Año 4 / Número 17 / Julio 2016
De boca en boca
Crónica de la marcha #NiUnaMenos, a través de un recorrido por las canciones que se elevaron contra diferentes formas de violencia hacia las mujeres, tomando como epicentro el reclamo por la legalización del aborto.
La fuerza de una convocatoria política suele medirse por la cantidad de manifestantes que se reúnen en un lugar determinado, a una hora pautada, para hacer visible su reclamo. Los medios de comunicación trabajan la cobertura a partir de la materia prima de los cuerpos y las consignas que se ponen a circular. Pancartas, carteles, imágenes proyectadas, banderas, remeras, panfletos, pañuelos anuncian los mensajes que las voces salen a gritar. El despliegue de proclamas necesita esta dimensión gráfica, visual, eficaz. Pero hay también una parte no tan evidente, aunque igual de intensa, que se percibe en las vibraciones de una marcha. Quiero decir: en los sonidos que retumban, en los ruidos que sacuden, los aplausos y las canciones que se lanzan por el aire y que siguen resonando, aunque las fotografías y las cámaras no los alcancen a registrar.
En la enorme movilización del 3 de junio pasado, la calle volvió a colmarse para exigir “Ni una menos”, contra la violencia machista, cuyo caso más extremo es el femicidio y el principal –aunque, desde luego, no el único– responsable, el Estado. La diversidad de las demandas que se extendieron a lo largo de todo el país, unidas por reivindicaciones históricas de los movimientos feministas, había sido anticipada en los hashtags #VivasNosQueremos, #LibertadparaBelen, #JusticiaPorMicaela, #EmergenciaNacionalYA, #BastaDeFemicidios, #Quere- mosSerQuerella, #ArgentinaUnPaísFemicida, #SinLasTravasNoHayNiUnaMenos, #Nomasviolencia, Sin #AbortoLegal no hay #NiUnaMenos. Estas etiquetas sintetizan la urgencia del reclamo para que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial se hagan responsables de defender la vida de las mujeres.
Cuando llegué al punto de encuentro de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, una de las organizadoras me entregó el pañuelo verde con la frase “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. También me dio una hoja de papel con un cancionero.
Comenzamos a caminar desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo cerca de las seis de la tarde. Había llovido antes y siguió lloviendo al día siguiente, pero, por suerte, el frío de ese viernes fue con sol.
Frente a la persistencia de un patriarcado criminal, que se encarna en experiencias cotidianas, la forma de enfrentarlo a través de las palabras entonadas en la manifestación colectiva se aleja rotundamente de la victimización; estalla en un canto firme, con componentes justos de compromiso, inteligencia y sentido del humor.
En la enorme movilización del 3 de junio pasado, la calle volvió a colmarse para exigir “Ni una menos”, contra la violencia machista, cuyo caso más extremo es el femicidio y el principal –aunque, desde luego, no el único– responsable, el Estado. La diversidad de las demandas que se extendieron a lo largo de todo el país, unidas por reivindicaciones históricas de los movimientos feministas, había sido anticipada en los hashtags #VivasNosQueremos, #LibertadparaBelen, #JusticiaPorMicaela, #EmergenciaNacionalYA, #BastaDeFemicidios, #Quere- mosSerQuerella, #ArgentinaUnPaísFemicida, #SinLasTravasNoHayNiUnaMenos, #Nomasviolencia, Sin #AbortoLegal no hay #NiUnaMenos. Estas etiquetas sintetizan la urgencia del reclamo para que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial se hagan responsables de defender la vida de las mujeres.
Cuando llegué al punto de encuentro de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, una de las organizadoras me entregó el pañuelo verde con la frase “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. También me dio una hoja de papel con un cancionero.
Comenzamos a caminar desde el Congreso hasta la Plaza de Mayo cerca de las seis de la tarde. Había llovido antes y siguió lloviendo al día siguiente, pero, por suerte, el frío de ese viernes fue con sol.
Frente a la persistencia de un patriarcado criminal, que se encarna en experiencias cotidianas, la forma de enfrentarlo a través de las palabras entonadas en la manifestación colectiva se aleja rotundamente de la victimización; estalla en un canto firme, con componentes justos de compromiso, inteligencia y sentido del humor.
"Somos malas. Podemos ser peores"
Las letras que sonaron en la marcha tienen un mensaje claro y contundente: el aborto es un derecho que el Estado laico debe garantizar.
Guiado por una voz cantante, segura, alentadora, el coro avanza con irreverencia. Acá no importa si una es soprano, contralto o mezzo (o tenor, barítono o bajo): las voces que se multiplican van tramando un grito desinhibido que, gracias a la mezcla de la multitud y la sincronía, suena increíblemente afinado. En el umbral de materia y significado, los sonidos vociferados exceden significaciones estandarizadas. El chillido agudo, a lo indio, con el golpeteo de la mano sobre la boca, simboliza ese peculiar “mestizaje” que integra el movimiento y alerta a todos de su presencia.
