Año 5 / Número 22 / Diciembre 2017
El Batman de San Marcos Sierras
El epicentro de la era glaciar que se avecina está en Córdoba. Todo freak es un superhéroe o un iluminado, y el ánimo vernáculo se rige por las imposiciones de lo otro. Bob Chow nos ofrece en este relato exclusivo para Invisibles, una muestra más de su literatura, condensación de saberes y referencias en un mundo que aguarda la última experiencia humana.
El Batman de San Marcos Sierras surge desde los bosques de espinos y cactus llevando algo en el hueco de la mano: el batarang, un búmeran-shuriken con forma de murciélago que contiene un tranquilizante. El Batman de San Marcos dice que cazaba manualmente hipopótamos y cocodrilos en Kenya y Tanganyka y haber sido mercenario en la República Centroafricana. La poesía siempre hizo buena pareja con la guerra; la propiedad de este Batman, en medio del monte, recuerda a un atentado con coche bomba. Pregunto por su complemento.
–I was going to ask for Batgirl —digo.
La charla transcurre en idioma dominante anglosajón. Batman no se quita los abrojos de la capa, tal vez porque disfruta intensamente ser entrevistado. Batman, el Caballero Oscuro, tiene acento sudafricano. Se le escapa slang de Ciudad del Cabo: ag shame, bergie. Parece que fue, en sus inicios, un bergie, esto es, un vago que vivía en los bosques de Table Mountain. Pues no vamos a decir que esa trayectoria se haya torcido demasiado. Tampoco termino de entender su posición en la vida, aquello que hace interesante a una persona. Es un Kaapse Kleurling, «aclara». ¿Y cómo llegó a San Marcos Sierras, la capital de la miel y gran atractor de chiflados? Dice que «le gustaron las vibras».
—¿Las víboras?
—Las vibras.
Sigue con que sus ancestros fueron esclavos de las colonias holandesas y que además tiene sangre hotentote, «hombre de los hombres», una raza que aún vive en desiertos en los que llueve un metro por año, un deme aparte de los melanoafricanos. El primer Batman mestizo anda calzado; asegura tener un batarang sónico. Tal vez sea una frecuencia cuya entidad aún no se deja comprender.
—¿Hablas con chasquidos como tus antepasados? —pregunto.
Responde con un chasquido que suena también como un tartamudeo. En el Kalahari, «gran sed», la tierra de sus ancestros, nunca sobraron candidatos para la domesticación. Es fácil comprender por qué su batarang está envenenado. El Batman de San Marcos come lo que caza: cuises, grullas, pájaros, zorros. Le digo que quisiera hacerle una nota, filmar. Batman me da el OK mientras recibe un llamado en su baticelular.
—Una misión —dice, con rostro grave. Sus ojos están fijos como si mirasen el corazón de un hombre pesándose en una balanza—. La seguimos después.
—¿Te puedo acompañar? —digo.
--It would be dangerous —responde, seco y ya concentrado en lo que viene.
El bosque de espinos se lo traga. El Batman de San Marcos Sierras es un héroe posmoderno conectado pero que actúa mejor solo. Me pregunto por qué no usa su batimóvil construido a partir de la carrocería de un Auto Union abollado. O la batimoto Zanella. Clic, clic, clic. Con chasquidos, el bosquimano avisa a las víboras que incursionará en su territorio. ¿Por qué Batman? ¿Por qué usas el mismo camino que los animales salvajes?
–I was going to ask for Batgirl —digo.
La charla transcurre en idioma dominante anglosajón. Batman no se quita los abrojos de la capa, tal vez porque disfruta intensamente ser entrevistado. Batman, el Caballero Oscuro, tiene acento sudafricano. Se le escapa slang de Ciudad del Cabo: ag shame, bergie. Parece que fue, en sus inicios, un bergie, esto es, un vago que vivía en los bosques de Table Mountain. Pues no vamos a decir que esa trayectoria se haya torcido demasiado. Tampoco termino de entender su posición en la vida, aquello que hace interesante a una persona. Es un Kaapse Kleurling, «aclara». ¿Y cómo llegó a San Marcos Sierras, la capital de la miel y gran atractor de chiflados? Dice que «le gustaron las vibras».
