Año 7 / Número 26 / Junio 2019
Artes, lastre y oficios de ser de `clase alta´
‘¿Cuándo ser de clase alta dejó de ser taboo en la literatura argentina?’ Buscando precisiones, una escritora anglófona que, sin ser hija del país, conoce a la Argentina con exactitud cruel hizo esa pregunta a este nativo, colaborador de Invisibles, cuando se publicó en inglés El nervio óptico de la argentina María Gainza. Incapaz de una respuesta directa y lúcida como el interrogante, aquí 35 situaciones, aproximaciones, testimonios, pretextos, variaciones, inquisiciones y otras aventuras sin escapar nunca de la viscosa inexactitud.
For M –without whom not
1.
Nuestra 'clase alta' es, como en inglés upper class, designación in bonam partem. A diferencia de ‘burguesía' o 'clase dominante' (ruling class), con resonancias ya tan in malam partem. Como en muchas partes, en la cima de la pirámide social y económica hacen pie una 'oligarquía terrateniente' (más antigua) y una 'burguesía industrial-financiera' (más nueva). Aunque con el tiempo no sea ya el personal de las familias dedicadas a una y otra actividad fuente necesaria ni constante ni primera de la 'élite del poder' (The power elite, Los que mandan)
2.
Cuando se habla de 'clase alta', en la cultura y la literatura argentinas, la resonancia suele ser categórica, y categorial. Por restricta. Casi siempre, la referencia primera será la oligarquía terrateniente, el más antiguo componente de la clase alta. Hasta 1916, con la llegada del radicalismo al poder, 'la élite del poder' había pertenecido a facciones dentro de ella. Vista desde fuera, el afrancesamiento en especial y el europeísmo en general, habían sido rasgos que se le adscribieron. Sin ulterior examen. Afrancesados aun en el léxico y la sintaxis fue considerada la Generación del 80, afrancesado nuestro naturalismo donde Julián Martel escribía La Bolsa mirando pendularmente al Zola defensor de Dreyfus y a sus fiscales antisemitas. Afrancesado nuestro positivismo. Afrancesado el modernismo, y el español Juan Valera consignaba el ‘galicismo mental’ del argentino por opción Rubén Darío. Y aun afrancesadas serían muchas formas de nuestro nacionalismo, de la literatura de derecha, del pensamiento religioso católico de monseñor Franceschi y la revista Criterio. La lista de acusaciones o constataciones de extranjerismo podría seguir y ramificarse.
3.
Antes que una opción estética, asumida o atribuida, ese cosmopolitismo y regusto foráneo era una posibilidad material. De importación y uso de bienes. Florida podía comprarse y usar bienes que Boedo no. Los ricos tienen rentas y los pobres, en el mejor de los casos, becas, mecenas, y mediadores. Mariani contándole Proust a Arlt. Almendra y Manal. Soda y los Redondos. Cerati y Soda con las competencias superiores o diferenciales que dan el comprar discos importados, instrumentos musicales, poder seguir las letras en inglés. En la literatura, que con los años y la cultura de masas ‘ser de clase alta’ (o ser percibido como perteneciente o funcional a esa clase) devino un área más rarificada se vuelve un hándicap para cualquier ingresante en la vida literaria. Un privilegio del que hay que dar cuenta a la vez que los frutos de ese privilegio se vuelven marcas antes que ventajas de por sí. Es difícil fechar el comienzo de esas dificultades, pero fueron crecientes, con variaciones de intensidad pero nunca con giros completos de timón, a lo largo del siglo XX. Un lastre. (Ese hándicap ‘elitista’ verá reducida la animadversión de algunos sectores cuando empezaron a emerger otros hándicaps por la presumida ‘superioridad’, como el académico –ser o no ser ‘de Puan’, en algunos ambientes es algo de lo que se dan aclaraciones, o que se usa como aclaración). Esa hostilidad o prejuicio o indagatoria personal no se correspondía con, y en parte se debía a que no existiera, una puesta en cuestión sistemática del poder de canonización cultural de esa ‘clase alta’. Su gusto era un principio rector en la cultura, en la literatura, en sus estilos de vida y formas de convivencia, desde el mobiliario y la ropa hasta su concepción de museos y bibliotecas y lecturas, los destinos de sus viajes, la gastronomía o la joyería. Con un eclecticismo que también había sido un rasgo de esa clase, esa modelización iba a convivir o coexistir con otras, generalmente más baratas, pero que ni la excluían ni se mestizaba, y cuando se le acercaban, como en el etno-chic, tendían a subordinarse.
4.
Cuando el peronismo triunfó en 1946, y desde entonces, la virulencia contra los ideales y los gustos culturales atribuidos a la ‘clase alta’ ganó sonoridad y legitimización, el Gobierno y el Estado denunciaban al elitismo por no ser para todos y pronto todas (y sospechaban de las tentativas de volver para todos y todas las formas artísticas elitistas). Aquella clase exportadora que el poeta Leopoldo Lugones había cantado en 1910, Centenario de la Revolución de Mayo, con su didáctica e intimista "Oda a los ganados y las mieses" era ahora con pareja pedagogía y familiaridad, anti-nacional, anti-popular, anti-democrática, fraudulenta, viciada y viciosa, desviada y snob, mendiga y orgullosa, europeizante y anti latinoamericana, prefería los libros ociosos (lo bello) a las alpargatas trabajadoras (lo útil). Para decirlo sartreanamente, en la versión gala de la moda existencialista de aquellos años, de Congreso de Filosofía mendocino de 70 puntuales años atrás, donde Perón quiso a Heidegger pero tuvo a Gadamer, el monopolio de la 'buena conciencia' era peronista.
5.
Cuando Perón se erigía como tótem de la comunidad organizada, las marcas culturales y sociales de nacimiento y/o educación oligárquicas se volvían un tabú: eran un lastre que había que callar, o bien que denunciar con autocrítica o con el entusiasmo evangelista de quien ha nacido de nuevo.
Después de la Revolución Libertadora, el antiperonismo gorila se volvía más inexcusable. Una gran escritora, Marta Lynch, podría servir de buen ejemplo de esta 'mala conciencia', de esta revocación permanente de su pasado, de la que es emblema su título La penúltima versión de la Colorada Villanueva. Es significativo que en los últimos treinta años, por esta 'mala conciencia' de la que es ejemplo, por esta inquietud permanente a la vez por minimizar o por justificar, por enfatizar que 'origen de clase' y 'posición de clase' no tienen por qué coincidir, no se haya 'rehabilitado' a esta novelista, y sí a alguien que, siendo de parejo valor, como Sara Gallardo, que parece no haber sufrido temor ni temblor, admite sin retaceos su origen de clase y coloca el problema del otro lado del mostrador: el problema es de ustedes, nos dice, si tienen alguno, yo no tengo que justificar con la bondad de mi ideología la maldad histórica de mi clase. (Significativamente también, Lynch llegó a ser en su tiempo un best-seller, lo que no le tocó en vida a la sin embargo nunca impopular Gallardo; significativamente – o sobresignifico (y simplifico) yo- a Lynch toca el último, zaguero capítulo en el tan inteligente El paraíso argentino de Claudio Zeiger: el autor parece más interesado, al menos allí, en el destino que en la literatura de la suicida).
