Año 7 / Número 27 / Octubre 2019
El balbuceo de lo real
Ganadora del Premio a Mejor Directora de la Competencia Argentina en el BAFICI 2019, Eloísa Solaas retrata en su opera prima, Las facultades, diferentes instancias de examen oral en la universidad pública. Con un método de observación tan discreto como efectivo, su documental expone tensiones constitutivas del sistema de educación superior.
El saber exige tiempo. No se aprende sin esfuerzo, sin dedicación, sin perseverancia. El empeño que la formación exige es una virtud menguante en nuestra época, proclive a la dispersión y el disfrute ubicuo. Como institución faro de la modernidad ilustrada, la universidad es testigo de este cambio. Las características de la argentina –pública, masiva y de ingreso irrestricto– agregan al escenario general un matiz específico: la convivencia de estudiantes que provienen de sectores sociales económicamente desiguales.
Las facultades de Eloísa Solaas es un documental sobre los exámenes orales en universidades públicas del Área Metropolitana de Buenos Aires. (La mayoría de los casos fueron filmados en facultades de la Universidad de Buenos Aires, pero también aparece la Universidad Nacional de San Martín y uno de sus proyectos específicos: el dictado de clases en el penal 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense). Pero es, sobre todo, un documental sobre las tensiones estructurantes del sistema nacional de educación superior.
Con métodos del documental observacional clásico, planos fijos generales y medios, sin voz en off, el film muestra los finales de estudiantes de distintas carreras universitarias, que aceptaron protagonizar ante la cámara situaciones reales de estudio y de examen. La realización implicó tres años de trabajo. Los alumnos seleccionados cursaban Medicina, Derecho, Imagen y Diseño, Economía, Agronomía, Arquitectura, Filosofía, Física y Música. Uno de ellos, estudiante de Sociología, cumplía el período final de su condena en una cárcel bonaerense.
Las facultades de Eloísa Solaas es un documental sobre los exámenes orales en universidades públicas del Área Metropolitana de Buenos Aires. (La mayoría de los casos fueron filmados en facultades de la Universidad de Buenos Aires, pero también aparece la Universidad Nacional de San Martín y uno de sus proyectos específicos: el dictado de clases en el penal 48 del Servicio Penitenciario Bonaerense). Pero es, sobre todo, un documental sobre las tensiones estructurantes del sistema nacional de educación superior.
Con métodos del documental observacional clásico, planos fijos generales y medios, sin voz en off, el film muestra los finales de estudiantes de distintas carreras universitarias, que aceptaron protagonizar ante la cámara situaciones reales de estudio y de examen. La realización implicó tres años de trabajo. Los alumnos seleccionados cursaban Medicina, Derecho, Imagen y Diseño, Economía, Agronomía, Arquitectura, Filosofía, Física y Música. Uno de ellos, estudiante de Sociología, cumplía el período final de su condena en una cárcel bonaerense.
Las facultades centra su atención en el ritual de los orales, con sus diferentes usos, modos y costumbres –las fórmulas y ecuaciones en Física, el uso de dibujos y semillas en Botánica, la performance al piano en Música, la observación de preparados cadavéricos y radiografías en Medicina, la audiencia en Derecho–, aunque no prescinde ni del estudio en las casas o en las bibliotecas, ni de las esperas tensas en los pasillos, ni de ese bullicio multitudinario que contrasta con la soledad de los evaluados. Los exámenes condensan un mundo de relaciones que los excede y que el documental percibe pacientemente.
Esas relaciones resultan de una historia, que es la de una sociedad y la de un proyecto de país. Cuando filma los orales, Solaas inscribe al saber en una relación de poder específica, que permite captar, bajo su lupa, los sentidos de una institución. Las universidades –tal como las conocemos hoy en día– representan, con sus debes y haberes, el cénit del sueño ilustrado rioplatense que se iniciara entre los rescoldos del ciclo revolucionario de principios del siglo XIX. Fueron creadas para resolver problemas concretos de la vida de la comunidad porteña decimonónica. Problemas de comerciantes, navegantes y burócratas. Cumplieron un papel fundamental en la constitución de las clases medias de la Argentina del siglo XX. Han sido –y aún son vistas como– instancias centrales para el progreso en un país signado por procesos intensos de movilidad social.
