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Año 6 / Número 24 / Diciembre 2018
Poesía

El pez que nada (selección)


En diciembre, la editorial Añosluz publicó El pez que nada, del poeta y narrador Alejandro Güerri. Presentamos una selección de poemas de su más reciente libro, donde el autor elabora una poética de lo cotidiano y delinea su modesta revolución doméstica, como un samurai que avanza sigiloso hacia su meta.

De Alejandro Güerri
Imagen
Alejandro Güerri
El pez que nada
Añosluz editora, 2018


 Atención, nena
 
Resulta que anoche soñé con Auswacht,
un compilado de música inexistente 
que me salió al cruce cuando tu mano
le dijo adiós a los buenos días.
 
Había más gente en el living,
amigas tuyas y míos,
extras de un inconsciente
que no hacía otra cosa que repetirse:
la paranoia de ser feliz
y menospreciarse un poco.
 
¿Sabés qué me gustaría dentro de un rato?
Tener en la mano una flor
que no sea de angustia
y ofrecértela
aunque no la necesites.
 
La realidad se derrumba de madrugada
y el heroísmo es un sueño hermoso.

 
El pez que nada
 
Nunca seré un artista chino
por más que me empeñe en comer
una ración de arroz a diario
si no medito antes de actuar
y la contemplación se me da
entre ratitos.
 
Nunca voy a ser artista chino
si no describo el paisaje
con la limpidez de un vidrio
recién desempañado:
cuando se mide lo que se dice,
la emoción es un verso.
 
Hay cosas más urgentes que ser
un artista chino. Por ejemplo,
arreglar el lavarropas que gira
adentro del corazón
antes que anochezca.
 
Si la decepción viene a buscarnos,
estoy con vida.
 
 
  
Papá 2014
 
Anda con un globo suelto por la calle.
Invita desconocidos a conocer la casa.
Seca la ropa al fuego de la hornalla.
Se olvida qué día es, quién sos,
lo que te preguntó hace medio minuto.
Inventa palabras para salir del paso.
Ordena todo todo el tiempo
y desde atrás de la cara de perdido
te mira lleno de amor.
 


El regalo
 
Mamá, papá,
a mis setenta y ocho años,
he resuelto por fin
no pasar Navidad con ustedes.
 
Arrastro la inquietud del año pasado
cuando mordí un turrón de Alicante
y las muelas me hicieron crac.
No distinguía dientes de almendras
en el túnel húmedo de la boca.
 
Por favor, no insistan:
no quiero armar el arbolito.
¿Para qué colgar los adornos
si las lucecitas no encienden?
 
No se imaginan
lo exasperante que es a mi edad
la cuenta regresiva en la radio,
mamá y sus manos tembleques
sirviendo el champagne contrarreloj
y vos, viejo, como ido
en el trineo de tus ensoñaciones.
 
Lean esta cartita a las doce,
la dejo al pie de mi regalo:
envuelto y con moño rojo,
todo el amor compartido.


 
Pan comido
 
No quiera ser comido por el personaje
que la vida hizo de usted:
suma imperfecta y anquilosada
de heridas sin cierre
que lo abrochan al pasado.
¿Irritación a cambio de flaquezas?
Chistes nacidos del desencanto
que caen rodando como dados
sobre el paño verde.
 
Un dinosaurio de plástico estira los bracitos
y no alcanza a abrazar nada.


Editorial
 
No aceptamos originales.
No publicamos autores nuevos.
No estamos leyendo nada
hasta el año que viene.

 
Nadja, su ego y yo
 
Ella es artista y su ego gobierna
cada momento que pasamos juntos.
Flor de trío los tres
cuando en el cuarto a oscuras
experimentamos eso
de todos para ego y ego para él.
Nadja lo sufre a su modo y ¿yo?
¿Qué voy a decir? Si comparto con ella
el drama de haberme partido al medio
para cultivar una personalidad.
 
