Año 1 / Número 1 / Diciembre 2012
El Juego
En este relato que forma parte del libro Desaprendizaje (2006), tres amigos emprenden un viaje a las playas de Monte Hermoso en busca de unas huellas milenarias que dejaron los antiguos habitantes del lugar. En esa aventura, cada uno parece buscar algo distinto que la trama narrativa sugiere pero nunca revela del todo.
1. Nahuel
Con Lucas es imposible imaginar la vida sin banda sonora. Va a poner el caset que acabamos de escuchar hace un rato. Estuvo toda la semana escuchando eso y de lo único que habló, salvo algunos raros momentos de curiosidad involuntaria que tuvo sobre el viaje, fue de ese caset que le habían regalado. Está sentado a mi derecha, en el asiento del acompañante, y como acompañante, desde que salimos, se limitó a apretar, en intervalos de diez minutos, los botones del pasacaset y a hacer preguntas sin mucho sentido, a Laura, que está sentada atrás, o a mí, sólo para demostrar cuánto más interesado parece estar en la opinión que nosotros podamos tener sobre cualquier cosa que ocurra en el mundo más que en esto: los tres dentro de un auto, transportados por una ruta vacía en medio de la noche.
“Qué vas a poner?” le digo, como si creyera que todavía no perdí del todo mi posibilidad de elección. Pero él ya puso el caset y me mira sonriendo. Lo observo tratando de que sus gestos me traigan la respuesta. Comienza a desviar los ojos hacia otro lado, como dejándose perder por la canción que empieza a sonar, y creo reconocerlo. No; no es. No sé que es. Pero es algo que empieza bien; nadie canta; hay una percusión sistemática y constante, con unos sonidos melodiosos de guitarras o teclados. No reconozco la melodía. “Ya lo escuchamos” dice Laura. Lucas dice que no con la cabeza, y después dice que si no lo dejamos fumar, por lo menos tengamos la consideración de escuchar la música que le gusta, y que además somos muy afortunados que en un grupo de tres personas haya alguien que escuche buena música que puede hacer más entretenido el viaje, y que si no nos alegramos por eso. “¿Qué vos escuches «la mejor música»?” le digo. “Y que quiera compartirla con ustedes” agrega. Se queda mirándome, y sé que no habla en serio. Pero con él es difícil saber cuándo habla en serio y cuándo no. De todos modos, hoy está contento, aunque quiera ocultarlo, como si éste no fuera un proyecto suyo, y haya decidido participar en él sólo para ofrecernos su grata compañía, su fervor por la indagación y un montón de canciones raras. “Todos creemos”, le digo, “que escuchamos la mejor música del mundo”. Veo cómo se acomoda nuevamente en el asiento y distingo su perfil, que dibuja un gesto de preocupación, como si estuviera interesado en el planteo, y quisiera pensar bien lo que va a decir, porque para él todos los temas son importantes, y en especial, los que tratan sobre él mismo. Me concentro nuevamente en la ruta, y escucho que dice “Pero lo que no termino de entender es qué proceso, digamos, natural, en este caso, conserva las huellas”. La pregunta no va dirigida a nadie, o más bien, va más allá de nosotros, porque nos remite al momento anterior al que él decidió cambiar la música, cuando hablaba con Laura sobre los hallazgos de la laguna, y tratando de mostrarse interesado, le preguntó sobre la formación de las huellas y qué sustento científico tenía ese descubrimiento “arqueológico”, pronunciando esa palabra más lento que el resto, y que volvió a repetir cada dos frases.
–Porque la huella se cubre de sedimentos– explica Laura desde el fondo– que se depositan en su interior, como si llenaran el molde de la pisada.
Ahora ella hace un silencio. Por el espejito retrovisor veo que mira por la ventanilla, y su cara se ilumina, de a ratos, con las luces que hay al costado de la ruta.
–Pero entonces– dice Lucas–…no hay huella. Hay molde de huella cubierto de piedritas.
–Ya te lo expliqué. No voy a estar toda la noche con lo mismo– comenta Laura, a quien se la acabó el entusiasmo arqueológico y la paciencia didáctica desde que él no deja de preguntarle cosas que ella repitió cien veces.
–Ahora resulta que estoy proscrito. No puedo hablar– dice él, abriendo muy grande los ojos “estoy proscrito”. Desde atrás nos llega, ahora, la explicación rápida de Laura:
–La arcilla y las piedras conservan las huellas del proceso de la erosión, pero finalmente ellas también se desgastan y debería quedar sólo la huella– concluye Laura.
Hay una zona de luz en la ruta, esa zona que ilumina las luces del auto, y que se va perdiendo a medida que avanzamos. Veo, intermitentemente, esa zona. El se queda un rato en silencio, con la vista fija en la oscuridad del fondo del camino. Por un momento no se oye más que el ruido del motor, que entra desde afuera, y la música del pasacasete, acá, dentro del auto. De pronto, él pregunta cuánto falta para que pasemos el control caminero. Laura dice que todavía falta una media hora, más o menos. Entonces Lucas saca un cigarrillo y se lo lleva a la boca. Después acerca la llama del encendedor y lo prende.