Las facultades no desconoce este pasado ni su vigencia; tampoco omite el carácter ideológico de las universidades ni su papel en la reproducción de las condiciones de producción del capitalismo. Asimismo, el papel crítico de la institución respecto de ese dominio es señalado (y deberíamos decir, por momentos celebrado). Solaas no declama, no subraya (al menos, la mayor parte del tiempo); muestra una práctica, su contorno y deja al espectador inferir el horizonte político de las instituciones públicas. ¿De qué se trata?
Dejando que las escenas hablen por sí mismas, el documental expone de soslayo los conflictos del proyecto ilustrado en las universidades argentinas: sus códigos lingüísticos y conductuales “burgueses” y la incorporación de sectores sociales más vastos; su imposición de doxas legítimas y también la pregunta insistente por el lenguaje; su relación con el capital y el trabajo –la profesora de Botánica considera desafortunado que una estudiante no conozca cómo se reproduce el girasol, “que es la tercera mayor semilla de exportación en nuestro país”– y también una reflexión sobre el capitalismo y sus variantes. Solaas, egresada de la Universidad de Buenos Aires, logra que la película transcurra sin alardes de buena conciencia ni culpas inminentes. El registro calla, aun cuando el montaje deje entrever ciertas decisiones y posiciones: sobre el realismo, sobre la ficción, sobre el papel de la educación en la Argentina contemporánea.
Esas relaciones resultan de una historia, que es la de una sociedad y la de un proyecto de país. Cuando filma los orales, Solaas inscribe al saber en una relación de poder específica, que permite captar, bajo su lupa, los sentidos de una institución. Las universidades –tal como las conocemos hoy en día– representan, con sus debes y haberes, el cénit del sueño ilustrado rioplatense que se iniciara entre los rescoldos del ciclo revolucionario de principios del siglo XIX. Fueron creadas para resolver problemas concretos de la vida de la comunidad porteña decimonónica. Problemas de comerciantes, navegantes y burócratas. Cumplieron un papel fundamental en la constitución de las clases medias de la Argentina del siglo XX. Han sido –y aún son vistas como– instancias centrales para el progreso en un país signado por procesos intensos de movilidad social.
Las facultades no desconoce este pasado ni su vigencia; tampoco omite el carácter ideológico de las universidades ni su papel en la reproducción de las condiciones de producción del capitalismo. Asimismo, el papel crítico de la institución respecto de ese dominio es señalado (y deberíamos decir, por momentos celebrado). Solaas no declama, no subraya (al menos, la mayor parte del tiempo); muestra una práctica, su contorno y deja al espectador inferir el horizonte político de las instituciones públicas. ¿De qué se trata?
Dejando que las escenas hablen por sí mismas, el documental expone de soslayo los conflictos del proyecto ilustrado en las universidades argentinas: sus códigos lingüísticos y conductuales “burgueses” y la incorporación de sectores sociales más vastos; su imposición de doxas legítimas y también la pregunta insistente por el lenguaje; su relación con el capital y el trabajo –la profesora de Botánica considera desafortunado que una estudiante no conozca cómo se reproduce el girasol, “que es la tercera mayor semilla de exportación en nuestro país”– y también una reflexión sobre el capitalismo y sus variantes. Solaas, egresada de la Universidad de Buenos Aires, logra que la película transcurra sin alardes de buena conciencia ni culpas inminentes. El registro calla, aun cuando el montaje deje entrever ciertas decisiones y posiciones: sobre el realismo, sobre la ficción, sobre el papel de la educación en la Argentina contemporánea.
Casi cada escena de Las facultades gira en torno a un oral, en el que el/la estudiante trata de demostrar sus conocimientos sobre el tema, pero también su destreza para orientar favorablemente la situación. Los exámenes llevan al extremo una tensión: la de la reproducción ideológica (del saber y del poder) y la de la crítica ideológica (por el saber, contra el poder). La palabra tiene en cada uno de ellos un papel central: para exponer, para persuadir, para negociar. (Los exámenes exigen un saber doble: de los contenidos de la materia, pero también del género.)
