Revista Invisibles
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Año 6 / Número 24 / Diciembre 2018
sociedad

El sentido de un ritual


¿Qué ceremonias y prácticas nos definen como sociedad? La autora de este ensayo busca una posible respuesta en distintas obras literarias y audiovisuales recientes donde los rituales son parte esencial de sus narrativas, e indaga en el gesto político, liberador y a la vez disciplinador detrás de las prácticas allí escenificadas.  

Por Paula Salerno @paulularia
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   Un día, vienen a mi casa cuatro amigas de mi vieja, y me mandan a mi habitación. Al rato escucho unos ruidos fuertes, gritos, un quilombo. Medio escondiéndome, voy a ver qué estaba pasando: a una de las viejas la tenían arrodillada en el piso, dos viejas la tenían agarrada de los brazos y entre otras dos la golpeaban para que sacara el mal que había hecho. Fue una sesión bastante larga de golpes, gritos y amenazas. Entre esta vieja que tenía el espíritu y se sacudía y gritaba, defendiéndose, y mi vieja y las otras a los golpes y gritándole también.
- Golpes de qué tipo.
- Sopapos, con la mano abierta, golpes de puño también. La mujer que estaba en el piso había incorporado el espíritu de una que había dañado a otra.
- ¿Durante la sesión?
- No. Antes. Y habían traído al espíritu de esa persona para castigarlo, y para que sacara el daño. Y después de eso, al rato (un rato largo), después de todos los gritos y los sopapos, estaban todas tomando el té juntas, charlando todo muy amable, como si no hubiera pasado nada.
- Incluida la mujer que habían estado golpeando…
- Sí, claro. En la vida, el ritual es así. 

   En el libro Magnetizado, de Carlos Busqued, el protagonista cuenta este recuerdo de su infancia, que se proyecta hacia una vida plagada de rituales espiritistas. El contraste entre los golpes y la restauración del orden cotidiano, afectivo, de las amigas que toman el té pareciera decir mucho sobre las participantes del ritual. Pero dice más sobre la sociedad de la que ellas y todos formamos parte. Es que no se trata solo de una escena de novela. Primero, porque es una novela publicada este año -y con bastante éxito-, lo que dice algo sobre los discursos culturales que circulan en la actualidad. Segundo, porque los rituales son muy recurrentes hoy en día, forman parte de lo decible y de lo factible. Series, películas, libros y prácticas indican que los ritos siguen vigentes. El ritual, con su parsimonia, su repitencia, su asociación a lo milenario, su drama procesual, lejos de esfumarse en este presente de lo inmediato, lo actual, lo espontáneo e instantáneo, parece conservar -y quizás aumentar- su valor.
  El antropólogo Roberto Da Matta explica que los rituales promueven la identidad colectiva y construyen el carácter de una sociedad. Si tuviéramos que definir nuestra identidad social a partir de las ceremonias que practicamos y que consumimos, ¿cómo nos describiríamos? ¿Cómo se vinculan esos ritos con nuestras creencias, ideologías y formas sociales de ser?
   En la escena de Magnetizado, el impactante “como si nada” que restaura la relación entre las mujeres a su estado previo revela un rasgo nodal de todos los rituales. Se trata de ceremonias que ocurren en un tiempo fuera del tiempo, en el cual no se hace lo que se haría el resto de los días del año. Se suspende momentáneamente el orden existente: cambian los roles, las jerarquías, los comportamientos. Los rituales escapan a la vida cotidiana, a la vez que forman parte de ella: “en la vida, el ritual es así”. ¿Por qué es necesaria esa interrupción para reafirmar la cotidianidad?
   En el ritual se produce una purga: se saca a la persona de su oscuridad, se elimina el malestar y, con ello, se da fin a una situación y se genera un cambio. En el relato de Busqued, ese cambio se logra a través del cuerpo, los golpes, la violencia física. El cuerpo se desborda en las sacudidas, los gritos y los rasgos desesperados como las máscaras de carnaval. El cuerpo se libera, para después calmarse y recuperar el orden. En la serie Dark Tourist, que salió en Netflix este año, un periodista estadounidense presencia una ceremonia de exorcismo a una mujer en una iglesia de México. Allí también el cuerpo expone una tensión entre la domesticación y el descontrol plasmado en el uso del espacio, en los gestos, en los movimientos que, caóticos o re-ordenados, se disponen de una manera especial y cumplen rutinas de representación. 