–Pasáme uno– le digo. Y me da el que acaba de encender mientras manejo. Siento que el filtro está ligeramente húmedo. Ahora está sacando nuevamente el paquete y hace la misma operación.
No lo veo, porque veo en forma nítida la ruta, adelante, y él entra, borrosa su figura y sus movimientos, en la perspectiva, pero desenfocado. Ahora está expulsando el humo y baja un poco la ventanilla. “¿Y Nené?” dice “¿Qué nos podés contar de Nené?” Laura se revuelve en el asiento de atrás. Ahora, comienza a hablar.
2. Lucas
Saturn in rain. ¿Qué querrá decir? Saturno…Saturno en lluvia. No. Bajo la lluvia. Saturno bajo la lluvia. O lluvia sobre Saturno. Debe ser un juego de palabras. En Saturno no creo que llueva. ¿Lloverá? Me estoy cagando de frío. Tengo que fumar con la ventanilla abierta y me cago más de frío. No tengo paz. Afuera se ve todo oscuro. Campo y más campo. Ni una sola vaquita. Así debe ser Saturno. “Vamos a Saturno” les digo. “¿Qué?” me dice Nahuel. “Saturno” repito “vamos a Saturno”. Me mira fijo. Me sonríe. Y me dice que sí, que vamos a Saturno. “¿Cuánto falta?” le pregunto a Laura. Recién pasamos el control caminero y debe faltar poco para llegar. El control interespacial caminero eran dos gendarmes cagados de frío en medio de la ruta mirándonos pasar con la cabeza metida en el cuello de la campera verde. Uno estaba más adelante que el otro y tenía las manos en los bolsillos. Acá no pasa nada. Deben pasar dos autos cada cinco horas. Este es un pueblito del orto. La movida está en Saturno. Ahí se conservan huellas de millones de años luz atrás que dejaron otros marcianos. ¿Los gendarmes dejarán huellas? Ni bien pasamos el control me prendí uno. No me dejaban fumar porro por esos dos tipos. Si me paraban los invitaba a fumar. Hasta habrían fumado conmigo de tanto embole que hay en la ruta tres. Y yo les preguntaría, después de la primera ronda, por qué no van a Saturno a laburar que allá está el agite. Ahora se lo paso a Nahuel, pero el asceta me dice que no quiere, moviendo el brazo. “Qué es esto?” me pregunta. “Alpha”, le digo. Cuando algo le gusta mucho, mueve la cabeza muy lentamente, como un autómata, al compás de la música. Ahora es uno de esos momentos. A veces se distrae de la ruta, y lo tengo que cagar a pedos. “Buenísimo” me dice. Y sigue moviendo la cabeza como un autómata. Un autómata de Saturno. No fuma muy seguido, y cuando lo hace me revela otra persona. Se le achican los ojos, y todo modosito, me cuenta cosas que no le importan a nadie. Pero ahora me dice que tiene que manejar y que quiere concentrarse en eso. Buen tipo Nahuel. Está medio loco pero es un buen tipo. “Se apagó. Dame fuego” Nahuel se toca el bolsillo del pantalón con la mano derecha, mantiene la izquierda en el volante, y no quita los ojos de la ruta. “No lo tengo” me dice “fijate ahí arriba”. Aparece, de golpe, el encendedor escurridizo sobre la guantera. Verde, transparente. Estos son de los que explotan. Si los dejás en la aguantera bajo el sol, explotan. Le digo a Laura que Nahuel se va a convertir en un terrorista con estos encendedores. “Sí” me dice, y su voz suena como si la hubiera despertado de un sueño muy reciente. “Voy a cambiar” digo. Nahuel me dice que él me apoya, que cuente con él, que es la mejor decisión que tomé en años, y que me vendría bien un cambio. De vez en cuando se permite alguna humorada, el asceta. Le digo que no se alegre tanto, que yo sólo me refería a la música. Me dice que el también apoya un cambio en ese sentido y que estaría dispuesto a pasarme algunos discos de música nacional, si es que estoy interesado en la buena música.
–Me está faltando en la colección el último disco de Leo Dan y los poullovers calientes– le digo.
Se ríe el asceta, y me clava los ojos. Pongo el caset de Tarwater. Ni bien empieza a sonar, Laura dice desde el atrás que la música suena toda igual, que ya está un poco harta y que si hay algún principio democrático que todavía quede en pie ella reclama el derecho a escuchar los casets que trajo y qué se yo cuánto. Le digo que todo muy lindo, mirando por la ventanilla, que estoy disfrutando del paisaje, y que si ella eligió el destino, yo podría elegir la música, si tenemos que ser democráticos. No me responde.