Al lenguaje de la palabra debe sumársele el lenguaje de los cuerpos, que imprimen sobre los planos la seguridad de los docentes y los nervios de los estudiantes. Aun cuando sean los segundos y no los primeros los protagonistas. Los profesores, apenas perfiles, manos o voces en el cuadro, hacen visible, empero, edades disímiles, tradiciones pedagógicas divergentes, modos de gestionar la asimetría, modos de sancionar el saber o su falta. Los planos fijos contrastan con la tensión de las situaciones. El método observacional de Solaas sugiere en la forma una búsqueda.
Somos testigos privados de una situación pública. La cámara invita al espectador a identificarse con los estudiantes. La intimidad que la observación calma nos propone coexiste con el efecto extrañado de escuchar las diferentes racionalidades de cada lenguaje. “No hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón”, decía Descartes célebremente. Pero nuestras tácticas y nuestras prácticas de razonamiento varían según los campos en los que operamos. Conocer la filosofía de Heidegger no garantiza éxito comunicacional cuando se va de compras a una ferretería. Un matemático haría bien en dejar de lado teoremas y axiomas si pretende convencer a sus hijos de que se duerman temprano. Las idiosincrasias, los lenguajes de cada disciplina establecen tabiques que los legos apenas pueden sospechar. “El lenguaje común se queda de Figueroa Alcorta para allá. Acá estamos en la Facultad de Derecho”, les dice a sus estudiantes el profesor de Derecho Penal.
Al lenguaje de la palabra debe sumársele el lenguaje de los cuerpos, que imprimen sobre los planos la seguridad de los docentes y los nervios de los estudiantes. Aun cuando sean los segundos y no los primeros los protagonistas. Los profesores, apenas perfiles, manos o voces en el cuadro, hacen visible, empero, edades disímiles, tradiciones pedagógicas divergentes, modos de gestionar la asimetría, modos de sancionar el saber o su falta. Los planos fijos contrastan con la tensión de las situaciones. El método observacional de Solaas sugiere en la forma una búsqueda.
Somos testigos privados de una situación pública. La cámara invita al espectador a identificarse con los estudiantes. La intimidad que la observación calma nos propone coexiste con el efecto extrañado de escuchar las diferentes racionalidades de cada lenguaje. “No hay nada repartido de modo más equitativo en el mundo que la razón”, decía Descartes célebremente. Pero nuestras tácticas y nuestras prácticas de razonamiento varían según los campos en los que operamos. Conocer la filosofía de Heidegger no garantiza éxito comunicacional cuando se va de compras a una ferretería. Un matemático haría bien en dejar de lado teoremas y axiomas si pretende convencer a sus hijos de que se duerman temprano. Las idiosincrasias, los lenguajes de cada disciplina establecen tabiques que los legos apenas pueden sospechar. “El lenguaje común se queda de Figueroa Alcorta para allá. Acá estamos en la Facultad de Derecho”, les dice a sus estudiantes el profesor de Derecho Penal.
Cada examen despliega frente a nuestros ojos un lenguaje específico, un manojo de convenciones argumentativas y de nombres propios que abren –o pretenden abrir– la puerta de la graduación. No hay vasos comunicantes entre la ablatio rei y el non bis in idem del Derecho Penal y el montaje prohibido de André Bazin; de la misma manera que nada une a la afinidad electiva de la sociología de Weber con el histógeno y el meristemo de la botánica que un agrónomo ha de demostrar saber. El dualismo agustiniano de cuerpo y alma se disuelve irresoluto en la cadavérica musculatura que palpa crasamente un estudiante de Medicina.
Cada uno de estos dominios implica términos y modos de razonamiento específicos, totalmente opacos para el lego y dudosamente certeros para los estudiantes en situación de examen. Solaas elige filmar esta opacidad con un lenguaje de discreta transparencia. Registra el temblor del saber con el pulso firme del encuadre. Los exámenes subrayan no tanto el saber como la expresión temblorosa del aprendizaje, la certeza todavía inane, los pasos hacia un título donde la institución convierte el temblor en certeza.
Porque Las facultades expone también el desacople de dos tiempos en pugna: el tiempo breve de las facultades humanas, físicas, cognitivas –el tiempo de una vida–, que todos como individuos inevitablemente habremos de perder, y el tiempo largo de una institución: su materialidad, su persistencia, su objetivo de reproducción. La teleología profesional, vital de cada individuo, su biografía, y el tiempo cíclico de la universidad, su función. Los exámenes condensan como ninguna otra instancia este acople provisorio entre los individuos y lo social. Entre el aprendizaje de cada estudiante y el cúmulo de saberes de una comunidad de mentes, entre el profesional en camino y esa enciclopedia común que el film despliega en su recorrido.