​     Al pensar en estas rutinas es inevitable recordar los rituales de nacimiento en la exitosa The handmaid’s tale. Las participantes están ordenadas, enlazadas, cada una en una posición específica formando un círculo de jerarquías y jugando roles determinados. La criada que va a parir es ahora el centro de la escena. Su ama simula que es ella la que tiene a la criatura en su vientre. La verduga valora el amor y el cuidado. Todas estas alteraciones se concentran en el cuerpo y en la comunidad. La fuerza de la unión es condición necesaria para lograr los objetivos del ritual, que reproduce la función femenina de parir, el mandato de dar a luz y el de ser madre, que aparecen disociados -en cuerpos distintos- y vinculados mediante la ceremonia. Las participantes oran, piden por la luz y por la vida, convocan energías en una situación que tiene ecos en los actuales y reales “rituales del útero” a los que muchas mujeres asisten, plata de por medio. En todos los casos, la centralidad del cuerpo hace de los rituales un contrapunto necesario de lo que Erving Goffman entiende como cultura encarnada.  ​
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The Handmaid´s Tale
   Al poner en acción determinados símbolos que resaltan un valor o una relación relevante para una cultura, los rituales significan y, con ello, generan habitus. Por eso es que son políticos: no solo comunican algo acerca de la sociedad sino que además son transmisores y reproductores de ideología.
  Este año se lanzó la serie The Purge, basada en la película homónima estrenada en 2013. La trama -de la serie y de la película- consiste en que hay un momento del año en que todos los ciudadanos estadounidenses pueden hacer lo que quieran: las instituciones suspenden sus funciones -no hay policía, bomberos ni hospitales- y el crimen, incluso el asesinato, es considerado legal durante las doce horas que dura la purga. La razón de ser de esta jornada es, aunque parezca paradójico, el disciplinamiento: ese lapso en que se rompen las reglas y se abandona el estado de derecho concentra todo el mal de la sociedad, que es reprimido durante el resto del año.
   “En el alarido de la noche de fiesta nuestra voz estalla en luces, y vida y muerte se confunden” dice Octavio Paz en el hermoso libro El laberinto de la soledad. Para soportar los esquemas a que nos encontramos atados desde la infancia, necesitamos rebeliones esporádicas en las que, explica Paz, “la espontaneidad se venga en mil formas, sutiles o terribles”. Necesitamos fiestas, ceremonias, celebraciones en las cuales salir de la norma. Una voz en off expone el argumento que avala la purga: “América es el país de la libertad. No hay nada más americano que la purga”. Por supuesto, se trata de la libertad individual, que tiene su reverso en el “sacrificio” de los que son asesinados, considerados mártires que mueren por la patria. Libertad ritual y disciplinamiento social se presentan, entonces, como dos caras de la misma moneda. Se trata de entrar en crisis, llegar al caos, para reafirmar los valores sociales. La crisis es, escribió Barthes, “un modelo cultural”. Como en la novela de Busqued, en The purge el ritual está asociado al castigo y su contracara, la protección. 
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The Purge
 Lo mismo ocurre en los rituales de violación que constituyen el nudo -el drama- en múltiples producciones audiovisuales, desde la clásica El bebé de Rosemary hasta la actual serie The Handmaid’s Tale. En esta última, las protagonistas del ritual de violación son dos mujeres: una sometida y una poderosa. La poderosa, sin embargo, perdió un poder: la fertilidad, que supuestamente recupera mediante el rito; porque en el tiempo especial del ritual la relación de los actores sociales con el poder cambia. Un hombre completa la tríada en la ceremonia: es la pareja de la mujer infértil y es también una herramienta de fertilización, igual que la criada. La separación entre las dimensiones física y moral es axial en este rito, donde el cuerpo es protagonista y donde la moral se ve interrumpida con el fin de, paradójicamente, cumplir los mandatos morales de la conformación de una familia tradicional: mamá, papá y progenie.
  Pero si hay algo particularmente llamativo de esta serie llena de rituales es que supo dejar la ficción para participar de la realidad: las manifestaciones callejeras de mujeres en todo el mundo vestidas con la ropa de las criadas han funcionado como denuncia de la opresión y como lucha feminista. Estas protestas son rituales de comunicación política, que se alinean con lo que Marc Abélès llama rituales de enfrentamiento. Con la fuerza performática del rito las escenas de la ficción son resignificadas y se enlazan con las piras feministas de los años sesenta que bien muestra el documental She is beautiful when she's angry (2014), publicado por Netflix en 2018. En las manifestaciones que caracterizaron el inicio del feminismo se queman objetos de la femineidad, así como en el cuento de Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego, se quema la belleza femenina.
