Revista Invisibles
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Año 1 / Número 2 / Junio 2013
reseña

Saudade


En 1930, Roberto Arlt viajó a Brasil para documentar la vida en esas tierras, por orden del director del diario El mundo. Ofrecemos aquí una reseña de esas crónicas compiladas ahora por la editorial Adriana Hidalgo, y una selección de textos del autor sobre la ciudad de Río de Janeiro.

Por Horacio Mohando
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Aguafuertes cariocas
Roberto Arlt

Ed. Adriana Hidalgo, 2013
El sábado 8 de marzo de 1930, Roberto Arlt sale por primera vez de la Argentina, a pedido del director del diario El Mundo. Sin programa, sin Lonely Planet, sin reservas online, con dos trajes en la valija, después de una breve estadía en Uruguay, llega a Río de Janeiro. 

Al principio, todo es sorpresa. Los cariocas, ricos y pobres, son respetuosos, decentes, atentos. En el medio de un paisaje lleno de azul, verde y cortesía, el simple hecho de mirar con insistencia a una mujer lo terminan de definir como lo que es: un extranjero maleducado. No puede evitar esa costumbre de clase media de comparar precios y repetir lo barato que está todo. Sabe que, en el exterior, para un argentino no hay nada peor que otro argentino. O, nacionalidades aparte, para no manchar las fotos construidas a puro pulso y palabras, hay que escapar de los intelectuales, de los periodistas, de los políticos, de la literatura. 

Pero, como en todo viaje, la novedad dura nada, las virtudes cansan, se empieza a extrañar la rudeza de la propia rutina. Arlt, con esa forma tan particular que tiene un porteño de ser argentino, se pregunta dónde están las madrugadas llenas de gente, las trasnochadas mesas de café express, por qué no hay una esquina como Corrientes y Talcahuano. Nota que, a pesar de que la naturaleza es invasiva y poderosa, las casas hechas de  piedra no tienen ni jardines ni flores, que no hay gorriones. El calor no afloja y lo debilita, lo pone reflexivo. Piensa en el obrero argentino, en el tráfico, en los problemas sociales. Trata de escapar un poco dedicando una hora por día a la gimnasia.

Arlt recorre las calles de Río. Al avanzar, deshace y anula el efecto encandilador de las postales. Sin negar ni dejar de admirar todos los tipos de belleza, describe lo que ve, comparando, midiendo la distancia sentimental que lo separa de esa Buenos Aires a la que tanto extraña. Se cruza, sin proponérselo, con la muerte al mismo tiempo que ignora donde están los cementerios. Encuentra consuelo en una moneda de cinco centavos. Descubre grietas, desconfía de todo aquel que hable mal de su propia tierra. Se pregunta cuáles son las razones para que un hombre abandone su país. Sospecha que su propia patria lo traicionó al dejarlo ir. Lo invade el terror de la imposibilidad del retorno y tiene pesadillas sobre aviones que se caen. 
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Aguafuertes Cariocas nos enseña que turista es aquel que piensa en volver desde el mismo momento en que el viaje comienza.

Aguafuertes cariocas (selección)

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HABLEMOS DE CULTURA 
(Domingo 6 de abril de 1930)   

Respeto para el hombre… para la humanidad que lleva el hombre en sí. Es lo que encuentro en Río. Aquí, donde la naturaleza ha creado seres voluptuosos, mujeres de ojos que son noches turbias y perfiles con calidez de fiebre, sólo encuentro respeto; un dulce y profundo respeto, que hace que de pronto  usted se detenga y se diga en conversación consigo mismo: 

—La vida, así, es muy linda. 

Yo no quiero buscar las razones históricas de dicho fenómeno. La historia me importa un pepino. Que hagan historia los otros. Yo no tengo nada que ver con la literatura ni el periodismo. Soy un hombre de carne y hueso que viaja, no para hacer literatura en su diario, sino para anotar impresiones. 


Diré que estoy entusiasmado…

¿Diré que estoy entusiasmado? No. ¿Diré que estoy asombrado? No. Es algo más profundo y sincero: estoy conmovido. Ese es el término: conmovido.
La vida, así, es muy linda.
Y no me refiero a las atenciones que se reciben de las personas con quienes se trata. No. Me refiero a un fenómeno que es más auténtico: la atmósfera de educación colectiva. 
¿Qué importa que una persona sea atenta con usted, si cuando usted sale a la calle, el público destruye la impresión que el individuo le ha producido? 
En cambio, aquí, usted se encuentra cómodo. En la calle, en el café, en las oficinas, entre blancos, entre negros...
Cuando usted sale de su casa está en la calle, ¿no es así? 
Bueno, aquí, cuando usted sale a la calle, está en su casa…
Un ritmo de amabilidad rige la vida en esta ciudad. 
En esta ciudad, que tiene un tráfico y un público dentro de su extensión, proporcional al de Buenos Aires. Con la sola diferencia de que, en las bocacalles, usted levanta la vista y se encuentra con un cerro verde dorado de nubes y una palmera en lo alto, con sus cuatro ramas recticulando lo azul. 


