Revista Invisibles
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Año 7 / Número 27 / Octubre 2019
Música

El asesino del romance: la delicadeza sin apuros


El asesino del romance es el último proyecto de Eduardo “Chueco” Ferrer, músico y cantante tucumano. En su reciente disco ,después, hay voces celestiales y el peso de una melancolía hipnótica. Un disco a campo traviesa. Engaña esa dulzura arropada en diez títulos, aunque no empalagan estas canciones. Historias en minúscula pero no mínimas. Melodías íntimas pero no intimidantes.

Por Gustavo Álvarez Núñez
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Todo parecería suceder en cámara lenta si nos ponemos a escuchar el segundo álbum de El asesino del romance, ,después –no, no leyó mal; esa coma antes del título, en minúscula y sin espacio… Pero primero lo primero: el disco, la escucha, antes que la coma sin espacio. Y después el ,después. No, no, el tango para otro momento: qué importa (el) después…

Los tiempos se aletargan. La sangre tiene otro peso en su trayecto por el cuerpo. Los poros traslucen la resina de una levedad congénita. La mirada es tenue. La jornada se dispersa. Como un aleteo. Como un aleteo de la felicidad. Como un cosquilleo. Como un cosquilleo de humo. El halo de una sonrisa. Voces dispuestas en la mesa.

El asesino del romance –la minúscula es una de las marcas de identidad del combo– es el último proyecto de Eduardo “Chueco” Ferrer, músico y cantante tucumano. En Buenos Aires desde 2002, el Chueco es parte de esa oleada regenerativa del cancionero indie que trajo aparejada la invasión a Buenos Aires del “jardín de la república” –Diosque, Bruno Masino, el sello YoConVoz, Luchi Tagliapietra y José Miel, son parte de esa caterva– cuando arribó como parte de Klemm –el dúo que componían en principio con Federico Carlorosi–. Un EP, un simple y un álbum (Salir... pasear, 2009): así la vida para el otro Klemm.

El Chueco, luego, armó Posavasos junto con Cecilia Kang –compañera de andanzas también en El asesino… y directora del documental Mi último fracaso (2017), entre otras entregas– y Javier Belziti –ex Electrón y también ex Los Brujos–. Tres trabajos en su haber: los discos Demolición Inmediata (2011) y Luces con delay (2014), y el EP Yuyo (2012). En medio de presentaciones por aquí y por allá, el “bocalista” Ferrer se encontró con material que no tenía cabida en Posavasos y empezó a fogonear esas canciones bajo el alias de El asesino del romance. La clave: el cordel de voces, la simbiosis entre duplas vocales, ese registro al que varios grupos pop españoles le han sacado punta y coma.

“Después la banda fue mutando, pasaron muchos integrantes y finalmente quedó esta formación mixta y unisex. Me parece muy piola porque hay diferentes sensibilidades y creo que eso aporta un montón al sonido de la banda”, dice el Chueco haciendo referencia al componente femenino de El asesino…: la citada Cecilia Kang, voz y sintetizador; Carmen Rolandi, voz y bajo; y  Delfina Peydro, guitarra eléctrica, voz y sintetizador. Esta nueva aventura, ,después, contó con la producción de Damián Cubilla –Te King y guitarrista inspirado– y la mezcla de James Stonehewer. Gustavo Obligado –saxos y programación– y Yago González –batería, percusión– completan la banda.

En 2016, y también en minúscula, en plena fuga fue el comienzo de este avistaje en zonas de choques, de conflictos, de remembranzas, de anhelos. La poesía del corazón “broto” en manos de acordes luminosos. Esa podría ser la gota que irrumpe en el vaso que se convida. Sin embargo, antes de la llegada del nuevo álbum, El asesino… mostró sus bríos en dos singles: en tu jardín (2018) y boca grande, lanzado minutos antes que salga el tren ,después. 
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Los integrantes de "El asesino del romance"

​Si se hace un paneo por el mundo virtual, es posible hallar en un portal peruano un comentario sobre una hermosa canción como “Carga pasajera” (una de las gemas de este segundo álbum): “Es una canción que te fulmina. En su delicadeza pop aguarda una tormenta emocional delatada a través de las palabras, de las referencias a la fragilidad de nuestras dinámicas sociales, de la consciencia sobre cómo el tiempo lo modifica todo. Una canción conmovedora que tiene de triste pero también de luminosa, como si nos hablara desde la sensatez luego de sobrevivir a la desazón”.

