Revista Invisibles
  • HOME
  • Números Anteriores
  • Staff
Año 8 / Número 28 / Mayo 2020
crónica

Una buena semana en La Paz


Desde Bolivia, el escritor Mario Murillo registra metódicamente las actividades que ocupan su tiempo, en la ciudad de La Paz, antes del aislamiento definitivo. En esa calma que parece transcurrir la vida, y que el narrador documenta en esta crónica, la realidad se nos presenta como suspendida fuera del tiempo, fuera del caos, hasta la última frase, que nos devuelve al presente.

Por Mario Murillo
Imagen
Calvario. Imagen de Diego Loayza
  
 Para Ximena y mis amigxs
Una buena semana en La Paz el lunes por la mañana caminaríamos con Ximena desde Sopocachi, por la avenida Ecuador, hasta el Monoblock Central de la Universidad Mayor de San Andrés. Cruzaría los dos patios hasta llegar a la Carrera de Sociología. Allí daría clases toda la mañana con gusto.  
A medio día bajaríamos en el auto, primero por la avenida Kantutani y después por la Costanera, hacia Alto Següencoma para almorzar en casa de mis padres. Con ellos y mis hermanos comeríamos chairo con chalona y chajchu. Me quedaría toda la tarde con mis sobrinos. Jugaría fútbol y hablaría de Messi con Agustín, inventaríamos un restaurante con Mateo, caminaría con Lara.
Más tarde bajaría la avenida Las Retamas hacia Bajo Següencoma. Desde las 8 de la noche jugaríamos algunas fechas, como cada lunes hace más de diez años, del campeonato de fútbol en play station que tenemos con los amigos. Serían cuatro, cinco horas de partidos, humo, cervezas, hamburguesas, incertidumbres en la tabla de posiciones, el miedo al descenso y su castigo: el brebaje.
El martes por la mañana, desde una cabina de la línea plateada del teleférico, vería a La Paz allí abajo, incrustada en medio de la quebrada, y poco después, en una de la línea morada, llegaría al centro, a pocos pasos de El Prado. Caminaría un poco y me encontraría con Alfredo y Mauricio en las puertas del Mercado Lanza, en la plaza San Francisco, para comprar libros usados. Después haríamos fila en la puerta de Popular. Poco después disfrutaríamos de un almuerzo glorioso con Ximena, Alba María, Vicky y Godofredo.
En la tarde, con el Illimani cuidándome desde la ventana, pijchando coca de Apa Apa, escribiría sobre la primera mitad de los años ochenta en La Paz. Perla, todo el tiempo sentada al lado del escritorio, se levantaría a las 16:30 y me molestaría para salir; caminaríamos, poco después, por el Montículo. En la noche Silvia vendría a visitarnos. Charlaríamos del Tambo y de libros, pijchando felices. Antes de irse se prestaría varias novelas que leerá vorazmente. 
Imagen
Esquina. Imagen de Diego Loayza
El miércoles recorrería el mismo camino a la Universidad. Hablaría de Almaraz y Zavaleta, hablaría de Simmel. Fumaría un cigarro antes de que acabe la clase.
A medio día cocinaría queso humacha con koa en vez de huacataya y almorzaríamos con Ximena. Por la tarde cruzaría los puentes trillizos y recorrería la avenida René Zavaleta para visitar a Alison en Pampahasi. Me contaría cómo avanza su próxima novela, me hablaría de Sayyida Bartolina. Le compraría la mejor coca del mundo y volvería a mi casa con el olor delicioso de las hojas frescas inundando el auto.
En la noche desde la Pedro Salazar caminaríamos con Juan Pablo hacía Miraflores. Cruzaríamos el puente de las Américas, subiríamos la avenida Saavedra y llegaríamos al estadio Hernando Siles para ver jugar al Bolívar en Copa Libertadores. En la bandeja alta de Preferencia me sentaría con los amigos, como antes me senté allí con mi abuelo y mi tío.  
El jueves por la mañana subiría a pie a Tembladerani y comería salteñas con el maestro Gabriel en medio del huerto del Tambo Colectivo. Me contaría historias, me haría reír.
Por la tarde escribiría estimulado por la coca fresca. De nuevo el Illimani, Perla, el Montículo. En la noche cruzaría la calle y compraría anticuchos de Lupito. Volvería a casa y vería a Ximena sentada trabajando en su escritorio. Comeríamos viendo Seinfeld.
El viernes por la mañana leería tesis, corregiría trabajos, revisaría exámenes. Hablaría por teléfono con Christine, le pediría consejos.
Imagen
Ladera. Imagen de Diego Loayza
 ​A mediodía, por el mismo recorrido hacía el sur, bajaría a la calle 15 de Calacoto para almorzar con mis tías. Comeríamos thimpu de cordero en medio de recuerdos, noticias y discusiones. 
Por la tarde escribiríamos con Diego. Reiríamos sin pausa, entre cervezas, mientras revisamos páginas de nuestra novela La isla trasnochada, llenamos la pizarra y evocamos a los personajes. Más tarde llegaría Viviana con más cervezas. Ximena se sumaría y nos sentaríamos a charlar hasta tarde.
El sábado por la mañana me alistaría para el partido del Leeds United de Marcelo Bielsa. Gilmar me enviaría el link para verlo en internet. Disfrutaría el trepidante movimiento de la pelota y sufriría de nervios.
A medio día cruzaríamos los puentes trillizos rumbo a Alto Obrajes para almorzar con la familia de Ximena. Comería jolke y buscaríamos bichos con Mia e Ian. Después, por la tarde, jugaríamos videojuegos con Amaru y Eduardo tomando cervezas. Comentaríamos libros, ideas, nuevas, mientras nos turnamos el control avanzando las aventuras de Link en Zelda.
Por la noche vendrían a cenar tantos amigos queridos. Cocinaría pasteles de quinua y Ximena prepararía los chuflays más deliciosos del mundo.
El domingo no tendría chaki y por la mañana jugaría fútbol en Cota Cota en el campeonato de la Universidad. Nuestro equipo, la Facultad de Ciencias Sociales, ganaría y después iríamos a tomar unos refrescos.
A medio día toda la familia nos encontraríamos en Calacoto. Sandra cocinaría en el jardín un asado en lata. Comeríamos bajo el cielo azul paceño.
En la tarde iría al Hernando Siles a ver jugar al Bolívar en la Liga. Apenas de vuelta en casa, hasta la noche, vería todos los deportivos para ver los goles y principales incidencias de las ligas más importantes del mundo. Alrededor de la medianoche empezaría a dormitar, pensando en el día siguiente.
Pero Sandra ha muerto hace cuatro meses. Pero Bolivia ha sufrido un Golpe de Estado. Pero La Paz está detenida hace semanas por el coronavirus. 

​Revista Invisibles es un proyecto autogestionado de lectura gratuita que no recibe subsidios de organismos públicos ni publicidad privada. Durante ocho años pudimos sostener el proyecto de esta manera pero ahora necesitamos de tu colaboración para que la revista se siga publicando. ¡Muchas gracias por tu aporte!
Donar $100
Donar $300
Con tecnología de Crea tu propio sitio web con las plantillas personalizables.
  • HOME
  • Números Anteriores
  • Staff