  Al respecto, en la serie The purge hay una diferencia fundamental con respecto a la película. Si la purga significa libertad, lo cierto es que hay algunas libertades legítimas y otras no. Mientras es válido el deseo de matar, y de hacerlo de las formas más cruentas, no es tan válido desear ser muerto por los purgadores, sobre todo si quien lo desea es una mujer. Un grupo reducido de chicas y chicos jóvenes, liderados por una guía, practica un culto según el cual ser objeto de purga conduce a expiar los pecados: nuevamente, dejar atrás la oscuridad y acceder a la luz. La ceremonia en que cada uno de estos jóvenes se expone a ser cruelmente asesinado se llama “the giving”, la entrega. El deseo de entregarse es encarnado principalmente por una chica joven y angelical, y aparece como algo absolutamente escalofriante. Ese deseo es cuestionado e intenta ser aplacado por el hermano mayor de la ‘víctima’, un hombre que tiene todas las características de la masculinidad estereotípica: fuerza, valentía, determinación.
   Así, si la purga trastoca el orden imperante, hay una excepción, que es la distribución social del deseo. La domesticación intenta ser rebatida por la chica en su ritual paralelo, un ritual que invierte aquel impuesto por el Estado: ella no quiere purgar sino ser “peón de purga”. Esa domesticación, en cambio, es reafirmada por su hermano bajo la bandera de la salvación masculina hacia la débil mujer. Los roles de los hombres y las mujeres reproducen las relaciones de poder en las que el hombre puede desear y la mujer no.   
Cuando cayó el sol, la mujer elegida caminó hacia el fuego. Lentamente. Silvina pensó que la chica iba a arrepentirse, porque lloraba. Había elegido una canción para su ceremonia, que las demás -unas diez, pocas- cantaban: «Ahí va tu cuerpo al fuego, ahí va. / Lo consume pronto, lo acaba sin tocarlo.» Pero no se arrepintió. La mujer entró en el fuego como en una pileta de natación, se zambulló, dispuesta a sumergirse: no había duda de que lo hacía por su propia voluntad; una voluntad supersticiosa o incitada, pero propia.
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​Esta descripción se puede aplicar perfectamente al acto de entrega de la chica de The purge. Ella camina sonriente y segura hacia el dolor personificado, no por el fuego, sino por sus purgadores, disfrazados de monjas diabólicas, con máscaras obscenas, jugando con escalofriantes elementos de tortura. La escena de la hoguera es del cuento de Mariana Enríquez, donde el ápice de la acción política está en el cuerpo de la mujer deseante. 
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    ​ La hoguera donde se quemaba a las brujas es, en Las cosas que perdimos en el fuego, un ritual de iniciación, a partir del cual las mujeres adquieren poder, escapando a los mandatos de belleza y también al riesgo de ser quemadas por los hombres. A la primera “chica quemada” la quemó su marido. “Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices”. Las hogueras se convierten en un ritual exclusivamente femenino y deliberado, y las mujeres ya no son quemadas sino Ardientes. Paralelamente, la gente no les cree: no puede ser que quieran someterse a la hoguera. La vigilancia y las órdenes de allanamiento de rituales y hospitales clandestinos resultan fútiles porque las piras podían hacerse igual, ya que las mujeres lograban conseguir nafta y ramas, y lo más importante: “El deseo las mujeres lo llevaban consigo”.
     De disciplinamiento o de denuncia, los rituales son sinécdoque de la sociedad. En las producciones culturales de lo más disímiles hay notables diferencias y notables rasgos en común. En todas hay un mensaje recurrente: para quebrar el pasado y empezar el futuro, hay que sufrir. “Vivir y morir es la única opción esta noche”, dice un personaje de The purge. Caos, exceso, dolor y volver a la ordenada cotidianidad.
    ¿Por qué necesitamos interrumpir la vida cotidiana? ¿Por qué nos atraen tanto los finales y los consecuentes reinicios? Posiblemente porque los hechos son interpretables, como afirma Barthes, cuando terminan. “¿Cómo sería el relato de un viaje en el que se dijera que se permanece sin haber llegado, que se viaja sin haber partido, en el que no se dijera nunca que tras haber partido se llega o no se llega? Este relato sería un escándalo, la extenuación, por hemorragia, de la legibilidad”. Sin origen y sin final, nos quedamos sin sentido. En otras palabras, actuamos movidos por un “horror al vacío” que debemos compensar con la completud y su aporía en el exceso. En nuestra sociedad, las celebraciones más desmesuradas del año son las del final. Celebrar, hacer un balance, pensar en el propio desempeño y en los objetivos personales para el año que viene, comprar regalos y vestirse de forma festiva, consumir toda la comida y la bebida que se pueda, tirar la casa por la ventana. Ahora sí, borrón y cuenta nueva. Y sí, para contar de nuevo, desde cero, es necesario hacer primero el borrón.
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