Laura no paró de hablar en todo el viaje. Primero con la historia de las pisadas. Después con la historia de Nené. ¡Copada, la vieja! Parece que cuando era joven estaba rebuena y venía de una familia de mucha guita (pero a fines de los cincuenta, con la llegada del peronismo, perdieron todo). Antes de la caída definitiva, solía moverse en los cóctels que organizaba su familia o los amigos de su familia, entre la coqueta aristocracia terrateniente de Saturno. Claro, en el pueblito la aristocracia debían ser cinco gatos locos. O seis, contando a la abuela de Laura. Parece que una vez se levantó a un tipo con el que formaba la pareja más escandalosa y chik de todo el lugar. A Laura le gusta esa parte de su familia. Pero la seduce porque ella está, justamente, del otro lado de eso. Y como quien mira algo desde afuera, ella contó la historia de Nené. A principio de los años 40, había un tipo que era el tesorero del Banco municipal. Estaba casado con una mina de esas familias tradicionales, pero en una reunión social le había echado el ojo a la abuela de Laura, que en ese entonces debería tener unos veinticinco años, fumaba y tenía unas piernas increíbles. No era linda, según cuenta, pero tenía una belleza exótica que producía cierta atracción. La mujer del otro sospechó que su tesorito andaba coqueteando con Nené, y después de la fiesta, en las tertulias con sus amigas bonachonas, comenzó a difamar las malas costumbres de esa muchacha que ya no debería ser invitada a esas reuniones sociales. Nené parece que se enteró de esto y no se le ocurrió nada mejor que robarle el marido. Entonces organizó un baile en su casa al que los invitados debían ir disfrazados. Unos días antes del mitín ya se hablaba de la fiesta y algunos habían mandado a hacer… “¿Pasa algo?” le digo a Nahuel. Estamos yendo más despacio que antes. “Recalienta” dice él. “Se enciende la luz de temperatura.” Estamos perdidos. Si se nos queda el auto acá nos rescata magoya. “¿Pero andaba bien esta auto?” le pregunto. “¿Qué pasó?” dice Laura que recién se despierta. “Voy a ir más despacio. Por ahí es la bomba de agua. No sé.” “Sí, andá más despacio” dice Laura, que no tiene ni idea a qué velocidad íbamos. Son las cuatro de la mañana. Afuera el cielo está completamente estrellado y yo estoy metido en este auto del orto. Menos mal que traje faso y unos discos, si no me mato. Seven ways to fake a perfect skin… Seven ways to fake a perfect skin… canto. Por fin veo un cartel. Un puto cartel en toda la ruta. Leo rápido las letras. Tres arroyos Coronel Dorrego Bahía Blanca. “¡No dice nada!” le digo, azorado, a Nahuel. “¿No leíste?” me pregunta. “No me jodas. No decía nada de cuánto falta para Monte Hermoso.” Nahuel me mira. Suelta las palabras como si las pensara. “Yo te llevo a Saturno” me dice.
3. Laura
Sábado 27 de Septiembre.
Hoy llegamos a Monte Hermoso. El viaje se hizo eterno. Tuvimos problemas con el auto. Llegamos más tarde de lo planeado. Igual, a las siete de la mañana, Nené nos recibió toda arreglada, como si no hubiera pasado nada. Había preparado el desayuno. Me sentí en una de sus ceremonias, seguramente por la presencia de dos invitados nuevos. Recordé ese viejo ritual que teníamos con la abuela cuando mamá se iba a trabajar temprano y la luz entraba por el ventanal de la cocina. Pero después de la primera impresión, me sentí extranjera en mi casa natal. Todo lo que me rodeaba me parecía ajeno, aunque yo podía dotarlo de su propia historia. No sentía eso desde hacía mucho tiempo. Desde la primera noche que pasé en un departamento de Buenos Aires.
A la abuela le cayó bien Lucas. Se pasó diciendo que deberíamos estar muy cansados y, mirándolo a él, agregó que se notaba en los ojos el peso del viaje. Mientras desayunábamos él le elogió los escones (entre Nahuel y yo no pudimos probar más que dos) y le dijo que no se olvidaría de pedirle la receta antes de irse. Cuando terminó de tragarse el último escón dijo que se iba a dormir. Nené se sintió de pronto abandonada. Lo acompañó a Lucas muy solícta al cuarto que les había preparado y volvió a la cocina con nosotros. (Parecía increíble que esa mujer que enloquecía a los hombres ahora fuera una víctima del desdén juvenil). Por un momento pensé que Lucas tenía posibilidades de cumplir su promesa o su amenaza. Me estuvo jodiendo todo el viaje con que iba a hacer fumar porro a la abuela.
Cuando Nahuel se fue a dormir, ella comentó que era un chico muy educado. Después me preguntó, en un tono confidencial, si alguno de ellos era mi novio o un candidato. Lo pensé un momento. Le dije que cuando terminara de estudiar iba a casarme con uno de ellos, y que adivinara cuál de los dos era. El domingo le iba a decir si había acertado o no.
