Año 7 / Número 25 / Marzo 2019
La figura en el tapiz
Las novelas La felicidad es un lugar común, de Mariana Skiadaressis, y La luz negra, de María Gainza, comparten algunos rasgos que bien podrían renovar la felicidad de cualquier lector. En estas ficciones, escritas con un ritmo y un tono precisos, que giran en torno al amor, el arte y el mercado, se narra aquello que se busca y no se tiene; se vive para aprender que no siempre hay un punto de llegada.
Mariana Skiadaressis
La felicidad es un lugar común
Ed. Entropía, 2018
María Gainza
La luz negra
Ed. Anagrama 2018
La felicidad es un lugar común
Ed. Entropía, 2018
María Gainza
La luz negra
Ed. Anagrama 2018
La trama de dos novelas recientemente publicadas tienen en su centro un mito, un misterio y un acertijo que las narradoras de estas historias quieren descubrir. En La felicidad es un lugar común, primera novela de Mariana Skiadaressis, una estudiante de Letras analiza la obra de un escritor contemporáneo argentino e intenta escribir una monografía sobre los procedimientos creativos allí presentes. En La luz negra, segunda novela de María Gainza, una joven iniciada en el mercado del arte decide investigar la vida de una falsificadora de pinturas que borró los rastros de su existencia y actividad pasadas. Lo que se narra es la búsqueda de información que le permita escribir su biografía: documentar la vida de una artista que gravitó en la vanguardia local a fines de 1960, y tuvo el recaudo de dejar pocas huellas tras su paso por el mundo.
Las escritoras argentinas Skiadaressis y Gainza han elaborado dos novelas cuyas protagonistas son mujeres que quieren escribir mientras se enfrentan a los desafíos que esta práctica supone. En sus ficciones el comienzo de la escritura se posterga cuando pesa sobre ellas el cotejo con vidas y obras que las preceden.
La intriga de uno y otro relato depende del avance en el conocimiento de los secretos que buscan revelar sus protagonistas. El combustible de la progresión narrativa es la adquisición y el ejercicio de nuevos saberes que en un caso se acumulan y en otro se dispersan. El proceso de aprendizaje está plagado de obstáculos. La transición del no saber nada hasta dotarse de los frágiles instrumentos que les permitirán definir, aunque más no sea borrosamente, como piezas de un rompecabezas, como la figura en un tapiz, aquella imagen general del cuadro que persiguen y que revelará el sentido total de la obra de un artista, es la fábula que Skiadaressis y Gainza cuentan con pareja intensidad, pero con desenlaces distintos.
La obra narrativa de Marcelo Kaminsky es el objeto de estudio de la protagonista de La felicidad es un lugar común, quien se presenta en la ficción con las iniciales M.S., idénticas a las de su autora. Tras la búsqueda sin éxito de dos novelas del escritor, se pone en contacto con él para obtener los ejemplares y hablar sobre su obra. Eso le permite establecer una relación que pasa rápidamente de lo cortés a lo afectivo, y del afecto a la obsesión. En ese trato desigual entre ella y el escritor, entre una admiradora y su autor preferido, se establece un vínculo donde el que decide la forma y el momento en que debe llevarse a cabo es quien terminará en desventaja. Las tretas de la débil resultan más eficaces que la estrategia basada en el cálculo y la especulación del macho poderoso. Así, la joven estudiante descubre un día el secreto del procedimiento narrativo por el cual todos los libros del autor parecen que “hubieran sido escritos por personas diferentes”. Ese secreto que el gran escritor guarda celosamente en su casa para elaborar las ficciones que publica y con las que se ha ganado su prestigio, es aquello que la protagonista decide robarse y luego alejarse con la pieza fundamental de esa “máquina” narrativa.
En La luz negra, la protagonista comienza su aprendizaje sobre el funcionamiento del ambiente artístico en una oscura oficina gubernamental como asistente de Enriqueta Macedo, la persona encargada de autentificar y tasar las obras que luego serán lanzadas al mercado de compradores, coleccionistas y museos a precios desorbitantes, ya que “el arte y el dinero son dos ficciones culturales que lindan con el acto de fe.” Su jefa le transmite el conocimiento necesario para otorgar certificados de autenticidad a obras que sabe que son falsas, a cambio de recibir una comisión por su valor de venta. Al final de ese breve e intenso aprendizaje, la protagonista incursiona en el ejercicio de la crítica de arte hasta que decide ir tras los pasos de la mayor falsificadora de pinturas de Mariette Lydis, (así como también de Spilimbergo, Berni y Basaldúa) conocida en el ambiente como la Negra, habitué del bar Moderno en la efervescencia artística de los años sesenta, dueña de una sensualidad arrolladora y amante del escritor Oscar Masotta.