Sin excepción 

¿Son distintos los brasileños de nosotros? 
Sí, son distintos en lo siguiente: tienen una educación tradicional. Son educados, no en la apariencia o en la forma, sino que tienen el alma educada. Son más corteses que nosotros, y sólo se puede comprender el sentido verdadero de la cortesía por la sensación de reposo que reciben nuestros sentidos. Es como si de pronto usted, acostumbrado a dormir sobre adoquines, recibiera para acostarse un colchón.
Piense usted en esto. Una muchacha puede aquí caminar tranquilamente por las calles a media noche. Una muchacha decente, ¿eh?, ¡no confundamos! Y si no lo es, también... Usted puede ir a cualquier parte, aun a la más atorranta, en compañía de cualquier tipo de mujer, honesta o no. Nadie se meterá con usted. 
En Buenos Aires, en casi todos los cafés; usted encuentra compartimentos para familias. Aquí no se conoce esa división. Cuando salen de su empleo, las muchachas entran a los cafés, toman sus pocillos de bocequín y lo hacen con tranquilidad: la tranquilidad de la mujer que sabe que es respetada. 
En Buenos Aires, el trato general para con la mujer revela lo siguiente: que se la tiene por un ser inferior. La continua falta de respeto de que se la hace víctima lo demuestra. Aquí no. La mujer está acostumbrada a ser considerada una igual del hombre y, por consiguiente, a merecer de él las atenciones que este tiene con cualquier desconocido que se le presenta.
Y de pronto, quiera usted o no, siente que una fuerza lo subyuga, que ellos están en el camino de una vida superior a la nuestra. Comprendemos que con nuestra grosería hemos desnaturalizado muchas cosas bellas, incluso destruido la femineidad de la mujer porteña.
¿Será, acaso, que la vida es aquí más linda porque es menos difícil? ¡Vaya uno a saberlo! Lo cierto es que este pueblo se diferencia en mucho del nuestro. Los detalles que se advierten en la vida diaria nos lo presentan como más culto. Creo que todavía predominan, con incuestionables ventajas para la colectividad, las ideas europeas. Si no fuera demasiado aventurado lo que voy a decir, al siempre correr, no de la pluma, sino de las teclas de la máquina de escribir, lo transformaría en una categórica afirmación. Se me ocurre que de todos los países de nuestra América, el Brasil es el menos americano, por ser, precisamente, el más europeo.
Ese respeto espontáneo hacia el prójimo, sin distinción de sexo ni de razas; esa linda indiferencia por los asuntos ajenos es, dígase lo que se quiera, esencialmente europea. 
Y el paisaje es lindo; las montañas azules, los árboles... Pero, ¿qué importancia puede tener el paisaje ante las bellas cualidades del pueblo?
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​SÓLO ESCRIBO SOBRE LO QUE VEO 
(Miércoles 30 de abril de 1930) 

Mi director me escribe: "Río debe ofrecer temas interesantes. Hay museos, conservatorios de música, cafés, teatros, la vida misma de los periódicos..."

Inocencia

Inocencia, precioso tesoro que cuando el hombre lo pierde no lo vuelve a reconquistar. Inocencia pura y angelical. ¿Conservatorios en Río? ¿Teatros en Río? Una de dos, o yo estoy ciego o mi director ignora en absoluto lo que es Río de Janeiro. Y tan en absoluto que yo no puedo menos de escribir lo que sigue: “Ando todos los días un mínimum de dos horas en tranvía. Otras veces voy a las islas, otras, a los barrios obreros. Y lo único que se ve aquí, es gente que trabaja. ¿Cafés? Ya he mandado una nota sobre los cafés. ¿Conservatorios de música? O yo estoy ciego o en este país los conservatorios no tienen letreros, ni pianos. Porque de mi vagabundaje por infinitas calles, sólo una tarde de domingo en la Isla de Paquetá escuché un estudio de Bach en un piano". Ya lo veo a mi director agarrándose la cabeza y diciendo: "Arlt está mal. Arlt se ha vuelto sordo". 

No, no me he vuelto sordo. Por el contrario: estoy desesperado por escuchar un poco de buena música. Y, escuetamente, diré lo que no he visto.

