Año 7 / Número 26 / Agosto 2019
Thom Yorke: visiones en el centro del vórtice
Después de The Erase y Tomorrow's Modern Boxes, el líder de Radiohead presentó Anima, un nuevo disco de estudio que continúa la experimentación electrónica de sus anteriores trabajos y la profundiza. Lo presentó en tándem con un corto dirigido por Paul T. Anderson en la plataforma Netflix. Surgido de una alucinación del jet lag, y ejecutado en nueve temas que se encadenan, así suena el último de Thom Yorke.
El jet lag como estado de la mente: ensoñación de aeropuertos, falsa vigilia en tránsito, escenografía de autopistas, calles extrañas y check-ins, una realidad a la que el viajero aún no entra del todo. El jet lag como memoria del cuerpo: todavía no es hora de dormir porque no hay recuerdo del día vivido: insomnio. El jet lag como sueño de ojos abiertos: en un hotel de Tokio, completamente desvelado y al borde del colapso, Thom Yorke recibió una descarga de imágenes oníricas. Chicas en tacos altos que, vistas de cerca, eran ratas que habían drenado los cuerpos para habitarlos. Las personas en el subte comenzaban a moverse de maneras extrañas. Los rascacielos de Londres se ponían de pie y caminaban como gigantes en una diáspora. El jet lag como desdoblamiento productivo: ¿qué tour tomó la mente (o eso que llamamos inconsciente) de Yorke para cosechar aquellas imágenes, la materia prima de sus canciones, mientras su cuerpo exhausto daba vueltas en la cama de un hotel ultra moderno de Shibuya?
Jung, sintetizadores, loops adictivos, frenesí del glitcheo, melodías dulces y tristes y paisajes mentales que invitan al trance. Bienvenidos a Anima, el último de Thom Yorke.
Jung, sintetizadores, loops adictivos, frenesí del glitcheo, melodías dulces y tristes y paisajes mentales que invitan al trance. Bienvenidos a Anima, el último de Thom Yorke.
Traffic. La atmósfera del comienzo es oscura y repetitiva, una cinta de aeropuerto sin equipaje girando en vacío. Aparece una voz apenas audible, distorsionada. Después el tema se activa con la batería electrónica y enseguida la acompaña una emulación de viento y madera, una especie de clarinete alto sintetizado que pone a punto el tema para la entrada de la voz con mucho reverb. El frontman de Radiohead arroja palabras flotantes y compone un poema objetivista: “sumergido”, “un espejo”, “una esponja”, “foie gras”. No puedo respirar, no puedo respirar, dice en un momento. Pero la asfixia no contamina la música. A Yorke no le interesa cargar las tintas. A pesar de la densidad de las letras, siempre está muy atento a que la base rítmica contagie ganas de mover el cuerpo. Le interesa el contraste entre vitalidad musical y poética opresiva. En los recitales, en los videoclips, vemos a un artista que canta sobre el vacío existencial, el dolor y la alienación mientras performa como un simpático, parodiable bailarín espástico.
Last I Heard (…He Was Circling the Drain). En la teoría del psicólogo suizo Carl Jung, Anima es el aspecto de la psiquis que, en las mujeres, se identifica con lo masculino; en el hombre, con lo femenino. En cada varón habría un depósito psíquico donde guarda imágenes arquetípicas femeninas. Por eso en el corto de Paul T. Anderson por cada hombre hay una mujer; por cada mujer, un hombre. ¿Por qué Yorke eligió el concepto jungiano como título para el disco? Por fortuna, el músico no explica demasiado en las entrevistas. Ciertos niveles del arte requieren los cuidados de los sueños: intentar explicarlos es el pasaporte seguro al tedio. En esta canción se recuperan los fragmentos de aquel sueño del jet lag en Japón. “Ratas de tamaño humano”, “Caminando en tacos altos”. Atmósfera onírica, teclado envolvente. Y la voz expansiva del cantante, rica en registros; la voz instrumento, esa que desde OK Computer nos viene demostrando que la fragilidad puede ser algo muy sensual.
