Año 2 / Número 7 / Agosto 2014
En el nombre de la madre
Corinne es un libro sobre la forma de interrogar la muerte, al mismo tiempo que compone un delicado equilibrio entre lo que se va de la hija y lo que permanece de la madre ausente.
¿Cómo vivir la muerte de la madre? Creo que esta es la pregunta imposible a la que Florencia Abadi da respuesta con la forma de un libro. Sería equivocado afirmar que en Corinne se transita un duelo porque no se trata de aceptar a la muerte, de procesarla, sino de interrogarla, de confrontarla, de acecharla.
Este es un libro para leer de un tirón, de principio a fin, varias veces. Los poemas que lo integran no dialogan entre sí; están eslabonados, unidos por el silencio que sobreviene en el blanco de la página entre el final de uno y el principio del otro.
En la religión judía cuando los hijos entierran a los padres, tienen que tajear una prenda de ropa que llevan puesta, para simbolizar el desgarro. En Corinne, en cambio, el ritual es otro: la hija se prueba la ropa de la madre, se calza sus zapatos para sentir su propio pie en la forma de aquel pie, “le roba la muerte a la madre, para abrigarse con ella”.
Algo de la hija se va con la madre, pero al mismo tiempo algo de la madre se conserva encarnado en la hija “Es el cuerpo lo que se extraña, no las palabras”, escribe Florencia Abadi. La cintura de la hija entallada en el vestido de la madre, su pie calzado en la horma del zapato, un gesto, idéntico, que anuncia el llanto. El poema señala estos rastros: hay un cálculo infinitesimal, un delicado equilibrio entre lo que se va de la hija y lo que permanece de la madre.
Podríamos decir, también, que Corinne es un libro sobre la muerte de una madre. Pero la muerte se nombra para ausentarla. La madre habita en los sueños, en los gestos, en los recuerdos, en las señales, es la imagen de la madre muerta la que no se integra en el collage. Corinne es, entonces, un libro sobre la vida de la madre, un libro sobre la forma en que una madre habita a su hija, un libro sobre la forma en que una hija no aprende a despedir sino a hospedar a su madre.
Se suele decir “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”. En esa serie, la pregunta acerca de por qué escribir un nuevo libro se confronta con la misma duda y el mismo agobio de por qué traer un hijo al mundo ¡si ya hay tantos! Sin embargo, los hijos nacen y los libros se publican y el motivo podría ser el mismo: para sobrevivir. Sobre-vivir, es decir, vivir encima, más allá de la vida. El libro nos recuerda, el hijo nos continúa. En este libro de Florencia Abadi se evoca la hija y vive para siempre la madre.
Ofrecemos una selección de Corinne de Florencia Abadi*
I
Qué dirá el primer poema que escriba
ahora que murió mamá.
Ese libro envejeció en un instante,
la voz de mi hermana en el teléfono.
Antes no estaba tan lejos el pasado.
V
Estuve probándome tu ropa
la remera color salmón, la de cuello celeste, la japonesa
conservan
la forma de tu cintura,
grabada sólo a medias
en la mía.
Estuve mirándome
en el espejo
estuve probándome
tu cintura,
todavía no quise tocar los zapatos.
VII
Viene rasgada ahora
la felicidad
resiste.
IX
Yo uso tus zapatos
me gusta
mi pie en la forma de tu pie.
Sara dice que no puede ponerse los zapatos de otro,
siente que se mete en su camino
que lo violenta
cuando se ponía las chinelas de la hermana, para salir al patio nomás,
era como si le robara la vida.
Ella también les saca fotos antes de tirarlos
no podíamos creer la coincidencia.
Pero meterme en tu camino
me gusta
y si lo violento
si te robo la muerte
voy a caminar con ella
abrigándome los pies.
XII
Cuando llegabas
el ruido de la puerta
yo saltaba con ese ruido.
Es el cuerpo lo que se extraña, no las palabras.
XIII
Necesito saber si los demás también te ven.
Te acercabas hasta pisarme
y me pedías disculpas
es distinta la visión, la distancia, me explicaste.
Me contaste que los muertos
hablan todos los idiomas.
Dijiste algo en ruso, en portugués,
sin querer, como confundida.
Sólo hablar
no leer ni escribir,
todas las lenguas con la lengua. Un prodigio.
De pronto advertí que había un dálmata,
te acompañaba.
Y al instante otro
y otro, y otro más.
Cuatro dálmatas te escoltaban.
Uno por cada uno
de nosotros.
Acaricié al más grande durante un rato. Mientras
un chico te miraba. Era claro que podía verte.
Este es un libro para leer de un tirón, de principio a fin, varias veces. Los poemas que lo integran no dialogan entre sí; están eslabonados, unidos por el silencio que sobreviene en el blanco de la página entre el final de uno y el principio del otro.
En la religión judía cuando los hijos entierran a los padres, tienen que tajear una prenda de ropa que llevan puesta, para simbolizar el desgarro. En Corinne, en cambio, el ritual es otro: la hija se prueba la ropa de la madre, se calza sus zapatos para sentir su propio pie en la forma de aquel pie, “le roba la muerte a la madre, para abrigarse con ella”.
Algo de la hija se va con la madre, pero al mismo tiempo algo de la madre se conserva encarnado en la hija “Es el cuerpo lo que se extraña, no las palabras”, escribe Florencia Abadi. La cintura de la hija entallada en el vestido de la madre, su pie calzado en la horma del zapato, un gesto, idéntico, que anuncia el llanto. El poema señala estos rastros: hay un cálculo infinitesimal, un delicado equilibrio entre lo que se va de la hija y lo que permanece de la madre.