Sin bemoles, vamos recorriendo melodías populares muy conocidas a través de letras blasfemas que desacomodan sus orígenes. Una verdadera profanación, que me recuerda las palabras de presentación de una canción de Liliana Felipe: “Si la Inquisición me hubiera juzgado, habría sido por: hereje, apóstata, materialista, libertina, sediciosa, cismática, blasfema, presbilesbiana, testícula de Jehová, antiperonista, rebelde, pertinaz, contumaz, y puta.” Del folklore andino hasta la cumbia, del rock y el himno de hinchada a la música infantil, los cánticos condensan el deseo de movernos hacia la acción, hacia un horizonte de libertad y de placer: un desafío que pone al cuerpo en escena.
Madejas de acentos, matices y afectos, las canciones nos hacen partícipes de una especie de ritual “degenerado”, incómodo e inconveniente. “Olé, olé, olé, olá. Olé, olé, olé, olá. Aborto libre y legal ya, y que los curas se vayan a laburar” es un buen ejemplo, inspirado en los cantos del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, para empezar el recorrido por esta cartografía musical disidente.
Algunas canciones toman la música de las revueltas en contra de la represión policial, como el emblemático caso de Walter Bulacio1, que fue detenido en 1991 en un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: “Yo sabía, yo sabía, que a los violadores los cuida la policía. ¡Yo sabía!” El accionar sistemático de las fuerzas represivas del Estado se conecta, por medio de esta música, con el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por miembros del clero: “Sí, señoras, sí, señores, prohíben el aborto los curas abusadores, ¡de menores!” El canto atraviesa el silencio cómplice de la jerarquía católica.
Otros le ponen una primera persona feminista a las canciones para niños. “Arroz con leche, yo quiero abortar, en condiciones dignas en el hospital, con misoprostol, con intervención, de la forma que sea es mi decisión”. La canción tradicional, que invoca el vetusto modelo de mujer a lo Susanita, se da vuelta como un guante. Y queda sonando: ¿quién era ese que se quería casar con la señorita, si era yo la que lo cantaba?
Una muchacha mira la marcha desde el balcón. “Mujer, escucha, únete a la lucha. Mujer, escucha, únete a la lucha”, le decimos. Se mete en la casa, cierra la persiana, la dejamos de ver. Minutos después, viene a caminar al lado nuestro y, luego de tomar un poco de aire para recuperar el aliento por haber bajado las escaleras a las corridas, también se pone a cantar, con la música de “Muriendo de plena”, del Negro Rada, en la parte que dice: “Porque yo en la vida he sido feliz, prefiero morirme comiendo perdiz”: “Salimo’a la calle, salimo’a luchar por aborto libre, seguro y legal”.
El carnavalito intensifica las ganas de bailar. La fiesta popular es también feminista. Con la melodía de “El humahuaqueño” (“Llegando está el carnaval, quebradeño mi cholitay...”), cantamos: “Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley. Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley. Basta de patriarcado y que nos digan lo que hay que hacer. Aborto libre y gratuito para que decida la mujer”.
Guiado por una voz cantante, segura, alentadora, el coro avanza con irreverencia. Acá no importa si una es soprano, contralto o mezzo (o tenor, barítono o bajo): las voces que se multiplican van tramando un grito desinhibido que, gracias a la mezcla de la multitud y la sincronía, suena increíblemente afinado. En el umbral de materia y significado, los sonidos vociferados exceden significaciones estandarizadas. El chillido agudo, a lo indio, con el golpeteo de la mano sobre la boca, simboliza ese peculiar “mestizaje” que integra el movimiento y alerta a todos de su presencia.
Sin bemoles, vamos recorriendo melodías populares muy conocidas a través de letras blasfemas que desacomodan sus orígenes. Una verdadera profanación, que me recuerda las palabras de presentación de una canción de Liliana Felipe: “Si la Inquisición me hubiera juzgado, habría sido por: hereje, apóstata, materialista, libertina, sediciosa, cismática, blasfema, presbilesbiana, testícula de Jehová, antiperonista, rebelde, pertinaz, contumaz, y puta.” Del folklore andino hasta la cumbia, del rock y el himno de hinchada a la música infantil, los cánticos condensan el deseo de movernos hacia la acción, hacia un horizonte de libertad y de placer: un desafío que pone al cuerpo en escena.
