Revista Invisibles
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Año 7 / Número 26 / Junio 2019
reseña

Lo ideal y lo posible


En ¡Felicidades!, última y maravillosa novela de Juan José Becerra, seguimos los avatares de un personaje que cuestiona de modo corrosivo todo lo que lo rodea: la vida, el arte y la literatura. Un repudio visceral por lo establecido es el motor de las acciones que dan lugar a una serie de eventos un poco trágicos, un poco cómicos, que conforman este relato de ritmo vertiginoso. 


Por Mariana Skiadaressis
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¡Felicidades!
Juan José Becerra

Seix Barral, 2019
Andrés Guerrero es un curador de arte de cincuenta años. Sufre una crisis existencial al tiempo que tiene a cargo el montaje de una muestra por el aniversario número cien del nacimiento de Cortázar, en el Museo Nacional de Bellas Artes. Decide, luchando contra la burocracia y las trabas institucionales, basar la puesta en el cuento “El otro cielo”. A pesar de la dedicación a su trabajo, nuestro narrador y protagonista detesta al escritor homenajeado, dice: “… me parecía una figura pop inflada como todas las celebridades de una escala mucho mayor a la obra infantiloide en la que se apoyaba y que solo podía ser leída por jóvenes indefensos o adultos infradotados…”.

Queda expuesta en las opiniones del narrador, una crítica fuerte a la banalidad del arte, a los artistas y a lo institucional que los rodea. El odio destilado también se expande hacia la literatura toda, porque nos trata como niños a los que hay que mentirles y también se amplía al lenguaje, por ser el artífice de la cohesión y de la coerción social, como si las palabras fueran las rejas que producen el encierro que nos condena a vivir dentro del sistema.

Es desde estas premisas negativas que nuestro particular héroe va forjando su historia. En un principio, su comportamiento parece fuera de la norma, hasta quizás inmoral, pero a medida que avanza la trama nos damos cuenta de que sus acciones obedecen a un profundo cuestionamiento existencial.

A partir de la muerte de un ser querido, se produce un giro que pronuncia su conducta antisistema. Ve en el cuerpo inerte a un animal muerto, un animal sin lenguaje. Esta pura materialidad lo empuja a dejar atrás la contención de su cotidianidad: abandona su casa; manda a la mierda a su jefa del museo y se saca de encima a su amante. Por último, se va a vivir su duelo a lo de un amigo de la noche, el dueño de la discoteca ¡Felicidades!, que da nombre a la novela.

Samurai, su amigo, es un personaje muy original que vive en el sótano de la discoteca y se alimenta exclusivamente de bifes de chorizo que cocina en una parrilla a gas que tiene en ese mismo sótano. Si bien cumple una función cómica, él y su hábitat terminan siendo el refugio que necesita el protagonista como puerta hacia la exploración existencial. Paradójicamente, es en el espacio cerrado y bajo tierra que Andrés se siente libre de ataduras.

Despojado de su identidad, el antiguo curador pasa a llamarse Maestro Dante y da un cursillo para alcanzar la felicidad en el que incita a los asistentes a decir todas las barbaridades que se les ocurran, su enseñanza es operar en la vida sin filtros para llegar a la verdad de las cosas. Cuando siente que este experimento se agotó y que lo que está en el fondo de todo es, sencillamente, el silencio, viaja al exterior y se pierde en el anonimato y el vagabundeo.

​La idea del vagabundeo aparece también en “El otro cielo”, lo que obviamente no es casual. La elección de este relato en relación con la novela puede leerse en varios niveles. En primer lugar, los escenarios del cuento le dan a la muestra su forma material, como la de un pasaje hacia otro mundo posible. En segundo lugar, los protagonistas de ambos textos experimentan una dualidad, entre el deseo de abandonarlo todo y la verdadera probabilidad de hacerlo. Y en tercer y último lugar, se replica la estructura dramática del cuento en la novela. El personaje de Cortázar anhela su deambular parisino disoluto, pero se termina quedando en casa con la patrona. Del mismo modo, Andrés Guerrero da toda una vuelta de contorsionista en su vida para entender que no hay salida de los lazos cohesivos y coercitivos que genera el sistema. Después de todo, la mantita del tejido social también abriga.
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