Cada uno de estos dominios implica términos y modos de razonamiento específicos, totalmente opacos para el lego y dudosamente certeros para los estudiantes en situación de examen. Solaas elige filmar esta opacidad con un lenguaje de discreta transparencia. Registra el temblor del saber con el pulso firme del encuadre. Los exámenes subrayan no tanto el saber como la expresión temblorosa del aprendizaje, la certeza todavía inane, los pasos hacia un título donde la institución convierte el temblor en certeza.
Porque Las facultades expone también el desacople de dos tiempos en pugna: el tiempo breve de las facultades humanas, físicas, cognitivas –el tiempo de una vida–, que todos como individuos inevitablemente habremos de perder, y el tiempo largo de una institución: su materialidad, su persistencia, su objetivo de reproducción. La teleología profesional, vital de cada individuo, su biografía, y el tiempo cíclico de la universidad, su función. Los exámenes condensan como ninguna otra instancia este acople provisorio entre los individuos y lo social. Entre el aprendizaje de cada estudiante y el cúmulo de saberes de una comunidad de mentes, entre el profesional en camino y esa enciclopedia común que el film despliega en su recorrido.
Una de las grandes virtudes del film de Solaas es el de plasmar en imágenes las huellas de un proceso tan invisible como el intelectual. Ofrece a los espectadores la epifanía de la abstracción conceptual y la rigidez de cuerpos en trance. El seguimiento meticuloso de los exámenes –prepararlos, darlos, esperar las notas– grafica el entorno de un ritual tan singular como clásico, que es también un modo de concebir la educación, el conocimiento y la relación entre los individuos y la sociedad.
Cada saber involucra gestos, prácticas, espacios. El film registra estudiantes, profesores, lenguajes y hábitos, sobre todo espacios. La arquitectura brutalista de los pabellones de Ciudad Universitaria difiere del estilo neoclásico de la Facultad de Derecho. Las blancas paredes gélidas entre las que se rinde Anatomía no tienen ni materiales en común con la enorme habitación con muebles de madera en la que se rinde Botánica.
Cada saber involucra gestos, prácticas, espacios. El film registra estudiantes, profesores, lenguajes y hábitos, sobre todo espacios. La arquitectura brutalista de los pabellones de Ciudad Universitaria difiere del estilo neoclásico de la Facultad de Derecho. Las blancas paredes gélidas entre las que se rinde Anatomía no tienen ni materiales en común con la enorme habitación con muebles de madera en la que se rinde Botánica.
Pero no se trata solo de la arquitectura. Solaas construye una oposición formal entre la intimidad casi confesional de los exámenes y los entornos destinados a la circulación masiva. El sonido juega aquí su rol: la caracterización de los espacios es también un efecto auditivo que circula entre la materia. La concentración que el saber exige choca con la disipación que la multitud propone. Esta es una de las tensiones de la universidad pública que Las facultades expone discreta, pero no secretamente. Sus planos establecen de manera constante un diálogo entre la intimidad figurada del examen y la inmensidad de los espacios, entre el silencio casi confesional y el ruido de la masividad.
La definición de un espacio –y la sujeción de un cuerpo a dicho espacio– es también la definición de una relación entre saber y poder. Los movimientos de los estudiantes están ceñidos a las convenciones motrices y gestuales de una conversación. El estudiante de medicina o los estudiantes de Derecho reproducen en sus exámenes una conducta que sería la de su futura profesión. Esbozos de hábitos profesionales: señalar radiografías, palpar cuerpos, o brindar el alegato en una audiencia. La estudiante de Botánica o la de Imagen y Sonido se limitan más bien a una charla en torno a una mesa o a un escritorio. La confianza de Jonathan, el estudiante en la cárcel, es proporcional a su apropiación del espacio del aula donde rinde.