Madejas de acentos, matices y afectos, las canciones nos hacen partícipes de una especie de ritual “degenerado”, incómodo e inconveniente. “Olé, olé, olé, olá. Olé, olé, olé, olá. Aborto libre y legal ya, y que los curas se vayan a laburar” es un buen ejemplo, inspirado en los cantos del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, para empezar el recorrido por esta cartografía musical disidente.
Algunas canciones toman la música de las revueltas en contra de la represión policial, como el emblemático caso de Walter Bulacio1, que fue detenido en 1991 en un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota: “Yo sabía, yo sabía, que a los violadores los cuida la policía. ¡Yo sabía!” El accionar sistemático de las fuerzas represivas del Estado se conecta, por medio de esta música, con el encubrimiento de los abusos sexuales cometidos por miembros del clero: “Sí, señoras, sí, señores, prohíben el aborto los curas abusadores, ¡de menores!” El canto atraviesa el silencio cómplice de la jerarquía católica.
Otros le ponen una primera persona feminista a las canciones para niños. “Arroz con leche, yo quiero abortar, en condiciones dignas en el hospital, con misoprostol, con intervención, de la forma que sea es mi decisión”. La canción tradicional, que invoca el vetusto modelo de mujer a lo Susanita, se da vuelta como un guante. Y queda sonando: ¿quién era ese que se quería casar con la señorita, si era yo la que lo cantaba?
Una muchacha mira la marcha desde el balcón. “Mujer, escucha, únete a la lucha. Mujer, escucha, únete a la lucha”, le decimos. Se mete en la casa, cierra la persiana, la dejamos de ver. Minutos después, viene a caminar al lado nuestro y, luego de tomar un poco de aire para recuperar el aliento por haber bajado las escaleras a las corridas, también se pone a cantar, con la música de “Muriendo de plena”, del Negro Rada, en la parte que dice: “Porque yo en la vida he sido feliz, prefiero morirme comiendo perdiz”: “Salimo’a la calle, salimo’a luchar por aborto libre, seguro y legal”.
El carnavalito intensifica las ganas de bailar. La fiesta popular es también feminista. Con la melodía de “El humahuaqueño” (“Llegando está el carnaval, quebradeño mi cholitay...”), cantamos: “Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley. Si el papa fuera mujer, el aborto sería ley. Basta de patriarcado y que nos digan lo que hay que hacer. Aborto libre y gratuito para que decida la mujer”.
“Aborto sí, aborto no, ¡eso lo decido yo!”
Cruzamos la Avenida 9 de Julio sin tener que esperar los semáforos ni esquivar el Metrobús. Nos estamos aproximando a la plaza más antigua de Buenos Aires, el principal emblema de las conquistas revolucionarias y el escenario histórico de las luchas políticas. La columna pasa por la Catedral Metropolitana, donde el Papa Francisco, cuando era Jorge Bergoglio, ofició la misa durante décadas y, desde sus sermones reaccionarios, alentó la “guerra de Dios” para oponerse, por ejemplo, al matrimonio igualitario, que calificó como “una movida del Diablo”. A su entorno también le dedicamos un canto con aires ricoteros: “A la Iglesia Católica Apostólica Romana, que se quiere meter en nuestra cama, le decimos que se nos da la gana de ser putas, travestis y lesbianas.” En la “a” de lesbianas ya empiezan a latir los saltos del pogo que explota en esta parte: “Aborto legal, en el hospital, aborto legal, en el hospital.” No hacen falta bombos que marquen ninguna medida. El ritmo de cada una va tomando el pulso de la ola hermanada.Entre tema y tema, algunos cantos breves hacen las veces de enlaces. Al ya clásico: “¡Saquen sus rosarios de nuestros ovarios!”, le sigue: “¡Iglesia, basura, vos sos la dictadura!”
El secuestro de mujeres y niñas en democracia a manos de las redes de trata con fines de explotación sexual es repudiado a través del canto: “No están perdidas. No están perdidas. Son desaparecidas para ser prostituidas”, que había sido exclamado por diferentes organizaciones feministas y sociales, que promovieron el uso del término “femicidio”, en las manifestaciones por la aparición con vida de Fernanda Aguirre, Andrea López, Florencia Pennachi, Florencia Sire, María Victoria González Ríos, María Auxiliadora Figueredo, Ramona Nicolaza “Peli” Mercado, María Elena Moreno, María Luz Galarza, María Cristina Quevedo Luquez; tras el fallo que dejó absueltos a los trece imputados por la desaparición de Marita Verón en Tucumán; contra la violencia hacia las mujeres y los femicidios denunciados por La Casa del Encuentro... ¿Qué más hacer con tanta ira e indignación, si no cantar? El dolor se expresa en un grito de denuncia. Como dice Marta Gómez: “Si el nido de mi garganta no se volviera canción, ¿a dónde me llevarían mis pies y mi corazón?”
