Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
Dos formas de soledad
En cada frase de Gerbrand Bakker se encuentra la belleza que uno supone desborda los paisajes de las zonas menos pobladas de los países de Europa. Descripciones precisas, sin literatura con sobredosis de estilo, para narrar la soledad que rodea a los personajes en medio de la naturaleza.
Los Países Bajos. Zona rural. Es noviembre y Helmer, de cincuenta y cinco años, decide mudar la habitación de su padre al piso de arriba de la casa. El dormitorio paterno, en planta baja, ahora será el suyo. Moviendo muebles, moviendo a su padre, que depende de él hasta para ir al baño, se cruzará con el recuerdo de su hermano gemelo, Henk, que murió hace un tiempo ya, cuando ambos eran jóvenes. Iguales pero distintos, se esperaba más de su hermano pero con la muerte de por medio Helmer tiene que hacerse cargo de todo. Incluida la granja que tiene algunos animales que exigen tanta atención como su padre. A su alrededor la naturaleza exuberante está poblada de pájaros, alimañas, plantas, pasto y árboles. Hay vecinos que tratan de meterse en su vida pero la distancia entre las casas no ayuda. Hay un río y caminos donde Helmer ve gente que no lo ve o que lo mira como si fuera un detalle más del paisaje que siempre es imponente. Esta lejanía con el resto de los cuerpos del mundo hace que su vida sexual esté apagada, apenas presente por algunos recuerdos, por el cruce ocasional con el conductor de un camión, por el hijo de la esposa de su hermano que llegará a la granja sin querer. Todo está tranquilo arriba y afuera. Adentro es otra cosa.
Gales. Una granja. La alquila una mujer que dice llamarse Emilie. Es noviembre y ella descubre todo un mundo de caminos, pueblos pequeños con gente que quiere saber de ella, un lago que tiene la forma de un círculo perfecto y diez gansos que van desapareciendo sin que ella sepa la causa. Emilie lee un libro: Poesías completas de Emily Dickinson. Ella no habla ni piensa en su pasado. La vida en el campo no le es propia sino más bien una sucesión de sorpresas y pequeñas enseñanzas. En el medio de su intencional ostracismo dejará entrar a su casa y a su vida a un turista joven que lo tiene todo para recordarle que tiene un cuerpo con necesidades. La historia se verá interrumpida por un diálogo que sucede lejos de esa granja, en el departamento de una ciudad. Emilie tiene un marido, padres, suegros y ella huyó por una causa desconocida pero que se intuye dolorosa.
¿Quién es Gerbrand Bakker? Nació en los Países Bajos en 1962. Es filólogo, jardinero e instructor de patinaje sobre hielo. Fue traductor del inglés al holandés y tal vez la facilidad para la descripción de la vida animal y salvaje sea producto del período en que subtituló documentales sobre la naturaleza para la televisión. No falta en su haber columnas de opinión y es co-escritor de un programa para niños llamado Ted and Ed. También es uno de los autores del Diccionario etimológico del holandés. Este último, según sus propias palabras, un trabajo duro y honrado como la jardinería. A esta actividad se dedica desde el 2006 porque pensó que debía aprender algo con lo que pudiera hacer dinero trabajando mucho. Piensa que además la jardinería y la literatura funcionan muy bien juntas. Contó que puede pasarse horas recogiendo las hojas muertas del otoño, que una vez desarmó una pila que había hecho solo para poder seguir haciéndolo. “El sonido es tan maravilloso: te deja en un nivel subconsciente, por detrás de tu mente”.
Su primera novela, Todo está tranquilo arriba, también conocida como The Twin, hizo que el mundo se diera vuelta para mirarlo. Y entre muchos otros se llevó el Premio Literario Internacional IMPAC de Dublín en el 2010, uno de los más lucrativos de la lengua inglesa. Cuando se lo entregaron decidió no alargar el discurso y en su lugar puso la canción “Waar is de zon” (¿Dónde está el sol?), que había participado por Holanda en ese bizarro y un tanto kitsch evento conocido como Festival de la Canción de Eurovisión. Gerbrand Bakker es el sueño húmedo de cualquier editorial. La critica lo ama, los jurados lo veneran y el público, dado el nivel de ventas, parece que también. En el 2013 la novela con su título original es llevada al cine y el autor hace el papel del padre.