Las escritoras argentinas Skiadaressis y Gainza han elaborado dos novelas cuyas protagonistas son mujeres que quieren escribir mientras se enfrentan a los desafíos que esta práctica supone. En sus ficciones el comienzo de la escritura se posterga cuando pesa sobre ellas el cotejo con vidas y obras que las preceden.
La intriga de uno y otro relato depende del avance en el conocimiento de los secretos que buscan revelar sus protagonistas. El combustible de la progresión narrativa es la adquisición y el ejercicio de nuevos saberes que en un caso se acumulan y en otro se dispersan. El proceso de aprendizaje está plagado de obstáculos. La transición del no saber nada hasta dotarse de los frágiles instrumentos que les permitirán definir, aunque más no sea borrosamente, como piezas de un rompecabezas, como la figura en un tapiz, aquella imagen general del cuadro que persiguen y que revelará el sentido total de la obra de un artista, es la fábula que Skiadaressis y Gainza cuentan con pareja intensidad, pero con desenlaces distintos.
La obra narrativa de Marcelo Kaminsky es el objeto de estudio de la protagonista de La felicidad es un lugar común, quien se presenta en la ficción con las iniciales M.S., idénticas a las de su autora. Tras la búsqueda sin éxito de dos novelas del escritor, se pone en contacto con él para obtener los ejemplares y hablar sobre su obra. Eso le permite establecer una relación que pasa rápidamente de lo cortés a lo afectivo, y del afecto a la obsesión. En ese trato desigual entre ella y el escritor, entre una admiradora y su autor preferido, se establece un vínculo donde el que decide la forma y el momento en que debe llevarse a cabo es quien terminará en desventaja. Las tretas de la débil resultan más eficaces que la estrategia basada en el cálculo y la especulación del macho poderoso. Así, la joven estudiante descubre un día el secreto del procedimiento narrativo por el cual todos los libros del autor parecen que “hubieran sido escritos por personas diferentes”. Ese secreto que el gran escritor guarda celosamente en su casa para elaborar las ficciones que publica y con las que se ha ganado su prestigio, es aquello que la protagonista decide robarse y luego alejarse con la pieza fundamental de esa “máquina” narrativa.
En La luz negra, la protagonista comienza su aprendizaje sobre el funcionamiento del ambiente artístico en una oscura oficina gubernamental como asistente de Enriqueta Macedo, la persona encargada de autentificar y tasar las obras que luego serán lanzadas al mercado de compradores, coleccionistas y museos a precios desorbitantes, ya que “el arte y el dinero son dos ficciones culturales que lindan con el acto de fe.” Su jefa le transmite el conocimiento necesario para otorgar certificados de autenticidad a obras que sabe que son falsas, a cambio de recibir una comisión por su valor de venta. Al final de ese breve e intenso aprendizaje, la protagonista incursiona en el ejercicio de la crítica de arte hasta que decide ir tras los pasos de la mayor falsificadora de pinturas de Mariette Lydis, (así como también de Spilimbergo, Berni y Basaldúa) conocida en el ambiente como la Negra, habitué del bar Moderno en la efervescencia artística de los años sesenta, dueña de una sensualidad arrolladora y amante del escritor Oscar Masotta.
En ambas ficciones se pone en discusión el valor de las obras de arte que gozan del estatuto de lo auténtico, cuando las copias falsificadas disputan y adquieren el mismo valor de cambio que el original. Así se cuestionan las formas de consagración y legitimación del arte en general, de la pintura y de la literatura en particular. Es decir, del poder del mercado y de la manipulación de los mecanismos que otorgan prestigio a determinado artista.
En La luz negra, leemos:
¿Una buena falsificación no puede dar tanto placer como un original? ¿En un punto no es lo falso más verdadero que lo auténtico? ¿Y en el fondo no es el mercado el verdadero escándalo? (…) A veces me pregunto si la falsificación no es la única gran obra del siglo XX.
Y en La felicidad es un lugar común, dice la narradora:
Hace poco leí un cuento suyo [de Marcelo Kaminsky] que salió en un suplemento cultural, y uno de los personajes, que era artista, coleccionaba su caca en frasquitos a los que rotulaba con la frase “mierda de artista”: esa era su obra. O sea, el arte –en este caso la escritura- es cualquier mierda que haya hecho una persona con tal de que alguien autorizado la legitime como arte o la publique.
Como ya mencionamos, la protagonista de La felicidad… suerte de versión femenina del mito de Prometeo, le roba el fuego sagrado de la ficción al dios de la literatura local, para educarlo y moldearlo en función de sus necesidades. Así, la máquina de producir literatura se transforma en una máquina de producir afecto. Investigando el sentido de la obra de Kaminsky, la protagonista descubre el sentido de su propia vida: la búsqueda del amor a cualquier precio que la llevará de una ciudad a otra, de un hombre a otro, en su alocada aventura para alcanzar la felicidad.
