Año 3 / Número 10 / Julio 2015
Wilcock: extrañeza y crueldad
La reedición de El Caos, de Wilcock, permite disfrutar de un autor poco reconocido, en cuyos cuentos se nos refiere con cierta placidez y ningún asombro, situaciones de extrañeza y crueldad, donde la ironía y el lenguaje refinado contrastan con las referencias al horror.
Cosmopolita, políglota, polígrafo, Juan Rodolfo Wilcock (1919 - 1978) fue el creador de una producción literaria, cuya multiplicidad no proviene tanto de la coexistencia de modos escriturales como de los cambios imprevistos que se verifican en el desarrollo de su obra.
Comenzó -residente aún en Buenos Aires aunque sus visitas a Europa fueran muchas y frecuentes- escribiendo una poesía clásica que en poco tiempo viró hacia la coloquialidad y el intimismo. Fue (tal vez se trate de la única actividad constante en su carrera) un traductor extraordinario, del inglés, del italiano, del francés, del alemán (y del español a esas lenguas). Por este tiempo estuvo muy ligado al Grupo Sur, para el que hizo numerosas traducciones, y, en especial a Borges, Bioy y Silvina Ocampo.
En 1957 se instaló definitivamente en Italia. Se llevó con él sus libros de poemas y muchos cuentos escritos originalmente en español y los publicó traducidos junto con otros que escribió, directamente, en italiano.
Poco (re)conocido en nuestro medio, Wilcock fue, sin embargo, uno de nuestros escritores más influyentes: su poesía de la segunda época atrajo notablemente a César Fernández Moreno. Su narrativa breve (tal vez la franja a la que mayor cantidad de textos aportó) se marca como influencia indudable en las obras de Osvaldo Lamborghini y Copi (que heredaron su crueldad, su ilimitada capacidad de producir a partir del humor negro). Tal vez, en el caso de Julio Cortázar, Silvina Ocampo y Antonio Di Benedetto no se pueda hablar de influencias pero sí de intercambios.
El caos contiene sus primeros cuentos en los que todavía lo narrativo es estructurante del resultado final. No obstante, las descripciones minuciosas de personas, ambientes, costumbres, que caracterizarían a su cuentística, dramaturgia y novelística posteriores, ya aparecen en estos relatos. Como se dijo arriba, son cuentos en los que se nos refiere con cierta placidez y ningún asombro, situaciones de una gran extrañeza y de una crueldad extrema. El extrañamiento de esta presentación aumenta merced a varios recursos: la ironía, constante, con que se presentan las historias, el lenguaje refinado que contrasta con sus referencias a lo horroroso, lo caótico, lo extremadamente sádico. No solamente Wilcock no elude ningún tema, por siniestro o escabroso que parezca, sino que se ocupa de él hasta en sus más mínimos detalles. Y, esto es lo curioso y a la vez lo genial de su escritura, el lector no experimenta el rechazo que provoca, por ejemplo, la narrativa de Osvaldo Lamborghini (no se está comparando en detrimento de este último, Lamborghini trataba, justamente, de provocar rechazo).
Lo dicho no significa que el lector no experimente inquietud sino que en estos textos la inquietud surge del no saber qué vendrá después, surge de las contradicciones entre el tono de la referencia y lo referido.
Señalaremos como rasgo notable, la creación de situaciones de infortunio. Por dar ejemplos de este rasgo, "Hundimiento", "La noche de Aix" y "La fiesta de los enanos" presentan personajes arruinados ya sea física, mental o económicamente, estado al que llegaron debido a vejaciones de las que fueron víctimas por el sadismo de sus congéneres ("Vulcano") o por la confusión y la escasa inteligencia con la que suelen manejarse las potencias celestiales y abismales para regular la existencia de los hombres. Un eco proyectado del status de esos ex humanos se repetirá ampliado, desconectado de referencias narrativas, en cuentos de colecciones posteriores, de índole más descriptiva (El estereoscopio de los solitarios, El libro de los monstruos) y ligada, en este orden, a fondos consecuentes: ruinas arquitectónicas, estatuas irreconocibles por su deterioro, islas que se hunden, viviendas abandonadas e inevitables, plazas que alguna vez caracterizadas por su belleza sólo muestran, ahora, el crecimiento hostil del pasto, bancos rotos, pozos en los que caer significaría una muerte horrible, enredaderas que parecen movidas por una inteligencia animal.
En momentos de publicarse El Caos en Italia (Bompiani, 1960), Wilcock aclaró al lector que de los cuentos que leerían los más recientes habían sido escritos hacía quince años y treinta, los más distantes. Esta heterogeneidad se registra. Amén de los elementos que señalamos como perdurables, también se dan textos muy surrealistas y ejercicios de un estilo al que el autor no volvería ("La casa", "El escriba"). Todo esto hace del libro una suerte de álbum de bocetos que prosperarían junto a otros que, aunque meritorios siempre, serían abandonados por el autor.
La edición de La Bestia Equilátera (a cargo de Ernesto Montequin) es impecable, tanto en las versiones de cuentos que Wilcock había escrito en italiano como en cuanto a la historia y peripecias editoriales de cada uno de los cuentos contenidos.
