Año 1 / Número 2 / Junio 2013
In another country
En In another country, el director Hong Sang-Soo nos acerca tres historias mínimas, divertidas, hilarantes, en las que explora cómo funcionan las relaciones humanas sin caer en tipologías ni juicios morales, pero centrándose en cómo viven sus protagonistas los encuentros y desencuentros que éstas proponen.
La precisión de la espontaneidad
Cuando se le pregunta sobre su propio proceso creativo, Hong Sang-Soo cuenta que el punto de partida suele ser alguna situación cotidiana, intrascendente en la que encuentra algo que resuena con fuerza adentro suyo: un sentimiento que, de tan intenso, no puede evitar el deseo de contemplarlo. Dice que lo mira durante mucho tiempo y que “lo abre”. Lo despliega hasta que desde su interior aparecen todas y cada una de las piezas que hacen su cine. Luego trata de encontrar un patrón en el que todas esas piezas encajen hasta formar una sola. De ésto es fiel reflejo In another country un film en el que todo parece tan simple que la sospecha de que no lo es se hace certeza inmediatamente.
In Another Country nos acerca tres historias –chiquitas, hermosas- producto de la imaginación de Won-joo, una joven que decide escribir un guión para aislarse del mundo durante una estadía obligada en Mohang, un pueblo a orillas del mar en Corea del Sur.
Hong Sang-Soo convierte la realidad en un juego, y viceversa, en esta comedia melancólica, llena de diálogos y gags tan curiosos como absurdos e hilarantes. Explora cómo funcionan las relaciones humanas sin caer en tipologías ni juicios morales, pero centrándose en cómo viven sus protagonistas los encuentros –y desencuentros- que éstas proponen.
Cuando se le pregunta sobre su propio proceso creativo, Hong Sang-Soo cuenta que el punto de partida suele ser alguna situación cotidiana, intrascendente en la que encuentra algo que resuena con fuerza adentro suyo: un sentimiento que, de tan intenso, no puede evitar el deseo de contemplarlo. Dice que lo mira durante mucho tiempo y que “lo abre”. Lo despliega hasta que desde su interior aparecen todas y cada una de las piezas que hacen su cine. Luego trata de encontrar un patrón en el que todas esas piezas encajen hasta formar una sola. De ésto es fiel reflejo In another country un film en el que todo parece tan simple que la sospecha de que no lo es se hace certeza inmediatamente.
In Another Country nos acerca tres historias –chiquitas, hermosas- producto de la imaginación de Won-joo, una joven que decide escribir un guión para aislarse del mundo durante una estadía obligada en Mohang, un pueblo a orillas del mar en Corea del Sur.
Hong Sang-Soo convierte la realidad en un juego, y viceversa, en esta comedia melancólica, llena de diálogos y gags tan curiosos como absurdos e hilarantes. Explora cómo funcionan las relaciones humanas sin caer en tipologías ni juicios morales, pero centrándose en cómo viven sus protagonistas los encuentros –y desencuentros- que éstas proponen.
“Sin cambiar nada, que todo sea diferente” (*)
Como siguiendo esa máxima de Robert Bresson, el director surcoreano toma los mismos elementos y los altera: los transforma haciendo de cada uno de ellos algo diferente. Estas tres historias –que no son más que una sola- comparten desde personajes y locaciones, hasta líneas de diálogo y situaciones que Hong Sang-Soo reversiona y conecta con maestría.
Isabelle Huppert interpreta maravillosamente en cada relato a Anne, una mujer francesa de paso por Mohang, que se hospeda siempre en el mismo lugar e interactúa con los mismos personajes que, en cada historia, le hacen vivir una experiencia diferente.
Una directora de cine independiente, una amante enamorada de un famoso realizador coreano y una mujer que acaba de ser abandonada por su marido son las tres protagonistas: una misma mujer solitaria, errática y romántica buscando su rumbo, una guía, algo que le dé sentido a su vida. No es extraño entonces que en cada historia pregunte a dónde ir y termine buscando un faro al que solo llegará en el segundo relato, en un sueño. Esta búsqueda la ubica siempre frente a un camino que se bifurca, obligándola a decidir qué dirección tomar. La elección nunca es la misma, pero algo nos hace pensar que la propia experiencia, en cada caso, será lo que difiera y no, finalmente, el destino buscado.
Así, el director juega con las señales, los signos y los símbolos; con el tiempo del relato, y los elementos que se repiten de una historia a otra dándole un sentido diferente al de la anterior.
Vuelve al mismo lugar para hacernos ver que algo cambió, o revelar eso que siempre estuvo ahí (como la botella de soju, el paraguas, la Mont Blanc) llevándonos una y otra vez a (re)descubrir lo cotidiano.
Finalmente, todo converge en una única historia donde sus personajes viven anclados en su propio tiempo recorriendo infinitamente esos mismos lugares que, acaso por sus propias huellas, se vuelven otros, diferentes.
Como siguiendo esa máxima de Robert Bresson, el director surcoreano toma los mismos elementos y los altera: los transforma haciendo de cada uno de ellos algo diferente. Estas tres historias –que no son más que una sola- comparten desde personajes y locaciones, hasta líneas de diálogo y situaciones que Hong Sang-Soo reversiona y conecta con maestría.
Isabelle Huppert interpreta maravillosamente en cada relato a Anne, una mujer francesa de paso por Mohang, que se hospeda siempre en el mismo lugar e interactúa con los mismos personajes que, en cada historia, le hacen vivir una experiencia diferente.
Una directora de cine independiente, una amante enamorada de un famoso realizador coreano y una mujer que acaba de ser abandonada por su marido son las tres protagonistas: una misma mujer solitaria, errática y romántica buscando su rumbo, una guía, algo que le dé sentido a su vida. No es extraño entonces que en cada historia pregunte a dónde ir y termine buscando un faro al que solo llegará en el segundo relato, en un sueño. Esta búsqueda la ubica siempre frente a un camino que se bifurca, obligándola a decidir qué dirección tomar. La elección nunca es la misma, pero algo nos hace pensar que la propia experiencia, en cada caso, será lo que difiera y no, finalmente, el destino buscado.
Así, el director juega con las señales, los signos y los símbolos; con el tiempo del relato, y los elementos que se repiten de una historia a otra dándole un sentido diferente al de la anterior.
Vuelve al mismo lugar para hacernos ver que algo cambió, o revelar eso que siempre estuvo ahí (como la botella de soju, el paraguas, la Mont Blanc) llevándonos una y otra vez a (re)descubrir lo cotidiano.
Finalmente, todo converge en una única historia donde sus personajes viven anclados en su propio tiempo recorriendo infinitamente esos mismos lugares que, acaso por sus propias huellas, se vuelven otros, diferentes.
(*) Notas sobre el cinematógrafo, 1975 - Robert Bresson