La protagonista de La luz negra hace un movimiento semejante al de La felicidad… Cuando cree saber todo sobre la obra de la Negra, decide investigar el secreto de su vida “para completar ciertas zonas del cuadro”. Su tarea no es la de quien intenta recuperar el pasado sino de recrearlo, y en ese gesto el pasado se vuelve un drama, una alucinación o una alucinación dramática: “Había algo patético en mi búsqueda, ahora me doy cuenta. Quizá fuera el Sehnsucht lo que me empujaba, esa palabra alemana que significa anhelo por alguna cosa intangible. C. S. Lewis la describió como la búsqueda inconsolable de algo que no sabemos qué es.” Esa idea trae el eco de la definición lacaniana del amor que cita la protagonista de La felicidad…: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es.” En las novelas de Skiadaressis y Gainza, entre el amor, la vida y el arte, sus protagonistas se mezclan con el mundo en busca de aquello que se escapa. Se narra aquello que se busca y no se tiene; se vive para aprender que no siempre hay un punto de llegada.
El recorrido que inicia la protagonista de La luz negra nos recuerda los pasos del crítico literario en The figure in the carpet, de Henry James, que busca por todos los medios dar con el secreto oculto, el sentido total en la obra de Hugh Vereker. La peripecia en torno a esa figura oculta “hacía que uno –todo hacía que uno- ansiara aún más conocer ese secreto; y eso no hacía más que rodearlo de un misterio más fino y más sutil” dice el narrador del cuento de Henry James. Y ese misterio fino y sutil es también el aura que rodeaba a la Negra cada vez que la narradora se acercaba a ella. “Qué hermosa pérdida de tiempo había resultado mi búsqueda hasta ahora! (…) Me hizo sentir como el amante que quiere saber todo sobre su amada aun cuando sabe que esa curiosidad lleva en sí el germen de la decepción.”
En ambas novelas la curiosidad y la decepción se vuelven el motor principal de la narración. Y la antigua premisa vanguardista de unir el arte con la vida adquiere el contorno de una epifanía, de una evocación que se disuelve ante la inminencia del roce. Como si estas ficciones del presente suscribieran de algún modo a la idea de que narrar es contar aquello que no sabemos sobre algo o alguien que nunca está.
La protagonista de La luz negra hace un movimiento semejante al de La felicidad… Cuando cree saber todo sobre la obra de la Negra, decide investigar el secreto de su vida “para completar ciertas zonas del cuadro”. Su tarea no es la de quien intenta recuperar el pasado sino de recrearlo, y en ese gesto el pasado se vuelve un drama, una alucinación o una alucinación dramática: “Había algo patético en mi búsqueda, ahora me doy cuenta. Quizá fuera el Sehnsucht lo que me empujaba, esa palabra alemana que significa anhelo por alguna cosa intangible. C. S. Lewis la describió como la búsqueda inconsolable de algo que no sabemos qué es.” Esa idea trae el eco de la definición lacaniana del amor que cita la protagonista de La felicidad…: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es.” En las novelas de Skiadaressis y Gainza, entre el amor, la vida y el arte, sus protagonistas se mezclan con el mundo en busca de aquello que se escapa. Se narra aquello que se busca y no se tiene; se vive para aprender que no siempre hay un punto de llegada.
El recorrido que inicia la protagonista de La luz negra nos recuerda los pasos del crítico literario en The figure in the carpet, de Henry James, que busca por todos los medios dar con el secreto oculto, el sentido total en la obra de Hugh Vereker. La peripecia en torno a esa figura oculta “hacía que uno –todo hacía que uno- ansiara aún más conocer ese secreto; y eso no hacía más que rodearlo de un misterio más fino y más sutil” dice el narrador del cuento de Henry James. Y ese misterio fino y sutil es también el aura que rodeaba a la Negra cada vez que la narradora se acercaba a ella. “Qué hermosa pérdida de tiempo había resultado mi búsqueda hasta ahora! (…) Me hizo sentir como el amante que quiere saber todo sobre su amada aun cuando sabe que esa curiosidad lleva en sí el germen de la decepción.”
En ambas novelas la curiosidad y la decepción se vuelven el motor principal de la narración. Y la antigua premisa vanguardista de unir el arte con la vida adquiere el contorno de una epifanía, de una evocación que se disuelve ante la inminencia del roce. Como si estas ficciones del presente suscribieran de algún modo a la idea de que narrar es contar aquello que no sabemos sobre algo o alguien que nunca está.