued. Lucrecia Martel filmó la mejor película argentina hasta la fecha, Zama, inspirada en la homónima novela de Di Benedetto. Sergio Bizzio declara no reconocerse como director de cine, aunque ya dirigió cuatro películas (una para televisión) escritas por él. En el 2010, cinco directores filmaron cortos basados en cuentos de la antología En celo. Pero esto no deja de ser un juego. El cine tiene todo el derecho de tomar, fagocitar, procesar y destruir aquello de lo cual se alimenta. Como venganza, como revolución condenada a ser ignorada por inútil, tal vez debieran empezar a escribirse con ese espíritu caníbal novelas “basada en la película de”.
En el caso específico de la Argentina donde además de andar escasos de estructura hay cierta resistencia ideológica al concepto desarrollado por Adorno y Horkheimer que une industria y cultura. Sin mucha reflexión y bastante prejuicio se los entiende como antagónicos y, por ello, las producciones se paran de un lado o del otro de una línea gruesa, definida, y hay sorpresa cuando algún producto cruza este límite en la dirección que sea. Sin embargo, dicho todo esto, quizá se debiera sucumbir a la tentación y tendría que hacerse un listado completo y exhaustivo de películas nacionales “basada en la novela de”, para ver qué tipo de peculiaridad salta, qué sorpresa hay o qué decepción. Tenemos ejemplos recientes. El otro hermano, la película de Caetano basada en Bajo este sol tremendo de Carlos Busqued. Lucrecia Martel filmó la mejor película argentina hasta la fecha, Zama, inspirada en la homónima novela de Di Benedetto. Sergio Bizzio declara no reconocerse como director de cine, aunque ya dirigió cuatro películas (una para televisión) escritas por él. En el 2010, cinco directores filmaron cortos basados en cuentos de la antología En celo. Pero esto no deja de ser un juego. El cine tiene todo el derecho de tomar, fagocitar, procesar y destruir aquello de lo cual se alimenta. Como venganza, como revolución condenada a ser ignorada por inútil, tal vez debieran empezar a escribirse con ese espíritu caníbal novelas “basada en la película de”.
En este ya agónico 2017, el servicio de streaming Hulu estrena The Handmaid’s Tale. Mucha gente la ve y la recomienda, el clásico de boca en boca que nunca es garantía de nada. La crítica, o ese conjunto variado de personas que se dedica a hablar o escribir sobre Espectáculos y que de alguna manera cree tener algún grado de influencia en el público, la alaba. La premian, no importa quién. Y una y otra vez empieza a repetirse que este cuento sobre una criada es una adaptación de una novela de una escritora canadiense. También este año se estrena Alias Grace en la Canadian Broadcasting Corporation y luego hace su aparición en Netflix. En CBC Kids se estrena Wandering Wenda, una serie animada para niños de 26 capítulos con una duración de 8 minutos cada uno. Estas dos últimas también tienen su punto de partida en el mismo lugar: novelas. Y el nombre de la autora es siempre el mismo: Margaret Atwood.
Margaret Eleanor Atwood nació en Ottawa en 1939. Escribió novelas, cuento, poesía, ensayo, guiones para televisión, una obra de teatro, una novela gráfica. A mediados de los setenta para la revista política alternativa This Magazine bajo el nombre Bart Gerrard escribió la tira cómica Kanadian Kultchur Komix. Su heroína era Survivalwoman y tenía una amiga de nombre Womanwoman. Porque Atwood, desde antes y hasta hoy, milita. Es miembro de Amnistía Internacional, participó de la Marcha de las Mujeres contra la asunción de Donald Trump y visitó Buenos Aires en el 2008, no para hablar de literatura, sino de pájaros en calidad de copresidenta honoraria de BirdLife International.
Margaret Eleanor Atwood nació en Ottawa en 1939. Escribió novelas, cuento, poesía, ensayo, guiones para televisión, una obra de teatro, una novela gráfica. A mediados de los setenta para la revista política alternativa This Magazine bajo el nombre Bart Gerrard escribió la tira cómica Kanadian Kultchur Komix. Su heroína era Survivalwoman y tenía una amiga de nombre Womanwoman. Porque Atwood, desde antes y hasta hoy, milita. Es miembro de Amnistía Internacional, participó de la Marcha de las Mujeres contra la asunción de Donald Trump y visitó Buenos Aires en el 2008, no para hablar de literatura, sino de pájaros en calidad de copresidenta honoraria de BirdLife International.
La densidad de población de Cánada está entre las más bajas del mundo. Entre esto y un padre zoólogo, Atwood creció en bosques sin televisión ni radio ni personas. Lo que hacía era leer. Dijo haber leído los mismos que le gustaban a Jorge Luis Borges: Stevenson, H. G. Wells. Dijo haberlo conocido. De la lectura pasó a la escritura y se graduó en 1961 como licenciada en filología inglesa. En 1972 escribe Supervivencia: una guía temática a la literatura canadiense. En el prefacio de la edición de 2004, Atwood escribe que este libro fue el intento de lidiar con su creencia de que en esos años la literatura de su país todavía buscaba una identidad nacional que fuera comparable a la existente en Inglaterra o Estados Unidos. Ella entendía que la literatura emergía como central para desarrollar un sentido de pertenencia.