Twist. La voz instrumento: la palabra twist sampleada al infinito repica sobre el beat de una electrónica elegante, influenciada por la que le gusta escuchar a Yorke y que la industria musical etiqueta como IDM (Intelligent Dance Music): Aphex Twin, Burial, Autechre. Pero después de la introducción, la voz siempre a punto de desgarrarse de Yorke ensancha la experiencia electrónica y la convierte en canción. Thom Yorke es un arquitecto de melodías exquisito. Todos los discos de Radiohead contienen canciones que subliman la ansiedad, la paranoia y la soledad en piezas de una dulzura melancólica irresistible, que entran a nuestro torrente sanguíneo musical como un virus. La misión de Radiohead durante todos estos años parece haber sido la de convertir la tristeza en algo bello pero sin faltarle el respeto, integrándola a la lírica y a la composición instrumental como un contrafuego: combatir la angustia de la vida cotidiana con cápsulas de más tristeza: el placebo que nos encanta consumir, el que nos hace bien. Aunque su carrera solista haya virado hacia la electrónica, Yorke todavía no renunció a componer buenas canciones. The Eraser fue un disco de canciones. ¿Alguien puede resistirse al encanto bajonero de “Analyse”? ¿Al estribillo de “Harrowdown Hill”, al falsete de “Atoms for Peace”? “Twist” es la canción más extensa de Anima, porque en realidad son dos canciones en una: en el minuto cuatro, de los siete que dura, el clima se enrarece y el tema muta, evocando el fundido inolvidable entre “Idioteque” y “Morning Bell”, de Kid A.
Dawn Chorus. Quizás sea el momento central del álbum. Y digo momento porque no se parece en nada a las demás canciones, y ni siquiera a lo que entendemos por canción dentro del universo yorkiano. Hay, sí, una base mínima, deliciosa, que toca nuestras fibras sensibles y no sabemos por qué, sobre la que Yorke declama. Tono neutro, desganado, como si leyera anotaciones sueltas en las páginas de su diario. In the middle of the vortex, Pronto pronto, moshi mosh. Los críticos musicales fueron muy rápido al cajoncito de los lugares comunes y extrajeron palabras como distopía o kafkiano para referirse al álbum y al corto de Anderson. Pocos hablaron sobre el amor. “Dawn Chorus” formula una de las preguntas que nos hace el amor cuando es herida, cuando ya no está: ¿Lo harías todo de nuevo? Yorke responde: Si lo hacés de nuevo, esta vez que sea con estilo.
I’m a Very Rude Person y Not the News no pueden escucharse por separado. El primer tema es un momento de transición, demasiado inofensivo, que funde con el segundo y solo entonces encuentra sentido. “Not the News” transmite las visiones de quien está en medio de una pesadilla: Who are these people? Glitcheo rabioso, voces espectrales, gritos ahogados. La composición alcanza su punto más alto en un ataque de “violines deslizantes”. En el segundo ataque de violines, la canción languidece y se arrastra a la siguiente.
The Axe nos sumerge en un paisaje mental tenebroso, en un mal viaje lisérgico del que la voz de Yorke nos rescata y nos hunde. “Creí que teníamos un trato”, repite una y otra vez. La decepción es un sentimiento frío en las entrañas del loop que rebota contra las paredes acolchonadas del terror y la soledad. La “maldita maquinaria” disuelve la materia, las promesas y el amor en un silencio vaporoso en el que faltan todas las respuestas. Resultado: desesperación y furia al estilo El resplandor: Goddamned machinery / One day I am gonna take an axe to you. El yo poético pareciera descargar su ira contra la neurosis del visto clavado, la cultura del ghosteo y la fiebre de las apps. La modernidad inmaterial que supimos construir y a la que sin embargo debemos una época intensa, que a Yorke lo mortifica tanto como lo interpela y lo incluye.
Impossible Knots. Un bajo juguetón sube el ánimo del álbum, aunque el tema sea un canto a estar enroscado. Otra vez los coros espectrales del británico proporcionan frases inconexas que flotan en el vacío del sentido, “Voy a tomar lo que tengas”, “Voy a estar listo”. ¿Para qué?