Podríamos decir, también, que Corinne es un libro sobre la muerte de una madre. Pero la muerte se nombra para ausentarla. La madre habita en los sueños, en los gestos, en los recuerdos, en las señales, es la imagen de la madre muerta la que no se integra en el collage. Corinne es, entonces, un libro sobre la vida de la madre, un libro sobre la forma en que una madre habita a su hija, un libro sobre la forma en que una hija no aprende a despedir sino a hospedar a su madre.
Se suele decir “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”. En esa serie, la pregunta acerca de por qué escribir un nuevo libro se confronta con la misma duda y el mismo agobio de por qué traer un hijo al mundo ¡si ya hay tantos! Sin embargo, los hijos nacen y los libros se publican y el motivo podría ser el mismo: para sobrevivir. Sobre-vivir, es decir, vivir encima, más allá de la vida. El libro nos recuerda, el hijo nos continúa. En este libro de Florencia Abadi se evoca la hija y vive para siempre la madre.
Ofrecemos una selección de Corinne de Florencia Abadi*
I
Qué dirá el primer poema que escriba
ahora que murió mamá.
Ese libro envejeció en un instante,
la voz de mi hermana en el teléfono.
Antes no estaba tan lejos el pasado.
V
Estuve probándome tu ropa
la remera color salmón, la de cuello celeste, la japonesa
conservan
la forma de tu cintura,
grabada sólo a medias
en la mía.
Estuve mirándome
en el espejo
estuve probándome
tu cintura,
todavía no quise tocar los zapatos.
VII
Viene rasgada ahora
la felicidad
resiste.
IX
Yo uso tus zapatos
me gusta
mi pie en la forma de tu pie.
Sara dice que no puede ponerse los zapatos de otro,
siente que se mete en su camino
que lo violenta
cuando se ponía las chinelas de la hermana, para salir al patio nomás,
era como si le robara la vida.
Ella también les saca fotos antes de tirarlos
no podíamos creer la coincidencia.
Pero meterme en tu camino
me gusta
y si lo violento
si te robo la muerte
voy a caminar con ella
abrigándome los pies.
XII
Cuando llegabas
el ruido de la puerta
yo saltaba con ese ruido.
Es el cuerpo lo que se extraña, no las palabras.
XIII
Necesito saber si los demás también te ven.
Te acercabas hasta pisarme
y me pedías disculpas
es distinta la visión, la distancia, me explicaste.
Me contaste que los muertos
hablan todos los idiomas.
Dijiste algo en ruso, en portugués,
sin querer, como confundida.
Sólo hablar
no leer ni escribir,
todas las lenguas con la lengua. Un prodigio.
De pronto advertí que había un dálmata,
te acompañaba.
Y al instante otro
y otro, y otro más.
Cuatro dálmatas te escoltaban.
Uno por cada uno
de nosotros.
Acaricié al más grande durante un rato. Mientras
un chico te miraba. Era claro que podía verte.
XV
No vi mi gesto
pero lo sentí en la cara
fue un segundo
como si viera el de ella
la mueca idéntica, su nariz
para un costado.
La tengo ahí
en el gesto inicial del llanto.
XVIII
Ayer de nuevo
te oculté que estabas muerta
pero esta vez yo quería decírtelo
estaba enojada con vos
un odio que me reventaba la cara
¿le digo?, le preguntaba a papá.
Te salvó él,
que su terror me despertara.
XXVII
El talón
el olvido se acumula ahí
como si caminar fuera consentir
a cada paso
tu viaje.
XXXII
Ellos tapaban los muertos con piedras
para que el alma no se escapara.
Con qué podría tapar yo
el sobresalto del teléfono
la mordedura
para que no se escape
el miedo que te recuerda.
Anoche sonó el teléfono
y no sentí nada.
*Florencia Abadi nació en septiembre de 1979 en Buenos Aires. Publicó los libros de poemas Malaluz (Persé, 2001), Otro jardín (Bajo la luna, 2009) y Corinne (Alción, 2014). Poemas suyos fueron traducidos al alemán, al inglés y al portugués. Es docente de Estética en la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet.
XV
No vi mi gesto
pero lo sentí en la cara
fue un segundo
como si viera el de ella
la mueca idéntica, su nariz
para un costado.
La tengo ahí
en el gesto inicial del llanto.
XVIII
Ayer de nuevo
te oculté que estabas muerta
pero esta vez yo quería decírtelo
estaba enojada con vos
un odio que me reventaba la cara
¿le digo?, le preguntaba a papá.
Te salvó él,
que su terror me despertara.
XXVII
El talón
el olvido se acumula ahí
como si caminar fuera consentir
a cada paso
tu viaje.
XXXII
Ellos tapaban los muertos con piedras
para que el alma no se escapara.
Con qué podría tapar yo
el sobresalto del teléfono
la mordedura
para que no se escape
el miedo que te recuerda.
Anoche sonó el teléfono
y no sentí nada.
*Florencia Abadi nació en septiembre de 1979 en Buenos Aires. Publicó los libros de poemas Malaluz (Persé, 2001), Otro jardín (Bajo la luna, 2009) y Corinne (Alción, 2014). Poemas suyos fueron traducidos al alemán, al inglés y al portugués. Es docente de Estética en la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet.