Año 6 / Número 23 / Septiembre 2018
Un antihéroe de nuestro tiempo
BoJack Horseman llegó a su quinta temporada. El personaje más humano que pueda verse hoy en un show de Netflix no sabe por qué todo el tiempo se siente como se siente. Nadie se conoce mejor que él, nadie se odia más que él, y sólo él es capaz de mentirse como se miente. ¿Hay algo más humano que eso?
Nada es más solitario que una fiesta. Con esta frase arranca la quinta temporada de BoJack Horseman, el caballo-celebrity caído en desgracia-maníacodepresivo-adicto a todo lo que pueda causar adicción (alcohol, sexo, drogas, fama) interpretado por la voz de Will Arnett y creado por Raphael Bob-Waksber. El monólogo interior de BoJack en el inicio de la nueva temporada es en realidad el de Philbert, un detective al que BoJack caracteriza en su rol de actor venido a menos para una serie filmada en una escenografía inquietantemente parecida a su casa. Todo lo que sucede en el estudio de grabación es como una mala copia de su vida. Ayudado por la ingesta descontrolada de calmantes para el dolor, en un episodio BoJack va a tener problemas para distinguir la realidad de la ficción, lo que ocurre en el set de lo que ocurre en su vida o en su cabeza.
La serie mantiene intacta la amarga vitalidad de su antihéroe. Para él, nada va a mejorar demasiado, siempre se puede caer un poco más abajo, y la redención no existe. En otras temporadas lo vimos alcanzar extremos difíciles de tolerar, que casi agotan nuestra reserva de empatía hacia él. La muerte de Sarah Lynn, la escena del barco con Penny, el menosprecio a Todd. Cada uno tendrá su momento. Lo que todavía vuelve atractiva y adictiva esta serie, además de la inteligencia en el humor y la profundidad con que toca algunos temas, es que su protagonista sea probablemente el personaje más humano que pueda verse hoy en un show de Netflix. BoJack no sabe por qué todo el tiempo se siente como se siente. Está disconforme con su vida, con las decisiones que toma, con el mundo que habita, esa Los Ángeles frívola y seductora, ciudad de estrellas decadentes y sueños fallidos. Nadie se conoce mejor que él, nadie se odia más que él, y sólo él es capaz de mentirse como se miente. ¿Hay algo más humano que eso? BoJack es una forma contemporánea y urbana de malestar.
En la quinta temporada, como sucede en las demás, sufre su crisis personal, su caída. Pero esta vez se trata de una caída menos espectacular, incomparable con la que vimos en ese épico final de la tercera temporada, cuando BoJack contemplaba los caballos salvajes y la voz de Nina Simone nos hacía emocionar con Stars. Los nuevos episodios están centrados en las crisis de los otros personajes.
La serie mantiene intacta la amarga vitalidad de su antihéroe. Para él, nada va a mejorar demasiado, siempre se puede caer un poco más abajo, y la redención no existe. En otras temporadas lo vimos alcanzar extremos difíciles de tolerar, que casi agotan nuestra reserva de empatía hacia él. La muerte de Sarah Lynn, la escena del barco con Penny, el menosprecio a Todd. Cada uno tendrá su momento. Lo que todavía vuelve atractiva y adictiva esta serie, además de la inteligencia en el humor y la profundidad con que toca algunos temas, es que su protagonista sea probablemente el personaje más humano que pueda verse hoy en un show de Netflix. BoJack no sabe por qué todo el tiempo se siente como se siente. Está disconforme con su vida, con las decisiones que toma, con el mundo que habita, esa Los Ángeles frívola y seductora, ciudad de estrellas decadentes y sueños fallidos. Nadie se conoce mejor que él, nadie se odia más que él, y sólo él es capaz de mentirse como se miente. ¿Hay algo más humano que eso? BoJack es una forma contemporánea y urbana de malestar.
En la quinta temporada, como sucede en las demás, sufre su crisis personal, su caída. Pero esta vez se trata de una caída menos espectacular, incomparable con la que vimos en ese épico final de la tercera temporada, cuando BoJack contemplaba los caballos salvajes y la voz de Nina Simone nos hacía emocionar con Stars. Los nuevos episodios están centrados en las crisis de los otros personajes.
El segundo episodio (“Los días de perros se acabaron”) cuenta el divorcio de Diane, guionista, biógrafa, la más grande amiga y, a veces, frenemy de BoJack. Después de separarse de Peanutbutter, ella toma un avión a Vietnam. El capítulo intenta responder cuál es el sentido de un viaje, qué es lo que llevamos con nosotros y qué modifica tomar distancia de las cosas. El deseo de ser madre soltera de Princess Carolyn, la representante (“Buen trabajo, BoJack. Y buen trabajo para mí también por mirar cómo actuabas. Que es lo que hacen los productores”), aparece tratado en el quinto episodio, “La historia de Amelia Earhart”. Princess Carolyn va a su pueblo natal con la esperanza de convencer a una chica para que le dé su hijo en adopción y confíe en que una workaholic puede tener instinto materno. Asumido asexual en uno de los lugares más sexualizados del planeta, Todd, amigo y roomate perpetuo de Bojack, protagoniza “Obsolescencia programada”, el tercer episodio, en el que visita la casa de los padres de su novia y termina resbalando en lubricante, con una actriz porno buscando la primera relación no sexual de su vida (“Todd, asexualizame como a una de tus chicas francesas”). “Las novias de Mr. Peanutbutter”, el octavo episodio, cuenta, con gran destreza narrativa, alternando tres tiempos, cuáles fueron las novias de Peanutbutter en las distintas etapas de su vida, y revela la gran falla de sus experiencias amorosas, un guiño sobre cierta clase de hombres que prefieren cierta clase de chicas.