—¿Las víboras?
—Las vibras.
Sigue con que sus ancestros fueron esclavos de las colonias holandesas y que además tiene sangre hotentote, «hombre de los hombres», una raza que aún vive en desiertos en los que llueve un metro por año, un deme aparte de los melanoafricanos. El primer Batman mestizo anda calzado; asegura tener un batarang sónico. Tal vez sea una frecuencia cuya entidad aún no se deja comprender.
—¿Hablas con chasquidos como tus antepasados? —pregunto.
Responde con un chasquido que suena también como un tartamudeo. En el Kalahari, «gran sed», la tierra de sus ancestros, nunca sobraron candidatos para la domesticación. Es fácil comprender por qué su batarang está envenenado. El Batman de San Marcos come lo que caza: cuises, grullas, pájaros, zorros. Le digo que quisiera hacerle una nota, filmar. Batman me da el OK mientras recibe un llamado en su baticelular.
—Una misión —dice, con rostro grave. Sus ojos están fijos como si mirasen el corazón de un hombre pesándose en una balanza—. La seguimos después.
—¿Te puedo acompañar? —digo.
--It would be dangerous —responde, seco y ya concentrado en lo que viene.
El bosque de espinos se lo traga. El Batman de San Marcos Sierras es un héroe posmoderno conectado pero que actúa mejor solo. Me pregunto por qué no usa su batimóvil construido a partir de la carrocería de un Auto Union abollado. O la batimoto Zanella. Clic, clic, clic. Con chasquidos, el bosquimano avisa a las víboras que incursionará en su territorio. ¿Por qué Batman? ¿Por qué usas el mismo camino que los animales salvajes?
● ● ●
Vuelvo hasta mi casita en El Rincón cerca de donde vive mi único amigo en San Marcos. Muchas amistades se han ido —al sitio más alejado— y la tendencia solo se irá pronunciando. Mi amigo también tiene aspecto de superhéroe y se llama El Marcado, un personal trainer de Entre Ríos que emigró un tiempo para trabajar en EE.UU. Una vez que consideró concluida su etapa en America decidió volver a la Argentina con una idea en mente: San Marcos Sierras, Córdoba. No sé exactamente qué lo convocaba a esa latitud y no a otra. ¿Que se mantuviera comparativamente virgen? ¿O que desde el aterrizaje de la Sociedad Teosófica en 1950 el valle adquiriese un prestigio de centro energético sin parangón? El Marcado cuenta que, unos días antes de emprender el regreso a la Argentina, visitó a un radiestesista tejano quien, además de captar radiaciones electromagnéticas, sabía moverse en el mundo de los negocios (tenía una propiedad de varias hectáreas y también una flota de autos Peugeot de colección). El Marcado posó su índice en el mapamundi del radiestesista para que el vidente suspendiera el péndulo sobre aquel punto geopolíticamente conocido como San Marcos Sierras.
--I salute the person you’ll become there —dijo el radiestesista. Su rostro iluminado ya no les ofrecía resistencia a la perplejidad ni a la veneración.
Fue a partir de aquel acontecimiento que El Marcado se empezó a llamar El Marcado. Hasta entonces, solo tenía marcados los músculos merced de las rutinas en el gimnasio. Ahora, El Marcado estaba «marcado» para una misión de otro orden.
El Marcado,
para una misión oscura.
El Marcado,
músculo de la locura,
elongado en ERKS.