 

Samuráis en doble fila
 
La túnica volvió a ponerlos bajo su manto
y montaron las bicicletas
como a un caballo manso
llevados por el viento y las palabras
hicieron su trabajo…
 
–Ya no se puede esquivar la batalla
cuando los años vienen en malón

y uno es la copia de la copia
de un patetismo inesperado.

–Afloje con la katana, y respire:
el corazón de un guerrero

también se prepara vuelta y vuelta
y si no se lo saca a tiempo,
se chamusca.


Hecho en casa
 
Soy bicho de hogar,
más casero que caracol
en casa rodante,
la rueda de auxilio soy
del mundo de afuera,
si hasta cuando salgo
me quedo.
 
 
 
Grandilocuente por un rato
 
Quiero escribir el libro
que mi generación devore
y que los críticos cacareen
cómo pone el pecho
este muchacho
(coma)
cuando escribe.
 
Quiero alegrarles el día
con palabras sobrias
a los que viven presos
de una ansiedad
que representa otra cosa.
 
Quiero ser liviano en alguna parte.
 
Quiero decir en una entrevista
(o artículo) menos es menos
porque entre poco y nada
para decir, siempre hay más
nada que poco.
 
 
 
 
Karate Kid
 
Infinitas gracias, señor Miyagi,
aunque lo odié días enteros
mientras me hacía lijar
y pintar la cerca,
o pescar las moscas
con los palitos.
 
Qué forma simple y trabajosa
de decir: Esto es la lucha.
 
Todavía lo veo
con los ojos idos,
tocando el tambor
a un costado del dojo,
y siento
la fuerza de un río
que crece desde adentro.
 
Ni con la pierna rota
pudieron doblegarme,
señor Miyagi.
 
El dolor se había ido.
 

Imagen
Karate kid, de Agus Esperon
Bond Street
 
Antes de convertirme al gótico dark,
yo era como ustedes: comía fideos con tuco
y me limpiaba los mocos en pañuelos de papel tisú.
Ahora que todo es negro azabache,
soy para siempre un caballo huérfano.
Cuando pisé los pasillos oscuros
de esta galería, me tatué de todo.
Una serpiente, una calavera,
un tribal con una frase jodida
sobre el destino irremediable del mundo:
 
Amar es más difícil que tejerle un suéter a un pulpo.
 
 
 
Materia opinable
 
Soy un guerrero pacífico que nació para morir de pie
aunque cultive este arte intrascendente y vulnerable
sin que nadie se lo pida. Semejante grandulón,
¿necesita todavía un frente de oposición imaginario
acongojado por la falta de la falta que se funde
en el bolsillo interior izquierdo del sacro? Por favor,
un mecenas que se apiade del señorito
y de su corazón templado a la fuerza del fuego lento
del trabajo –muy lento el fuego lento del trabajo–,
hecho un dragón que escupe humo por los ojos
y aun así el último pájaro en abandonar el ruido
cuando se agota el tema y hay que dar vuelta
la página.
 
 
 
 
Fábula
 
Ahí viene el Rey, el dueño
de una enorme porción de nada:
la tierra que ayer calculó a ojo,
hoy es lagaña reseca.
 
Un corazón imaginativo,
ríe la Rana en el estanque,
reina sobre todo
en el vacío.
​

Agradecemos al autor y a la editorial Añosluz que nos haya permitido publicar esta selección de poemas.

Alejandro Güerri (Buenos Aires, 1976). El pez que nada es su cuarto libro de poemas. Lo preceden: Oriental (2010), Hola, Harvey (2008), con diseño de Lisandro Aldegani, y Podemos llamarlo un día (2005). También publicó un libro de cuentos, El interior S.A. (2016), del que en Revista Invisibles publicamos el relato "Colaborador". Y en colaboración escribió: Letristas, la escritura que se canta (2015), con Federico Merea; y Escritos en la calle – Grafitis de Argentina (2017), con Fernando Aíta y el equipo de Grafiti. En 2018, se editó Dame un minuto, un disco de diez canciones de un minuto, compuesto con Lisandro Etala. 
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