Hay que decirlo. ,después es un disco que podría burlarse de quien se acerca a él. El tono dulce engaña. Cierta afabilidad engaña. Cierta afabilidad disfraza una serie de lienzos zurcidos en sangre, en dolor, en espera. Historias atravesadas por puñales y enredos, por horas perdidas y sueños erizados, individualismo cansino y derrotero contenido, noches insignificantes y amaneceres somnolientos. Aunque todo contado y cantando como si mañana fuese mejor…
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Las voces celestiales, el falsete en su trajín, el peso de una melancolía hipnótica. Y esa penumbra entre orquestal y medio tempo. Un disco a campo traviesa. Sí, engaña esa dulzura arropada en diez títulos en minúscula. Aunque no empalagan estas canciones. Todo lo contrario. Historias en minúscula pero no mínimas. Melodías íntimas pero no intimidantes. La delicadeza no tiene por qué ser sofisticada para ser delicadeza, ni estar montada en una fragilidad inaudita.
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Eduardo "Chueco" Ferrer

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​​¿Cómo es que el disco empieza con un tema denominado “epílogo” y cierra con otro llamado “etc.”? Ni hablar del título: ,después…
Eduardo “Chueco” Ferrer: Cuando por fin terminamos el disco, lo escuchamos muchas veces y finalmente armamos el orden de las canciones. Entonces se lo pasamos a James Stonehewer, que lo había mezclado, masterizado y coproducido a la distancia para que lo nivele. Pero a él no le gustó nada ese orden. Nosotros  queríamos empezar con “Pacto de olivo” ya desde el momento que la grabamos: ese era el tema uno aunque él nos decía que no, que era una canción muy para abajo; que empecemos mejor con alguna más ganchera.

¿Y cómo resolvieron este conflicto?
Como no queríamos ceder, discusiones van, discusiones vienen, James nos mandó un audio con pedazos de pistas de diferentes temas que armaban una torta psicodélica medio soundtrack que nos gustó mucho. Entonces decidimos ponerla como track uno y titularla “epílogo”, porque es más o menos eso, un resumen y un desenlace de la obra. Creo que a él tampoco le gustó a idea pero a nosotros nos cerró más el disco como concepto. Por eso decidimos terminar el disco con unos coros sueltos, muy Beach Boys.

¿Y el título ,después?
Es un poco un capricho literario. Me encanta esa palabra y me gustaba mucho la coma antes porque no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Yo estaba muy contento con el nombre del disco y en un momento se lo comenté a un amigo que me dice: “Ahh, como el disco de Melero”. “¡Nooo!”, pensé en ese momento. Qué bajón. Es cierto, hay un disco de Daniel Melero de 2005 que se llama de ese modo. Sin embargo, la coma adelante me daba esa licencia. Por eso quedó así.

¿El asesino del romance es una anomalía dentro del pop local? Porque hay cierto toque irónico en ciertos detalles del nuevo trabajo, pero tanto el imaginario como el aspecto sonoro del álbum están cargados de un dramatismo existencial llevadero pero dramatismo al fin.
Es cierto que las canciones están cargadas de un dramatismo existencial. Es algo que se dio naturalmente en la interpretación de las canciones. No fue algo buscado: yo compongo las canciones con la guitarra  y me gusta mucho cantar a viva voce y quizá por eso queda ese tono exagerado.

El momento culminante es una canción como “9:59”, que tiene ese carácter intimista de una parte del álbum. Como un cuadro de Edward Hopper. Pero a la vez está diciendo otra cosa. Pienso en la caja rítmica, la percusión exigua, la voz susurrante, la línea de guitarra arrastrada. Todo se puede ir al diablo pero “no tengo apuro”, como cantan…
Con “9:59” nos salió esa “melancoliapopintimista” de las canciones de Slowdive, Cocteau Twins o My Bloody Valentine, pero veinte años después. Nos reíamos de estar haciendo una canción tipo shoegaze tan tarde. En verdad, por suerte no tenemos prejuicios con la música y los estilos. No buscamos sonar actuales o de determinada manera. Inclusive casi siempre nos remitimos a bandas bastantes viejas.
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