Después me preguntó cómo iba con mis estudios. Le dije que bien, aunque a esa altura de la carrera ya estaba un poco cansada. Me dijo que a ella le hubiera gustado estudiar, si no hubiera tenido que mudarse a Buenos Aires. Pero que en ese tiempo no era tan fácil como ahora. Le pregunté qué le habría gustado estudiar. Entonces Nené levantó el mentón, dejó volar su mirada, como ensayando un gesto muy antiguo, y dijo que arquitectura. “Arquitecta”, repitió como para sí misma. Al rato tuve que recordarle que yo estudiaba Arqueología, porque se había olvidado.
Ahora estoy en la habitación que fue mía en la infancia. Nuevos perfumes tapan la superficie de las cosas. Son las nueve menos veinte de la mañana. Estoy cansada y me voy a dormir. Mañana vamos a la laguna.
4. Nahuel
Es una tarde soleada. Sueltas, en el cielo, algunas nubes parecen detenidas en el aire. Atravieso las calles del pueblo que Laura me va indicando. Salimos a la ruta y tomamos el camino a la laguna.
No dormí bien. La claridad entraba por todos lados. Él se despertó a las tres y no dejó de hacer ruido hasta que me levanté. En el almuerzo le pregunté a Laura a quién de los dos se nos había ocurrido traer “al nene”, refiriéndome a Lucas. Al principio Laura no entendió el chiste. Después echó una carcajada y dijo que lo teníamos que haber dejado con la criada. “Váyanse a la mierda” protestó Lucas.
Laura durmió en otra habitación. Pero dijo que ella tampoco había dormido mucho. Estaba algo ansiosa por la caminata en la playa.
A pesar de que ayer manejé toda la noche, hoy decidimos ir a ver las huellas, conforme a lo que habíamos hablado. Aunque Laura conoce la laguna, la última vez que estuvo no se sabía nada de la orilla en la que se descubrieron las pisadas. Parece que fueron huellas que los habitantes de esta zona habrían dejado en la arena hace siete mil años, y que los sedimentos y la arcilla las mantuvieron intactas del efecto del agua. Laura leyó el informe en una publicación de la facultad hace poco más de un mes. Nos comentó entonces la idea de hacer el viaje. Su abuela Nené nos hospedaría en su casa ubicada en el pueblo natal de Laura. Sin recelo, llegué a creer que el aroma dulce de la biografía y el sabor insípido de la pedantería universitaria se combinaban en los resortes interiores que nos lanzaban al viaje. Recuerdo que en un principio pensé, mientras nos lo decía, que Laura quería hacer un viaje al pasado. Después corregí. Un viaje a la infancia en donde ella guarda el pasado.
Ahora, mientras avanzamos de día en la dirección contraria a la que tomamos ayer a la noche en la ruta, y Lucas busca una canción en el pasacaset, se me ocurre que perdimos la posibilidad que abre la travesía en esta conexión de puntos en un mapa. Una sucesión de escalas prefijadas que guía nuestro andar e intenta salvarnos de la indeterminación.
A medida que avanzamos el horizonte se ve más plano y al mismo tiempo todo se ve más musical dentro del auto. Son como imágenes en una pantalla que se suceden detrás del vidrio. Una película ya vista. Y en el traveling final, comienza a sonar la música y la cámara se detiene en un hombre que se aleja. El me pregunta qué dice la letra. Escucho las primeras estrofas y le voy diciendo: un chico y una chica cualquiera…/ lo tienen todo dispuesto/ Después de un tiempo tienen miedo…/ de lo que les hace sentir/ que pueden tenerlo todo. Después sigue el estribillo. Lucas se queda pensando en mi traducción. O en lo que yo le dije de esa canción.
Ahora doblamos a la derecha por el camino de tierra que se abre de la ruta. Al rato, aparece, en el fondo, el espejo de agua. Es un accidente en la costa; una parte del mar que intentó avanzar más sobre la tierra y en su nueva conquista dejó de ser mar para ser otra cosa: laguna. Desde lejos parece una bahía. Las orillas me recuerdan una playa de la costa. No sé cuál. Distingo algunos autos estacionados a lo lejos y personas desparramadas en las cercanías de la orilla. Laura me dice que demos la vuelta a la laguna por la derecha, que ella cree que es en la zona de atrás. El auto se mueve de un lado para el otro. Ahora llegamos a una zona donde no podemos avanzar. Él dice que mejor será que bajemos y sigamos a pie. Le hacemos caso.
En la playa hay pequeños círculos de agua: charcos que vamos surcando y que introducen en el paisaje el accidente. La imagen de la desolación que ondula el viento.
Laura es la más rezagada. Se detiene a recoger cosas de la arena: caracoles, maderitas o alguna piedra moldeada. Sosteniéndolos en la palma de su mano nos ofrece la restauración de un mundo sumergido. Dice que pueden ser restos de las herramientas que utilizaban los hombres de esta región. Luego nos comenta que era un grupo de indios pampeanos cazadores-recolectores que vivían de lobos marinos, guanacos y venados (de los que se encontraron restos fósiles). Asisto, incrédulo, a esta colección del pasado.