Nuestra 'clase alta' es, como en inglés upper class, designación in bonam partem. A diferencia de ‘burguesía' o 'clase dominante' (ruling class), con resonancias ya tan in malam partem. Como en muchas partes, en la cima de la pirámide social y económica hacen pie una 'oligarquía terrateniente' (más antigua) y una 'burguesía industrial-financiera' (más nueva). Aunque con el tiempo no sea ya el personal de las familias dedicadas a una y otra actividad fuente necesaria ni constante ni primera de la 'élite del poder' (The power elite, Los que mandan)
2.
Cuando se habla de 'clase alta', en la cultura y la literatura argentinas, la resonancia suele ser categórica, y categorial. Por restricta. Casi siempre, la referencia primera será la oligarquía terrateniente, el más antiguo componente de la clase alta. Hasta 1916, con la llegada del radicalismo al poder, 'la élite del poder' había pertenecido a facciones dentro de ella. Vista desde fuera, el afrancesamiento en especial y el europeísmo en general, habían sido rasgos que se le adscribieron. Sin ulterior examen. Afrancesados aun en el léxico y la sintaxis fue considerada la Generación del 80, afrancesado nuestro naturalismo donde Julián Martel escribía La Bolsa mirando pendularmente al Zola defensor de Dreyfus y a sus fiscales antisemitas. Afrancesado nuestro positivismo. Afrancesado el modernismo, y el español Juan Valera consignaba el ‘galicismo mental’ del argentino por opción Rubén Darío. Y aun afrancesadas serían muchas formas de nuestro nacionalismo, de la literatura de derecha, del pensamiento religioso católico de monseñor Franceschi y la revista Criterio. La lista de acusaciones o constataciones de extranjerismo podría seguir y ramificarse.
3.
Antes que una opción estética, asumida o atribuida, ese cosmopolitismo y regusto foráneo era una posibilidad material. De importación y uso de bienes. Florida podía comprarse y usar bienes que Boedo no. Los ricos tienen rentas y los pobres, en el mejor de los casos, becas, mecenas, y mediadores. Mariani contándole Proust a Arlt. Almendra y Manal. Soda y los Redondos. Cerati y Soda con las competencias superiores o diferenciales que dan el comprar discos importados, instrumentos musicales, poder seguir las letras en inglés. En la literatura, que con los años y la cultura de masas ‘ser de clase alta’ (o ser percibido como perteneciente o funcional a esa clase) devino un área más rarificada se vuelve un hándicap para cualquier ingresante en la vida literaria. Un privilegio del que hay que dar cuenta a la vez que los frutos de ese privilegio se vuelven marcas antes que ventajas de por sí. Es difícil fechar el comienzo de esas dificultades, pero fueron crecientes, con variaciones de intensidad pero nunca con giros completos de timón, a lo largo del siglo XX. Un lastre. (Ese hándicap ‘elitista’ verá reducida la animadversión de algunos sectores cuando empezaron a emerger otros hándicaps por la presumida ‘superioridad’, como el académico –ser o no ser ‘de Puan’, en algunos ambientes es algo de lo que se dan aclaraciones, o que se usa como aclaración). Esa hostilidad o prejuicio o indagatoria personal no se correspondía con, y en parte se debía a que no existiera, una puesta en cuestión sistemática del poder de canonización cultural de esa ‘clase alta’. Su gusto era un principio rector en la cultura, en la literatura, en sus estilos de vida y formas de convivencia, desde el mobiliario y la ropa hasta su concepción de museos y bibliotecas y lecturas, los destinos de sus viajes, la gastronomía o la joyería. Con un eclecticismo que también había sido un rasgo de esa clase, esa modelización iba a convivir o coexistir con otras, generalmente más baratas, pero que ni la excluían ni se mestizaba, y cuando se le acercaban, como en el etno-chic, tendían a subordinarse.
4.
Cuando el peronismo triunfó en 1946, y desde entonces, la virulencia contra los ideales y los gustos culturales atribuidos a la ‘clase alta’ ganó sonoridad y legitimización, el Gobierno y el Estado denunciaban al elitismo por no ser para todos y pronto todas (y sospechaban de las tentativas de volver para todos y todas las formas artísticas elitistas). Aquella clase exportadora que el poeta Leopoldo Lugones había cantado en 1910, Centenario de la Revolución de Mayo, con su didáctica e intimista "Oda a los ganados y las mieses" era ahora con pareja pedagogía y familiaridad, anti-nacional, anti-popular, anti-democrática, fraudulenta, viciada y viciosa, desviada y snob, mendiga y orgullosa, europeizante y anti latinoamericana, prefería los libros ociosos (lo bello) a las alpargatas trabajadoras (lo útil). Para decirlo sartreanamente, en la versión gala de la moda existencialista de aquellos años, de Congreso de Filosofía mendocino de 70 puntuales años atrás, donde Perón quiso a Heidegger pero tuvo a Gadamer, el monopolio de la 'buena conciencia' era peronista.
5.
Cuando Perón se erigía como tótem de la comunidad organizada, las marcas culturales y sociales de nacimiento y/o educación oligárquicas se volvían un tabú: eran un lastre que había que callar, o bien que denunciar con autocrítica o con el entusiasmo evangelista de quien ha nacido de nuevo.
Después de la Revolución Libertadora, el antiperonismo gorila se volvía más inexcusable. Una gran escritora, Marta Lynch, podría servir de buen ejemplo de esta 'mala conciencia', de esta revocación permanente de su pasado, de la que es emblema su título La penúltima versión de la Colorada Villanueva. Es significativo que en los últimos treinta años, por esta 'mala conciencia' de la que es ejemplo, por esta inquietud permanente a la vez por minimizar o por justificar, por enfatizar que 'origen de clase' y 'posición de clase' no tienen por qué coincidir, no se haya 'rehabilitado' a esta novelista, y sí a alguien que, siendo de parejo valor, como Sara Gallardo, que parece no haber sufrido temor ni temblor, admite sin retaceos su origen de clase y coloca el problema del otro lado del mostrador: el problema es de ustedes, nos dice, si tienen alguno, yo no tengo que justificar con la bondad de mi ideología la maldad histórica de mi clase. (Significativamente también, Lynch llegó a ser en su tiempo un best-seller, lo que no le tocó en vida a la sin embargo nunca impopular Gallardo; significativamente – o sobresignifico (y simplifico) yo- a Lynch toca el último, zaguero capítulo en el tan inteligente El paraíso argentino de Claudio Zeiger: el autor parece más interesado, al menos allí, en el destino que en la literatura de la suicida).
6.
Algunos de los mayores ideólogos nacionalistas que habían contribuido a la formación del 'pensamiento nacional' peronista provenían precisamente de esa clase, eran anglófilos como los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, amigos de Bernard Berenson, que hablaban inglés entre ellos, germanófilos como Ernesto Palacio, francófilos como Manuel Ugarte. Entre las vertientes intelectuales y políticos de la oligarquía terrateniente, del siglo XIX y de después, dos se contraponen: la liberal-europeizante-cosmopolita-laica-agnóstica-anticlerical-masónica-urbana (“La vieja y buena causa unitaria”) y la conservadora-restauradora-revisionista-nacionalista-popular-católica-clerical-federal-rural.