La definición de un espacio –y la sujeción de un cuerpo a dicho espacio– es también la definición de una relación entre saber y poder. Los movimientos de los estudiantes están ceñidos a las convenciones motrices y gestuales de una conversación. El estudiante de medicina o los estudiantes de Derecho reproducen en sus exámenes una conducta que sería la de su futura profesión. Esbozos de hábitos profesionales: señalar radiografías, palpar cuerpos, o brindar el alegato en una audiencia. La estudiante de Botánica o la de Imagen y Sonido se limitan más bien a una charla en torno a una mesa o a un escritorio. La confianza de Jonathan, el estudiante en la cárcel, es proporcional a su apropiación del espacio del aula donde rinde.
La escena del examen de Jonathan es singular por muchas razones. Primero, porque el intercambio entre profesora y estudiante está atravesado por dos capas de lenguaje en competencia. Por un lado, el lenguaje común de la sociología, con sus códigos, su léxico, su doxa, sus nombres: Marx, Weber, materialismo, causalidad, tipo ideal; por otro lado, los diferentes lenguajes sociales de Jonathan y la profesora, con sus rasgos impares. Si la disciplina ofrece sus referentes y categorías, el estudiante ofrece toda una sociología carcelaria sui generis con sus tipos ideales, sus acciones, sus lenguajes y sus fundamentos: el delincuente, el gil y el policía. Cuando Jonathan dice “engomate”, la profesora pregunta qué significa; cuando distingue entre “vivir” en la cárcel o “estar” en la cárcel, la evaluadora procura aclaraciones. El poder está de un lado, pero el saber está aquí en el medio, a mitad de camino entre clases sociales y doxas científicas. Hay allí una afinidad de lenguajes y una traducción incesante en curso.
La segunda razón –fue dicho– es la del lenguaje físico. Jonathan camina literalmente como un tigre enjaulado. Ni las convenciones motrices del examen ni las de la disciplina carcelaria parecen respetarse. El preso define una situación diferente de intercambio y expone, por contraste con el resto de los exámenes que presenciamos, los rígidos hábitos del ritual universitario. Sabemos que las instituciones carcelarias y educativas no necesariamente difieren en sus mecanismos disciplinarios.
Las razones diegéticas, la del lenguaje verbal y la del lenguaje físico, se conectan con una tercera, de índole fílmica, porque la situación registrada exuda en este caso una “simbología”: la educación nos hará libres. La libertad simbólica es finalmente libertad efectiva.
Ese argumento brilla ostensible en el tramo final de Las facultades. Jonathan sale de la cárcel, comienza a asistir a la universidad pública. A diferencia de los demás, adquiere en el film un nombre propio, se vuelve protagonista de un relato que excede la situación de examen. La preferencia expone quizás corrección política o interés desigual: no sólo se elige un preso a punto de cumplir su condena (tendrá su segunda oportunidad) sino que la atemporalidad que teñía toda la secuencia de exámenes –nada había después de los exámenes: ni siquiera la calificación –deja paso a la temporalidad propia de las narraciones.
Si en el examen en el penal se nos ofrecía una simbología tal vez innecesaria, los exámenes de Derecho y Filosofía apuntan con aplomo la paradoja del registro documental y, sobre todo, la del realismo. El film propone, de hecho, tangencialmente, sin ofrecer conclusiones, una tesis sobre la ficción. La tesis retoma un tópico que nos resulta familiar desde la Antigüedad, el del theatrum mundo. El mundo es un teatro y nosotros somos actores, máscaras, literalmente personas (del latín persōna, ‘máscara del actor’, ‘personaje teatral’). Toda práctica, entre ellas un examen, envuelve una dimensión ficcional.
Sobre este punto, el film ofrece dos escenas clave. El examen en Derecho es la más gráfica. Un grupo de estudiantes recrea una audiencia. La fiscalía, de un lado; del otro, la defensa. El profesor juzga y sentencia, dentro y fuera de la representación. La puesta en abismo expresa una convicción: la de que el examen es una performance que requiere un determinado vocabulario, una determinada pose, una determinada gestualidad. Solaas parece mostrarnos el detrás de escena de la realidad, como si pudiéramos espiarla durante el ensayo de su rol. Ese momento tartamudo en que lo real no se ha vuelto aún convención, hábito, naturaleza, segunda piel.
