Año 7 / Número 25 / Marzo 2019
La conquista de lo vacuo
En medio del Himalaya, dos sherpas conversan mientras observan el cuerpo inerte de un turista en la nieve. Eso es todo. Sin embargo, la novela es un artefacto complejo construido con una destreza sorprendente. Los capítulos despliegan un universo tan atractivo como el abismo que nos atrapa en la primera página. Estamos frente a una proeza literaria donde la verdadera conquista se da sobre la palabra.
La tercera novela de Sebastián Martínez Daniell lleva a quien la lea de viaje por el Himalaya. Es muy fuerte la sensación de estar ahí, en los parajes gélidos y ventosos de las montañas nepalesas. Se va conformando por acumulación de capítulos diversos –en tono, contenido y extensión- que se conectan entre sí estructurando un universo de lectura múltiple.
En los más de cien capítulos que componen la novela, hay una sola línea argumental sincrónica que, como un hilo tenso, sostiene todo lo demás y apenas dura unos minutos. Se trata de un breve diálogo que se despliega de a poco y se completa justo antes del final, entre el sherpa joven y el sherpa viejo, los protagonistas.
El delineado de los dos personajes principales aparece intercalado a lo largo del relato, va y viene entre pensamientos y sucesos de la vida de cada uno. Por un lado, el sherpa joven proviene de una familia pobre y trabaja como guía desde los quince años, su padre murió y piensa lejos de donde está porque quiere dedicarse a otra cosa: su anhelo es abandonar la montaña. También aparecen como recuerdos las acotaciones escénicas que su profesora de teatro le hizo para su papel en la obra escolar Julio César de Shakespeare. Por otro lado, el sherpa viejo, que no es tan viejo ni tan sherpa, no es originario del Himalaya sino que se mudó allí para adoptar la profesión de guía. Hace seis años que llegó y aún no pudo hacer ninguna cumbre. Se narra además una relación de su pasado con una mujer llamada Coneja con la que no llegó a concretar nada. Es un personaje marcado por la frustración y expresa un profundo desprecio por los turistas europeos.
Las otras líneas argumentales que construyen progresivamente la particularidad de esta novela nos dan una idea histórica, geográfica y política de la vida en el Himalaya. Los hombres blancos que insisten en hacer cumbre como un ejercicio de egotismo o en el caso de la corona británica, como símbolo de la expansión imperial.
Hay un sesgo social al describir las condiciones en que trabajan los sherpas y cómo entra en juego el racismo hacia ellos. Es un mundo invertido donde los héroes son los blancos que hacen cumbre, cuando en realidad son los sherpas los expertos en subir montañas y quienes se arriesgan diariamente por poco dinero para guiar turistas.
Los montañistas que intentan reinar sobre la cima del mundo porque nada les alcanza, en su afán de conquista desprecian la vida, como es el caso del inglés que yace desparramado en una saliente de roca y cuyo cuerpo los sherpas observan para entender si está o no muerto. Nos dice el narrador al respecto: “No es autosuperación, como ellos se excusan. Todo lo contrario, superación sería prescindir de los objetos”, y con esto hace un guiño sobre los sherpas, que llevan una vida austera y para quienes lo importante se produce cuando comienzan el descenso de la montaña y no al revés.
Dos sherpas es un artefacto complejo montado con una destreza sorprendente. La prosa precisa y detallada avanza del mismo modo que progresan los capítulos para construir un libro tan atractivo como el abismo que nos atrapa desde la primera página. Estamos frente a una proeza literaria inusual donde la verdadera conquista se da sobre la palabra.