Runwayaway. Los discos de Radiohead, y los de Yorke solista, suelen reservar para el final canciones muy inspiradas (escuchar “Nose Grows Some”, de Tomorrow's Modern Boxes). En el comienzo de “Runwayaway” los acordes de la única guitarra que suena en todo Ánima quedan en estado de suspensión. No prefiguran lo que viene: un entramado de sonidos, efectos y pistas que entran y salen y se disputan los espacios de un tema invertebrado. Hay una sección de cuerdas ominosa, y un sintetizador agudo y ochentoso que va sincopándose al beat, y murmuraciones de una voz alienígena (“Acá es cuando sabés / Quiénes son tus verdaderos amigos”). Cada capa que se agrega trabaja sobre distintas zonas de nuestras mentes y nuestras sensibilidades. Entramos al trance, atravesamos los distintos tramos musicales que propone, y salimos del viaje pensando en darle play otra vez porque tenemos la sensación de que en una nueva escucha vamos a encontrar algo que en ésta nos perdimos.
Last I Heard (…He Was Circling the Drain). En la teoría del psicólogo suizo Carl Jung, Anima es el aspecto de la psiquis que, en las mujeres, se identifica con lo masculino; en el hombre, con lo femenino. En cada varón habría un depósito psíquico donde guarda imágenes arquetípicas femeninas. Por eso en el corto de Paul T. Anderson por cada hombre hay una mujer; por cada mujer, un hombre. ¿Por qué Yorke eligió el concepto jungiano como título para el disco? Por fortuna, el músico no explica demasiado en las entrevistas. Ciertos niveles del arte requieren los cuidados de los sueños: intentar explicarlos es el pasaporte seguro al tedio. En esta canción se recuperan los fragmentos de aquel sueño del jet lag en Japón. “Ratas de tamaño humano”, “Caminando en tacos altos”. Atmósfera onírica, teclado envolvente. Y la voz expansiva del cantante, rica en registros; la voz instrumento, esa que desde OK Computer nos viene demostrando que la fragilidad puede ser algo muy sensual.
Twist. La voz instrumento: la palabra twist sampleada al infinito repica sobre el beat de una electrónica elegante, influenciada por la que le gusta escuchar a Yorke y que la industria musical etiqueta como IDM (Intelligent Dance Music): Aphex Twin, Burial, Autechre. Pero después de la introducción, la voz siempre a punto de desgarrarse de Yorke ensancha la experiencia electrónica y la convierte en canción. Thom Yorke es un arquitecto de melodías exquisito. Todos los discos de Radiohead contienen canciones que subliman la ansiedad, la paranoia y la soledad en piezas de una dulzura melancólica irresistible, que entran a nuestro torrente sanguíneo musical como un virus. La misión de Radiohead durante todos estos años parece haber sido la de convertir la tristeza en algo bello pero sin faltarle el respeto, integrándola a la lírica y a la composición instrumental como un contrafuego: combatir la angustia de la vida cotidiana con cápsulas de más tristeza: el placebo que nos encanta consumir, el que nos hace bien. Aunque su carrera solista haya virado hacia la electrónica, Yorke todavía no renunció a componer buenas canciones. The Eraser fue un disco de canciones. ¿Alguien puede resistirse al encanto bajonero de “Analyse”? ¿Al estribillo de “Harrowdown Hill”, al falsete de “Atoms for Peace”? “Twist” es la canción más extensa de Anima, porque en realidad son dos canciones en una: en el minuto cuatro, de los siete que dura, el clima se enrarece y el tema muta, evocando el fundido inolvidable entre “Idioteque” y “Morning Bell”, de Kid A.
Dawn Chorus. Quizás sea el momento central del álbum. Y digo momento porque no se parece en nada a las demás canciones, y ni siquiera a lo que entendemos por canción dentro del universo yorkiano. Hay, sí, una base mínima, deliciosa, que toca nuestras fibras sensibles y no sabemos por qué, sobre la que Yorke declama. Tono neutro, desganado, como si leyera anotaciones sueltas en las páginas de su diario. In the middle of the vortex, Pronto pronto, moshi mosh. Los críticos musicales fueron muy rápido al cajoncito de los lugares comunes y extrajeron palabras como distopía o kafkiano para referirse al álbum y al corto de Anderson. Pocos hablaron sobre el amor. “Dawn Chorus” formula una de las preguntas que nos hace el amor cuando es herida, cuando ya no está: ¿Lo harías todo de nuevo? Yorke responde: Si lo hacés de nuevo, esta vez que sea con estilo.
I’m a Very Rude Person y Not the News no pueden escucharse por separado. El primer tema es un momento de transición, demasiado inofensivo, que funde con el segundo y solo entonces encuentra sentido. “Not the News” transmite las visiones de quien está en medio de una pesadilla: Who are these people? Glitcheo rabioso, voces espectrales, gritos ahogados. La composición alcanza su punto más alto en un ataque de “violines deslizantes”. En el segundo ataque de violines, la canción languidece y se arrastra a la siguiente.
The Axe nos sumerge en un paisaje mental tenebroso, en un mal viaje lisérgico del que la voz de Yorke nos rescata y nos hunde. “Creí que teníamos un trato”, repite una y otra vez. La decepción es un sentimiento frío en las entrañas del loop que rebota contra las paredes acolchonadas del terror y la soledad. La “maldita maquinaria” disuelve la materia, las promesas y el amor en un silencio vaporoso en el que faltan todas las respuestas. Resultado: desesperación y furia al estilo El resplandor: Goddamned machinery / One day I am gonna take an axe to you. El yo poético pareciera descargar su ira contra la neurosis del visto clavado, la cultura del ghosteo y la fiebre de las apps. La modernidad inmaterial que supimos construir y a la que sin embargo debemos una época intensa, que a Yorke lo mortifica tanto como lo interpela y lo incluye.
Impossible Knots. Un bajo juguetón sube el ánimo del álbum, aunque el tema sea un canto a estar enroscado. Otra vez los coros espectrales del británico proporcionan frases inconexas que flotan en el vacío del sentido, “Voy a tomar lo que tengas”, “Voy a estar listo”. ¿Para qué?
Runwayaway. Los discos de Radiohead, y los de Yorke solista, suelen reservar para el final canciones muy inspiradas (escuchar “Nose Grows Some”, de Tomorrow's Modern Boxes). En el comienzo de “Runwayaway” los acordes de la única guitarra que suena en todo Ánima quedan en estado de suspensión. No prefiguran lo que viene: un entramado de sonidos, efectos y pistas que entran y salen y se disputan los espacios de un tema invertebrado. Hay una sección de cuerdas ominosa, y un sintetizador agudo y ochentoso que va sincopándose al beat, y murmuraciones de una voz alienígena (“Acá es cuando sabés / Quiénes son tus verdaderos amigos”). Cada capa que se agrega trabaja sobre distintas zonas de nuestras mentes y nuestras sensibilidades. Entramos al trance, atravesamos los distintos tramos musicales que propone, y salimos del viaje pensando en darle play otra vez porque tenemos la sensación de que en una nueva escucha vamos a encontrar algo que en ésta nos perdimos.
“A veces no me reconozco en la música que hice. Y creo que eso es algo que busco todo el tiempo”. Hace más de dos décadas, Thom Yorke fue el creep, el weirdo de la clase que puso sus cuerdas vocales a rugir y acalló a los bullies de la escuela. Después demostró ser mucho más ambicioso. Con una lírica pesimista y depresiva, con su ojo estropeado mirando directo a cámara, supo encarnar la ansiedad y el sonido y la furia de una generación. Ahora busca otras cosas. Cosas nuevas. Mark Fisher dice que escuchar los discos de James Blake (un británico de otra generación) en orden cronológico es como oír a “un fantasma que gradualmente asume forma material”. La carrera de Yorke parece ir en la dirección opuesta. De la materia incandescente por excelencia, el rockstar, al enfriamiento y la desintegración entre pliegues de sonido obtenidos en sesiones de laboratorio musical (el conejillo de indias de las mezclas es Nigel Godrich, su productor de toda la vida). Yorke confía en que sus discos sean el resultado de una experimentación divertida y desafiante, cada proyecto distinto del anterior. Intenta mantenerse imprevisible incluso para él mismo. Lo único constante en su proceso creativo es la variación. Su estética, su plan de acción sigue al pie de la letra estos versos de “Atoms for Peace”: No more talk about the old days / It's time for something great.