La segunda razón –fue dicho– es la del lenguaje físico. Jonathan camina literalmente como un tigre enjaulado. Ni las convenciones motrices del examen ni las de la disciplina carcelaria parecen respetarse. El preso define una situación diferente de intercambio y expone, por contraste con el resto de los exámenes que presenciamos, los rígidos hábitos del ritual universitario. Sabemos que las instituciones carcelarias y educativas no necesariamente difieren en sus mecanismos disciplinarios.
Las razones diegéticas, la del lenguaje verbal y la del lenguaje físico, se conectan con una tercera, de índole fílmica, porque la situación registrada exuda en este caso una “simbología”: la educación nos hará libres. La libertad simbólica es finalmente libertad efectiva.
Ese argumento brilla ostensible en el tramo final de Las facultades. Jonathan sale de la cárcel, comienza a asistir a la universidad pública. A diferencia de los demás, adquiere en el film un nombre propio, se vuelve protagonista de un relato que excede la situación de examen. La preferencia expone quizás corrección política o interés desigual: no sólo se elige un preso a punto de cumplir su condena (tendrá su segunda oportunidad) sino que la atemporalidad que teñía toda la secuencia de exámenes –nada había después de los exámenes: ni siquiera la calificación –deja paso a la temporalidad propia de las narraciones.
Si en el examen en el penal se nos ofrecía una simbología tal vez innecesaria, los exámenes de Derecho y Filosofía apuntan con aplomo la paradoja del registro documental y, sobre todo, la del realismo. El film propone, de hecho, tangencialmente, sin ofrecer conclusiones, una tesis sobre la ficción. La tesis retoma un tópico que nos resulta familiar desde la Antigüedad, el del theatrum mundo. El mundo es un teatro y nosotros somos actores, máscaras, literalmente personas (del latín persōna, ‘máscara del actor’, ‘personaje teatral’). Toda práctica, entre ellas un examen, envuelve una dimensión ficcional.
Sobre este punto, el film ofrece dos escenas clave. El examen en Derecho es la más gráfica. Un grupo de estudiantes recrea una audiencia. La fiscalía, de un lado; del otro, la defensa. El profesor juzga y sentencia, dentro y fuera de la representación. La puesta en abismo expresa una convicción: la de que el examen es una performance que requiere un determinado vocabulario, una determinada pose, una determinada gestualidad. Solaas parece mostrarnos el detrás de escena de la realidad, como si pudiéramos espiarla durante el ensayo de su rol. Ese momento tartamudo en que lo real no se ha vuelto aún convención, hábito, naturaleza, segunda piel.
La segunda escena clave es el examen de Filosofía. La estudiante es María Alché, directora y actriz, conocida por su protagónico en La niña santa de Lucrecia Martel. Hay en esta presencia un guiño, o mejor, una cifra: la del examen como actuación. En una entrevista con Cinefreaks, Solaas decía: “A veces pienso que aprender algo es creerse algo, creerse el personaje que es dueño de ese saber”. La participación de Alché cobra en esta dirección todo su sentido: el examen es un asunto de argumentación, de elocución y de memoria, pero sobre todo de actio. No se trata de “aparentar” saber, sino de cómo la capacidad de actuar contribuye a la construcción de ese conocimiento.
Las facultades está atravesado por juegos de esta índole, que ponen en escena la pregunta por la representación. El examen de la estudiante de Diseño de Imagen y Sonido sobre la teoría del cine de Bazin le permite a la película, de hecho, discutirse a sí misma. En una entrevista para Página/12, Solaas afirmaba: “Mi intención era lograr una cámara invisible (…) Eso requería un equipo técnico muy reducido y determinado tipo de cámaras, y de lentes, que permitieran entrar en la escena estando algo lejos.” La cámara invisible es tan constitutiva del film como un montaje atento a no develar el artificio. Son dos caras del registro realista que Las facultades construye.
Las facultades está atravesado por juegos de esta índole, que ponen en escena la pregunta por la representación. El examen de la estudiante de Diseño de Imagen y Sonido sobre la teoría del cine de Bazin le permite a la película, de hecho, discutirse a sí misma. En una entrevista para Página/12, Solaas afirmaba: “Mi intención era lograr una cámara invisible (…) Eso requería un equipo técnico muy reducido y determinado tipo de cámaras, y de lentes, que permitieran entrar en la escena estando algo lejos.” La cámara invisible es tan constitutiva del film como un montaje atento a no develar el artificio. Son dos caras del registro realista que Las facultades construye.