● ● ●
ERKS (Encuentro del Remanente Kósmico Sideral), para quienes aún lo ignoren, es una ciudad intraterrena mistérica y oculta entre Capilla del Monte y San Marcos Sierras, la zona de interés donde la actividad humana pierde intensidad y el valle exhibe un ecosistema no tan distinto del que vieran los indios comechingones. Si el mito de una ciudad subterránea femenina resulta ingenuo sino delirógeno, no es menos verdadero que El Marcado se haya consagrado «guardián de ERKS». Fui testigo privilegiado de la ceremonia bajo un eclipse lunar, vulgarmente conocido como luna roja, una madrugada por lo demás fría. También atestigüé cómo El Marcado, alias el guardián de ERKS, fue acumulando herramientas de poder, brebajes alquimistas y horas de deprivación sensorial, dignas de Guantánamo, para estar aislado pero con «lo otro». A estas alturas, El Marcado está preparado para la última experiencia humana.
La última experiencia que le toca a la humanidad es, según El Marcado, sobrevivir a una nueva era glaciar. Mi amigo ya ha construido un iglú y dispone de los anoraks adecuados. Se ha entrenado para comer una vez cada tres días, siendo el aire su mayor y gozoso alimento (con eventuales postres de luz solar).
Los anunciantes del fin del mundo no se han puesto de acuerdo si nos extinguiremos por calor o frío. Para El Marcado, ese debate se vuelve trivial cuando ya le llegan postales de palmeras nevadas en Hawái.
Hoy mi pregunta a El Marcado es tangencial a la era de hielo.
—¿Lo conocés a Batman? —pregunto—. Me pareció un tipo interesante… Venirse hasta acá con la capa y la capucha.
—Buena onda —responde El Marcado—. Cuando pasa con el batimóvil, le digo «Chau Batman» y me responde: «Qué hacés, Superman».
Daría la impresión de que El Marcado dialoga profusamente con una especie de realidad paralela que, a falta de términos más precisos, podríamos llamar lo otro. Las espinas de los arbustos son musas, los sutiles cambios de la brisa, presagios. La naturaleza es pródiga en sentidos. El Marcado me dice que cuando, como ladrón en la noche, llegue el verdadero frío y la gente no tenga qué comer, los gatos y los perros se convertirán en las nuevas delikatessen. El Marcado tiene un perro, Chamán, a quien quiere como a un hijo. El Marcado tiene todo planeado: cuando Chamán corra riesgo de ser comido por vecinos hambrientos, le cortará las cuerdas vocales para que no llame la atención.
● ● ●
Hace calor, el invierno definitivo aún no se ha tomado el trabajo de visitar San Marcos Sierras. Voy por un camino que espero nunca conozca el asfalto. En este monte aún virgen, sobreviven los alacranes, las serpientes venenosas de bellos colores y las aves de cantos extraños. Pisando esta reliquia de lo agreste pienso en Batman y en Superman, es decir, en El Marcado. Pienso en la inminente glaciación y saco una conclusión provisoria:
—Claro, estos son los tipos que sobrevivirán.
● ● ●
En un presente desalentador, el futuro se ofrece como la única atracción, aunque sea ciertamente impredecible. El futuro es un secreto. Las camperas de alta montaña y los víveres enlatados aguardan la glaciación con ansiedad. Entre tanto, el calor duplica su cuota de sadismo.
En San Marcos Sierras, no hay día en que no ocurra algo.
—Batman está en cana —me cuenta El Marcado.
–-¿Qué pasó? Se rumorea que lo pescaron robando una heladera con freezer, objeto precioso ahora que la temperatura promedio ronda los 40 ºC.
—No sabía que le llegara la electricidad a su baticueva —digo, digiriendo la noticia.
¿No le alcanzaba con un heladera portátil como la que usaba el carnicero de Milwaukee? Con la excusa de hidratar por el calor, estamos en un bar bebiendo el único trago de la casa: el Trago Universal. En el caso del Batman preso no todo se reduce a refrigeradores. Podría existir un delito mayor. Se me antoja especular —sin prueba alguna— que, alineándose con la ola mundial, Batman también podría haber sido denunciado por abuso. Decido visitarlo a la cárcel de Cruz del Eje.