La franqueza que atraviesa al tono de las letras, combinada con la música popular, se convierte en una forma punzante de burla. “Vamo’a organizarnos compañeras, atrás de la Campaña, somos todas aborteras. No más objetores de conciencia, ni aborto clandestino, por mi cuerpo yo decido”, retoma las estrofas de aliento de una tribuna futbolera.
La cumbia villera es apropiada en clave antisexista. Otra canción toma la melodía de “La piba lechera”, de Los pibes chorros: “Opus Dei, qué facho que sos, apoya dictadura, pide la mano dura en el nombre de Dios. Cristo Rey, no nos jodas más, andá con tu familia que te espera la biblia, dejá coger en paz.” Ahora viene la parte de la agitación de la mano en alto, mientras el torso se menea: “Dejate de joder, no sos antiabortista, vos sos fundamentalista. Las mujeres queremos decidir, y la iglesia se tiene que ir.” Podemos escandalizarnos con la misoginia explícita que reproduce la canción original, o podemos confrontarla desde adentro con audacia.
Las canciones contienen una parte clave de la historia oral del movimiento de mujeres que impulsó la marcha adhiriendo a la convocatoria. Envuelven los eventos y colorean un clima físico de afectos compartidos. Las repeticiones, los silencios, las tonalidades desbordan repertorios particulares y actualizan en cada manifestación pública los armónicos de un pasado que reclama voces que lo expresen.
Una de las que más me gusta es la que toma la melodía de “El orangután”, de la Sonora Santanera: “La cumbia del patriarcado la bailan los clericales... La cumbia del patriarcado la bailan los clericales. ¡A luchar, a luchar, por el aborto legal, a luchar a luchar, por el aborto legal!”
Imposible quedarnos quietas.
El secuestro de mujeres y niñas en democracia a manos de las redes de trata con fines de explotación sexual es repudiado a través del canto: “No están perdidas. No están perdidas. Son desaparecidas para ser prostituidas”, que había sido exclamado por diferentes organizaciones feministas y sociales, que promovieron el uso del término “femicidio”, en las manifestaciones por la aparición con vida de Fernanda Aguirre, Andrea López, Florencia Pennachi, Florencia Sire, María Victoria González Ríos, María Auxiliadora Figueredo, Ramona Nicolaza “Peli” Mercado, María Elena Moreno, María Luz Galarza, María Cristina Quevedo Luquez; tras el fallo que dejó absueltos a los trece imputados por la desaparición de Marita Verón en Tucumán; contra la violencia hacia las mujeres y los femicidios denunciados por La Casa del Encuentro... ¿Qué más hacer con tanta ira e indignación, si no cantar? El dolor se expresa en un grito de denuncia. Como dice Marta Gómez: “Si el nido de mi garganta no se volviera canción, ¿a dónde me llevarían mis pies y mi corazón?”
La franqueza que atraviesa al tono de las letras, combinada con la música popular, se convierte en una forma punzante de burla. “Vamo’a organizarnos compañeras, atrás de la Campaña, somos todas aborteras. No más objetores de conciencia, ni aborto clandestino, por mi cuerpo yo decido”, retoma las estrofas de aliento de una tribuna futbolera.
La cumbia villera es apropiada en clave antisexista. Otra canción toma la melodía de “La piba lechera”, de Los pibes chorros: “Opus Dei, qué facho que sos, apoya dictadura, pide la mano dura en el nombre de Dios. Cristo Rey, no nos jodas más, andá con tu familia que te espera la biblia, dejá coger en paz.” Ahora viene la parte de la agitación de la mano en alto, mientras el torso se menea: “Dejate de joder, no sos antiabortista, vos sos fundamentalista. Las mujeres queremos decidir, y la iglesia se tiene que ir.” Podemos escandalizarnos con la misoginia explícita que reproduce la canción original, o podemos confrontarla desde adentro con audacia.
Las canciones contienen una parte clave de la historia oral del movimiento de mujeres que impulsó la marcha adhiriendo a la convocatoria. Envuelven los eventos y colorean un clima físico de afectos compartidos. Las repeticiones, los silencios, las tonalidades desbordan repertorios particulares y actualizan en cada manifestación pública los armónicos de un pasado que reclama voces que lo expresen.
Una de las que más me gusta es la que toma la melodía de “El orangután”, de la Sonora Santanera: “La cumbia del patriarcado la bailan los clericales... La cumbia del patriarcado la bailan los clericales. ¡A luchar, a luchar, por el aborto legal, a luchar a luchar, por el aborto legal!”
Imposible quedarnos quietas.
1 El documental Yo sabía, que a Walter lo mató la policía (2011), coproducido por TVPTS y CORREPI, se puede ver online aquí.