Margaret Atwood tiene una visión definida del mundo y una claridad asombrosa sobre los problemas que lo aquejan. A riesgo de ser tomado como obviedad, debe decirse que esto está presente en toda su obra, con intención, como una forma más de lucha. Pero a contrapelo de lo que suele suceder, acá hay una mente privilegiada que nunca cae ni en la burda bajada de línea ni en simbolismos o metáforas baratas. Por el contrario, sus personajes y la trama van creando un tejido que, una vez concluido, permite al lector alejarse y mirar a la obra en su totalidad. Y desde ahí seguir descubriendo otras complejidades, aristas, expansiones del universo propuesto, pero nunca respuestas o indicaciones para llegar a una conclusión determinada. Si la propuesta es realizar un análisis de estricta naturaleza literaria se advierte una escritura sólida y elegante, maestría en el uso de las herramientas narrativas y ningún temor a asumir riesgos.
Margaret Atwood tiene una visión definida del mundo y una claridad asombrosa sobre los problemas que lo aquejan. A riesgo de ser tomado como obviedad, debe decirse que esto está presente en toda su obra, con intención, como una forma más de lucha. Pero a contrapelo de lo que suele suceder, acá hay una mente privilegiada que nunca cae ni en la burda bajada de línea ni en simbolismos o metáforas baratas. Por el contrario, sus personajes y la trama van creando un tejido que, una vez concluido, permite al lector alejarse y mirar a la obra en su totalidad. Y desde ahí seguir descubriendo otras complejidades, aristas, expansiones del universo propuesto, pero nunca respuestas o indicaciones para llegar a una conclusión determinada. Si la propuesta es realizar un análisis de estricta naturaleza literaria se advierte una escritura sólida y elegante, maestría en el uso de las herramientas narrativas y ningún temor a asumir riesgos.
Cuando se habla de ella, en más de una ocasión se la menciona como una especie de pitonisa moderna que va develando nuestro porvenir más cercano. Esto puede deberse a que se está tan carente de miradas lúcidas y comprometidas que cualquier tipo de claridad es fácilmente confundible con esoterismo o capacidades adivinatorias. Por esto resulta perturbadora la distopía propuesta en The Handmaid’s Tale. Un mundo, el nuestro, colapsado por ataques terroristas, polución y falta de fertilidad. Como respuesta a esto se impone un régimen autoritario donde la mujer ocupa el último escalón de la pirámide, reduciéndola a su capacidad reproductora. Este cuento sobre el futuro también habla del pasado. En Alias Grace, Margaret Atwood toma un hecho real. El asesinato en 1843 de Thomas Kinnear y su ama de llaves. Los culpables son dos sirvientes, una de las cuales es Grace Marks condenada de por vida a causa de este crimen. Como un A Sangre Fría pero con más temperatura, compuesta de distintas voces, recortes de diarios y poesía, el pasado es una excusa para hablar del hoy y de nosotros.
Queda libre la elección sobre qué serie ver, la opción de procastinar con cierta altura, qué dibujos animados mostrarle a los hijos. Lo que no debe hacerse es pasar por alto a una buena escritora que además, contra toda lógica, decide señalar y tratar de influir sobre aquello que entiende no funciona. Y si todo este les parece poco, Atwood, en sus obras, en sus entrevistas y, no estaría mal suponer que en todo lo que hace, exhibe un saludable buen humor. Quien quiera publicar, siga los consejos que tiene en su página web www.margaretatwood.ca, en Recursos para Escritores. Cerca del final recomienda:
Queda libre la elección sobre qué serie ver, la opción de procastinar con cierta altura, qué dibujos animados mostrarle a los hijos. Lo que no debe hacerse es pasar por alto a una buena escritora que además, contra toda lógica, decide señalar y tratar de influir sobre aquello que entiende no funciona. Y si todo este les parece poco, Atwood, en sus obras, en sus entrevistas y, no estaría mal suponer que en todo lo que hace, exhibe un saludable buen humor. Quien quiera publicar, siga los consejos que tiene en su página web www.margaretatwood.ca, en Recursos para Escritores. Cerca del final recomienda:
Es difícil en Bookworld. Ve con cuidado. No hables tan bajo como para no ser escuchado, ni tan fuerte como para ensordecer. Llevá un bolso mediano. Y evitá usar minifaldas en el escenario a menos que tengas muy buenas piernas. Cerrate la bragueta. Lo que pasa en Las Vegas ya no queda en las Vegas. La gente tiene cámaras.
Tal vez lo que quiere decir es que no hay que tirarle margaritas a los chanchos.