Llegamos a una zona más seca de la costa. El agua está lejos, pero todo indica que en otras temporadas puede llegar hasta acá. Caminamos bastante. El Renault 4 se ve como un punto en la otra orilla. Caminamos torpemente, hamacados por el esfuerzo del tranco demasiado blando. A veces, mis pies se hunden en la arena y parece que se estuviera quebrando algo. Debajo de mis pies, conchillas. Nuestras huellas son recientes y no dejan marcas que puedan durar demasiado. El viento las abraza. Luego las disuelve.
Él camina más adelante que nosotros, y de tanto en tanto nos llama para que miremos algo. Ahora se detiene de golpe observando el suelo. Su figura se recorta, oscura, contra el fondo claro del horizonte. Cuando paso a su lado me detengo. Hay un agujero en el suelo del tamaño de una pelota de fútbol. Levanta la cabeza y me dice, muy seriecito, que probablemente esta sea la huella de un dinosaurio o de un canguro pampeano. “Canguro asado –dice– el banquete gauchesco de nuestros ancestros”.
Cuando empieza a caer el sol tenemos en la cara una luz amarillenta. De pronto el cielo se va cubriendo de nubes. Los zapatos parecen cubiertos de barro. El mar muerto o el mar rojo, ¿se verán como se ve ahora la laguna? Hace un momento empecé a sentir la boca reseca y ahora la sed comienza a preocuparme. En un momento, vemos algo parecido a lo que imaginamos. Recuerdo que Laura había dicho que el informe hablaba de huellas que pertenecieron a mujeres y niños. Y yo estuve dibujando en la orilla la figura de las mujeres que cuidaban a los niños en el agua. Hay diferentes tamaños de huellas en el piso. No tienen una forma precisa, pero es llamativa la cantidad que hay. No sé que son. A contraluz, parecen sapos.
5. Lucas
Ni bien lo prendo el viento me lo apaga. Hay un viento que te lleva. Le digo a Nahuel que es telepatía. Cuando dos personas se comunican sin hablar, eso se llama telepatía. Comunicación telepática. Me preguntó si no había traído nada, como si fuera un delito. Tendríamos que haber venido en verano. Y pensar que esta es la última primavera del milenio. Recién estaba pensando en armar un porro, y resulta que el telépata estaba pensando en lo mismo. Debe ser el paisaje. Nahuel se quiere poner más misterioso. No habló nada en todo el día. En el auto me decía todo que sí. Yo no sé si me da bola cuando le hablo. Le gustó el disco Safari lunar o Safari en la luna, no sé. Revuelvo en el bolsillo, lo saco, desarmo el papel, como quien pela una naranja, y sosteniéndolo entre los dedos le pregunto al telépata: “¿Algo como esto, colega?”. Se entusiasma, veo, porque apenas asiente con la cabeza. Sólo a la gente como nosotros se le puede ocurrir venir a este lugar para buscar huellas. ¡Qué van a ser huellas de humanos! Que se deje de joder Laura. El piso es medio raro. Eso sí. Si aprieto el pie con fuerza se marca. Queda dibujada la huella de mi pisada y un montoncito de arena al costado. Pero más atrás no quedaban marcas, el suelo era más duro. Más adelante se acaba la orilla. Los médanos no te dejan avanzar. Si vaciás la laguna no queda nada. La gente no habla más y se acaba la mitología. La parte más profunda debe tener dos metros. Algo brilla en el suelo. El mar no. El mar no lo podés vaciar. ¿Un arito? El mar tiene olas. El mar se ve más atrás, donde desemboca la laguna. ¿Cómo será? ¿El mar entra en la laguna o la laguna al mar? Puede ser una perla. Lo levanto y es una piedrita con un lado liso y brillante. El resto es opaco. Parece una astilla de mármol, pero no es. Piso fuerte en el suelo. Hago un agujero de mi pisada. Nahuel me mira. “Para los marcianos del futuro” le digo. Ahora se queda colgado y le tengo que avisar que somos dos. “Por el viento” le digo “fuma más que nosotros”. Me lo pasa. Esto es como Necochea en invierno. Nunca estuve un invierno en Necochea. Pero me imagino que la costa debe ser como ésta. Camino y a veces la claridad me da de lleno en los ojos. Detrás de los médanos se pone el sol, pero no lo vemos. Es una bola de luz blanca que adivino detrás de las nubes. Hay reflejos de luz en el agua. Pero todo es opaco. Si veníamos más temprano podíamos alquilar un bote. ¿Habrá botes acá? Si nos agarra la noche en la laguna seríamos tres personas remando en la oscuridad. Tres marcianos, mejor dicho. Estaría bueno. Esta noche podemos hacer algo. Pero qué se puede hacer en este pueblito del orto. El agua se ve marrón. El mar no es opaco. El mar es azul. ¿O verde? Mientras nosotros nos paramos un rato, Laura toma la delantera y se va alejando. Me parece que camina hacia la desembocadura. Nahuel está mirando el cielo como quien mira el futuro.
–Me parece que va a llover– dice.
El viento es muy fuerte y trajo algunas nubes que antes no se veían. Ya no hay zonas de luz y de sombra. Veo sólo una escala de grises intermedios.