Es de esperar que, de a poco, el mismo aparato erudito asista a nuevas reediciones de la vasta y variada obra de un autor imprescindible para que la crítica entienda ciertas tendencias literarias actuales y, no menos, para que el deleite de los lectores encuentre una base de afirmación más adecuada.
Comenzó -residente aún en Buenos Aires aunque sus visitas a Europa fueran muchas y frecuentes- escribiendo una poesía clásica que en poco tiempo viró hacia la coloquialidad y el intimismo. Fue (tal vez se trate de la única actividad constante en su carrera) un traductor extraordinario, del inglés, del italiano, del francés, del alemán (y del español a esas lenguas). Por este tiempo estuvo muy ligado al Grupo Sur, para el que hizo numerosas traducciones, y, en especial a Borges, Bioy y Silvina Ocampo.
En 1957 se instaló definitivamente en Italia. Se llevó con él sus libros de poemas y muchos cuentos escritos originalmente en español y los publicó traducidos junto con otros que escribió, directamente, en italiano.
Poco (re)conocido en nuestro medio, Wilcock fue, sin embargo, uno de nuestros escritores más influyentes: su poesía de la segunda época atrajo notablemente a César Fernández Moreno. Su narrativa breve (tal vez la franja a la que mayor cantidad de textos aportó) se marca como influencia indudable en las obras de Osvaldo Lamborghini y Copi (que heredaron su crueldad, su ilimitada capacidad de producir a partir del humor negro). Tal vez, en el caso de Julio Cortázar, Silvina Ocampo y Antonio Di Benedetto no se pueda hablar de influencias pero sí de intercambios.
El caos contiene sus primeros cuentos en los que todavía lo narrativo es estructurante del resultado final. No obstante, las descripciones minuciosas de personas, ambientes, costumbres, que caracterizarían a su cuentística, dramaturgia y novelística posteriores, ya aparecen en estos relatos. Como se dijo arriba, son cuentos en los que se nos refiere con cierta placidez y ningún asombro, situaciones de una gran extrañeza y de una crueldad extrema. El extrañamiento de esta presentación aumenta merced a varios recursos: la ironía, constante, con que se presentan las historias, el lenguaje refinado que contrasta con sus referencias a lo horroroso, lo caótico, lo extremadamente sádico. No solamente Wilcock no elude ningún tema, por siniestro o escabroso que parezca, sino que se ocupa de él hasta en sus más mínimos detalles. Y, esto es lo curioso y a la vez lo genial de su escritura, el lector no experimenta el rechazo que provoca, por ejemplo, la narrativa de Osvaldo Lamborghini (no se está comparando en detrimento de este último, Lamborghini trataba, justamente, de provocar rechazo).
Lo dicho no significa que el lector no experimente inquietud sino que en estos textos la inquietud surge del no saber qué vendrá después, surge de las contradicciones entre el tono de la referencia y lo referido.
Señalaremos como rasgo notable, la creación de situaciones de infortunio. Por dar ejemplos de este rasgo, "Hundimiento", "La noche de Aix" y "La fiesta de los enanos" presentan personajes arruinados ya sea física, mental o económicamente, estado al que llegaron debido a vejaciones de las que fueron víctimas por el sadismo de sus congéneres ("Vulcano") o por la confusión y la escasa inteligencia con la que suelen manejarse las potencias celestiales y abismales para regular la existencia de los hombres. Un eco proyectado del status de esos ex humanos se repetirá ampliado, desconectado de referencias narrativas, en cuentos de colecciones posteriores, de índole más descriptiva (El estereoscopio de los solitarios, El libro de los monstruos) y ligada, en este orden, a fondos consecuentes: ruinas arquitectónicas, estatuas irreconocibles por su deterioro, islas que se hunden, viviendas abandonadas e inevitables, plazas que alguna vez caracterizadas por su belleza sólo muestran, ahora, el crecimiento hostil del pasto, bancos rotos, pozos en los que caer significaría una muerte horrible, enredaderas que parecen movidas por una inteligencia animal.
En momentos de publicarse El Caos en Italia (Bompiani, 1960), Wilcock aclaró al lector que de los cuentos que leerían los más recientes habían sido escritos hacía quince años y treinta, los más distantes. Esta heterogeneidad se registra. Amén de los elementos que señalamos como perdurables, también se dan textos muy surrealistas y ejercicios de un estilo al que el autor no volvería ("La casa", "El escriba"). Todo esto hace del libro una suerte de álbum de bocetos que prosperarían junto a otros que, aunque meritorios siempre, serían abandonados por el autor.
La edición de La Bestia Equilátera (a cargo de Ernesto Montequin) es impecable, tanto en las versiones de cuentos que Wilcock había escrito en italiano como en cuanto a la historia y peripecias editoriales de cada uno de los cuentos contenidos.
Es de esperar que, de a poco, el mismo aparato erudito asista a nuevas reediciones de la vasta y variada obra de un autor imprescindible para que la crítica entienda ciertas tendencias literarias actuales y, no menos, para que el deleite de los lectores encuentre una base de afirmación más adecuada.
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