El concepto más social y cultural de'clase alta' parece orientarse a la primera de esas vertientes (la clase media alta del radicalismo, y también del socialismo, buscará adunarse con ella). La segunda vertiente, que fue derrotada con Rosas en 1852 en la batalla de Caseros, siguió rumiando su resentimiento, su orgullo y muchas veces su empobrecimiento en las provincias, y encontró en Perón quien la declarara vencedora moral. Simplificando otra vez (sin duda una traición cuando nos pidieron precisión) las líneas históricas, Mayo-Caseros y Rosas-Perón. Por lo tanto, se era de 'clase alta', sí, pero en el sentido de ser 'muy criollos', muy del 'campo popular'. Esta posibilidad dura y perdura dentro del peronismo y de formas allegadas, en la política y en la cultura.
7.
Con la consolidación del régimen peronista, se consolidó una oposición que lo consideraba 'fascista', que consideraba a Perón 'el segundo tirano' (el primero había sido Rosas: la formulación es de La Prensa, diario de los Gainza). Con esta 'grieta' era posible ser de 'clase alta' por la identificación con la línea Mayo-Caseros. Reivindicar la lucha por la libertad, el liberalismo político, la democracia electoral y pluripartidista, el repudio al culto de la personalidad de Perón y Eva, la belleza de la ilustración frente a una utilidad cada vez más inútil en la crasa empiria. Victoria Ocampo, Borges, Bioy, Alicia Jurado representan esta vertiente de say it loud / posh and proud.
8.
La posición de Victoria Ocampo se ve magníficamente reflejada, sin el menor pudor (Never Apologize Never Explain, la norma de E. Waugh) y sin la más mínima mistificación, en sus respuestas y correcciones a la nota de una periodista de la revista Atlántida, publicadas con letra chica en un número de Sur de año 69; la de Bioy, en su cuento "La pasajera de primera clase". Silvina Bullrich fue una escritora notable, en cuya espontánea 'buena conciencia' de clase alta se afinca una de las claves y se sostienen tramas y temas de sus libros. Fue un gran best-seller en la era que inventó la palabra best-seller. En Los burgueses en los 60s, unos veinte años después en Escándalo bancario, y en la mayoría de sus novelas, como décadas antes en las de Gálvez o Mallea, es recurrente una impostación a la vez pugnaz y despreciativa de portavoz de la ‘clase alta’ derrotada (ya sin dirimir si liberales o conservadores estos socios del Jockey Club o del Círculo de Armas) por una burguesía industrial-financiera asociada con gobiernos populistas. Como en el Uruguay de hoy a una escritora como Mercedes Vigil, best-seller popular, Bullrich fue seguida por el público, que también había hecho de ella una mediática no desemejante a Moria Casán, pero no por la crítica. Tulio Halperin Donghi podía decir en privado que era la novelista que leía con más gusto, pero ni argumentó ni expuso por escrito los resortes de ese gusto.
Algunos de los mayores ideólogos nacionalistas que habían contribuido a la formación del 'pensamiento nacional' peronista provenían precisamente de esa clase, eran anglófilos como los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, amigos de Bernard Berenson, que hablaban inglés entre ellos, germanófilos como Ernesto Palacio, francófilos como Manuel Ugarte. Entre las vertientes intelectuales y políticos de la oligarquía terrateniente, del siglo XIX y de después, dos se contraponen: la liberal-europeizante-cosmopolita-laica-agnóstica-anticlerical-masónica-urbana (“La vieja y buena causa unitaria”) y la conservadora-restauradora-revisionista-nacionalista-popular-católica-clerical-federal-rural.
El concepto más social y cultural de'clase alta' parece orientarse a la primera de esas vertientes (la clase media alta del radicalismo, y también del socialismo, buscará adunarse con ella). La segunda vertiente, que fue derrotada con Rosas en 1852 en la batalla de Caseros, siguió rumiando su resentimiento, su orgullo y muchas veces su empobrecimiento en las provincias, y encontró en Perón quien la declarara vencedora moral. Simplificando otra vez (sin duda una traición cuando nos pidieron precisión) las líneas históricas, Mayo-Caseros y Rosas-Perón. Por lo tanto, se era de 'clase alta', sí, pero en el sentido de ser 'muy criollos', muy del 'campo popular'. Esta posibilidad dura y perdura dentro del peronismo y de formas allegadas, en la política y en la cultura.
7.
Con la consolidación del régimen peronista, se consolidó una oposición que lo consideraba 'fascista', que consideraba a Perón 'el segundo tirano' (el primero había sido Rosas: la formulación es de La Prensa, diario de los Gainza). Con esta 'grieta' era posible ser de 'clase alta' por la identificación con la línea Mayo-Caseros. Reivindicar la lucha por la libertad, el liberalismo político, la democracia electoral y pluripartidista, el repudio al culto de la personalidad de Perón y Eva, la belleza de la ilustración frente a una utilidad cada vez más inútil en la crasa empiria. Victoria Ocampo, Borges, Bioy, Alicia Jurado representan esta vertiente de say it loud / posh and proud.
8.
La posición de Victoria Ocampo se ve magníficamente reflejada, sin el menor pudor (Never Apologize Never Explain, la norma de E. Waugh) y sin la más mínima mistificación, en sus respuestas y correcciones a la nota de una periodista de la revista Atlántida, publicadas con letra chica en un número de Sur de año 69; la de Bioy, en su cuento "La pasajera de primera clase". Silvina Bullrich fue una escritora notable, en cuya espontánea 'buena conciencia' de clase alta se afinca una de las claves y se sostienen tramas y temas de sus libros. Fue un gran best-seller en la era que inventó la palabra best-seller. En Los burgueses en los 60s, unos veinte años después en Escándalo bancario, y en la mayoría de sus novelas, como décadas antes en las de Gálvez o Mallea, es recurrente una impostación a la vez pugnaz y despreciativa de portavoz de la ‘clase alta’ derrotada (ya sin dirimir si liberales o conservadores estos socios del Jockey Club o del Círculo de Armas) por una burguesía industrial-financiera asociada con gobiernos populistas. Como en el Uruguay de hoy a una escritora como Mercedes Vigil, best-seller popular, Bullrich fue seguida por el público, que también había hecho de ella una mediática no desemejante a Moria Casán, pero no por la crítica. Tulio Halperin Donghi podía decir en privado que era la novelista que leía con más gusto, pero ni argumentó ni expuso por escrito los resortes de ese gusto.
9.