6. Laura
Está haciendo frío y a medida que vamos llegando a la desembocadura el viento se hace más fuerte. Las orillas, ahora, con la regularidad que les impone el agua del mar, tienen la amplitud de las playas. La arena es suave y fina. Tenemos que levantar los pies para caminar, como astronautas en la luna que caminan en el aire.
Lucas me preguntó hace un momento si durante el verano el agua era tranquila como para bañarse. Le dije que sí, que esto se llena de gente. Pero que esta parte, en donde se junta la laguna y el mar, era peligrosa porque el agua estaba expuesta a las corrientes marinas. Seguimos caminando, y más adelante me preguntó, cansado pero feliz, si a alguien le pasó algo por nadar en esa zona. Le conté que una vez se ahogaron tres vecinos de mi barrio en la laguna. Lucas me miró interesado. Eran tres amigos que habían ido a pescar en un bote, le dije. El que se cayó primero era el más joven. Intentó nadar; pero las botas de goma le pesaban y el fondo lo terminó chupando. Después se tiró otro para ayudarlo. Y se lo tragó el agua. Saltó el tercero y pasó lo mismo. Días después encontraron los cuerpos atrapados entre las algas del fondo. Dos de los cuerpos –el tercero no se encontró– estaban abrazados. Cuando terminé de contarle eso, Lucas echaba miradas rápidas e intempestivas a la masa de agua, densa, oscura, de la desembocadura. “Los tres sabían nadar” le dije, finalmente.
Desde la costa vemos ahora el mar abierto ante nosotros. Atrás, a nuestra izquierda, la laguna. El mar es como una pampa de agua. (No pasa nada.) Y se junta con el cielo en el horizonte. Nahuel está parado a mi lado. Mira el fondo del mar. El viento le revuelve el pelo. Pero él no se inmuta. Por alguna razón que apenas intuyo, tiendo a creer que él sólo está buscando imágenes; mientras que Lucas persigue siempre, sin éxito, el sentido de la experiencia.
Ahora el ruido de los truenos baja desde el cielo. Y nos envuelve.
–Será mejor que volvamos– dice Nahuel, sin dirigirse a nadie en particular.
“Sí, volvamos” le digo a Lucas cuando comienzan a caer, puntuales, las primeras gotas en la arena.
7. Nahuel
Ahora estoy en el cuarto de visitas: la habitación que Nené nos preparó a Lucas y a mí para que pasemos los días. Estoy esperando que Lucas termine de bañarse para ir juntos a la cocina. Nené preparó una cena para nuestra despedida de Monte Hermoso. Veo la lluvia detrás de la ventana cayendo en la penumbra del patio. Es la misma lluvia que empezó a caer cuando corrimos hasta el auto en la playa. No dejó de llover desde ese momento. Parado detrás de la ventana, veo cómo sobrevive al tiempo y apuntala su futuro, una higuera que se levanta en el cuadrado de tierra del patio. Recuerdo una fábula antigua en donde se habla de una higuera. La historia cuenta que la higuera es una planta que da una sola flor por año durante la primavera. Y su flor aporta la felicidad eterna a aquel que la posee. Pero esa flor hay que arrancarla durante la madrugada y el viaje que tenemos que recorrer hasta la higuera está plagado de peligros y accidentes. Esa imagen me recuerda el reverso de la epifanía: ofrece el cielo sobre la base de un sacrificio, como a quien invitan a un acto de magia y antes de empezar le dicen: “no creas”. Por eso en mi adolescencia siempre me imaginé cruzando de noche la medianera del fondo de mi casa; caminando entre los yuyos del terreno abandonado del vecino (porque él tenía una higuera), y cuando iba a arrancar la flor de la felicidad me caía en un pozo bien profundo del que nunca salía.
Esta higuera que tengo adelante y que acepta, perenne, la lluvia que la acaricia, es como el balcón de Baldomero: está llena de higos pero ninguna flor. Ahora escucho que Lucas cierra el agua de la ducha. Al rato aparece en medio de la habitación, chorreando agua, con un torniquete en la cabeza y un toallón que cubre la zona baja de su cuerpo. Me pregunta si traje desodorante. Le digo que no. “¡El viejo ascetismo!” comenta.
8. Lucas
La carne estaba buenísima y Nahuel no dejó de llenarme la copa de vino con su eterna diplomacia. Cuando le dije de ir a fumar uno al patio me pareció que activé en él la única neurona motriz con la que se maneja. Lo pensó un momento, observándome, con la copa de vino entre sus dedos, haciéndola girar en círculos pequeños, como quien derrite el hielo de puro aburrimiento. Después me dijo que sí. Laura está con Nené. Le pregunté si no tenían un equipo para pasar los discos que encontré en la pieza del fondo, y fueron a buscar “el aparato”, como lo llamó Nené. Cuando estábamos bajo el techo del patio, comenzamos a escuchar las canciones que nos llegaban desde adentro. En silencio, viendo caer la lluvia, las chicas nos ofrecían viejos hits, los primeros boleros de la noche. Me imagino, ahora, a una joven Nené, en aquella noche del pasado, enfundada en un vestido blanco y con un antifaz en la cara, en el preciso momento en que se acerca a un arlequín y le susurra, bien cerca de su oído, después de tocarle el hombro con su varita: “Yo soy su ninfa, su consuelo”. Y el hombre, que nunca había sabido más que de números y de planillas, se dispone a entrar en el juego de la seducción con su mejor cara de palo, como quien se lanza a navegar un rápido con un salvavidas de juguete. “¿Entramos?” le pregunto a Nahuel. “Yo te sigo” me dice.
9. Laura
Domingo 24 de Septiembre.
Hoy vimos las pisadas en la laguna. Eran esculturas naturales conservadas por el tiempo. En la orilla encontramos restos de materiales con formas que evidenciaban el trabajo del hombre. La laguna había conservado así la imagen disuelta de una civilización milenaria. Esas mujeres que vigilaban el juego de los niños desde la costa, mientras recolectaban semillas o plantas de los juncos, no podían imaginar que sus pisadas serían un testimonio actual de su presencia. Una tribu de madres y de niños celebrando el agua: un espejo que había sobrevivido al mar y a la sequía durante 6.500 millones de años. En el tiempo, sólo en el tiempo, quedaron grabadas las marcas como una defensa natural contra la desolación. Y cuando ella llegó, el tiempo ya estaba repleto de huellas.
A la noche, Nené nos dio una cena de despedida. Preparó un peceto relleno y unas papas revueltas en salsa blanca. Estaba un poco picante. El vino blanco no duró mucho y nos subió muy rápido a la cabeza. Aproveché para preguntarle a Lucas cómo la había pasado. Me miró fijo y me dijo: “Vos que la tenés cerca; pasáme la botella.”
En nuestro mareo, nos encontramos de pronto en medio del baile. La abuela nos hizo escuchar unos boleros. Después nos convidó, voluntariosa y senil, con los ritmos a que sometía su cadera alienada por el fox trot. Nahuel me comentó, cuando tuvo la delicadeza de tener un gesto fuera de moda y me invitó a bailar, lo bien que se movía Nené al compás de la música. Serían las dos de la mañana cuando un problema en el tocadiscos nos mandó a todos a dormir. Mañana volvemos a Buenos Aires.
10. Nahuel
Amanece y ya estoy con los ojos abiertos. No se escucha nada. En la madrugada debe haber caído la última gota de la lluvia. Y mientras veo, apenas, en la claridad del cuarto, que él permanece dormido y en el hombro que sobresale de las sábanas se posa, sin estridencias, la luz, busco, combinando las imágenes borrosas que me dejó el sueño y las no menos borrosas que me ofrece la vigilia, el consuelo.
11. Lucas
–No me gusta que me despierten.
Nahuel no me contesta.
– ¿Entendiste?– Le digo. Veo que ya tiene el bolso cerrado sobre la cama.
– Tenemos que irnos–. Me dice.
Ni bien termino de escucharlo me tapo más con la frazada.
– No me gusta que me despierten–. Le digo.
12. Laura
Antes de despedirme, cuando los chicos intentaban arreglar una luz del auto, la abuela vino a la habitación. En su cara había algo de entusiasmo.
–Creo que ya descubrí quién es– me dijo.
No sabía de qué hablaba. Después agregó: “Bah… tengo un presentimiento” Se me acercó más y me dijo: “Lucas. Te vas a casar con Lucas” Sonreí. A esta altura de mi vida me divierte que mi familia se preocupe mucho más que yo por conseguirme un candidato. Le dije que no. Que no me voy a casar. Que era sólo un juego. Ellos son mis amigos y los quiero así. Pero que si tuviera que elegir a uno de ellos, me quedaría con Nahuel. Entonces Nené me dijo que la amistad es el límite del amor cuando éste es imposible; y que el amor es la continuación de una amistad, cuando ésta es imposible. Como un consuelo dulce, me dio una bolsa llena de higos, que seguramente arrancó de la higuera. “Para el camino” aclaró. Y me recordó que puedo volver en el verano.
13. Nené
1/2 kilo de harina.
3 huevos batidos.
100 gramos de manteca.
Un puñado de pasas de uva.
Revolver la harina con los huevos hasta que se forma una masa espesa. Entonces hay que echarle una cucharada de azúcar, y si tiene (le da un sabor especial) unas gotitas de esencia de vainilla. Luego le agrega las pasas. Entonces comienza a amasar la masa con las manos unos cinco minutos. La deja estacionar una hora. Después puede cortar la masa en redondeles, o utilizar un moldecito. Yo uso un vasito de yogurt para darles forma. Los pone al horno una media hora, o hasta cuando comienza a dorarse la masa. Deja enfriar los escones y listo para el té.
Mucha suerte, joven.
14. Nahuel
El coche avanza sin sobresaltos sobre la ruta. Lucas y Laura duermen. Falta poco para llegar a Buenos Aires. Es de noche, pero se ven algunas luces a lo lejos. Son luces estáticas las de la ciudad. Con los autos es distinto. Ahora veo cómo crece una lucecita enfrente. A medida que avanzo la luz viene hacia mí y se va haciendo más grande. Distingo que son dos luces. Ahora veo la imagen del auto. Me pasa en la dirección contraria. Deja una estela de ruido sonando en el aire. Son luces móviles. Marcas de un instante. La escena se repite mil veces. Hay mucho tráfico en la ruta. Pero en el asfalto no quedan huellas. La impresión queda en tu cabeza. El dial me ofrece la compañía de una variada gama de radios locales que voy pasando hasta que doy con una que no hace interferencia. Suena, bajita, una vieja canción: I´m taking a ride with my best friend/I hope you never let me down again/who knows where he´s taking me/ taking me where I want to be. Compruebo que ese viejo hit ahora no es más que un placebo contra el aburrimiento. We´re flying high/we´re watching the world pass us by/never want to come down/never want to put my feet back down on the ground.
Apago la radio. Crece, de golpe, el silencio.
* * *
[…]Los hallazgos de los sitios La Olla 1 y 2 y Monte Hermosos 1 han producido un tipo de registro novedoso para la región por la excelente preservación de abundantes restos vegetales, restos óseos de mamíferos marinos y pisadas humanas.
[…] Estas tres áreas parecen estar relacionadas y pertenecer al mismo sistema de asentamiento en los bordes de la laguna.
[…] El objetivo de este trabajo es presentar el relevamiento y estudio de las pisadas humanas, de Monte Hermoso 1, y discutir su relación con las otras áreas arqueológicas de la Olla 1 y 2. Además se analizará la ocupación humana del litoral pampeano con referencia a la dinámica costera durante el Holoceno.
[…] La reconstrucción paleoambiental del paisaje indica que durante la formación de las huellas, el lugar era una laguna salobre de interduna, de aguas tranquilas, que periódicamente sufría episodios de inundación y retracción.
[…]Las observaciones geológicas realizadas y el estudio de los procesos de formación indican que las pisadas se imprimieron cuando el depósito aún estaba blando y que son contemporáneas con la unidad que las aloja.
[...] El proceso que hizo posible la preservación de un registro frágil como son las improntas, se relaciona con la presencia de aguas calmas y de episodios de expansión de laguna, ambas son características del ambiente en que se formaron. Dos condiciones influyeron para la conservación de las huellas: plasticidad del sustrato y cubrimiento rápido. Ambos factores permitieron que cuando los seres humanos y animales transitaron el borde de la laguna quedaran marcadas sus huellas. Al aumentar el espejo de agua las huellas quedaron sumergidas y se produjo la decantación de materiales pelíticos dentro de ellas. El deterioro de algunas huellas se ha producido debido a una mayor exposición antes de ser cubiertas. Tanto unas como otras son afectadas actualmente por la erosión marina, que por una parte las descubre y por otra las destruye.
[…] Los sedimentos que contienen las improntas humanas están habitualmente cubiertos por las arenas de la playa y la marea alta los afecta diariamente. La acción del mar es la que ha dejado al descubierto las pisadas al provocar una erosión diferencial entre las improntas y sus rellenos.
[…]La Olla 1 se encuentra en la línea de baja marea y además sólo queda expuesta cuando se desplaza la arena que habitualmente la cubre. Esta situación se produce ocasionalmente (tres veces en los últimos 10 años) y deja destapado el afloramiento solamente algunos días o semanas. Cuando esto ocurre los depósitos se pueden excavar durante la bajamar por dos o tres horas.
[…] La agrupación estadística de las pisadas indica que la mayor parte corresponde a niños, a jóvenes y eventualmente a mujeres, lo que indica que una parte de la población, los hombres adultos y posiblemente parte de las mujeres adultas, está subrepresentada. En otros grupos cazadores-recolectores son frecuentes las actividades llevadas a cabo en las cercanías del campamento por niños y jóvenes que no participan con los mayores en salidas logísticas. Entre los Nukak de la Amazonia Colombiana, cuando el campamento se ubica cerca de un cuerpo de agua, durante la estación seca, los niños y algunos jóvenes pasan una parte del día pescando, recolectando cangrejos o simplemente jugando o bañándose. Estas improntas no tienen una direccionalidad marcada y reflejan el carácter deambulatorio de los juegos o de la búsqueda de cangrejos.
[…]En este grupo generalmente participa un adulto o un joven, que de alguna manera controla el desarrollo de las actividades. En una muestra de 173 observaciones realizadas al respecto, no se registró ningún caso en los cuales un niño haya quedado fuera de la vista o el oído de por lo menos un adulto (Draper 1976: 205).
Cristina Bayón y Gustavo Politis:
«Estado actual de las investigaciones
en el sitio Monte Hermoso I»,
Arqueología, UBA, 1996 (6: 83-107)
Buenos Aires, diciembre de 2004