Busco infatigablemente con los ojos academias de corte y confección. No hay. Busco conservatorios de música. No hay. Y vean que hablo del centro, donde se desenvuelve la actividad de la población. ¿Librerías? Media docena de librerías importantes. ¿Centros socialistas? No existen. Comunistas, menos. ¿Bibliotecas de barrio? Ni sonarlas. ¿Teatros? No funciona sino uno de variedades y un casino. Para conseguir que la Junta de Censura Cinematográfica permita dar la cinta Tempestad sobre Asia hubo reuniones y líos. ¿Periodistas? Aquí un periodista gana doscientos pesos mensuales para trabajar brutalmente diez y doce horas. ¿Sábado inglés? Casi desconocido. ¿Reuniones en los cafés, de vagos? No se conocen. Tiraje máximo de un diario: ciento cincuenta mil ejemplares. Quiero decir "tiraje ideal": ciento cincuenta mil ejemplares, porque no hay periódico que los tire. 

No estamos en Buenos Aires 

Es necesario convencerse: Buenos Aires es único en América del Sud. Único. Tengo mucho que escribir sobre esto. Allá (y eso se lo he dicho a los periodistas de aquí), allá, en el más ínfimo barrio obrero, encuentra usted un centro cultural donde, con una incompetencia asombrosa, se discuten las cosas más trascendentales. Puede ir a Barracas, a Villa Luro, a Sáenz Peña. Cualquier pueblo de campo de nuestra provincia tiene un centro donde dos o tres filósofos baratos discuten si el hombre desciende o no del mono. Cualquier obrero nuestro, albañil, carpintero, portuario, tiene nociones y algunos bien sólidas, de lo que es cooperativismo, centros sociales, etcétera. Leen novelas, sociología, historia. Aquí eso es en absoluto desconocido. 

¿Aquí? Aquí la única frase que usted oye, señor, en la boca de gente bien o mal vestida, es la siguiente:

--Se travalla.

Donde va, usted escucha dichas palabras bíblicas. 
Vean: en la Asociación Cristiana de Montevideo, todas las noches se armaban unas tremendas discusiones sobre comunismo, materialismo histórico, etcétera. No hay casi estudiante uruguayo que no tenga preocupaciones de índole social. Aquí eso no se conoce. El obrero, albañil, carpintero, mecánico, vive aislado de la burguesía; el empleado forma una casta, el capitalista, otra. Y como decía en una nota: los obreros ni por broma entran a los cafés donde va la "gente bien". Hay tranvías de primera clase y de segunda. Si, tranvías. En los de segunda clase viajan los trabajadores. En los de primera, el resto de la población. No confundir con coches de primera, sino un conjunto: coche motor y dos o tres acoplados de segunda clase. Y esto ocurre en Río, donde hay dos millones de habitantes. Cuando me dijeron que Río tenía dos millones, yo no podía admitirlo. Y es que pensaba en Buenos Aires. Me hablaron del jardín botánico como la séptima maravilla. Fui a verlo y me dejó frío. Es inferior por completo al de Buenos Aires. Fui a barrios obreros y he recibido una sensación de terror. Durante varios días caminé con esa visión en los ojos. Fui a los barrios de cuatro cuadras cuadradas, donde se ejerce la mala vida, en compañía de un médico. 

Eso es el infierno. Y cuando salíamos de allí, me dice el hombre: 
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–¿Y Sabe usted que aquí nunca llega la inspección médica?
 —iCómo! ¿No hay inspección municipal? 
—No. Ni alcanzarían todos los médicos de Rio. 

"Se travalla" . Esa es la frase. Se trabaja brutalmente, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. Se trabaja. No se lee. Se escribe poco. Los periodistas tienen empleos aparte para poder vivir. No hay ladrones. Los pocos crímenes que ocurren son pasionales. La gente es mansa y educada. Mas aún, las casas de radio, que han infectado nuestra ciudad porque en el último boliche del último barrio encuentra usted un altoparlante aturdiendo a la vecindad, son escasas aquí. Y si no, venga a Río y mire las azoteas. No va a ver antenas casi. Pasee por las calles. No va a oír música. 

"Se travalla." Se trabaja. Y después se duerme. Eso es todo; eso es todo, ¿comprenden? Hay que haber vivido en Buenos Aires y luego salir de él para saber lo que vale nuestra ciudad. Y después los críticos literarios se indignan con lo que contaba Castelnuovo en sus escasas páginas de un viaje por Brasil. Lo que ha dicho Castelnuovo no es nada. Lo que vio Castelnuovo en la "La charqueada", se ve aquí, en Río, en cualquier parte. Eso y muchas otras cosas más, que Castelnuovo no contó. Sobre todo lo que se refiere a la vida social del bajo pueblo.

 "Se travalla..." Eso es todo. 

Y nada más.

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