En los últimos treinta años, la representación de la élite del poder y de la nueva burguesía urbana no faltó en la narrativa argentina. Y escritores como Fogwill o Jorge Asís no sólo la representaban en sus libros de variada ficción o menudo ensayo, sino que esos libros eran también un billete de ingreso o credencial de entrada a esa clase. En las primeras novelas de Asís jóvenes y pícaros entre lúmpenes, proletarios y clasemedieros se mueven entre el conurbano bonaerense y el centro porteño; en las últimas, desde 1990 a hoy, la acción se reparte entre los polos mansillescos de Buenos Aires y París y sus personajes son industriales, agroexportadores multinacionales, políticos y funcionarios de primera línea, agentes o espías o diplomáticos en esplendor o en desgracia, oligarcas pampeanos que bancan (literalmente) al fascismo colaboracionista francés o damas proustianas en otoño dorado a la hoja. Antes, pero no mucho antes, las novelas de David Viñas habían tenido como tema a esa élite del poder económico y político, mandatarios, funcionarios, revolucionarios, represores, militares, sacerdotes, académicos consejeros en los oídos del príncipe, muchas veces captados o narrados en sus tiempos de despoder. Como las de Fogwill, sus novelas advirtieron e insistieron en los cambios tectónicos de los más cercanos correlatos económicos, sociales y políticos de la ‘clase alta’ cultural, que fueron acorralando a la vieja oligarquía terrateniente agro-exportadora con la expansión de los latifundios de la agroindustria, sojera y de nuevos cultivos, con nuevos métodos y tecnologías, y nuevos dueños de la tierra. Esta literatura bien informada, noticiosa y bien advertida, à la page, parecía prometer, a los ojos de sus autores, pero también de buena parte de su público y de la crítica, un derecho propio a codearse con la ‘clase alta’ y circular libremente por sus andariveles sin emular sus maneras ni compartir (ni siquiera comprender) sus preferencias estéticas.
10.
El 'malditismo' de clase alta, con distintos grados, también existió, desde antes de los tiempos de Perón hasta ahora. J.W.Cooke había dicho famosamente que 'el peronismo es el hecho maldito en el país burgués'. Más distraídamente, podían responderle, desde las almenas de la ‘clase alta’, 'somos la clase maldita en el país peronista'. Aunque sea difícil encontrar algo así de programático en Arturo Jacinto Álvarez, el heredero que gasta el último centavo de su fortuna agro-ganadera para proyectos editoriales literarios ruinosos y otras performances lujosas, acabará sus días en un geriátrico –de inspiración peronista- del conurbano bonaerense. Más genuinamente angélicas y luciferinas son posturas y posiciones a la vera de la ‘clase alta’, como las de J.R.Wilcock o Juan José Hernández, para quienes la homosexualidad podía servir como desafío y ariete antes que como reclamo y reivindicación en el universo de la comunidad organizada.
11.
9.
En los últimos treinta años, la representación de la élite del poder y de la nueva burguesía urbana no faltó en la narrativa argentina. Y escritores como Fogwill o Jorge Asís no sólo la representaban en sus libros de variada ficción o menudo ensayo, sino que esos libros eran también un billete de ingreso o credencial de entrada a esa clase. En las primeras novelas de Asís jóvenes y pícaros entre lúmpenes, proletarios y clasemedieros se mueven entre el conurbano bonaerense y el centro porteño; en las últimas, desde 1990 a hoy, la acción se reparte entre los polos mansillescos de Buenos Aires y París y sus personajes son industriales, agroexportadores multinacionales, políticos y funcionarios de primera línea, agentes o espías o diplomáticos en esplendor o en desgracia, oligarcas pampeanos que bancan (literalmente) al fascismo colaboracionista francés o damas proustianas en otoño dorado a la hoja. Antes, pero no mucho antes, las novelas de David Viñas habían tenido como tema a esa élite del poder económico y político, mandatarios, funcionarios, revolucionarios, represores, militares, sacerdotes, académicos consejeros en los oídos del príncipe, muchas veces captados o narrados en sus tiempos de despoder. Como las de Fogwill, sus novelas advirtieron e insistieron en los cambios tectónicos de los más cercanos correlatos económicos, sociales y políticos de la ‘clase alta’ cultural, que fueron acorralando a la vieja oligarquía terrateniente agro-exportadora con la expansión de los latifundios de la agroindustria, sojera y de nuevos cultivos, con nuevos métodos y tecnologías, y nuevos dueños de la tierra. Esta literatura bien informada, noticiosa y bien advertida, à la page, parecía prometer, a los ojos de sus autores, pero también de buena parte de su público y de la crítica, un derecho propio a codearse con la ‘clase alta’ y circular libremente por sus andariveles sin emular sus maneras ni compartir (ni siquiera comprender) sus preferencias estéticas.
10.
El 'malditismo' de clase alta, con distintos grados, también existió, desde antes de los tiempos de Perón hasta ahora. J.W.Cooke había dicho famosamente que 'el peronismo es el hecho maldito en el país burgués'. Más distraídamente, podían responderle, desde las almenas de la ‘clase alta’, 'somos la clase maldita en el país peronista'. Aunque sea difícil encontrar algo así de programático en Arturo Jacinto Álvarez, el heredero que gasta el último centavo de su fortuna agro-ganadera para proyectos editoriales literarios ruinosos y otras performances lujosas, acabará sus días en un geriátrico –de inspiración peronista- del conurbano bonaerense. Más genuinamente angélicas y luciferinas son posturas y posiciones a la vera de la ‘clase alta’, como las de J.R.Wilcock o Juan José Hernández, para quienes la homosexualidad podía servir como desafío y ariete antes que como reclamo y reivindicación en el universo de la comunidad organizada.
11.
En los últimos treinta años, en paralelo con la sostenida estabilidad democrática, la clase media profesional ha hecho valer sus fueros, sin contradicción, como nunca antes. Novelistas y cuentistas de clase media escriben sobre la clase media con ahínco y exclusividad, sobre su pasado midle-class, su presente y futuro middle-brow. En los mejores casos, con las mejores virtudes clasemedieras: ahorro, buen tino y buen tono, laboriosidad, industria, tolerancia, respeto, control de calidad. (La simplificación es más gruesa acá, y narradores de los 90s, como Forn, Fresán y aun Pauls, no esquivan a la clase alta ni a la élite del poder; el periodismo narrativo de María Moreno nunca esquiva a la clase alta ‘clásica’ –escribió aun sobre Álvarez- sino que la ha sabido buscar y encontrar...). En esta dedicación, parece haber perdido metros cuadrados la 'clase baja' trabajadora; al lumpen-proletariado y a la marginalidad le ha ido un poco, aunque no muchísimo, mejor. También ha retrocedido la 'novela del poder' (más representado el tema en el cine o las series), como las que todavía escribía un autor de clase alta como Dalmiro Sáenz, o en el boom de la 'novela histórica' de los 80s y 90s, más política en (la radical) Marta Mercader, más romántica-relativista en (la también radical) María Esther de Miguel. (Significativamente, la ‘novela de la dictadura’, salvo en Cuerpo a cuerpo de Viñas y en alguna otra, pocas veces es novela de la élite política o militar o ‘guerrillera’) Hay aquí un gran tabú: la 'clase media universitaria / mediática / profesional' cree en la legitimidad de sus fueros y en la justicia de sus quejas (a culture of complaint) a causa del mérito 'objetivo' de sus esfuerzos y logros, pero pocas veces menciona o tematiza como tal el privilegio que significaba siquiera entrar en la carrera para ganar laureles y diplomas en una sociedad y cultura donde la igualdad de oportunidades está lejos de ser un hecho. Hay excepciones, por supuesto, y tan valiosas que por sí solas podrían derrumbar el argumento, como la formidable Cataratas de Hernán Vanoli.
12.
12.
En su libro El nervio óptico, María Gainza, según me lo presenta mi interlocutora, viene o desciende a decir desde su ‘clase alta’: "Yo soy lo que ustedes piensan, no soy otra cosa, no soy igual a ustedes, y el exceso de privilegios no me hizo más buena y activa trabajadora social, me hizo más mala". Señala una limpia verdad detrás de la generalización y el prejuicio adverso, 'garca' anagrama de 'cagar' y apócope de 'oligarca'. Pero no busca ser excepción a una regla, ni barrer bajo la alfombra su historia personal: la expone bajo una luz cruel ni sádica ni engañosa. Una versión no sin analogías encontramos en la performance mediática de Esmeralda Mitre, siempre dispuesta a reconocer su origen y el peso de ese origen, que nunca consigue lamentar, sobre ella y sobre sus actos. De la actriz podrán decir cualquier cosa, pero no que genere indiferencia o tedio en el público. Sutil, reasegura una premisa nunca indiscutible: ser, en efecto, 'de clase alta', ni parvenue o ni cheta en la dimensión que lo fue all the night el gigoló Javier Bazterrica. La actriz y concursante le informa en vivo y en cámara a Marcelo Tinelli que estudió Filosofía (la disciplina rectora de todas las ciencias) y le lee una definición de aristocracia, etimología griega incluida. Outrage galore. Pero F is for fake, como bien sabe María Gainza, cuyo último libro tiene por tema el uso ambiguo de un secreto ausente, la imposibilidad de falsificar sobre una falsificadora.
13.
Con el fin del entusiasmo por la Revolución Libertadora, fin del idilio nacional expresado en el título y el texto de un ensayo de Oscar Masotta en la revista Contorno, "Sur o el antiperonismo colonialista", toda validación real o presunta en la 'clase alta', descalificatoria para la masa peronista, también lo fue para la pequeña burguesía de izquierda devenida masa lectora del boom editorial iberoamericano y argentino. Este sistema de repugnancias y reparos perduró, y sólo después de los excesos y la ostentación de la década de 1990 se pudieron reconocer como de primer orden muchos logros de la literatura y la cultura pertinaces con los valores exteriormente identificados como de ‘clase alta’ i.e. cipayos. "Si hace veinte o treinta años me hubieran invitado a participar de un homenaje a Victoria Ocampo, me habría negado. Uno aprende a comprender a cada personaje en el contexto histórico-social que le tocó vivir. Muchas veces una visión político-partidaria nos impide verlo", dijo Cristina Fernández de Kirchner en un discurso de 2005, cuando ordenó un aporte del Estado a Villa Ocampo. Tres años después, también Beatriz Sarlo coincidió, en el mismo sentido, y escribió "Nos pusimos a revisar a qué clisés habíamos obedecido cuando habíamos pensado sobre Victoria Ocampo, que habíamos menospreciado por prejuicio ideológico y por ignorancia".
14.
Una vía que podía esquivar censuras y condenas del prejuicio post-peronista contra la clase alta era la pertenencia, verificable o enunciada -el público no sabía distinguir-, a una contradicción en términos económicos pero no culturales: la llamada 'clase alta en decadencia', es decir la situación de quienes no gozaban de ninguna herencia material o renta de antepasados ricos, poderosos, oligarcas y terratenientes. Pero sí retenían apellidos, reliquias, memorias, contactos sociales con otros parientes o antiguos amigos de la familia que sí resguardaron o aumentaron sus patrimonios. “En la realidad de los hechos, por sus ingresos pertenecían a la clase media. Es el caso de Manuel Mujica Láinez o de Estela Canto o aun de José Bianco, cuyos libros narran la decadencia de una clase porteña tradicional, decana y antes señera: “Soy vieja, re vieja”, dice en primera persona una residencia porteña, en la novela La Casa de Mujica Láinez. Una casa y una clase evocada con nostalgia famélica pero sin idealización retroactiva, poseedora de bienes y cultura, más caprichosa que maquiavélica, más perezosa que controladora, más lujuriosa que voraz.
15.
En el vasto Interior argentino, novelas como algunas de Hernández, Elvira Orphée, Tomás Eloy Martínez o Hugo Foguet narraron la decadencia tropical de la oligarquía en Tucumán, Di Benedetto y Abelardo Arias la más fría y seca del Cuyo, Pla o Riestra la de la burguesía comercial de Rosario desde la visión de sus clases medias muy cultas, y aun este tema está por detrás de la ingente saga de fantasy provincial (¡pero no 'provinciano'!) de Liliana Bodoc, conversa del catolicismo al islam. Este reconocimiento de la decadencia de la 'clase alta' por una literatura compuesta por quienes habían nacido en ella, o en familias herederas de ella, o por quienes prestaban un obsesivo y gárrulo o frío testimonio directo, servía de insumo para un público que había pasado a ver a esa 'clase alta' antes aristocrática o patricia como un ‘enemigo del pueblo'.
16.
Servía como insumo para profundizar una grieta que nos colocara 'del buen lado'. En esas generaciones de parricidas con apellidos 'patricios' (nunca matricidas; hacían un uso trágico de Proust, no buscaban la recuperación sino el escarnio del tiempo perdido y perdedor) había quien gozara de mayor y mejor estima que quien fuera 'meramente' homicida, pero de estirpe 'plebeya'. Quien no pertenecía, ¿no era sospechable de resentimiento o encarnizamiento ignorante y aun de simple ignorancia? (Como la representación de los represores -militares, clericales, empresariales- en mucha novela y cine sobre la última dictadura). La declaración o la denuncia, rubricada con un 'Lo digo yo, yo que soy de esa clase, yo que soy de clase alta', acrecía precios y valores. Las guerrillas armadas de los ‘70s recibían de buen grado a militantes 'de clase alta': la reina de Inglaterra que bajaba a las minas, pero no de visita, se quedaba ahí.
17.
Por detrás de esta acogida al 'soy de clase alta', estaba la contracara del prejuicio, un incierto 'complejo de Madame Bovary' que reconocía o resentía una competencia cultural superior atribuida a la clase alta. El monopolio o el último tribunal de alzada con criterios seguros si no certeros de gusto y especialmente de buen gusto. Aun para sus detractores y enemigos, la ‘clase alta’, hiciera lo que hiciera, nunca sería cursi, mersa, cache, ridículo, half-baked: estaba expuesto a la sátira o la caricatura, pero no a la ironía o el tongue-in-cheek. Un gusto condenado ideológicamente pero al fin de cuentas nunca recusado ni impugnado estéticamente.
18.
El interés ininterrumpido, infatigable dedicado a las cualidades de ese gusto de ‘clase alta’, la fruición de conocerlo, llegar a 'vivirlo' vicariamente: cuánta imaginación se gastó y se gasta en su misrepresentation. Sigue siendo abundante, prolija y contemporánea. Para algunos, Villa Ocampo era un palacio o residencia de lujo, y hay revistas que la usan como ejemplo local junto a suntuosas villas de megamagnates o a palacetes de la nobleza europea o asiática. En realidad, era casa grande, para que viviera cómoda una familia grande, no buscaba el relumbre social. Responde a los usos y costumbres que del más antiguo ‘patriciado’ argentino, que no se definía por el dinero, sino por su participación en la construcción del país. En cambio, vecino Palacio Sans Souci, en San Isidro, había sido diseñado por René Sergent, arquitecto también de los palacios Errázuriz y Bosch: estos tres sí eran estaban destinados a ofrecer un escenario para grandes fiestas de la moda, el poder, la fama y el gasto conspicuo. Las falsas creencias sobre Villa Ocampo y su dueña provienen de una mala traducción del pasado -pero no de un desinterés por la 'clase alta': una lectura de la historia y de la 'clase alta' en el contexto actual, según las ansiedades de las clases medias. Las mismas afloran cuando se les dice ‘chetos’ a María Eugenia Vidal o Santilli: para los remanentes de aquellas ‘clases altas’ estos personajes, cito a una fuente, ‘son más ordinarios que el mondongo’.
Una vía que podía esquivar censuras y condenas del prejuicio post-peronista contra la clase alta era la pertenencia, verificable o enunciada -el público no sabía distinguir-, a una contradicción en términos económicos pero no culturales: la llamada 'clase alta en decadencia', es decir la situación de quienes no gozaban de ninguna herencia material o renta de antepasados ricos, poderosos, oligarcas y terratenientes. Pero sí retenían apellidos, reliquias, memorias, contactos sociales con otros parientes o antiguos amigos de la familia que sí resguardaron o aumentaron sus patrimonios. “En la realidad de los hechos, por sus ingresos pertenecían a la clase media. Es el caso de Manuel Mujica Láinez o de Estela Canto o aun de José Bianco, cuyos libros narran la decadencia de una clase porteña tradicional, decana y antes señera: “Soy vieja, re vieja”, dice en primera persona una residencia porteña, en la novela La Casa de Mujica Láinez. Una casa y una clase evocada con nostalgia famélica pero sin idealización retroactiva, poseedora de bienes y cultura, más caprichosa que maquiavélica, más perezosa que controladora, más lujuriosa que voraz.
15.
En el vasto Interior argentino, novelas como algunas de Hernández, Elvira Orphée, Tomás Eloy Martínez o Hugo Foguet narraron la decadencia tropical de la oligarquía en Tucumán, Di Benedetto y Abelardo Arias la más fría y seca del Cuyo, Pla o Riestra la de la burguesía comercial de Rosario desde la visión de sus clases medias muy cultas, y aun este tema está por detrás de la ingente saga de fantasy provincial (¡pero no 'provinciano'!) de Liliana Bodoc, conversa del catolicismo al islam. Este reconocimiento de la decadencia de la 'clase alta' por una literatura compuesta por quienes habían nacido en ella, o en familias herederas de ella, o por quienes prestaban un obsesivo y gárrulo o frío testimonio directo, servía de insumo para un público que había pasado a ver a esa 'clase alta' antes aristocrática o patricia como un ‘enemigo del pueblo'.
16.
Servía como insumo para profundizar una grieta que nos colocara 'del buen lado'. En esas generaciones de parricidas con apellidos 'patricios' (nunca matricidas; hacían un uso trágico de Proust, no buscaban la recuperación sino el escarnio del tiempo perdido y perdedor) había quien gozara de mayor y mejor estima que quien fuera 'meramente' homicida, pero de estirpe 'plebeya'. Quien no pertenecía, ¿no era sospechable de resentimiento o encarnizamiento ignorante y aun de simple ignorancia? (Como la representación de los represores -militares, clericales, empresariales- en mucha novela y cine sobre la última dictadura). La declaración o la denuncia, rubricada con un 'Lo digo yo, yo que soy de esa clase, yo que soy de clase alta', acrecía precios y valores. Las guerrillas armadas de los ‘70s recibían de buen grado a militantes 'de clase alta': la reina de Inglaterra que bajaba a las minas, pero no de visita, se quedaba ahí.
17.
Por detrás de esta acogida al 'soy de clase alta', estaba la contracara del prejuicio, un incierto 'complejo de Madame Bovary' que reconocía o resentía una competencia cultural superior atribuida a la clase alta. El monopolio o el último tribunal de alzada con criterios seguros si no certeros de gusto y especialmente de buen gusto. Aun para sus detractores y enemigos, la ‘clase alta’, hiciera lo que hiciera, nunca sería cursi, mersa, cache, ridículo, half-baked: estaba expuesto a la sátira o la caricatura, pero no a la ironía o el tongue-in-cheek. Un gusto condenado ideológicamente pero al fin de cuentas nunca recusado ni impugnado estéticamente.
18.
El interés ininterrumpido, infatigable dedicado a las cualidades de ese gusto de ‘clase alta’, la fruición de conocerlo, llegar a 'vivirlo' vicariamente: cuánta imaginación se gastó y se gasta en su misrepresentation. Sigue siendo abundante, prolija y contemporánea. Para algunos, Villa Ocampo era un palacio o residencia de lujo, y hay revistas que la usan como ejemplo local junto a suntuosas villas de megamagnates o a palacetes de la nobleza europea o asiática. En realidad, era casa grande, para que viviera cómoda una familia grande, no buscaba el relumbre social. Responde a los usos y costumbres que del más antiguo ‘patriciado’ argentino, que no se definía por el dinero, sino por su participación en la construcción del país. En cambio, vecino Palacio Sans Souci, en San Isidro, había sido diseñado por René Sergent, arquitecto también de los palacios Errázuriz y Bosch: estos tres sí eran estaban destinados a ofrecer un escenario para grandes fiestas de la moda, el poder, la fama y el gasto conspicuo. Las falsas creencias sobre Villa Ocampo y su dueña provienen de una mala traducción del pasado -pero no de un desinterés por la 'clase alta': una lectura de la historia y de la 'clase alta' en el contexto actual, según las ansiedades de las clases medias. Las mismas afloran cuando se les dice ‘chetos’ a María Eugenia Vidal o Santilli: para los remanentes de aquellas ‘clases altas’ estos personajes, cito a una fuente, ‘son más ordinarios que el mondongo’.
19.
La idea de que el escritor es una 'buena persona' choca con una valoración negativa de la 'clase alta' o de un origen social de familia rica. 'La buena persona', es la opinión actual, se hace buena por su propio esfuerzo y por su interacción con la vida pública y la educación pública, y nunca con nada genético o familiarmente condicionante, porque eso además nos permitiría ubicar con cierta facilidad dónde hay más malas personas y quiénes pueden ser malas personas.
