Revista Invisibles
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Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
reseña

Repetición y diferencia


Construida en torno a la cartografía porteña de una época y a las lecturas omnívoras de un médico narrador, la novela de María Ledesma describe una historia argentina de lo cotidiano a partir de la búsqueda de la repetición, que rige las causas y azares de una vida y a su vez estructura la composición novelesca. 

Por Susana Santos
Imagen
Entre almohadones
María Ledesma
Editorial Paradiso, 2017
1. El placer del mal


                                                                                    ¡Anda putilla del rubor helado,
                                                                                                  anda, vámonos al diablo!

 
                                                                                                   José GOROSTIZA, Muerte sin fin



     La escena inaugural del libro es el comienzo del fin. No hay preludio: se entra directamente en materia. El término de una vida, la vida del varón narrador y protagonista de Entre almohadones, nueva novela de María Ledesma. Que en la contratapa magistralmente caracteriza Alfredo Grieco y Bavio, no sin acopio de contradicciones: “Pedófilo, pero no infanticida, necrófilo, pero coprófago, femicida, pero no ginólatra, homicida, pero no victimario, viudo, pero vuelto a casar, padre, pero no matricida…”.
    Una nefasta jornada en la que el doctor Wojtila,  de igual  apellido y parejo  origen que el Papa de Roma, vive, o sobrevive, ‘entre almohadones’.
   Entre las almohadas y las indicaciones de uso de pañales por las diarreas compulsivas que padece en los 77 años de su edad, este ex monaguillo gozosamente iniciado al buen sexo en su infancia por un sacerdote católico, pontífice no romano sino porteño (y boquense), decano de médicos e investigadores, retrocede y empieza a contar su historia. Los recuerdos suyos, desde el ámbito limitado y preciso de una cama donde yace ya moribundo.  Setenta y siete años vividos sin culpas ni necesidad de perdonar ni de reparar,  ni una vez, ni siete, ni setenta veces siete. 


2.  Haciendo a un lado la música, por supuesto
 
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                                                                                                                       El siglo veinte
                                                                                                 es un despliegue
                                                                                                 de maldad insolente: 
                                                                                                 ya no hay quien lo niegue

 
                                                                                             Enrique SANTOS DISCÉPOLO,  Cambalache
 
   Pero ¿es ésta una novela sobre la muerte, la agonía, el odio y la mierda? Muy por el contrario. Aquí la vida depende de la muerte y la agonía, y no al revés. Odios y mierdas sostienen la voz narrativa, su ritmo, y si el libro se lee con sostenido interés,  esto es porque describe desde dentro los usos y costumbres de una vida, una historia argentina desde lo cotidiano, desde una existencia particular.  Que está y no está y habla como si estuviera y no estuviera en lo que hace o hizo. Una curiosa mezcla, inmixión de experiencias y distancia. Un desdoblamiento, doble, múltiple, pero no una multiplicación: nada nadie nunca ad infinitum en esta novela donde todo está (bien) contado, donde cada palabra está (miligrámicamente) medida.
  Aparente paradoja que resuelve el arte de concisión narrativa, admirable empleo de la sugerencia y la síntesis por Ledesma. La construcción del personaje  no resulta de la confesión directa del mismo, sino de la observación de sí mismo: el narrador es un médico, y el doctor Wojtila, después de las vaguedades de la ciencia descubre las precisiones de la literatura.
   Hay en esta novela de Ledesma una deliberada y sutil construcción cartográfica y epocal. La infancia en el barrio portuario de La Boca y el estallido de la segunda Guerra Mundial, la inmediata Guerra Fría que ya ardía en 1946; apenas comenzada la década de 1950, los estudios universitarios de Medicina que culminan en un paraíso para facultativos, la epidemia de polio; el UPADEP en la década de 1960 que propició el ascenso económico del padre polaco;  el ejercicio profesional en el Hospital Malbrán primero y después en el Hospital Militar, durante los años aciagos del Proceso Militar. El lúdico Mundial de Fútbol ‘Asesina ‘78’, cuando desaparecen sus hijos varones mellizos, los que de niños jugaban con la canción de Alicia en el país de las maravillas, (de ninguna manera, y por el contrario, que se olvidaron de sus duelos infantiles y corrieron riesgos reales). Los hijos serán re-encontrados en un osario por diligencia de Laura, la hija muda nacida  en el año de la Guerra de Las Malvinas,  en la década de los 90 de los Derechos Humanos…
     La del protagonista y narrador es una historia personal que también por reflejo indirecto y no tanto es historia argentina. A primera vista, es novela datada, al igual que otras de la literatura argentina reciente. De manera particular, Entre almohadones no compite con el registro civil, ni con diccionarios, archivos e inventarios (aunque en su base  haya seria investigación histórica) sino que todo consuma en línea, en diseño y en estructura: el de Ledesma no es inventario sino invento.  
3. Tendré que leerlo, seguramente podré  

 
                             Hace ya diez días que está como muerta. Me da la impresión de que ella,                                     por haber sido durante tanto tiempo una parte de Anse, ni siquiera puede                                       hacer ese cambio, si es que eso es un cambio. Hasta me acuerdo de cómo,                                  cuando yo era joven, creía que la muerte era un fenómeno del cuerpo;
                              sin embargo, ahora sé que no es más que una función de la mente:
                              una función de las mentes de quienes sufren la pérdida. Los nihilistas
                              dicen que la muerte es el final; los funcionalistas, que el comienzo; pero
                              en realidad no es más que un simple inquilino o familia que deja
                              su habitación  o su ciudad.