Como suele suceder en las buenas narraciones, los personajes secundarios crecieron junto con el protagonista. BoJack Horseman demostró ser también una serie sobre los vínculos. Sobre la importancia y la fragilidad de las relaciones, sobre el dolor que nos provocan aquellos que más nos aman. Sobre lo complicado que es relacionarse con otros, aun cuando haya buenas intenciones. En el noveno episodio aparece brevemente Hollyhock, hija adoptiva de BoJack por un rato, y las cosas no funcionan bien. Pero el vínculo entre Diane y BoJack, una amistad compleja, puesta a prueba mil veces, atravesada por peleas, admiración y decepciones, es de lo más sólido y conmovedor de la tira. En un flashback, cuando ella aparece en la fiesta con su disfraz rebuscado, BoJack es el único que no precisa preguntarle de qué esta disfrazada, enseguida entra en su código: “Baby Björn Borg”, le dice.
Como suele suceder en las buenas narraciones, los personajes secundarios crecieron junto con el protagonista. BoJack Horseman demostró ser también una serie sobre los vínculos. Sobre la importancia y la fragilidad de las relaciones, sobre el dolor que nos provocan aquellos que más nos aman. Sobre lo complicado que es relacionarse con otros, aun cuando haya buenas intenciones. En el noveno episodio aparece brevemente Hollyhock, hija adoptiva de BoJack por un rato, y las cosas no funcionan bien. Pero el vínculo entre Diane y BoJack, una amistad compleja, puesta a prueba mil veces, atravesada por peleas, admiración y decepciones, es de lo más sólido y conmovedor de la tira. En un flashback, cuando ella aparece en la fiesta con su disfraz rebuscado, BoJack es el único que no precisa preguntarle de qué esta disfrazada, enseguida entra en su código: “Baby Björn Borg”, le dice.
Cada episodio sigue siendo una picadora de carne del mundillo de Hollywood. Hay uno extraordinario dedicado a la hipercorrección política de la época: “Todos aman a un hombre feminista. El problema con el feminismo es que no lo hacían los hombres”, dice BoJack. Y cada episodio es también una máquina de procesar referencias culturales norteamericanas: la aviadora Amelia Earhart, John Hughes (director de Ferris Bueller’s Day Off), David Bowie (BoJack twittea su muerte sin saber que murió), la banda de raperos blancos sensibles Twenty One Pilots; la serie Becker, recordada por BoJack en su genial monólogo para el funeral de la madre en el sexto episodio, “Churro gratis”; Jessica Chastain (“agarra todos los papeles que rechaza Amy Adams”). En el último episodio, Princess Carolyn le sugiere a su joven asistente que tome notas de sus pedidos con una birome y el millennial le contesta, “Okay, Elbridge Gerry…”, que fue el segundo vicepresidente en la historia de los Estados Unidos.
Con tramas complejas y a menudo cruzadas y múltiples, con diálogos velocísimos que reclaman un espectador atento, con su sencillo y eficaz humor antropomórfico (la jirafa con muchas almohadas de avión en el cuello), con su cinismo y su humor negro (“No tenía sexo así desde que mi esposa murió. Para dejar las cosas en claro, el sexo fue anterior a la muerte.”), BoJack Horseman se ganó un lugar central en el universo de las series animadas, acaso el género que produjo el humor más interesante de las últimas décadas, de Los Simpsons para acá, antes de que se superpoblara de standuperos. Algunos capítulos de BoJack ya son de culto entre los fanáticos. Como ese que transcurre bajo el mar, enteramente mudo, en el que Bojack se encariña con un hipocampo bebé. O aquel otro en el que Todd, Sarah Lynn y BoJack se juntan a escribir, toman drogas y entran en un viaje lisérgico. O el final de la segunda temporada, cuando BoJack empieza a salir a correr, actividad que detesta. Agotado, se tira sobre el césped, boca arriba. Entre el sol y él se interpone un mono, mezcla de tenista retirado y sabio, que con voz calma le dice: “Mejora. Cada día, se vuelve un poco más fácil. Pero lo tenés que hacer todos los días. Esa es la parte difícil. Pero mejora”.
Con tramas complejas y a menudo cruzadas y múltiples, con diálogos velocísimos que reclaman un espectador atento, con su sencillo y eficaz humor antropomórfico (la jirafa con muchas almohadas de avión en el cuello), con su cinismo y su humor negro (“No tenía sexo así desde que mi esposa murió. Para dejar las cosas en claro, el sexo fue anterior a la muerte.”), BoJack Horseman se ganó un lugar central en el universo de las series animadas, acaso el género que produjo el humor más interesante de las últimas décadas, de Los Simpsons para acá, antes de que se superpoblara de standuperos. Algunos capítulos de BoJack ya son de culto entre los fanáticos. Como ese que transcurre bajo el mar, enteramente mudo, en el que Bojack se encariña con un hipocampo bebé. O aquel otro en el que Todd, Sarah Lynn y BoJack se juntan a escribir, toman drogas y entran en un viaje lisérgico. O el final de la segunda temporada, cuando BoJack empieza a salir a correr, actividad que detesta. Agotado, se tira sobre el césped, boca arriba. Entre el sol y él se interpone un mono, mezcla de tenista retirado y sabio, que con voz calma le dice: “Mejora. Cada día, se vuelve un poco más fácil. Pero lo tenés que hacer todos los días. Esa es la parte difícil. Pero mejora”.