Como comer cuatro comidas al día o viajar al extranjero nos ayuda a ser tolerantes, por ejemplo, tendría menos mérito quien gozó de esos auxilios que quien no. Y en una meritocracia se cede y concede todo, menos el puesto en el orden de méritos. Nada peor que ver disuelto un mérito porque te lo convierten en un privilegio: no sólo anulan un punto, pueden incluso bajar todo el puntaje. Aquí el tabú de reconocer la ‘clase alta’ es una subespecie de una especie más amplia, pero no más imprecisa: el tabú de reconocer que la familia es rica o de reconocer fortuna personal. Algunos escritores (en masculino, sólo tengo ejemplos hombres) no evitan ni buscan evitar el patetismo al enumerar las contracaras de esos privilegios de ser ricos: el mayor control, el jet-lag, la mayor exigencia, la fijación de objetivos y estándares muy altos, la recorrida obligatoria por todos y cada uno de los museos europeos, la enseñanza de lenguas extranjeras con métodos coercitivos, la práctica de muchos deportes. La ventaja comparativa de una sola de estas enseñanzas -como saber inglés- es enorme en la carrera profesional de un escritor. Pero es desagradable admitir que ha sido un privilegio de clase, y no un mérito personal, un esfuerzo en un contexto carente u hostil.
20.
La reticencia en la representación de la clase alta en la literatura argentina de los últimos treinta años, que son más o menos los años de la democracia electoral recuperada tras la dictadura, tiene otra explicación concurrente. Y es que en estos años sin censura el desarrollo del periodismo gráfico y del neo-periodismo que encuentra una salida en revistas y libros ha sido considerable. Y a este neoperiodismo se deben, también, algunos de los más salientes libros de estas tres décadas, muchos de los cuales, o casi todos, tienen como tema a la 'clase dominante'. Entendida como 'élite del poder', pero también en sus vinculaciones con la 'clase alta' en el sentido estricto. Libros, en orden arbitrario, como El Jefe (sobre Menem) o El Pibe (sobre Macri) de Gabriela Cerruti, los de Sylvina Walger sobre la vida social de Menem o de Cristina, el libro de Susana Viau sobre el banquero y viñatero mendocino Raúl Monetta, el libro de María O'Donnell sobre los Born, el de Nicolás Wiñazki Fueron por todo sobre los Kirchner, la biografía de Amalita Fortabat por Marina Abiuso y Soledad Vallejos, libros sobre Bioy, Borges, las hermanas Ocampo, biográficos y chismosos, libros que revalorizan los palacios, los jardines, las mansiones, los paisajes de las residencias privadas de la 'clase alta', un libro como Malvinas- La trama secreta, de sostenida crónica narrativa, de Cardoso, Kirschbaum y Van der Kooy sobre la élite militar, la guerra de Malvinas, y la apertura democrática, libros como los de Rosendo Fraga sobre los presidentes y vices últimos de la oligarquía, Justo o Roca, libros sobre la nueva élite agroexportadora y agroindustrial, libros como los de Gonzalo Sánchez sobre los nuevos dueños de la Patagonia.
21.
Para la definición en términos puramente -meramente- ‘sociales’ de la upper class argentina, la de 'patriciado criollo', la tenencia de la tierra puede resultar menos determinante que la antigüedad de la establecida y reconocida presencia familiar sobre el suelo que hoy es argentino. La lista de los firmantes en el cabildo clave, el del 22 de mayo de 1810, aun previo al abierto del 25, da una idea de esas '400 familias', de esos 'Founding Fathers' -so to speak. Muchos de esos linajes se extinguieron para siempre, y sus apellidos sólo dicen algo a quienes conozcan la historia sudamericana decimonónica, pero cuántos otros son todavía reconocibles.
22.
Entre esas familias, las había terratenientes, pero también las había comerciantes o, a partir del siglo XVIII, con las reformas borbónicas y la creación del Virreynato del Río de la Plata –en simultáneo con la Independencia norteamericana-, también familias de algún Gran Funcionario (Grand Commis de l'État). La peculiaridad argentina surge con aristas más cortantes si se compara a Buenos Aires con Montevideo, según El patriciado uruguayo de Carlos Real de Azúa.
23.
Ahora bien, a estas familias originarias, además del destino de extinción final, podía tocarles el más transitorio de 'decadencia'. Había una clase alta 'venida a menos', la del 'Palacio de los patos', condominio post Belle-Époque de la calle Ugarteche esquina Cabello, en el barrio Norte porteño. Llamado así, coloquial, irónicamente, porque vivían familias post-patricias, que tenían apellido, pero no dinero, eran 'patos', no podían 'pagar(se)' nada-. Las familias podían perder las tierras, las posiciones públicas, los ahorros; podían caer en desgracia política y perder sus efectivas influencias (novelas como La casa o Los viajeros, de Mujica Láinez, tratan de esto). No perdían, sin embargo, su lugar de respeto social en el sistema, y las 'nuevas clases ricas', los nuevos parvenus, aprendían a respetar esos apellidos: la velocidad en la adquisición de ese aprendizaje cultural y aun estético rendía a su vez dividendos: este entregent, este don de gentes, era un capital que demostraba ser más que simbólico.
24.
Entonces, a algunas familias patricias había tocado la extinción final, letal, fatal; a otras, la decadencia transitoria: una transitoriedad por lo común definitiva, porque faltaban los casos de recuperación, una vez perdido, el status económico y político anterior. Por lo tanto, ¿cómo no pensar que ese será, con el tiempo, el destino final de absolutamente todas las familias y apellidos antes patricios, una vez que el ciclo, tan estudiado por la sociología, del 'recambio de las élites' haya dado una vuelta, un giro absolutamente completo, cuando ese recambio sea definitivo?
25.
La vida del patriciado, su cotidianidad, debía ser una preparación para la pobreza. Se les enseñaba a las hijas oficios de 'empleaditas', como taquigrafía, para cuando tuvieran que ganarse la vida; por eso se las preparaba para una emigración, exilio a la vez político y económico final, 'con lo puesto': the country is going to the dogs... Como rusos blancos, duquesas zaristas haciendo de secretarias en Nueva York, príncipes polacos haciendo de taxistas en Roma... Hay que decir que no falta, en estas preparaciones, la fruición estética del frisson nouveau presentido...
26.
Un componente de placer masoquista, pero de ningún modo reservado a ese pigeonhole de la taxonomía, del tema y motivo literario ‘Esperando a los bárbaros’ es uno de los veneros más y mejor transitados por la literatura argentina de 'clase alta'. Puede ser el fuego, en "Un león en el bosque de Palermo" y "Mito de Orfeo y Eurídice", dos cuentos de Bioy sobre el incendio del Jockey Club, o en la novela Setiembre, de Carmen de Silva; el agua, la inundación, como en La inundación de Martínez Estrada, "El evangelio según Marcos" de Borges o la novela La creciente de Silvina Bullrich o antes las mareas humanas de Se vuelven contra nosotros de Manuel Peyrou. "Vencen los bárbaros, los gauchos vencen", dice Laprida en el "Poema conjetural" de Borges (de 1943: en contra de la revolución militar pronazi de ese año), cuyo último verso se estremece ante la violación oral: "El íntimo cuchillo en la garganta".
27.