Todo está tranquilo arriba y Diez gansos blancos tienen en común que sus protagonistas están solos. En el caso de Helmer como resultado de las circunstancias poco favorables de la vida. Emilie por decisión personal, como resultado de una fuga. En ambos casos el otro (el padre, el marido, las vecinas, los turistas) es una imposición que pueden controlar apenas y que, muy a su pesar, no remedian ni son compañía sino que, por el contrario, los pone de frente al sinsentido que sospechan son sus vidas. Los animales también servirán como elementos que interrumpen y derrumban de a poco cualquier intento de paz y tranquilidad. Helmer mirará con desconfianza a una corneja que se para en el árbol que se ve desde la ventana de la casa y una oveja lo llevará hasta el límite de una muerte hecha de asfixia y barro. Emilie sentirá como un alerta la disminución gradual del número de gansos y será mordida por un tejón. Algo que, le dirán todos, es imposible que suceda. La poesía de Dickinson surgirá una y otra vez en su cabeza pero tampoco será consuelo. En el verso “The murmuring of bees has ceased”, influenciada tal vez por un entorno que de manera sutil va convirtiéndose en amenaza, Emilie descubrirá que su poetisa favorita no supo nunca lo que es ser picada por una abeja.
En cada frase de Gerbrand Bakker se encuentra la belleza que uno supone desborda los paisajes de las zonas menos pobladas de los países de Europa. Descripciones detallistas, precisas, redondas, los adjetivos justos, a veces extraños pero nunca desacertados. Sin regodeo de ninguna clase, sin literatura con sobredosis de estilo. Por el contrario cada detalle, el ruido de un reloj, la alfombra verde de pasto, el agua clara, sumará una capa de complejidad al relato de la existencia de Emilie y Helmer. No hay exceso en la descripción del entorno sino que se entiende como un accesorio imprescindible para entender la mirada de estas personas que tratan de encontrar una salida en el medio del espacio más abierto que la naturaleza les puede dar.
La enumeración de rutinas diarias apunta al mismo objetivo. No es la obvia descripción repetitiva de hechos para remarcar la falta de objetivos concretos o la soledad misma, sino que sirven para entender la desesperación feroz y subterránea de Emilie y Helmer en cada gesto, en las manos que se mueven para hacer comida, en el manejo de las herramientas, en la pose inmóvil del cuerpo que mira cómo cae la tarde y ve venir la noche desde la ventana de la cocina. El paisaje se va construyendo con las palabras que describen la urgencia que corre por las venas y pasa por el medio del cuerpo, rozando el sexo que es alarma, necesidad, explosión que no se concreta por exceso de humedad. Por su parte los diálogos tienen la potente apariencia de lo real. Dicen lo que se dice y también lo otro, lo que se reprime y se disimula tomando una taza de té.
Gerbrand Brekker es el necesario, calmo y preciso relator de la desesperación. Y cuando su texto no es suficiente encuentra en las palabras de otros la manera justa de contarlo.
Gales. Una granja. La alquila una mujer que dice llamarse Emilie. Es noviembre y ella descubre todo un mundo de caminos, pueblos pequeños con gente que quiere saber de ella, un lago que tiene la forma de un círculo perfecto y diez gansos que van desapareciendo sin que ella sepa la causa. Emilie lee un libro: Poesías completas de Emily Dickinson. Ella no habla ni piensa en su pasado. La vida en el campo no le es propia sino más bien una sucesión de sorpresas y pequeñas enseñanzas. En el medio de su intencional ostracismo dejará entrar a su casa y a su vida a un turista joven que lo tiene todo para recordarle que tiene un cuerpo con necesidades. La historia se verá interrumpida por un diálogo que sucede lejos de esa granja, en el departamento de una ciudad. Emilie tiene un marido, padres, suegros y ella huyó por una causa desconocida pero que se intuye dolorosa.
¿Quién es Gerbrand Bakker? Nació en los Países Bajos en 1962. Es filólogo, jardinero e instructor de patinaje sobre hielo. Fue traductor del inglés al holandés y tal vez la facilidad para la descripción de la vida animal y salvaje sea producto del período en que subtituló documentales sobre la naturaleza para la televisión. No falta en su haber columnas de opinión y es co-escritor de un programa para niños llamado Ted and Ed. También es uno de los autores del Diccionario etimológico del holandés. Este último, según sus propias palabras, un trabajo duro y honrado como la jardinería. A esta actividad se dedica desde el 2006 porque pensó que debía aprender algo con lo que pudiera hacer dinero trabajando mucho. Piensa que además la jardinería y la literatura funcionan muy bien juntas. Contó que puede pasarse horas recogiendo las hojas muertas del otoño, que una vez desarmó una pila que había hecho solo para poder seguir haciéndolo. “El sonido es tan maravilloso: te deja en un nivel subconsciente, por detrás de tu mente”.