 
                                                                               William FAULKNER, Mientras yo agonizo



 
     Y es así, tal como se supone o puede suponer: en las novelas no sucede nada fuera de las novelas. Pero el hecho de referir a otras novelas presentes en Entre almohadones no es solo una guía de literatura, sino que habla de lo que sucede más allá, antes y después  de las páginas.
       Dicho de otra manera: da la impresión de que también dentro de esta novela acontecen –ocurren- las narraciones que se nombran,  La cena de Herman  Koch (adolescentes implicados en hechos de gran violencia), Las benévolas de Jonathan Littell ( las ‘hazañas’ de exterminio perpetradas por un oficial de las SS, entre incestos y filipatricidios), La noche de los asesinos de José Triana (tres hermanos que planean y juegan al matricidio y parricidio); Absalón, Absalón de Williams Faulkner (los decididos esfuerzos de un hombre para dirigir una plantación y fundar una dinastía que resultan en la destrucción y el fracaso, historias de violencia, orgullo, incesto y crimen);  el anónimo Lazarillo de Tormes (aprendizaje picaresco del cinismo para poder sobrevivir), las novelas policiales de Arthur Connan Doyle, cuyo detective Sherlock Holmes es investigador como el protagonista, y es feliz en su uso de homosexualidad y drogas.
      Wojtila es un médico que no carece de lecturas. Pero es un médico narrador. No es un médico poeta. Como al que la novela nombra, alude más de lo que cita, el hispano-argentino Baldomero Fernández Moreno. Cita y concita en verso/s trunco/s: “algún día serás un esqueleto juguete de marfil bajo un féretro”

 
4.  Todo es historieta
 
​
                                                       Repetición y recuerdo constituyen el mismo movimiento.
                                                      Pero en sentido contrario. Porque lo que se recuerda es algo                                                           que fue, y en cuanto tal se repite en sentido retroactivo.
                                                      La auténtica repetición, suponiendo que sea posible, hace 
                                                     al hombre feliz, mientras que el recuerdo lo hace desgraciado.

 
                                                                                            Sören KIERKEGAARD, La repetición

 
    Las condiciones se presentan como un destino, y a la vuelta del camino, todo destino es trágico. Que acaba por ser impugnado en sus condiciones de tragicidad y termina en un guiñol, en una farsa: en el coro, la gloria y la miseria. Y más que la miseria: en la mismísima mierda. Y sin embargo, no es la mierda lo que le interesa al protagonista sino la repetición : “Hace poco me enteré que está de moda pintar cuadros con mierda (…) De todos modos esas experiencias no me interesan porque lo mío no es exactamente la mierda. Lo mío es la búsqueda de la repetición”.
     En la declaración de Wojtila también se nombra la repetición. Como figura retórica que rige, o parece regir, la entera composición novelesca de Entre almohadones.  En punto de estructura organizada en dos partes, “Las visitas” y “El guiñol”. Así, en una escena en la primera y segunda parte, las galletas en forma de orejas que Odilia ofrece, casualmente, causas y azares y azahares, a las visitas. Odilia es la segunda mujer veinte años más joven que el agónico protagonista.
     Las orejas comestibles de masa de harina tienen un telón musical de fondo, o dejan resonar un eco insistente, como el de un estribillo. Aunque sean factura, todas las orejan oyen. O atienden. Y escuchan a la canción “Blue Velvet” de Bobby Vinton, la que una repetición, la del film Blue Velvet de David Lynch hizo, o  volvió a hacer, famosa. Aunque nadie vista terciopelo azul ni haya lágrimas por la ausencia del amor que ha partido bajo el oscuro cielo nocturno. Las palabras de la canción del crooner de origen lituano-polaco remiten directamente a la escena inicial, o iniciática,  de la película homónima, donde sobre el pasto recién cortado de un jardín aparece una oreja humana cortada hace un par de días, de la que dan cuenta las hormigas. Y remite a la interrogación final: “Es un mundo extraño, ¿verdad?”. Queer world, indeed.
     En esta singular narración de María Ledesma lo único que no se repite es la muerte. Que, sin embargo,  al crecer en su presencia desde el comienzo asegura el final previsible. Pero, hay que decirlo, nunca narrado. Y así faltará el carricoche fúnebre de otro film, de Fresas Salvajes de Ingmar Bergman, donde el protagonista, Isak Borge, también médico,  sueña premonitoriamente la caída de un ataúd donde va su propio cuerpo. 
 

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