Este elemento 'medieval' (diría Jacques Le Goff, dice Mujica Láinez en su novela histórica El unicornio), de inseguridad de las posesiones que pueden perderse a sangre y fuego en cualquier instante decisivo, parece una herencia, en el patriciado, de sus memorias del siglo XIX, marcado literariamente también por la violencia, que alimenta la novela del siglo XX sobre esos años, Polvo y Espanto del mendocino Arias. La literatura argentina, sugería Viñas, empieza con una violación homosexual en banda, la del unitario por un grupo de carniceros federales en El matadero de Esteban Echeverría (escena que él replica, con una más púdica tentativa de violación finalmente no consumada, en la primera escena, el íncipit de su novela Dar la Cara, sobre el frondicismo)
28.
Con los 35 años de democracia últimos, ese temor, esa inquietud permanente de que todo puede arder en el fuego o hundirse en las aguas en cuestión de minutos, desapareció, o se invisibilizó, o se morigeró enormemente. Es por eso que, en la narrativa de María Gainza, la hija (la narradora) ya puede tener, sin miedo, vencido su pasaporte, y la nieta, directamente, no tener pasaporte. Una parte del efecto y éxito dramático, de la ex presidenta Cristina Kirchner, cuya serie favorita es Game of Thrones, consiste en haberle recuperado contemporaneidad al terror upper class de la abuela en El nervio óptico, aunque al fin de cuentas pudiera resultar más alarde e impostura de red social que característica grupal efectiva.
29.
Rasgo significativo de la posición 'patricia' en El nervio óptico parece el que todas las obras pictóricas con las que María Gainza, hija (natural pero reconocida), construye una relación son todas obras que se encuentran en Museos Públicos. Aquellos cuyo acervo forjó y formó la élite. Nunca en el MALBA o en otras colecciones de parvenus.
Con los 35 años de democracia últimos, ese temor, esa inquietud permanente de que todo puede arder en el fuego o hundirse en las aguas en cuestión de minutos, desapareció, o se invisibilizó, o se morigeró enormemente. Es por eso que, en la narrativa de María Gainza, la hija (la narradora) ya puede tener, sin miedo, vencido su pasaporte, y la nieta, directamente, no tener pasaporte. Una parte del efecto y éxito dramático, de la ex presidenta Cristina Kirchner, cuya serie favorita es Game of Thrones, consiste en haberle recuperado contemporaneidad al terror upper class de la abuela en El nervio óptico, aunque al fin de cuentas pudiera resultar más alarde e impostura de red social que característica grupal efectiva.
29.
Rasgo significativo de la posición 'patricia' en El nervio óptico parece el que todas las obras pictóricas con las que María Gainza, hija (natural pero reconocida), construye una relación son todas obras que se encuentran en Museos Públicos. Aquellos cuyo acervo forjó y formó la élite. Nunca en el MALBA o en otras colecciones de parvenus.
30.
Algunas de estas obras no integran un canon mayor, ni es posible identificar a priori su valía. Aun venido a menos, aun en la decadencia y las más miserable de las indigencias, sigue concediéndosele al patriciado rangos de 'modelo cultural' y 'magisterio estético y literario'. Pero nunca una vocación docente. Al contrario. Hay en toda preferencia estética 'aristocrática' un elemento de caprice, whim, de romántica Willkür en cada gusto y en el sistema de los gustos. Las clases medias desesperan: '¿Por qué te gusta esto y no te gusta lo otro? ¿No es contradictorio?'. No lo es, pero los aspirantes no le encuentran la vuelta, no consiguen inferir la regla, dar con la llave maestra, esa que les abriría todas las puertas. Y además, ay, quedan pocas sortijas.
31.
“Any minute now, this country is going up in flames. Thirty years on, they’re still awaiting the conflagration”. Así se lee en la traducción inglesa de El nervio óptico. Aquí algo suena raro, o resuena con un diapasón diferente, si se compara con representaciones mayoritarias, o presentes y corrientes, de ciclos históricos -ciclos 'cíclicos', por su reiteración estructural, o la repetición formal de su marco formal-, con la configuración del pasado argentino de los tres últimos cuartos de siglo por la literatura y por otras formas de imaginación histórica (y en primer lugar, la propia Historia profesional). Y es la constancia con que se postula el progreso histórico como una tensión y exasperación crítica de los acontecimientos que lleva a un movimiento o movilización de masas (the mob), a saqueos e incendios, pérdida de ahorros y del valor de la moneda, transición más o menos dolorosa, traspaso del poder a la oposición, emigración política o económica, colas en las Embajadas, pasaporte en mano, pidiendo nacionalización para descendientes de potencias europeas...
32.
La 'imagination of disaster' (Susan Sontag) de la madre de El nervio óptico sigue la forma mentis del patriciado, pero es menos incorrecta como representación de los ciclos históricos argentinos recientes de lo que da por sentado el aseverar que la conflagración nunca haya llegado. En los últimos 35 años, la diferencia (institucionalmente bienvenida) fue que el poder que se traspasó no ha sido ganado por un golpe militar o no ha significado, como el peronismo de 1946-1955, un cambio totalitario de régimen (sin que el régimen resultante necesariamente fuera totalitario).
33.
Fuego y multitudes y saqueos hubo tras el fracaso de la guerra de Malvinas en 1982-1983, ídem en 1989 en la hiperinflación del fin del gobierno radical y democrático de Alfonsín que había sucedido a la dictadura, ídem en 2001 con el fin del ciclo de la convertibilidad menemista que había redimido a la Argentina de la inestabilidad cambiaria. Para gran parte de la literatura argentina de estas décadas, el 2001 ha sido o bien una divisoria de aguas con el período tranquilo, apolítico, de la inflación cero del Menemato, o bien un origen absoluto, si se es más joven.
34.
Alguien podría decir que la ex presidenta CFK exagera, cuando, en su libro de balance, memoria y prospectivas Sinceramente asevera que la palabra que caracteriza al mandato de su sucesor pero no heredero Mauricio Macri es 'Caos'. Pero nadie podría decir que desvaría, que descarrila, que desconoce las formas tradicionales y asentadas de representar períodos de crisis y transición. Para Bioy, en su novela El sueño de los héroes, el peronismo era una larga pesadilla infernal; para Beatriz Guido, en El incendio y las vísperas, un largo incendio (arson) de toda la vida como se la había conocido hasta entonces.
35.
Esta contraposición entre memoria larga y memoria corta podría ser otro rasgo 'patricio': las conflagraciones que vivió la madre, el exilio, la confiscación de La Prensa por el gobierno, no son las que vive su prole, para quien las décadas fueron 'sin incendio'. Estas tres décadas y media 'sin representación' aparente de la clase alta en una literatura 'clasemediera', ¿no resultan también las de 'no representación' por la clase alta de las crisis mayores para esas clases medias? La boucle est bouclée. Hay un triunfo paradójico, oculto, parasitario -naturalizado dirían en la universidad y en la televisión- de la clase alta: el volverse sentido común de una clase media que naturaliza el mérito y los méritos como antes los otros la jerarquía, el nacimiento, la sangre, el nombre.