Hacia las siete de la mañana, me veo haciendo una cola junto a las visitas de presos de lo más bajo del tótem. Uno no siempre se incluye en los conjuntos en los que le toca estar. Absorbemos rayos ultravioletas un buen rato hasta que la fila decide moverse como un pesado animal prehistórico. Una vez dentro de la cárcel, la visita recién puede salir a la tarde. Cuando digo que vengo a ver a Batman, me separan de la fila y me hacen esperar sobre un piso enlosado muy desagradable.
—¿Qué relación guarda con el interno? —pregunta un zumbo que aparece casi por azar.
—Amistad.
Las amistades particulares, desde luego. Decir que vengo a hacerle una nota a Batman no hubiera servido como salvoconducto.
—Acompáñeme.
Se abren las rejas y atravesamos pasillos, el suboficial me confiesa que tienen un problema con el interno Batman.
—Cerró por dentro, no sabemos cómo, y no podemos entrar a la celda.
Llegamos a la baticelda. Dos uniformados miran sus celulares mientras un cerrajero, taladro en mano, lucha contra una puerta de metal. El suboficial me pide si puedo convencer a Batman de que abra por las buenas. Intento mirar por el ojo de la cerradura. No se ve nada, pero esto no quita que, por un instante, imagine el fulgor azulado del traje de Batman, ajustado como una piel de serpiente.
—Batman, Batman —digo y golpeo, casi simbólicamente, la puerta de metal. También explico a los policías por qué no uso el nombre de pila del preso—. En situaciones de estrés, conviene llamarle Batman.
Batman, simplemente Batman. Los policías asienten levemente. No hay nada en la situación que les interese.
—¿Y con qué pudo cerrar la puerta? —pregunto.
Todos los pensamientos que puedan tener los guardiacárceles se han escurrido ya. Se me ocurre apoyar la oreja sobre el metal al estilo indio. Lo que escucho es verdaderamente llamativo.
—¿Ustedes escuchan ese sonido? —pregunto.
Un policía me sorprende porque se acerca y me imita. A través de la puerta se escuchan los chasquidos de rana —esa letanía de clics— que le vi hacer a Batman en el monte.
Entonces… clic, clic, clic, clic, clic.
--Open the door, Batman —insisto—. Calm down, amigo.
Abre la puerta Batman, ¿por qué solo devuelves clic, clic, clic y más clic?
—Batman, Batman —digo y golpeo, casi simbólicamente, la puerta de metal. También explico a los policías por qué no uso el nombre de pila del preso—. En situaciones de estrés, conviene llamarle Batman.
Batman, simplemente Batman. Los policías asienten levemente. No hay nada en la situación que les interese.
—¿Y con qué pudo cerrar la puerta? —pregunto.
Todos los pensamientos que puedan tener los guardiacárceles se han escurrido ya. Se me ocurre apoyar la oreja sobre el metal al estilo indio. Lo que escucho es verdaderamente llamativo.
—¿Ustedes escuchan ese sonido? —pregunto.
Un policía me sorprende porque se acerca y me imita. A través de la puerta se escuchan los chasquidos de rana —esa letanía de clics— que le vi hacer a Batman en el monte.
Entonces… clic, clic, clic, clic, clic.
--Open the door, Batman —insisto—. Calm down, amigo.
Abre la puerta Batman, ¿por qué solo devuelves clic, clic, clic y más clic?
* Bob Chow nació en Buenos Aires en 1963. Publicó El momento de debilidad (Nudista, 2014), El águila ha llegado (Nudista, 2014), La máquina de rezar (Ed Marciana, 2016) y recibió el Premio La Bestia equilátera en 2016 por su novela Todos contra todos y cada uno contra sí mismo. En esta nota de Matías Raia analizamos su obra previa en Revista Invisibles.