Su primera novela, Todo está tranquilo arriba, también conocida como The Twin, hizo que el mundo se diera vuelta para mirarlo. Y entre muchos otros se llevó el Premio Literario Internacional IMPAC de Dublín en el 2010, uno de los más lucrativos de la lengua inglesa. Cuando se lo entregaron decidió no alargar el discurso y en su lugar puso la canción “Waar is de zon” (¿Dónde está el sol?), que había participado por Holanda en ese bizarro y un tanto kitsch evento conocido como Festival de la Canción de Eurovisión. Gerbrand Bakker es el sueño húmedo de cualquier editorial. La critica lo ama, los jurados lo veneran y el público, dado el nivel de ventas, parece que también. En el 2013 la novela con su título original es llevada al cine y el autor hace el papel del padre.
Todo está tranquilo arriba y Diez gansos blancos tienen en común que sus protagonistas están solos. En el caso de Helmer como resultado de las circunstancias poco favorables de la vida. Emilie por decisión personal, como resultado de una fuga. En ambos casos el otro (el padre, el marido, las vecinas, los turistas) es una imposición que pueden controlar apenas y que, muy a su pesar, no remedian ni son compañía sino que, por el contrario, los pone de frente al sinsentido que sospechan son sus vidas. Los animales también servirán como elementos que interrumpen y derrumban de a poco cualquier intento de paz y tranquilidad. Helmer mirará con desconfianza a una corneja que se para en el árbol que se ve desde la ventana de la casa y una oveja lo llevará hasta el límite de una muerte hecha de asfixia y barro. Emilie sentirá como un alerta la disminución gradual del número de gansos y será mordida por un tejón. Algo que, le dirán todos, es imposible que suceda. La poesía de Dickinson surgirá una y otra vez en su cabeza pero tampoco será consuelo. En el verso “The murmuring of bees has ceased”, influenciada tal vez por un entorno que de manera sutil va convirtiéndose en amenaza, Emilie descubrirá que su poetisa favorita no supo nunca lo que es ser picada por una abeja.
En cada frase de Gerbrand Bakker se encuentra la belleza que uno supone desborda los paisajes de las zonas menos pobladas de los países de Europa. Descripciones detallistas, precisas, redondas, los adjetivos justos, a veces extraños pero nunca desacertados. Sin regodeo de ninguna clase, sin literatura con sobredosis de estilo. Por el contrario cada detalle, el ruido de un reloj, la alfombra verde de pasto, el agua clara, sumará una capa de complejidad al relato de la existencia de Emilie y Helmer. No hay exceso en la descripción del entorno sino que se entiende como un accesorio imprescindible para entender la mirada de estas personas que tratan de encontrar una salida en el medio del espacio más abierto que la naturaleza les puede dar.
La enumeración de rutinas diarias apunta al mismo objetivo. No es la obvia descripción repetitiva de hechos para remarcar la falta de objetivos concretos o la soledad misma, sino que sirven para entender la desesperación feroz y subterránea de Emilie y Helmer en cada gesto, en las manos que se mueven para hacer comida, en el manejo de las herramientas, en la pose inmóvil del cuerpo que mira cómo cae la tarde y ve venir la noche desde la ventana de la cocina. El paisaje se va construyendo con las palabras que describen la urgencia que corre por las venas y pasa por el medio del cuerpo, rozando el sexo que es alarma, necesidad, explosión que no se concreta por exceso de humedad. Por su parte los diálogos tienen la potente apariencia de lo real. Dicen lo que se dice y también lo otro, lo que se reprime y se disimula tomando una taza de té.
Gerbrand Brekker es el necesario, calmo y preciso relator de la desesperación. Y cuando su texto no es suficiente encuentra en las palabras de otros la manera justa de contarlo.
Ample make this bed.
Make this bed with awe;
In it wait till judgment break
Excellent and fair.
Be its mattress straight,
Be its pillow round;
Let no sunrise’ yellow noise
Interrupt this ground.
Emily Dickinson. Complete Poems,
Part Four: Time and Eternity. 1924.